lunes, 6 de marzo de 2017

CAPITULO 55 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula, en la habitación de arriba, se obligó a levantarse de la cama para no seguir acostada compadeciéndose de sí misma. Pero en lugar de eso, se abrazó a una almohada y
se quedó mirando el techo.


Sus amigas habían corrido las cortinas de los ventanales para que el dormitorio quedara a oscuras y en silencio. La habían arropado en la cama como si fuera una inválida, le habían puesto almohadones y habían dejado un jarrón de fresias en la mesilla de noche. Luego le hicieron compañía hasta que se quedó dormida.


Tendría que avergonzarse, se dijo.


Tendría que estar avergonzada de mostrarse tan desvalida, de ser tan débil. Aunque en realidad estaba muy agradecida de que sus amigas la hubieran apoyado y supieran lo que
necesitaba.


Sin embargo, había llegado un nuevo día.


Era preciso seguir adelante, enfrentarse a la realidad. Los corazones rotos sanaban. Quizá las fisuras permanecían siempre, como finas cicatrices, pero se curaban. La gente vivía y trabajaba, reía y comía, caminaba y hablaba sin hacer caso de esas fisuras.


Para muchos incluso, las cicatrices llegaban a desaparecer y podían volver a amar.


Ahora bien, ¿para cuántos de ellos la persona que les había roto el corazón estaba tan imbuida en su vida que se veían obligados a verla una y otra vez? ¿Para cuántos esa persona era como un hilo tan entretejido en el tapiz de su vida cotidiana que arrancarlo significaba deshacer la pieza entera?


Paula no tenía la opción de eliminar a Pedro de su vida tal como la tenía montada, de no volver a verlo, o de verlo tan solo en determinadas ocasiones.


Esa era la razón de que las aventuras sentimentales en el trabajo estuvieran tan plagadas de riesgos, pensó. Si salían mal, cada día te veías obligada a enfrentarte a tu dolor.


De nueve a cinco, cinco días a la semana.


Claro que también podías dimitir, cambiar de puesto de trabajo o mudarte a otra ciudad.


Escapabas para poder curarte y seguir adelante.


Esa alternativa no era válida para ella porque...


Jamaica. La oferta de Adele.


No se trataría solo de tener otro despacho, de vivir en otra ciudad, sino de cambiar de país, de empezar de cero. Podría seguir trabajando en lo que más le gustaba, pero con una nueva identidad. Sin relaciones complicadas, sin lazos que la ataran. Sin tener que enfrentarse a Pedro cada vez que él apareciera por la mansión o coincidiera con ella en el súper, cada vez que los invitaran a una fiesta.


No se apiadarían de ella la veintena de personas que sabían que tenía esas fisuras en el corazón.


Podría hacer un buen trabajo con todas esas flores tropicales. Vivir una primavera y un verano perpetuos, quizá en una casa en la playa, donde pudiera escuchar el rumor de las olas por las noches.


Sola.


Cambió de postura cuando oyó que la puerta se abría.


—Estoy despierta.


—Café. —Carla se acercó a la cama y le ofreció una taza—. Lo he traído por si acaso.


— Gracias. Gracias, Carla.


—¿Te apetece desayunar? —Carla se deslizó hacia los cortinajes y los abrió para dejar entrar la luz.


—No tengo hambre.


—Muy bien. —Carla se sentó en la cama y le apartó el pelo de la mejilla—. ¿Has dormido?


—Sí, en realidad, sí. Supongo que como vía de escape, me ha ido muy bien. Ahora me siento un poco espesa y apagada. Y como una imbécil. No tengo ninguna enfermedad mortal. No me he fracturado los huesos ni tengo una hemorragia interna. No ha muerto nadie, por el amor de Dios. Y ni siquiera tengo fuerzas para salir de la cama.


—No ha pasado ni un día.


—Ahora vas a decirme que me lo tome con calma, que las cosas se arreglarán.


—Es cierto. Hay quien dice que el divorcio es como una muerte. Me parece acertado. Y creo que sucede algo parecido cuando el amor es muy grande y profundo. — Los cálidos y azules ojos de Carla irradiaban compasión—. Has de pasar el duelo.


