miércoles, 15 de febrero de 2017
CAPITULO 51 (PRIMERA HISTORIA)
No hubo ninguna juerga de borrachos ni se le brindó escapatoria alguna. Pau agradeció haber estado tan acertada al quedar con Pedro en casa de sus padres porque así podría conducir en soledad y disponer de tiempo para calmarse.
«Tirate a la piscina», se recordó. Era buena nadadora. En general. Siguió las indicaciones que Pedro le había dado, señalizadas con todo detalle, y llegó al hermoso y tranquilo vecindario.
Encontró exactamente lo que se esperaba: una casa genuina, estilo Nueva Inglaterra, típica de la clase media-alta; la nieve derritiéndose sobre el extenso césped; unos árboles crecidos, con carácter; los arbustos bien podados y las verjas inmaculadas.
Digno, pero sin ser estirado. Acomodado, pero no ostentoso.
¿Que diantre estaba haciendo allí?
Con el corazón en un puño, Pau aparcó a la izquierda del doble camino de entrada, tras el Volvo de Pedro. «Cuántos coches...>>, pensó. Le pareció terrible ver tantos coches aparcados junto a aquella recia casa de dos plantas con un porche bien cómodo para sentarse.
Balo la visera y se miró en el espejito por si tenía que retocarse el maquillaje- <<¿Y si hay alguien mirando? Le pareceré ridícula y cursi. Caray, Pau, sobreponte.>>
Salió del automóvil y cogió del asiento de atrás un cesto de de flores. había considerado ese simple gesto una media docena de veces. Regalar a la anfitriona las flores sobrantes de una boda, ¿era un detalle de mal gusto?
La votación se había inclinado a favor de que el detalle era dulce y considerado, pero...
Ya era demasiado tarde.
Pau subió los peldaños del porche deseando fugazmente haber comprobado su maquillaje y llamó a la puerta.
Tardó unos cuantos segundos (porque no estaba preparada), pero sintió un amago de alivio al ver el rostro familiar de Silvia.
-¡Hola! ¡Qué pasada, son preciosas! Mamá alucinará. Bienvenida al manicomio de los Alfonso. -Tiró de Pau para que entrara -. La Wii - aclaró Silvia gesticulando hacia el lugar de donde provenían los gritos-. ¿Conoces el juego? Se lo regalamos a papá por Navidad. Nico y Sam, que es mi cuñado, se enfrentan a los niños en un partido de béisbol. Espera, te aguanto esto mientras te quitas el abrigo. Casi todos están en el salón. ¡Oh, llevas los pendientes! ¿Verdad que son fabulosos? Dame el abrigo.
Silvia devolvió el cesto a Pau y se quedó con el abrigo. Pau, advirtiendo que todavía no había pronunciado ni una sola palabra, sonrió.
-Mamá se está agobiando con la cena. Está nerviosa. ¿Tú no? La primera vez que conocí a la familia de Nico yo estaba tan nerviosa que me escondí en el baño durante diez minutos. No se me ocurrió que Georgia, la madre de Nico, también estaría hecha un flan. Luego me contó que se había cambiado de vestido tres veces antes de que yo llegara. Eso me hizo sentir mejor. O sea, que mamá está nerviosa. Lo digo para que te tranquilices.
-Gracias. Me sirve.
Siguiendo a Silvia, Pau entrevió gente moviéndose en un espacio abierto y luminoso. Pedro estaba riendo con un hombre muy apuesto con el pelo blanco y la barba recortada.
De la cocina salía un aroma buenísimo a comida casera.
«Uno de esos momentos», acertó a pensar Pau. Un momento en familia. Nunca había vivido algo así, pero era capaz de reconocerlo cuando lo veía.
-Eh, hola a todos. Ha llegado Pau.
El movimiento se detuvo. Como una foto fija, pensó la joven, que acababa de convertirse en el centro de atención.
Pedro fue el primero en moverse. Se alejó del mármol donde estaba apoyado y fue a saludarla.
-Has venido. -Le dio un beso por encima de los fragantes lirios de agua y de las rosas Bianca. Como ella asía el cesto con ambas manos, Pedro le pasó un brazo por los hombros y se volvió-. Mamá, te presento a Paula.
La mujer que se le acercó desde los fogones tenía una expresión grave y unos ojos claros. Su sonrisa era educada, cálida, con un deje de reserva, según le pareció observar.
-Encantada de conocerte, finalmente.
