miércoles, 15 de febrero de 2017

CAPITULO 48 (PRIMERA HISTORIA)





Pasó el resto de la velada ateniéndose al plan previsto. A medida que los montículos y las pilas se volvían más manejables, se inquietaba menos y se sentía más realizada. 


Volvería a tener propio espacio, pensó. Sería mejor que antes, y dentro de muy poco. Entonces podría controlar la situación.


Era muy agradable pasar la noche sola, ocuparse de sus cosas, tener su propio espacio. Podía disfrutarlo y, a la vez, echar de menos a Pedro. Todo eso implicaba que sabía manejar bien la relación.


Podía quererlo, disfrutar estando con él y a la vez sentirse plenamente satisfecha cuando estaba sola. Y no como…


Cuando el teléfono sonó, Pau leyó el número que aparecía en pantalla.


Era Lourdes.


Cerró los ojos y se recordó que no podría pasarse la vida evitando a su madre. No contestar a sus llamadas era infantil. «Tienes que enfrentarte a ella y defender tu territorio», se dijo.


-Hola, mamá.


-¡Paula, tienes que venir! Por favor, por favor, ven ahora mismo.


El enfado cedió paso a la alarma y, del susto, a Pau se le desbocó el corazón.


-¿Qué pasa? ¿Qué te ha pasado?


-Date prisa. Ay, tienes que venir. No sé qué hacer.


-¿Te han hecho daño? ¿Te han. . .?


-Sí. Me han hecho daño. Por favor, ayúdame. Te necesito. Por favor, ayúdame.


-Llama a emergencias. Ya voy.


Pau salió corriendo de casa y agarró su abrigo al vuelo. 


Centenares de imágenes, cada una peor que la anterior, le cruzaron el pensamiento. Un intento de suicidio, un accidente, un robo...


«Las carreteras están heladas, son traidoras», pensó mientras ponía en peligro su propia vida y, con el pie clavado en el acelerador, circulaba bajo una desagradable cortina de gélida lluvia. Lourdes, que en el mejor de los casos era muy despistada conduciendo, podía haber tenido una avería con ese coche de juguete que tenia y...


No, no. Había llamado desde casa, no desde el móvil. 


Estaba en casa.


Pau procuraba gobernar el volante agarrándolo con manos trémulas. Tomó una curva a demasiada velocidad, coleó con el automóvil al llegar frente a la casita de muñecas que su madre tenía en Cape Cod y corrió por el resbaladizo caminito hasta llegar a la puerta. No estaba cerrada con llave. Le vino el pensamiento de que quizá habrían forzado la entrada.


¿La habrían violado, le habrían pegado. . .?


Saltó por encima de un jarrón de rosas hecho añicos y entró en la sala. Vio a Lourdes aovillada en el suelo, llorando.


-¡Mamá, mamá! Estoy aquí. -Pau se agachó junto a ella y, desesperada, se puso a mirar si tenía alguna herida-. ¿Dónde te han hecho daño? ¿Qué te han hecho? ¿Has llamado a la policía, a una ambulancia?


-¡Oh, quiero morirme! -Lourdes hundió la cara, devastada por las lágrimas, en el hombro de Pau-. No puedo soportarlo.


-No digas eso. No es culpa tuya. Pediré ayuda y...


-¡No me dejes!


-No te dejo, no te dejo. -Pau la acunó mientras le acariciaba el pelo-. Todo saldrá bien. Te lo prometo.


-No es posible. Se ha marchado y me ha dejado aquí.


-¿Pudiste verlo bien? ¿Era alguien que conocieras?


-Creía que lo conocía. Le confié mi corazón, y ahora se ha ido.


-¿Quién es? -Pau sintió que la rabia se apoderaba del poco miedo que le quedaba-. ¿Quién te hizo eso?


-Ari. Ari, claro. Creí que significaba algo para él. Me dijo que le había devuelto la alegría de vivir. Me dijo tantas cosas, y ahora me hace esto. ¿Cómo ha sido capaz? ¿Cómo ha podido ser tan cruel?


-No pasa nada. Lo arreglaremos. Pagara por lo que te ha hecho.


-Dijo que tenía una urgencia, que no había tiempo. Tenía que ser esta noche. ¿No podía esperar unos días más? ¿Cómo iba a saber yo que había caducado mi pasaporte?


-¿Qué? -exclamó Pau apartándose de ella de golpe-. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué te ha hecho el exactamente?


-Se ha ido a París. A París, Pau. Se marchó sin mí. Me llamó desde su avión. Me dijo que tenía que irse esta noche, que tenía un negocio que no podía esperar como me había prometido para que yo pudiera arreglar lo del pasaporte. Negocios. -La furia se abrió paso entre el mar de lagrimas-. Miente. Hay otra mujer. Lo sé. Una puta francesa. Me lo prometió, ¡y ahora se ha ido!


Pau se levantó despacio mientras Lourdes se cubría el rostro con las manos sin dejar de llorar.


-Me has llamado a estas horas de la noche haciéndome creer que te habían hecho daño.


-¡Me han hecho daño! Mírame.


-Te estoy mirando, y veo a una niña mimada y enfadada que tiene una rabieta porque no se ha salido con la suya.


-Le quiero.


-No sabes lo que eso significa. ¡Casi me mato por llegar a tu casa!


-Te necesitaba. Necesito a alguien. Nunca entenderás lo que eso significa.


-Espero que no. Hay agua y cristales por el suelo. Vale más que lo recojas.


-No te marcharás, no me dejaras así, ¿verdad?


-Sí, me marcho. Y la próxima vez, no vendré. Por el amor de Dios, Lourdes, crece. -Pau apartó de un puntapié unos cristales rotos que encontró a su paso y se marchó.


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