lunes, 6 de marzo de 2017

CAPITULO 53 (SEGUNDA HISTORIA)




Mientras Paula lloraba, Pedro llamó a la puerta de Daniel. Tenía que hacer algo si quería evitar que el coche lo llevara hasta la casa de ella. Le había dejado muy claro que no sería bienvenido, y por si fuera poco, Maca se lo había confirmado.


Daniel abrió la puerta.


—¿Qué pasa? Joder, Pedro, estás hecho una mierda.


—Porque así es como me siento.


Dani frunció el ceño.


—Oye, tío, si vienes a tomar una cerveza y a llorar porque te has peleado con Paula...


—No ha sido una pelea. No ha sido... solo una pelea.


Daniel escrutó su rostro y se apartó de la puerta.


—Tomemos una cerveza.


Pedro cerró la puerta tras de sí y entonces se dio cuenta de que Daniel vestía traje y corbata.


—¿Ibas a salir?


—Iba hacia allí precisamente. Toma una cerveza. Voy a hacer una llamada.


—Ahora tendría que decir que vengo por una tontería y que puedo esperar, pero no voy a hacerlo.


—Coge una cerveza. Salgo dentro de un minuto.


Pedro fue a buscar un par de cervezas y salió al porche trasero. Sin embargo, en lugar de sentarse, se quedó junto a la barandilla, contemplando la oscuridad. Intentó recordar si
alguna vez se había sentido tan mal como entonces. Y decidió que, aparte del día en que se despertó en un hospital con una conmoción, un brazo fracturado y un par de costillas rotas como resultado de un accidente de coche, la respuesta era que no.


Ni siquiera entonces se había sentido tan mal, porque la intensidad del dolor había sido solo física.


De todos modos, eso tampoco era cierto del todo, pensó. Recordaba haberse sentido casi exactamente de esa manera: mareado, aturdido y desorientado. Fue el día en que sus padres le dijeron que se sentara, tan civilizados ellos, para comunicarle que iban a divorciarse.


No es culpa tuya, le dijeron. Seguimos queriéndote y siempre te querremos, pero...


En ese momento su mundo se había vuelto del revés, pero ¿por qué ahora le parecía peor? ¿Por qué le dolía más aceptar que Paula podía abandonarlo, que, de hecho, iba a abandonarlo? Podía hacerlo y lo haría, pensó, porque la había menoscabado cuando lo que habría tenido que hacer era todo lo que estuviera en su mano para lograr que se sintiera valorada.


En ese momento oyó que la puerta se abría.


—Gracias —dijo Pedro cuando Daniel salió al porche—. En serio.


—Tendría que decir que no importa, pero no voy a hacerlo.


Pedro hizo un amago de carcajada.


—Joder, Daniel, la he fastidiado. Con todo el equipo, y ni siquiera estoy seguro de cómo lo he hecho. Lo que sí sé es que le he hecho daño a Paula. Le hecho mucho daño, o sea
que, como te prometí, acepto que me des una patada en el culo. Ahora bien, tendrás que esperar turno, porque primero voy yo.


—Eso no me importa.


—Ha dicho que está enamorada de mí.


Daniel tomó un sorbo de cerveza.


—Nunca te he tenido por un idiota, Pedro¿Vas a quedarte aquí plantado ahora diciéndome que no lo sabías?


—No del todo; no estaba seguro. Las cosas han salido así y... no, no soy idiota y sé que lo nuestro era importante. Tenía un significado. Pero, de repente, hay como un salto y yo doy un traspiés. No estoy a la altura, no consigo manejar eso, no sé qué decir, y ella se siente tan herida... tan herida y
cabreada que no me da ninguna oportunidad. Le cuesta mucho perder los estribos. Ya sabes cómo es Paula. Nunca explota, pero cuando lo hace, no te queda ni la más remota
posibilidad de defenderte.


—¿Por qué ha explotado?


Pedro fue a coger su cerveza, pero siguió de pie.


He tenido un día espantoso, Daniel. Uno de esos días en que el infierno parece Disney World en comparación. Me sentía sucio, cabreado... y tenía un jodido dolor de cabeza
por culpa de la tensión. Llego a casa y me la encuentro allí. Dentro.


—No sabía que le habías dado una llave. Un gran paso para ti, Alfonso.


—No lo hice. No le di ninguna llave. Se la dio Michelle.


—Ay, ay... O sea, que se infiltró entre las líneas enemigas, ¿no?


Pedro se interrumpió y se lo quedó mirando fijamente.


—¿Esa es la imagen que tienes de mí? Venga, dímelo.


—Esa es la imagen de cómo eres exactamente con las mujeres.


—¿Y eso me convierte en un monstruo, en un psicópata?


Daniel se apoyó en la barandilla del porche.


—No, quizá seas un poco fóbico, pero sigue hablando.


—Bien, me siento sucio y eso me pone de mal humor. Ella está en casa. Me ha comprado unos maceteros para el porche. ¿De qué te ríes?


—Solo te imaginaba descolocado y agobiado.


—Claro, ¿cómo iba a estar? Me la encuentro cocinando, y luego veo flores, la música suena a toda pastilla y mi cabeza se rebela. Te aseguro que si pudiera retroceder, lo haría. En serio. Nunca le haría daño a Paula.


Ya lo sé.


—Se siente herida y ofendida porque... me he comportado como un gilipollas. Eso está claro, pero en lugar de pelearnos o de gritarnos para desahogarnos, la situación da un giro inesperado. —El dolor de cabeza hizo amago de volver a aparecer y Pedro se llevó la botella fría a la sien—. Da un giro inesperado y se va al traste. Entonces empieza a decir que no confío en ella y que no es bien recibida en mi casa. Dice que no va a tolerar eso, que está enamorada de mí y quiere...


—¿Qué es lo que quiere?


—¿Qué crees tú? Matrimonio, niños, el paquete completo. Intento estar a la altura, procuro mantener la cabeza en su sitio para que no me estalle y pueda pensar, pero ella no me da la oportunidad. No me deja opinar sobre lo que acaba de decirme. Ha terminado conmigo, se acabó lo nuestro. Le he roto el corazón. Ella se ha echado a llorar, y sigue llorando todavía.


El rostro de Paula se le apareció en un fogonazo y sintió una punzada de arrepentimiento.


—Solo quería que se sentara, que esperase unos instantes... hasta que yo pudiera recuperar el aliento, hasta que acertase a pensar en algo. No ha querido. Me ha dicho que me apartara de su camino. Habría preferido que me pegara un tiro a que me mirase como lo ha hecho cuando me ha dicho que me apartara.


—¿Eso es todo? —preguntó Daniel al cabo de unos segundos.


—¿No te parece suficiente?


—Una vez te lo pregunté y no me respondiste. Ahora volveré a preguntártelo. Y esta vez tienes que decir sí o no. ¿Estás
enamorado de ella?


—Vale. —Pedro tomó un largo trago de cerveza—. Sí. Supongo que me han tenido que dar un buen golpe para sacarme eso del buche, pero sí. Estoy enamorado de ella,
aunque...


—¿Quieres arreglar las cosas?


—Acabo de decirte que estoy enamorado de ella. ¿Cómo no voy a querer arreglar las cosas?


— ¿Quieres saber lo que puedes hacer?


—Serás cabrón, Daniel... —Pedro volvió a beber—. Sí, ya que eres tan listo, dímelo. ¿Cómo lo arreglo?


—Arrástrate.


Pedro suspiró hondo.


—De eso, me veo capaz.




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