-Gracias por haberme invitado, señora Alfonso -dijo Pau ofreciéndole el cesto- son unas flores de la celebración de hoy. Emma, ya conoce a Emma, es quien hace los arreglos. Hemos pensado que le gustarían.
-Son impresionantes -dijo Pamela inclinándose para olerlas-. Y deliciosas. Gracias. Silvia, ponlas en la mesita de centro, ¿quieres hacer el favor? Las disfrutaremos todos. ¿Te apetece una copa de vino?
-Me encantaría.
-Diana, sirve a Pau un poco de vino
-Es mi hermana Diana -dijo Pedro.
-Hola. ¿Cabernet o Pinot? Tomaremos pollo.
-Ah, Pinot, gracias.
-Mi padre, Mauricio Alfonso. Papá. ..
-Bienvenida. -El padre de Pedro estrechó con fuerza la mano de Pau-. Irlandesa, ¿verdad?
-Ah, una parte de mí lo es.
-Mi abuela tenía el pelo como tú. Luminoso como una puesta de sol. Así que eres fotógrafa.
-Sí. Gracias- dijo Pau cuando Diana le ofreció una copa de vino-. Mis socias y yo tenemos una empresa que organiza bodas y celebraciones. Bueno, eso ya lo sabe usted porque estamos preparando la boda de Silvia.
Mauricio esbozó una sonrisa burlona.
-Como padre de la novia, acabo de recibir las facturas.
-Oh, papá. ..
Mauricio guiñó un ojo a Pau mientras Silvia ponía cara de circunstancias.
-Enviamos una petaca con la última factura.
La carcajada que él soltó fue estentórea, franca.
-Me gusta tu chica, Pedro.
-A mí también.
Cuando se sentaron a cenar, Paula ya se había hecho una composición de lugar. Mauricio Alfonso era risueño, adoraba a los suyos y era adorado por su familia. A pesar de ser médico, era su esposa quien tomaba el pulso a los demás.
En su opinión, funcionaban como un equipo, un equipo que parecía sólido. Pero en las cuestiones de importancia, era Pamela quien dirigía la función.
Silvia era la pequeña, un torrente de energía y diversión, una mujer segura, afectuosa y enamorada. Su prometido se comportaba, y era tratado, como si fuera un hijo. Supuso que la adoración que sin duda él sentía por Silvia le había hecho ganar muchos puntos.
Diana, la mayor, era del tipo mujer mandona. La maternidad era su especialidad, y a los niños se les veía contentos, pero ella parecía algo insatisfecha. No era joven ni empezaba la vida como Silvia, pero tampoco se la veía complacida y cómoda como a su madre. Su marido era un hombre tranquilo que gastaba buen humor con los niños. Pau tuvo la sensación de que su temperamento calmado a menudo la desquiciaba.
Comprendió las relaciones que existían entre ellos, sus personalidades, la manera en que estas creaban y recreaban imágenes distintas. Aquella era la viva estampa de la tradición, la conversación de los domingos cenando en familia, fragmentos de sus vidas que se intercambiaban alrededor del puré de patatas.
Ella era el factor X. El elemento externo que, al menos por el
momento, distorsionaba la imagen.
-Durante los fines de semana debe de ser cuando tienes más trabajo -comento Pamela.
-Casi siempre. También hay muchas celebraciones entre semana, por la noche.
-Y entre semana también hay mucho trabajo -apuntó Pedro-. Pau lo planifica todo. No es solo ir por ahí con la cámara, sino lo que viene después. He visto un par de paquetes, que son los álbumes que hace Paula. Una obra de arte.
-Ahora todo es digital comento Diana- encogiéndose de hombros mientras pinchaba un trozo de pollo.
-básicamente. Aunque de vez en cuando todavía uso película. La cena esta buenísima, señora Alfonso. Le debe de gusta mucho cocinar.
-Me encanta elaborar y presentar una gran comida. Y llámame Pamela. Y también me gusta la idea de que cuatro mujeres, cuatro amigas, funden y lleven una empresa juntas. Gestionar tu propia empresa implica mucho aguante, mucha dedicación, por no hablar de la creatividad que hay que echarle
-Es un negocio tan alegre… intervino Silvia- Es como estar siempre de fiesta. Flores, vestidos preciosos, música, champán…
-Las bodas cada vez se complican mas. Tiempo, nervios y mucho gasto para un solo día. -Diana alzo un hombro torciendo el gesto- A la gente le preocupa mas sentar a los invitados o elegir el color de una cinta que lo que representa el matrimonio. Y los que se casan terminan tan cansados y estresados por estas cosas que el recuerdo de ese día acaba siendo confuso.
