miércoles, 22 de marzo de 2017
CAPITULO 46 (TERCER HISTORIA)
Aprovechando que los días eran más largos en verano fueron a pasear por los jardines bajo la suave luz del anochecer. El calor intenso y pegajoso se había desvanecido, aunque seguía presente en el aroma penetrante y vigoroso de las flores.
Las estrellas titilaban ya cuando Paula y Pedro llegaron al estanque y la joven le mostró la rana que había descubierto.
Pedro se agachó para examinarla de cerca. Paula no daba crédito.
—Sientes la misma curiosidad y fascinación que Kent, el niño de la boda.
—Cualquier hombre es capaz de apreciar una buena rana. Esta es enorme. Podría intentar cazarla, y luego me pondría a perseguirte, como solía hacer de pequeño.
—Inténtalo y te darás cuenta de que ahora soy más rápida. Además, a quien pillabas siempre era a Emma.
—Porque era la más femenina de todas, y la más gritona también. ¡Qué días aquellos! —Pedro siguió en cuclillas contemplando los prados, el verdor y el fresco que
se notaba a la sombra—. En verano, antes de que oscureciera, me gustaba bajar al estanque, y me sentaba aquí. —Pedro se sentó—. Dejaba vagar el pensamiento en compañía del perro mientras se iban encendiendo las luces. ¿Ves?, esa era la habitación de Carla —explicó señalando hacia la casa principal.
—Me acuerdo. Pasé muy buenos ratos en ese dormitorio —dijo Paula sentándose junto a él—. Ahora es la suite de la novia. Sigue siendo una habitación alegre, y muy femenina. Con la tuya pasa lo mismo. Recuerdo cuando te trasladaste al tercer piso para tener un poco de intimidad.
—Me quedé de piedra cuando mis padres me dieron permiso. Comprendí que confiaban en mí, y no me quedó más remedio que instalarme, aunque en el fondo tenía miedo. Tuve que sobornar al perro para que durmiera conmigo. ¡Cómo lo echo de menos!
—Oh… —exclamó Paula apoyando ligeramente la cabeza en su hombro—. Ese perro era fantástico.
—Sí. A veces pienso que querría tener uno, pero entonces recuerdo que estoy poco en casa, y no me parece justo.
—Búscate dos perros.
Giró la cabeza para mirarla.
—¿Dos?
—Para que se hagan compañía cuando tú no estés. Serán amigos, se relacionarán entre ellos y hablarán de ti.
La idea le hizo gracia.
—Bien pensado.
Pedro se volvió, rodeó a Paula con sus brazos y la besó en los labios.
—De mayor traía a mis chicas a este lugar para besuquearlas.
—Ya lo sé. Nosotras te espiábamos.
—No es verdad.
—Claro que sí. —Paula soltó una carcajada al verlo atónito y desconcertado—. Fue muy instructivo, y distraído también. Nos sirvió para hacernos a la idea de lo que nos esperaba cuando fuera nuestro turno.
—Qué dices…
—Llegaste a la segunda base con Serena Willcott, en este mismo lugar.
—Bueno, basta. Se acabó hablar del pasado.
—Te movías con suavidad, incluso entonces. Apuesto a que conmigo podrías tocar la segunda base también —dijo Paula cogiéndole la mano y llevándosela al pecho—. ¿Lo ves? Ya estás en ella.
—He tocado más bases desde la época de Serena Willcott.
—¿Ah, sí? ¿Por qué no pruebas conmigo?
Sin dejar de acariciarla, Pedro volvió a inclinarse para besarla en los labios y mordisquearla.
—Sí, esto también funciona.
—Entonces probaré con esto otro. —Con el dedo, resbaló desde su garganta hasta el botón superior de su blusa, y lo desabrochó—. Ni muy rápido, ni demasiado despacio —murmuró Pedro junto a sus labios. Le desabrochó el segundo botón y luego el tercero, demorándose para rozar con el tacto su piel recién expuesta.
—Sí, me parece que has mejorado. —Le dio un vuelco el corazón. Paula dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando notó sus labios en el cuello, y otro de sorpresa cuando con una mano le desabrochó el sujetador—. Buena jugada —logró articular—. Deberíamos ir dentro.
—No —protestó él besándola y tumbándola en la hierba sin dejar de acariciarla—. Quedémonos aquí.
—Pero…
—No creo que esta noche vayan a espiarnos cuatro chiquillas, y te deseo. Quiero tenerte aquí mismo, junto al agua, bajo las estrellas, en la hierba, al aire libre.
Lamió la piel oculta bajo la copa del sujetador y alcanzó el pezón, haciéndole temblar de deseo.
Ese hombre podía con ella, y le gustaba la sensación.
Quería entregarse a él, abandonarse al sentimiento que le inspiraba. La calidez de la hierba y del aire y el jugueteo de sus manos y de sus labios reclamaban su presencia en ese momento y en ese lugar. Paula se confió a él, y las estrellas parecieron cobrar vida en el cielo reflejadas en sus encandilados ojos.
El aroma de esa mujer, seductor como una noche de verano, lo cautivaba. Su sabor, irresistible, lo excitaba. Pedro se entretuvo acariciándola, jugando con ella y complaciéndola mientras la noche cerrada los envolvía en su manto. Las dos notas del canto de un búho se destacaron entre los zumbidos de la noche estival.
La luz de la luna danzaba en la superficie del estanque, y bailó también sobre su cuerpo mientras él la desvestía.
Paula se incorporó para desabrocharle la camisa, pero él se lo impidió.
—Todavía no. —Paula notó su mirada hambrienta devorándole la piel, y se estremeció—. Estás preciosa. Preciosa.
Pedro se consumía de deseo, anhelaba tocarla, saborearla en ese preciso instante. Lo quería todo de esa mujer. Y lo tomó, dejó que la lujuria se apoderara de ambos, y los gritos y los gemidos de ella acrecentaron su deseo. Paula le clavó las uñas mientras su cuerpo se colmaba, pero él siguió demorándose.
Una explosión de estrellas la cegó, y el impacto de tantas sensaciones hizo que perdiera el aliento. Yacer en el prado indefensa, desnuda y enloquecida mientras él hacía lo que se le antojaba tenía un regusto prohibido, maravilloso. La camisa de él le rozó el pecho, y Paula volvió a gemir.
Necesitaba notar el contacto de su piel, y saber que él estaba vestido y ella expuesta acrecentó su deseo hasta convertirlo en una delirante angustia. Y la angustia llegó a su clímax.
—Ahora. Penétrame. ¡Pedro!
Le tiró de la camisa y del cinturón hasta que entre ambos lograron quitarle la ropa.
Paula rodó, se puso a horcajadas encima de él y lo tomó.
El placer la inundó y espoleó. Echó hacia atrás la cabeza y se dejó invadir por la sensación. Pedro la tomó por los senos, le acarició el cuerpo y la asió de las manos.
La tempestad arreció, salvaje, y los dos se dejaron arrastrar por ella.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Espectaculares los 5 caps. Me encanta la relación que tienen.
ResponderEliminar