martes, 7 de febrero de 2017

CAPITULO 23 (PRIMERA HISTORIA)




¿La habían besado así alguna vez, de un modo que al encontrarse los labios y las lenguas, todo su cuerpo vibrara? ¿La habían seducido tanto, de palabra y gestos, como con ese único y asombroso beso?


¿Cómo era posible que se hubieran vuelto las cosas de esa manera? Ella había pensado seducirlo y, medio en broma, medio en serio, llevárselo arriba, a la cama. Creyó que sería algo fluido y relajado, como la velada misma, y que eso desharía el nudo de lujuria que la atenazaba cuando estaba cerca de él.


Debía ser simple, básico.


Pero no lo fue.


Pedro le rozó las mejillas y el entrecejo con los labios, y esos serenos ojos azules la observaron mientras le desabrochaba la blusa. Apenas la tocó, pero a ella se le cortó la respiración. Casi ni la rozó, pero pasó a ejercer el control.


De pie, bajo la suave luz, con esos ojos clavados en ella, Pau se dejó llevar.


Cuando hubo desabrochado la blusa, Pedro le recorrió con la yema de un dedo la clavícula y bajó hasta la protuberancia de sus pechos. Tan solo un susurro, un leve roce. Pero a ella se le erizó la piel.


-¿Tienes frío? -preguntó él cuando vio que temblaba.


-No.


Y Pedro sonrió.


-Entonces…-Lentamente, le deslizó la blusa por los hombros y dejó que cayera al suelo-. Preciosos -murmuró pasando los pulgares por las copas bordadas del sujetador.



Pau exhaló, se quedó sin respiración y luego volvió a recuperar el aliento.


-Pedro, me dejas sin sentido.


-Me encantan tus ojos. Mares mágicos. -Le recorrió con los dedos el torso, dejando en su estela la huella de una vibrante sensación-. Siempre he querido contemplarlos cuando te tocara. Como ahora.


Paciente, sin tregua, exploró su cuerpo. Las protuberancias, los huecos, las curvas y los ángulos. Mientras Pau reaccionaba temblando, él le desabrochó un botón de la cintura y le bajó la cremallera.


De nuevo le acarició los costados, centímetro a centímetro. 


Y le deslizó los pantalones cadera abajo, por las piernas.


-Ahora levanta un pie -dijo cogiéndola de la mano.


Pau obedeció como una mujer en trance y notó que se le aceleraba el pulso al pasear él la mirada por su cuerpo como antes había hecho con las manos. Lentamente.


-Me gustan tus botas. -Pedro esbozó una sonrisa.


Pau desvió la mirada y vio que iba vestida con los botines de tacón fino, el sujetador y las braguitas.


-Menudo estilazo.


Sonriendo, Pedro metió el dedo en la cinturilla de las braguitas y la atrajo de nuevo hacia él, arrancándole una exclamación.


En esta ocasión su boca enfebrecida se apoderó de la suya, como un relámpago de fuego. Y mientras ella se derretía, Pedro la volvió de espaldas y le mordisqueó el cuello haciéndole inclinar la cabeza hacia atrás.


Se demoró con una mano en su suave piel, en los ángulos y las curvas, mientras con la otra se desabrochaba la camisa. 


En contacto con su cuerpo, Pau le pasó el brazo por la nuca y empezó a moverse sinuosamente.


«No vayas demasiado deprisa», se recordó Pedro. Quería saborear cada momento, el roce, el aliento… Tenía a Paula en sus brazos.


Notaba los fuertes latidos del corazón de ella bajo su mano y pensó que solo eso ya era un milagro. Paula estaba con él, le sentía, le deseaba... Y esa noche, por fin, los sueños del muchacho, los deseos del hombre serían eclipsados por la realidad de estar con esa mujer.


Se quitó los zapatos y se recreó con el sabor y la textura de su nuca. Atrapó el tirante del sujetador con los dientes y lo apartó para liberar la bella curva de sus hombros.


Pau se arqueó contra él, estremecida.


«El placer -pensó Pedro-. Tanto placer que dar y que tomar...>> Quería complacerla, saturarla de sensaciones y contemplarla elevándose y cabalgando. Sintiendo los latidos de su propio deseo, Pedro le desabrochó el sujetador con una mano y con la otra rozó la estrecha uve de sus braguitas. Le acarició la cara interna del muslo y jugueteó con el dedo bajo el encaje.


-Pedro. -Pau le cogió la mano para que siguiera, pero él, apartándose, la volvió hacia sí.


-Lo siento. No he terminado todavía.


En esos mágicos ojos se habían formado tempestades y la piel de porcelana se había teñido con el rubor de la pasión. 


Por él, pensó Pedro. Otro milagro. Pau lo abrazó y lo besó con impaciencia.


«Espera -pensó él bulléndole la sangre-. Aguarda, hay más›> La condujo a la cama y se acostó con ella.


-Las botas... -insinuó Pau.


