sábado, 25 de febrero de 2017

CAPITULO 26 (SEGUNDA HISTORIA)




Cuando entró en la casa principal, percibió el rico y exquisito aroma de la cena y la risa franca y picarona de la señora Grady.


La combinación espoleó su buen humor. Oyó que Pedro estaba exponiendo lo que parecía ser la coletilla final de alguna anécdota laboral.


—Y entonces, cuando capta la idea, dice: «Ah, ya. ¿Y no puedes cambiar de sitio la puerta?».


—No puedo creerlo.


—¿Me cree capaz de decirle una mentira?


—Muy capaz, y además de disfrutar mientras la cuentas. ¿Vas a cambiar la puerta de sitio?


—Vaya si lo haré, y eso le costará el doble de lo que le cuesta el armario del que se ha enamorado, pero el cliente manda.


Pedro dio un sorbo a su cerveza y desvió la mirada al ver que Paula entraba en la cocina.— ¿Cómo ha ido?


—Muy fluido, ha sido divertido. Siempre es buena señal antes de una ceremonia. Vamos a confiar en la suerte y en el parte meteorológico, que dice que la lluvia prevista para mañana será de noche. Han decidido prescindir de las carpas. Por lo tanto, habrá que cruzar los dedos.


Como si estuviera en su propia casa, Paula tomó una copa para servirse un poco de vino.


—Están ensayando la cena, pero creo que nosotras salimos ganando —comentó olfateando el ambiente—. Huele de maravilla, señora Grady.


—La mesa está puesta —dijo la señora Grady mientras servía una ensalada en un cuenco—. Cenaréis en el comedor, como la gente civilizada.


—Carla y Maca vienen ahora. A Laura, no la he visto.


—Está haciendo pruebas en su cocina, pero ella ya sabe a qué hora sirvo la cena.


—Le daré un toque.


—Muy bien. Pedro, colabora ya que vienes de gorra, y lleva la ensalada a la mesa.


—A sus órdenes, señora. Hola, Sebastian.


—Hola, Pedro. Las chicas vienen ahora mismo, señora Grady.


La mujer le lanzó una mirada dura a Sebastian.— ¿Has enseñado algo de provecho hoy?


—Eso me gustaría creer.


—¿Te has lavado las manos?


—Sí, señora.


—Entonces lleva ese vino a la mesa y ve a sentarte. Prohibido picotear hasta que todos estéis sentados.


Sirvió la cena familiar en el gran comedor de techos altos y generosos ventanales.


Siguiendo las normas de la señora Grady, apagaron los móviles y Carla dejó su BlackBerry en la cocina.


—Ha venido a vernos la tía de la novia que se casa el domingo —empezó a contar Carla—. Ha traído su propio baldaquino, el chuppah. Lo terminó ayer por la noche. Es una obra de arte. Lo he dejado arriba. Paula, échale un vistazo por si crees que tienes que cambiar alguno de los arreglos. Sebastian, tú le das clases al hijo mayor de la cuñada de la tía:David Cohen.


—¿David? Es un chico brillante que ejerce su creatividad rebelándose en clase. La semana pasada me entregó un trabajo sobre De ratones y hombres en formato de cómic
transgresor.


—¿Le salió bien? —le preguntó Maca.


—No estoy seguro de lo que le habría parecido a Steinbeck, pero le puse un sobresaliente.


—Es un libro tan triste... ¿Por qué hemos de leer libros tristes en la escuela? —preguntó Paula.


— Ahora estamos leyendo La princesa prometida, de William Goldman, en mi clase de primero.


—¿Por qué no tuve profesores como tú? Me gustan los libros alegres, y los finales felices. Mírate a ti mismo, con tu propia Buttercup para ti sólito.


Maca puso los ojos en blanco.


—Sí, esa soy yo. Soy la auténtica princesa Buttercup de La princesa prometida. Aunque lo que tiene un delicioso regusto a cuento de hadas es la ceremonia de mañana. Con todos esos farolillos, esas velas y flores blancas...


—Tink se ha quejado de ceguera temporal, con tanto blanco, pero las flores son preciosas. Un par de horas más y habremos terminado esta misma noche. El hecho de atarlas a mano con alambre ha representado un auténtico esfuerzo para nosotras. Fijaos... —Paula levantó la mano para mostrar los pinchazos y los arañazos que se había hecho
—. Au.


—Nunca habría dicho que ser florista era una profesión de riesgo. —Pedro le cogió la mano y la examinó—. Son tus heridas de guerra —añadió besándole los nudillos.


Hubo unos instantes de silencio, seguidos de varias miradas interrogativas.


—Basta —ordenó Pedro medio en broma.


—Qué esperabas... —Laura, sin dejar de mirarlos, pinchó la ensalada con el tenedor—. Intentamos acostumbrarnos. Creo que deberías morrearla aquí mismo, para que la imagen nos ayude a situarnos.