-Tu disfrutaste de tu día, Di- protesto Silvia con la mirada a encendida-. Ahora me toca a mí disfrutar.
-Lo único que digo es que cuando llegue al altar, estaba tan agota a que casi no recuerdo cómo dije «Sí quiero»
-Pues lo dijiste -comentó su marido sonriéndole-. Y fue muy bonito.
-Aunque fuera así…
-Tienes toda la razón- la interrumpió Pau- Puede ser agotador, y en este sentido el día más intenso e importante de un vida puede convertirse en todo lo contrario, incluso en algo aburrido. Nosotras estamos ahí para evitarlo. Créeme, si hubieras contado con mis socias cuando planeabas tu boda, ese día no te habría quedado borroso.
-No quiero criticar lo que hacéis, de verdad. Solo digo que si los que tienen que celebrar algo así no se sintieran obligados a hacer un montaje tan exagerado, en fin… no necesitarían empresas como la vuestra que se encargaran de todo
-Es posible- dijo Pau alegremente-. De todos modos, aunque la novia se agobie y se preocupe, puede dejarnos a nosotras los detalles. Todos los que le apetezcan. Ella… lo siento Nico- añadió Pau con una sonrisa-, ella es el centro de atención ese día, y para nosotras incluso desde unos meses antes, cuando empezamos a ocuparnos. Es nuestro trabajo.
-Estoy segura de que sois muy buenas. De hecho, esto es lo que he oído, tanto de vosotras como de vuestra empresa. Lo que pasa es que yo soy de las que piensan que menos es mas.
-Todo es cuestión de gustos y de personalizar, ¿no? Dijo Pamela cogiendo la cesta de los panecillos-. ¿Quieres mas pan?
-Yo no quiero algo tan simple. Quiero divertirme.
-Eso nos quedo muy claro.- Pau dedico una fugaz sonrisa a Silvia-. De todos modos, lo de menos es mas siempre depende de los gustos y de como lo personalicemos. Lo simple también implica cuidar el detalle. Hoy hemos celebrado una boda pequeña, simple. A ultima hora de la mañana. La hermana de la novia era la única dama. La novia llevaba un ramo pequeño, atado a mano, y unas flores en el pelo en lugar de velo. Luego, almuerzo con champán y un trío de jazz para bailar. Ha sido precioso. Ella estaba radiante. Y calculo que Votos ha dedicado unas ciento cincuenta horas a asegurarse de que todo fuera perfecto para ella. Estoy segura de que recordara cada minuto de este día.
CAPITULO 50 (PRIMERA HISTORIA)
-No se cómo salirme de esta, pero alguna manera habrá.
-Pau. -Carla, en la suite de la novia, alzó una copa flauta a contraluz para ver si estaba manchada y la dejó encima de la mesa-. Solo es una cena.
-No. Sabes que no es verdad. Es una cena para conocer a sus padres. Una cena en familia, nada menos.
-Hace dos meses que sales con Pedro. Ya era hora.
-¿Dónde esta eso escrito? -preguntó Pau-. Quiero ver donde esta eso escrito en el libro de las normas.- Dejó caer las servilletas de un modo que arrancó un suspiro a Carla y luego las arreglo con esmero-. Ya sabes lo que significa que un hombre te lleve a casa de su madre para que la conozcas.
-Sí. Significa que quiere que las dos mujeres que forman parte de su vida se conozcan, que quiere presumir de las dos.
-No quiero que presuman de mí. No soy un caniche. ¿Por qué no podemos seguir como estamos ahora? Él y yo
-Porque a esto se le llama tener una relación. Búscalo en el
diccionario.
Laura entró con una bandeja de fruta y queso y pilló al vuelo la última frase.
-Si tienes que estar siempre poniéndote de culo, Pau, ¿por qué no le dijiste que no?
-¿Ves estos pendientes de diamantes? -Pau señaló los corazones colgantes-. Me cegó el destello. Fue muy listo él, porque, como quien no quiere la cosa, me lo pidió después de decirle que tenía una celebración esta tarde a primera hora, pero que podríamos quedar luego. Me tendió una trampa.
-Burra -sentenció Laura.
-Ya lo sé. ¿Crees que no lo sé? Y aunque lo sepa, aunque sepa incluso que lo de burra me viene por la fobia que le tengo a mi madre, no por eso es menos real.