—¿Por qué no puedo tener un ataque de rabia? ¿Por qué no me cabreo y ya está? Le llamo hijo de puta, cabronazo... lo que sea. ¿No puedo evitarme el sufrimiento y pasar
directamente a odiarlo? Podemos salir juntas, emborracharnos y mandarlo a la mierda.


—No es tu estilo, Paula. Si pensara que eso te iría bien, si pensara que eso sería útil para ti, la liaríamos, nos emborracharíamos y lo mandaríamos a la mierda ahora mismo.


—Sí que lo harías. —Paula, recuperando al fin la sonrisa, se recostó en las almohadas y escrutó el rostro de su amiga—.
¿Sabes en qué estaba pensando mientras estaba aquí echada, entregada a la autocompasión, antes de que tú entraras?


—¿En qué?


—En aceptar la oferta de Adele. Podría ir a Jamaica, instalarme allí y ayudarle a montar su negocio. Lo haría bien. Sé cómo montarlo, sé llevar las riendas. O al menos sabría
encontrar a las personas adecuadas para que se encargaran de todo. Para mí sería como empezar de cero, y conseguiría levantar eso. Podría hacer que el negocio despegara.


—Podrías, es cierto. —Carla se levantó y fue hacia la ventana para retocar las cortinas —. Es una decisión importante para tomarla en unos momentos en que emocionalmente estás inestable.


—He estado planteándome cómo voy a soportar seguir viendo a Pedro. Aquí, en la ciudad, en las celebraciones... Cada mes, más o menos, asiste como invitado a alguna de
nuestras bodas. Tenemos muchos conocidos en común y nuestras vidas están muy vinculadas entre sí. Aun cuando llegue el momento en que pueda pensar en él, en nosotros, sin... —tuvo que interrumpirse y reunir fuerzas de flaqueza para controlarse —... sin que me entren ganas de llorar, ¿cómo voy a manejar todo eso? Sabía que esto podía pasar, que podía suceder, pero...


—Pero —repitió Carla asintiendo y volviéndose hacia ella.


—Por eso seguía echada, imaginando que aceptaba la oferta, que empezaba de nuevo, construyendo algo nuevo. La playa, el buen tiempo y un nuevo reto al que enfrentarme. Lo he estado valorando durante cinco minutos. No, seguramente solo han sido tres. Este es mi hogar y esta, mi familia: se trata de ti, de nosotras... de mí. Por eso tendré que buscar la manera de solucionarlo.


—Le recriminaré que hayas llegado al extremo de considerar esta otra opción, aunque sea durante tres minutos.


—Si hubiese decidido que eso era lo mejor para mí, sé que me habrías dejado marchar.


—Habría intentado convencerte con palabras. Habría llenado un montón de papeles, destacado puntos a tratar, dibujado
gráficos, tablas, y redactado muchas, muchísimas listas. Y además habría añadido un DVD.


Paula derramó unas lágrimas.


—Te quiero mucho, Carla.


Carla volvió a sentarse y le dio un fuerte abrazo.


—Voy a levantarme, a darme una ducha y a vestirme. Empezaré a pensar cómo puedo enfrentarme a todo esto.


—Vale.



CAPITULO 54 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro empezó a arrastrarse por la mañana.


Tenía en la cabeza el discurso que había elaborado, revisado y ampliado durante la noche. El truco, en lo que se le alcanzaba, radicaría en conseguir hacerse escuchar por
Paula.


Y ella lo escucharía, se dijo a sí mismo cuando enfilaba hacia la finca de los Brown.


Se trataba de Paula. No existía nadie más benévolo ni generoso de corazón que Paula.


¿Acaso no era esa una de las numerosas razones por las cuales la amaba?


Había actuado como un imbécil, pero ella lo perdonaría. 


Tenía que perdonarlo porque...


Paula era así.


De todos modos, se le hizo un nudo en el estómago cuando vio su coche aparcado en la mansión. No había regresado a su casa.


No se enfrentaría solo a ella, pensó aterrorizado, sintiendo esa clase de terror que empapa la espalda de un sudor frío, sino a las cuatro, y además el Cuarteto contaba con la señora Grady de refuerzo.