—¡Esperad, esperad! —exclamó Maca con un aspaviento—. Dejad que vaya a buscar la cámara.


—Pásame la lasaña —terció Pedro.


Recostándose en el respaldo de su silla, Carla tomó un sorbo de vino.


—A juzgar por las apariencias, estos dos se están marcando una broma a nuestra costa. Fingen que están liados para reírse luego a nuestras espaldas, cuando hayamos picado.


—Oh, qué lista eres... —murmuró Maca.


—Lo soy —afirmó Carla—. Lo digo en serio, ninguno de los dos es tímido precisamente. Y mucho menos para darse un
piquito delante de unas amigas —aclaró encogiéndose de hombros y esbozando un amago de sonrisa—. Por eso me inclino a pensar que nos están gastando una broma.


—Dale un beso a la niña —ordenó la señora Grady—, o esta panda no te dejará en paz.


—Ni te dará lasaña —decidió Laura—. ¡Que se besen, que se besen! —exclamó dando palmadas—. ¡Que se besen!


Maca se unió al coro y le dio un codazo a Sebastian, pero este se limitó a reír sacudiendo la cabeza.


Rindiéndose, Pedro se volvió hacia Paula, que no paraba de reírse, la atrajo hacia sí y le dio un beso que arrancó vítores y aplausos en la mesa.


—Parece que hay una fiesta y os habéis olvidado de invitarme.


El ruido se extinguió cuando todos se volvieron hacia la puerta y vieron a Daniel en el umbral, con la vista clavada en Pedro y una mano levantada para impedir que Carla se
pusiese en pie.


—¿Qué demonios está pasando aquí?


—Estamos cenando —dijo Laura con frialdad—. Si te apetece, ve a buscarte un plato.


—No, gracias —respondió Daniel en el mismo tono—. Carla, tengo que despachar contigo unos papeles, pero ya nos ocuparemos de eso en otro momento, visto que estás celebrando algo de lo que es obvio que yo no formo parte.


—Dani...


—En cuanto a ti —retomó la palabra Daniel interrumpiendo a su hermana y mirando fijamente a Pedro—, ya hablaremos de esto luego.


Daniel salió dando zancadas y Carla dejó escapar un suspiro.


—No se lo has dicho.


—Estaba planteándome cómo decirle que... No —confesó Pedro—. No se lo conté. Voy a tener que solucionar esto —le dijo entonces a Paula.


—Iré contigo. Puedo...


—No, será mejor que no vengas. Puede que tarde un poco, o sea que... te llamaré mañana. —Pedro se levantó de la mesa—. Lo siento.


Paula tardó apenas diez segundos en reaccionar.


—Al menos tengo que intentarlo —dijo levantándose de golpe y yendo tras Pedro.


—Se ha puesto hecho una furia — comentó Maca.


—Y con razón. Le han destrozado su equilibrio perfecto. —Laura se encogió de hombros cuando Carla la miró con severidad —. En parte, es por eso. Y lo peor es que Pedro no se lo había contado. Tiene derecho a ponerse como una furia.


—Iré a buscarlos. A ver si puedo intermediar —propuso Sebastian.


—Los mediadores suelen acabar con un puñetazo en la cara, que reciben de ambas partes.


Sebastian le sonrió a Maca sin demasiado entusiasmo.


—No sería la primera vez.


—No, dejemos que lo discutan entre ellos —intervino Carla con un suspiro—. Eso es lo que hacen los amigos.



CAPITULO 25 (SEGUNDA HISTORIA)





Mientras Tiffany clasificaba otra entrega, Paula completaba el tercer ramo de mano. Le encantaba combinar unos recargados tulipanes con ranúnculos y hortensias. Y aunque liar con alambre unos diminutos cristales entre las flores le destrozaba los dedos, sabía que su propuesta había dado en el clavo. Como también había sido acertada la idea de sujetar los tallos con cintas de encaje y agujas perladas.


Entre los diversos pasos, la atención por el detalle y la precisión requerida, y aun contando con la experiencia a su favor, cada ramo le llevaba casi una hora de preparación.


¿De qué se quejaba, pensó, si disfrutaba de cada minuto?


En lo que a ella respectaba, no existía un trabajo mejor en el mundo. Y en ese preciso instante, cuando empezaba el doloroso ensamblaje del siguiente ramo, mientras Tiffany trabajaba en silencio al otro lado de la mesa y la música y el perfume impregnaban el ambiente, se consideró la mujer más afortunada del planeta.


Manipulaba las flores, colocaba tulipanes a distinta altura, ajustaba la composición intercalando ranúnculos para darle la forma deseada y añadía perlitas, satisfecha de la nota
brillante que aportaban. Mientras, el tiempo iba pasando.


—¿Quieres que empiece con los centros florales?