-No -coincidió Carla-. Pero podías haberle dicho esto mismo a él.
-Para él es importante. Lo vi, a pesar de que me lo propuso con mucha naturalidad. Pedro se merece a alguien que quiera ir a esa cena en familia y conocer a su madre. Ojalá se hubiera pospuesto, o hubiera sido la semana pasada y todo hubiese terminado ya... pero la semana pasada estaban en España, según creo. No es que sea importante lo de la semana pasada, lo digo porque me habría gustado que hubiera sido la semana anterior.
-Sabemos de sobra cómo es, Paula -sentenció Laura-. Porque todas hemos seguido el tema.
-Cada vez que creo que controlo la situación, que sé por dónde voy, aparece algo nuevo. Y sabéis de sobra que van a analizarme, que hablarán de mí.
-Personalmente, creo que es mejor pasar el mal trago de golpe -comentó Laura retirándose para examinar la mesa-. Tirarse de cabeza en la gran piscina familiar. Más fácil y rápido que si entras poco a poco.
-En eso no te falta razón -afirmó Pau al cabo de un rato.
-A ti se te dan bien las personas -apuntó Carla-. Consigues que hablen de sí mismas, llegas a conocerlas. Eso es lo que tienes que hacer.
-Bien pensado. Mirándolo por el lado bueno, quizá está agradable boda íntima terminará convirtiéndose en una juerga de borrachos que durará toda la noche.
-El PDNA parece follonero- comentó Laura.
Pau, animada, abrazó por detrás a sus amigas.
-Tendré pensamientos positivos. Vale mas que bajemos a ayudar a Emma. Es hora de que empiece el espectáculo.
CAPITULO 49 (PRIMERA HISTORIA)
Pau recogió el equipo que necesitaba para el ensayo y comprobó sus notas mientras Pedro, sentado a la barra de la cocina, corregía ejercicios. Una pistola de clavos silbaba y explotaba en el piso de arriba.
-No es posible que te concentres con este follón.
-Doy clase a adolescentes. -Pedro escribió en bolígrafo rojo unos comentarios al margen-. Puedo concentrarme durante una guerra termonuclear si es necesario.
Pau, curiosa, echó un vistazo por encima de su hombro mientras él ponía la nota.
-Ha sacado un notable. No está mal.
-Este alumno ha mejorado muchísimo. Se ha superado. ¿Lista para marcharte?
-Todavía puedo quedarme un rato más. Siento haber olvidado decirte que tenía que trabajar esta noche.
-Ya me lo has dicho. No pasa nada.
-Una boda el día de San Valentín siempre da tono. Carla y yo tenemos que hacer acto de presencia en todos y cada uno de los pasos en el ensayo de esta noche. Y mañana también. -Pau se inclinó para darle un beso-. La gente de mi ramo suele trabajar el día de San Valentín.
-Entiendo.
-Te enviaré una tarjeta sensiblera y sentimentaloide por correo electrónico. Y te he comprado un regalo. Un gran paso para mí, porque es mi primer regalo de San Valentín. -Pau sacó un paquete fino del cajón de su escritorio-. Te lo daré ahora por si el ensayo nos lleva más tiempo de lo que planeamos y decides marcharte.
-Esperaré. Me has comprado un regalo. -Se quitó las gafas y las dejó sobre la barra-. Es el segundo regalo que me haces. El cardenal... -le recordó.
-Eso fue más bien un detalle. Esto es un regalo. Ábrelo.
Pedro deshizo la cinta que lo envolvía y abrió la cubierta.
-Como gustéis.
-Me llamó la atención porque está manoseado y raído. Es como si lo hubieran leído dos millones de veces.
-Es cierto, y es perfecto. -Pedro la tomó por el mentón para atraerla hacia sí-. Gracias. ¿Quieres que te dé el tuyo?
-Te responderé con un pseee.
Pedro abrió su maletín y sacó un estuche pequeño envuelto en papel blanco y con una cinta roja de satén. Al ver el tamaño y la forma, Pau notó un vacío en el estómago y una opresión en la garganta.
-Pedro.
-Eres mi pareja. Ábrelo.
Pau desenvolvió el estuche con el corazón en un puño.
Conteniendo el aliento, lo abrió. Y cuando vio el destello de unos pendientes, dejó escapar un suspiro.
Eran unos pendientes de diamantes. Dos diminutos corazones colgaban de un tercero formando un elegante trío.
-Dios mío, Pedro... son maravillosos. Son... qué pasada.