Entre todas lo colgarían por las pelotas.


Se lo merecía, sin duda. Ahora bien, ¿por qué tenía que lidiar con las cuatro? Menuda mierda.


— Acéptalo, Alfonso—musitó saliendo de la camioneta.


Mientras se dirigía a la puerta, se preguntó si los condenados experimentaban esa misma sensación de fatalidad y terror en estado puro cuando atravesaban el corredor de la muerte.


—Reponte y vuelve al ruedo. No son capaces de asesinarte.


Quizá lo descuartizarían, y seguro que sería el blanco de sus ataques verbales, pero no podían asesinarlo.


Pedro iba a abrir la puerta impelido por la fuerza de la costumbre, pero se dio cuenta de que, como persona non grata que era, había perdido ese derecho, y decidió que sería mejor llamar al timbre.


Pensó que podría convencer a la señora Grady. No solo le caía bien, sino que sentía predilección por él. Podría implorarle piedad y entonces...


De repente, la puerta se abrió y ante él apareció Carla. Nadie, pensó Pedro, era capaz de convencer a Carla Brown.


—Eh...


—Hola, Pedro.


—Quiero... necesito ver a Paula. Quiero disculparme... por todo. Si pudiera hablar con ella unos minutos y...


—No.


Una sola palabra, pensó él, pronunciada con frialdad.


—Carla, solo quiero...


—No, Pedro. Está durmiendo.


—Puedo volver más tarde, esperar o...


—No.


—¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿Únicamente no?


—No —repitió ella sin trazas de ironía o de humor—. No es eso todo lo que vamos a decirte.


Maca y Laura aparecieron detrás de ella.


Tal como se presentaba la batalla, tenía que admitir que el enemigo era superior. No le quedaba más alternativa que rendirse.


—Sea lo que sea lo que vayáis a decirme, lo merezco. Si queréis que os diga que estaba equivocado, lo estaba. Y mucho. Si preferís que os diga que he sido un imbécil, os lo digo. Si...


—Yo me decanto más por el tópico de llamarte cerdo egoísta —comentó Laura.


—Eso también. Sé que aunque hubiera motivos, aunque contara con atenuantes, os daría igual. Eso, seguro.


—Nos daría igual, sí —terció Maca adelantándose—. Sobre todo porque le has hecho daño a una de las mejores personas que conozco.


—No podré rectificar, no podré arreglar eso si no me dejáis hablar con ella.


—Es ella quien no quiere hablar contigo. No quiere verte —apostilló Carla—. Por ahora no. Te aseguro que me he dado cuenta de que tú también estás dolido, pero no puedo decirte que lo sienta. De momento, no. Ahora lo que importa es Paula, y no tú. Necesita tiempo, y que la dejes sola. Y eso es lo que vas a hacer.


—¿De cuánto tiempo estamos hablando?


—Del que sea necesario.


—Carla, si pudieras escuchar lo que...


—No.


Pedro se quedó de piedra. En ese momento Sebastian salió de la cocina en dirección al vestíbulo. Le dirigió una mirada
compasiva y breve, se volvió de espaldas y regresó por donde había venido.


Hasta ahí llegaba la solidaridad masculina.


—No puedes cerrarme la puerta.


—Puedo y voy a hacerlo. Pero antes te concederé una cosa porque te quiero, Pedro.


—Oh, por favor, Carla... —¿Por qué no lo colgaban por las pelotas?, pensó PedroSeguro que eso no le dolería tanto.


—Te quiero. No es que seas como un hermano para mí, es que lo eres. Para todas nosotras. Por eso haré una excepción y terminaré por perdonarte.


—Yo no me apunto a eso —intervino Laura—. Tengo mis reservas.


—Te perdonaré —siguió diciendo Carla —, y volveremos a ser amigos. Pero lo importante es que Paula también te perdonará. Encontrará la manera. Sin embargo, hasta que eso no suceda, hasta que no esté lista, la dejarás en paz. No la llamarás, no te pondrás en contacto con ella y no intentarás verla. A menos que lo pregunte, no le comentaremos que esta mañana has estado aquí. Por otro lado, tampoco vamos a mentirle.