—¿Mmm? —Paula levantó la vista—. Oh, perdona. Tenía la cabeza en otra parte. ¿Qué me decías?


—Es precioso. Qué texturas... — Mientras admiraba la labor de Paula, Tiffany bebió un largo trago de agua—. Te falta otro. Si quieres, lo empiezo yo, aunque no soy tan buena como tú montando ramos de mano. Podría dedicarme a los centros. Tengo la lista y conozco el diseño.


—Adelante. —Paula ató los tallos con un alambre y recortó el sobrante con unas tenazas—. Tink ya tendría que haber
llegado... Bueno, va con retraso, ya debería estar aquí. —Dejó las tenazas y, con unas tijeras de podar, recortó los tallos—. Si tú te ocupas de los centros florales, le encargaré
que empiece con los arreglos de peana.


Paula envolvió los tallos con unas cintas de encaje, que luego sujetó con unas agujas de cabeza perlada. Tras meter el ramo en un jarrón provisional y guardarlo en la cámara
frigorífica, volvió a lavarse las manos, se las untó con antiséptico y se concentró en el último ramo que le quedaba.


Al cabo de un rato entró Tink paseándose y bebiendo a morro de un botellín de agua Mountain Dew. Paula se limitó a enarcar las cejas.


—Llegas tarde... bla, bla, bla —dijo Tink —. Me quedaré hasta la hora que quieras — añadió bostezando—. No me fui a la cama... a dormir, quiero decir, hasta pasadas las tres.
Este tío, Pablo, es de acero, en el buen sentido de la palabra. Y esta mañana... —Tink se interrumpió, sopló un mechón rosado que le caía sobre los ojos e inclinó la cabeza—. Por lo que veo, esta noche no he sido la única afortunada. Se trata de Pedro, ¿verdad? Fíjate, qué curioso: Pablo y Pedro. ¡Qué guay!


—Aparte de ser afortunada, también he terminado cuatro ramos de mano. Si quieres ganar pasta para seguir comprándote Mountain Dew, más vale que te pongas a trabajar.


—De acuerdo. ¿Es tan bueno como parece?


—¿Has oído que me quejara?


—¿Quién es Pedro? —quiso saber Tiffany.


—Sí, mujer. Pedro, el del culo perfecto y los ojos grisáceos. —Tink se acercó para lavarse las manos.


—¿Ese Pedro? —Tiffany, boquiabierta, se detuvo en seco con una hortensia en la mano —. Uau... ¿Y yo sin enterarme?


—Todavía no ha corrido la noticia, o sea, que estás a la última. ¿Vas a repetir? —le preguntó Tink a Paula.


—A trabajar —musitó Paula—. Aquí se viene a trabajar.


—Va a repetir —concluyó Tink—. Un ramo precioso. Los tulipanes parecen del planeta Zorth, pero son muy románticos. ¿Por dónde empiezo?


—Por los arreglos de peana que van en la terraza. Necesitarás...


—Hortensias, tulipanes y ranúnculos —la interrumpió Tink, que al ponerse a revolver entre flores y hojas, le recordó a Paula la razón por la que la contrataba.


A las cinco le dio permiso a Tiffany para que se fuera, dejó a Tink haciendo maravillas con las flores e hizo una pausa para descansar las manos y despejar la mente. Luego decidió encaminarse hacia el estudio de Maca.


En ese momento salía su amiga con la cámara colgada al hombro y una lata de Coca- Cola Light en la mano.


—Tenemos el ensayo a las cinco y media —le gritó Paula.


—A eso iba. —Maca se encaminó hacia ella.


—Puedes decirle a la novia que las flores de mañana son increíbles, si me está permitido decirlo. —Paula se detuvo al llegar frente a Maca y se desperezó—. Ha sido un día muy
largo, y el que se avecina, lo será más.


—He oído decir que la señora Grady está preparando una lasaña. Una montaña inmensa de lasaña. Sebastian y yo hemos planeado ir a ponernos las botas.


—Me apunto. De hecho, pensar en la lasaña me da fuerzas. Tink está terminando lo que le he encargado. Os echaré una mano a Carla y a ti con el ensayo, me daré un capricho y esta noche me pondré a trabajar un par de horas para recuperarlo.


—Buen plan.


Paula contempló su ropa de trabajo.


—¿Voy mal?


Maca la observó mientras daba un sorbo a su refresco.


—Pareces la típica mujer que ha terminado una larga jornada de trabajo. La novia estará encantada contigo.


—Supongo que sí. No quiero ponerme a limpiar, porque luego tendré que volver a cambiarme —comentó Paula cogiendo del brazo a Maca para dirigirse hacia la mansión—.
¿Sabes qué estaba pensando hoy? Pensaba que soy la mujer más afortunada del mundo.


—¿Tan bien ha estado Pedro?