-No todo el mérito es mío. Silvia me ayudó a elegirlos.
-Son increíbles. Me encantan. Yo… -Se le trabó la lengua. Incapaz de pronunciar lo que tenía en el pensamiento, Pau lo asió por el cuello-. Gracias. Sin duda soy tu pareja. Oh, tengo que probármelos.
Se giró en redondo, se quitó las sencillas criollas que llevaba para ponerse los pendientes nuevos y se lanzó hacia el espejo que había en el extremo opuesto a su zona de trabajo.
-¡Oh, uau, cómo brillan! -Pau sacudió la cabeza para admirar el resplandor.
-Si te los pones ahora mismo es porque te gustan.
-Estaría loca si no me gustaran. ¿Qué tal se ven?
-Un poco apagados si los comparo con tus ojos, pero te quedan bien.
-Pedro, me has dejado sin palabras. Nunca sé lo que... Espera. -Inspirada, Pau corrió a buscar el trípode-. Llegaré tarde, pero unos fabulosos pendientes en el día de San Valentín ponen en jaque mate a la puntualidad. Ni siquiera Carla me lo tendría en cuenta.
-¿Qué vas a hacer?
-Tardo dos minutos. Quédate aquí -le dijo Pau mientras sacaba la cámara de la bolsa.
-¿Quieres hacerme una foto? -Al ver que ella se organizaba, Pedro cambió de posición en el taburete-. Siempre me siento incómodo en las fotos.
-Ya lo arreglaré. Recuerda que soy una profesional. –Le sonrió por encima de la cámara mientras fijaba esta al trípode-. Estás monísimo.
-Ahora harás que me dé un ataque de timidez.
Pau fijó el ángulo y decidió el encuadre.
-La luz está bien, creo. Lo intentaremos. -Dándole al control remoto, se puso junto a él- Feliz día de San Valentín. –Lo abrazó y le besó en los labios.
Se dejó llevar por el momento, dejó que él la atrajera hacia sí.
Captó el instante, y cuando se retiró para mirarlo a los ojos, plasmó un momento distinto.
-Y ahora... -murmuró ella volviéndose para que sus mejillas se tocaran- sonríe. -Accionó el control remoto, y luego otra vez, para asegurarse-. Ya está. -Se volvió hacia él y entrechocaron la nariz-. Tampoco ha estado tan mal.
-Quizá tendríamos que probar otra vez -sugirió Pedro tomándola por la nuca-. Creo que he parpadeado.
-Tengo que irme- dijo Pau con una carcajada. Se deshizo de su abrazo, fue a comprobar las fotos y desmontó la cámara del trípode.
-¿No me dejas verlas?
-No hasta que haya terminado de retocarlas. Entonces podrás considerar la foto la segunda parte de tu regalo.
-Esperaba que eso vendría al terminar el trabajo.
-Vaya, doctor Alfonso... -Pau volvió a enfundar su cámara.- De acuerdo, digamos que tu regalo constará de tres partes.
Pedro se levantó para ayudarla a ponerse el abrigo. Pau aupó la bolsa del equipo.
-Ahora te tocará esperar.
-Eso se me da bien -dijo Pedro abriéndole la puerta.
Eso parecía, pensó ella, y se marchó a paso ligero hacia la mansión.
CAPITULO 48 (PRIMERA HISTORIA)
Pasó el resto de la velada ateniéndose al plan previsto. A medida que los montículos y las pilas se volvían más manejables, se inquietaba menos y se sentía más realizada.
Volvería a tener propio espacio, pensó. Sería mejor que antes, y dentro de muy poco. Entonces podría controlar la situación.
Era muy agradable pasar la noche sola, ocuparse de sus cosas, tener su propio espacio. Podía disfrutarlo y, a la vez, echar de menos a Pedro. Todo eso implicaba que sabía manejar bien la relación.
Podía quererlo, disfrutar estando con él y a la vez sentirse plenamente satisfecha cuando estaba sola. Y no como…
Cuando el teléfono sonó, Pau leyó el número que aparecía en pantalla.
Era Lourdes.
Cerró los ojos y se recordó que no podría pasarse la vida evitando a su madre. No contestar a sus llamadas era infantil. «Tienes que enfrentarte a ella y defender tu territorio», se dijo.
-Hola, mamá.
-¡Paula, tienes que venir! Por favor, por favor, ven ahora mismo.
El enfado cedió paso a la alarma y, del susto, a Pau se le desbocó el corazón.