—No puedes volver a esta casa, Pedro. — El tono de voz de Maca dejó entrever un deje de compasión—. Si tenemos algún problema o alguna pregunta que hacerte relacionados con el estudio, hablaremos por teléfono. No puedes volver hasta que a Paula no le parezca bien.


—¿Cómo sabréis cuándo será el momento? —preguntó Pedro—. ¿Ella os dirá: «Oíd, me parece bien que Pedro venga por aquí»?


—Lo sabremos —se limitó a decir Laura.


—Si te importa algo esta mujer, le concederás todo el tiempo que necesite. Tienes que darme tu palabra.


Pedro se pasó la mano por el pelo mientras Carla aguardaba.


—Muy bien. Tú y todas vosotras la conocéis mejor que nadie. Si decís que eso es lo que le conviene, de acuerdo, seguro que acertáis. Te doy mi palabra. La dejaré en paz
hasta que... hasta entonces.


—Una cosa más, Pedro —añadió Carla —. Aprovecha tú también este tiempo y piensa en lo que quieres realmente, en lo que necesitas. Y quiero que me des tu palabra respecto a otra cosa.


—¿Quieres que te lo firme con sangre?


—Con una promesa bastará. Cuando ella esté preparada, te llamaré. Haré eso por ti y por ella, por los dos, pero solo si prometes venir a hablar conmigo antes de hacerlo con ella.


—De acuerdo. Te lo prometo. ¿Puedes ponerte en contacto conmigo de vez en cuando para decirme cómo está, lo que ella...?


—No. Adiós, Pedro. —Carla cerró la puerta sigilosamente ante sus propias narices.


En el interior de la mansión Maca dejó escapar un suspiro.


—No creo que esté siendo desleal si digo que me da un poco de pena. Sé lo que se siente cuando uno se comporta como un auténtico patán en esta clase de asuntos, cuando tienes a alguien que te quiere y te comportas como una mema.


Laura asintió.


—Sí lo sabes. Concédete un minuto si necesitas compadecerte de él. —Aguardó un rato y luego consultó su reloj—. ¿Ya está?


—Sí, más o menos.


—Creo que yo también le dedicaré un minuto, porque el tío parece estar pasándolo mal. —Laura miró hacia la escalera—. De todos modos, ella está peor. Tendríamos que ir a ver cómo se encuentra.


—Ya voy yo. Creo que deberíamos ceñirnos a la rutina —intervino Carla—. Paula se sentirá peor si vamos retrasadas, si eso afecta al negocio. Por lo tanto, y de momento, seguiremos trabajando... y si acumulamos retrasos o encontramos algún escollo por el camino, la mantendremos al margen hasta que esté más restablecida.


—Si cualquiera de nosotras necesita ayuda, puede pedírselo a Sebastian. Mi chico es el mejor.


—¿No te cansas nunca de presumir de eso? —le preguntó Laura a Maca.


Maca consideró la respuesta.


—En realidad, no. —Y pasó el brazo por los hombros de Laura—. Supongo que por eso me sabe un poco mal por Pedro, y mucho más por Paula. El amor puede joderte bastante antes de que entiendas cómo has de convivir con él. Y cuando lo consigues, te maravilla pensar cómo demonios podías haber vivido sin él. Creo que tengo que ir a darle un besazo a Sebastian. Volveré esta tarde para ver cómo se encuentra —añadió Maca dirigiéndose a la cocina—. Llamadme si Paula me necesita antes.


—«El amor puede joderte bastante antes de que entiendas cómo has de convivir con él.» —Laura hizo un mohín—. Mira,podríamos escribir eso en la página web.


—Suena bien.


—Maca tiene razón en lo de Sebastian. Es el mejor. Pero ese hombre no entrará en mi cocina cuando yo esté trabajando. No quiero tener que hacerle daño, Carla. Hazme saber si Pau necesita otro hombro al que arrimarse o si tú necesitas a este soldado en el frente luchando en la guerra de las novias.


Carla asintió y subió la escalera.