Con una carcajada socarrona, Paula le dio un caderazo a Maca.


—Sí, pero me refería a otra cosa. Aunque estoy cansada y me duelen las manos... he pasado el día trabajando en lo que más me gusta. Esta tarde he recibido una llamada, cuando ya había enviado las flores para el acto que organizamos fuera, ¿sabes cuál quiero decir? La «baby shower». La clienta me ha telefoneado siguiendo un impulso y, farfullando, me ha dicho que al ver las flores ha querido felicitarme porque son fabulosas. ¿Quién puede recibir tantas satisfacciones como nosotras, Maca? —Paula suspiró y alzó la cara hacia el sol—. Nuestro trabajo nos da muchas alegrías.


—En general soy de la misma opinión que tú. Esto es lo que me gusta de ti, que sabes olvidar o ignorar a las novias monstruosas, las madres locas, los testigos borrachos y las damas de honor malvadas, y eres capaz de recordar solo lo bueno.


—Es que casi siempre predomina lo bueno.


Es cierto. Si no contamos la sesión de fotos de compromiso de hoy, que para mí ha sido una auténtica pesadilla. La feliz pareja se ha peleado a muerte antes de dejarse hacer la primera foto. Todavía me resuenan los oídos.


—Odio que pasen esas cosas.


—¿Crees que eres la única? Gritos, lágrimas, salidas despechadas, entradas agresivas, acusaciones, amenazas,
ultimátums... Y luego, más lágrimas todavía, disculpas, el maquillaje hecho una birria, los dos avergonzados, y yo, sin saber dónde meterme, pasando vergüenza ajena. Me han
jorobado el día de plano. Además, como ambos han terminado con los ojos hinchados y rojos, hemos tenido que cambiar el día de la sesión.


De todos modos, el dramatismo da un toque interesante a la jornada. Y luego también está eso. —Paula señaló a unos
novios que recorrían el caminito que conducía a la casa el día antes de su boda. Él la tomó en sus brazos y giraron.


—Mierda. Han llegado antes de lo previsto. Sigue caminando, sigue —musitó Maca mientras le pasaba la lata de refresco a Paula y sacaba la cámara de la bolsa de un
tirón.


—Están deseando que llegue el día — murmuró Paula—. Son felices.


—Y además, absolutamente encantadores —añadió Maca mientras activaba el zoom para tomar un par de instantáneas—. Hablando de encantos, mira quién acaba de aparcar.


—Oh... —Al reconocer el coche de PedroPaula se llevó las manos al pelo instintivamente.


—Te ha visto en peores condiciones.


—Qué amable. Los dos hemos tenido un día muy atareado y no esperaba que...


Advirtió que estaba guapísimo, con sus pantalones de algodón y su camisa de rayas recién planchada, lo que indicaba que se había reunido con clientes y había estado trabajando en el despacho en lugar de dedicarse a hacer
visitas de obra. El porte elegante, su bruñido pelo resplandeciendo al sol, la sonrisa rápida y matadora contribuían a... En fin, estaba para comérselo.


—Estos pantalones me hacen el culo gordo —le siseó a Maca—. Me da igual, porque son para trabajar, pero...


—No te hacen el culo gordo. Si fuera así te lo diría. ¿Sabes tu chándal rojo, el de la pernera cortada? Ese sí te hace el culo gordo.


—Recuérdame que lo queme. —Paula le pasó la lata de Coca-Cola a Maca y esbozó la mejor de sus sonrisas mientras Pedro se acercaba a ellas.


—Señoras...


—Señor... —respondió Maca—. Me voy a trabajar. Hasta luego. —Y se largó volando.


—Va a un ensayo —explicó Paula.


—¿Cuentan contigo?


—Iré a ayudarlas. ¿Has terminado por hoy?


—Sí. Tenía que ir a visitar a un cliente que no vive lejos de aquí y por eso... ¿Te interrumpo?


—No, no... —Ruborizada, Paula volvió a retocarse el pelo—. Estaba haciendo un descanso y había pensado en ir al ensayo por si necesitaban ayuda.


Pedro se metió las manos en los bolsillos.


—Parece que estemos haciendo una obra de teatro.


—¡Caray, sí! Es verdad. Basta. Ven. — Paula se puso de puntillas y lo besó con decisión—. Estoy contenta de que hayas venido. Llevo trabajando desde las ocho y quería tomarme un descanso. La señora Grady está preparando lasaña. ¿Te apuntas?


—Sí, claro.


—Entonces, ¿por qué no vas a dorarle la píldora, te tomas una cerveza y nos vemos allí cuando nosotras hayamos terminado?


—Eso haré. —Pedro la tomó por el mentón y se inclinó para besarla—. Tu olor recuerda a tu profesión. Es muy agradable. Te veo luego.


Al separarse, una sonrisa iluminó el rostro de Paula.