-¿Qué pasa? ¿Qué te ha pasado?
-Date prisa. Ay, tienes que venir. No sé qué hacer.
-¿Te han hecho daño? ¿Te han. . .?
-Sí. Me han hecho daño. Por favor, ayúdame. Te necesito. Por favor, ayúdame.
-Llama a emergencias. Ya voy.
Pau salió corriendo de casa y agarró su abrigo al vuelo.
Centenares de imágenes, cada una peor que la anterior, le cruzaron el pensamiento. Un intento de suicidio, un accidente, un robo...
«Las carreteras están heladas, son traidoras», pensó mientras ponía en peligro su propia vida y, con el pie clavado en el acelerador, circulaba bajo una desagradable cortina de gélida lluvia. Lourdes, que en el mejor de los casos era muy despistada conduciendo, podía haber tenido una avería con ese coche de juguete que tenia y...
No, no. Había llamado desde casa, no desde el móvil.
Estaba en casa.
Pau procuraba gobernar el volante agarrándolo con manos trémulas. Tomó una curva a demasiada velocidad, coleó con el automóvil al llegar frente a la casita de muñecas que su madre tenía en Cape Cod y corrió por el resbaladizo caminito hasta llegar a la puerta. No estaba cerrada con llave. Le vino el pensamiento de que quizá habrían forzado la entrada.
¿La habrían violado, le habrían pegado. . .?
Saltó por encima de un jarrón de rosas hecho añicos y entró en la sala. Vio a Lourdes aovillada en el suelo, llorando.
-¡Mamá, mamá! Estoy aquí. -Pau se agachó junto a ella y, desesperada, se puso a mirar si tenía alguna herida-. ¿Dónde te han hecho daño? ¿Qué te han hecho? ¿Has llamado a la policía, a una ambulancia?
-¡Oh, quiero morirme! -Lourdes hundió la cara, devastada por las lágrimas, en el hombro de Pau-. No puedo soportarlo.
-No digas eso. No es culpa tuya. Pediré ayuda y...
-¡No me dejes!
-No te dejo, no te dejo. -Pau la acunó mientras le acariciaba el pelo-. Todo saldrá bien. Te lo prometo.
-No es posible. Se ha marchado y me ha dejado aquí.
-¿Pudiste verlo bien? ¿Era alguien que conocieras?
-Creía que lo conocía. Le confié mi corazón, y ahora se ha ido.
-¿Quién es? -Pau sintió que la rabia se apoderaba del poco miedo que le quedaba-. ¿Quién te hizo eso?
-Ari. Ari, claro. Creí que significaba algo para él. Me dijo que le había devuelto la alegría de vivir. Me dijo tantas cosas, y ahora me hace esto. ¿Cómo ha sido capaz? ¿Cómo ha podido ser tan cruel?
-No pasa nada. Lo arreglaremos. Pagara por lo que te ha hecho.
-Dijo que tenía una urgencia, que no había tiempo. Tenía que ser esta noche. ¿No podía esperar unos días más? ¿Cómo iba a saber yo que había caducado mi pasaporte?
-¿Qué? -exclamó Pau apartándose de ella de golpe-. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué te ha hecho el exactamente?
-Se ha ido a París. A París, Pau. Se marchó sin mí. Me llamó desde su avión. Me dijo que tenía que irse esta noche, que tenía un negocio que no podía esperar como me había prometido para que yo pudiera arreglar lo del pasaporte. Negocios. -La furia se abrió paso entre el mar de lagrimas-. Miente. Hay otra mujer. Lo sé. Una puta francesa. Me lo prometió, ¡y ahora se ha ido!
Pau se levantó despacio mientras Lourdes se cubría el rostro con las manos sin dejar de llorar.
-Me has llamado a estas horas de la noche haciéndome creer que te habían hecho daño.
-¡Me han hecho daño! Mírame.
-Te estoy mirando, y veo a una niña mimada y enfadada que tiene una rabieta porque no se ha salido con la suya.
-Le quiero.
-No sabes lo que eso significa. ¡Casi me mato por llegar a tu casa!
-Te necesitaba. Necesito a alguien. Nunca entenderás lo que eso significa.
-Espero que no. Hay agua y cristales por el suelo. Vale más que lo recojas.
-No te marcharás, no me dejaras así, ¿verdad?
-Sí, me marcho. Y la próxima vez, no vendré. Por el amor de Dios, Lourdes, crece. -Pau apartó de un puntapié unos cristales rotos que encontró a su paso y se marchó.
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