-Me gustan. -Y bajó la cabeza para tomarla por el pecho.


El cuerpo de la joven se estremeció, refulgió, dolorido y susurrante. Su mente se vació de todo lo que no fuera él y lo que él le ofrecía. Unas manos parsimoniosas y unos labios sabedores inundaron su cuerpo de sensaciones, en sucesivas capas, con sutileza, hasta que estas se fueron comprimiendo y Pau se quedó sin aire.


-No puedo, no puedo más...


-Espera…- Pedro deslizó un dedo dentro de ella.


Un relámpago de alivio rasgó los velos.


Acaricio su tembloroso cuerpo con los labios y usó la boca para destrozarla. Pau se elevaba y descendía. Rápido, muy rápido. Una sensación sucedió a otra, hasta que todo se diluyó en sombras, luces y movimientos salvajes. Un mar de sensaciones la inundó, una tempestad se desencadenó llevándola a la desesperación, truncándose con el siguiente oleaje.


Cuando al final Pedro se adentro en ella, ambos gimieron a la vez.


El cuerpo de Pau se arqueo hasta casi hacerle perder el escaso control que le quedaba.


Pedro contemplaba sus ojos, ahora sombríos, vidriosos, mientras los dos se volvían locos con sus largas y lentas embestidas. La sintió ascender, la vio ascender, y se impregnó de ella.


-Paula… Paula.- Se dejo llevar por sus ojos, por su cuerpo, hasta ahogarse.







CAPITULO 22 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro repasó por tercera vez la mesa de la habitación que en teoría era el comedor. Raramente lo utilizaba, porque solía comer en la barra de la cocina o en su despacho. De hecho, era la primera vez que ponía el mantel.


Le había quedado muy bien: ni excesivamente recargado, ni demasiado informal. Una vajilla blanca sobre un mantel azul oscuro y, para animar el conjunto, servilletas de rayas amarillas. Le pareció bien. Deseó que estuviera bien.


Quitó el trío de velas votivas de la mesa; el efecto era demasiado estudiado. Luego volvió a ponerlas en su sitio. 


Se veía inacabado si las quitaba.


Tras pasarse los dedos por el pelo y ordenarse a si mismo que dejara de obsesionarse, Pedro giró en redondo y se marchó a la cocina..


Allí estaba el verdadero problema.


El menú era el adecuado. La profesora de Ciencias Domésticas le había ayudado a decidirse tras darle unos consejos y pasarle su receta de vinagreta de miel para que aliñara la ensalada de verduritas del huerto.


Le había hecho una lista sobre el modo, el momento de preparar los platos y el tiempo de espera, y le había dado unos cuantos consejos muy útiles para la presentación.


La presentación, al parecer, era tan importante como la comida. De ahí la compra del mantel y las alegres servilletas.


Incluso había hecho una prueba. Todo estaba en su sitio y el resultado era... impecable.


Disponía casi de una hora para volverse completamente loco. En ese estado de ánimo, abrió el cajón donde guardaba la lista de Bob. La lista que se prometió a sí mismo que ignoraría


-Música. Maldita sea. tendría que haber pensado en eso -murmuró como si hablara con Bob-. No se me ha ocurrido.


Corrió a la sala de estar para revisar su colección de cedés. 


El gato se desperezó, saltó de la butaca donde estaba y caminó renqueando hasta él


-No voy a poner Barry White. Me da igual que Bob diga que hay que encestar a la primera. Sin ánimo de ofender al señor White, pero no voy a seguir el cliché. ¿Te parece bien?


Triada froto su cabeza contra la rodilla de Pedro.


Mientras el se obsesionaba buscando cedés, la puerta se abrió y Silvia entró como una exhalación


-¡Hola! ¿Puedo dejarte esto aquí?


-Si ¿Por que? ¿Que es?


-Es el regalo de Nico para el día de San Valentín. Un maletín de médico. Le he grabado las iniciales y he pasado a recogerlo. ¡Le encantará! Sé que si me lo llevo a casa, no podré resistir la tentación y se lo daré. Por eso tienes que esconderlo tú. De él y de mí. -Silvia olisqueó el ambiente-. ¿Estás cocinando?


-Si ¿No me dirás que huele a quemado?  


Pedro se levantó como una flecha


-No huele muy bien Francamente bien- Como vio que su hermano iba corriendo a la cocina, Silvia fue tras él-. Y no como esos bocadillos tostados de queso que sueles... ¡Vaya, Pedro, mira eso! Hay comida en el horno. Oh, qué mesa tan bonita... Velas, copas de vino y... Estás cocinando para una mujer. -Silvia le clavó un dedo en el vientre como siempre había hecho desde que eran niños-. ¡Paula Chaves!


-Basta- Pedro noto unos espasmos nerviosos en el esto mago-. Te lo ruego. Ya estoy desquiciado


-Me parece perfecto. Qué dulce…Nico cocino para mí la primera vez que salimos juntos. Fue un desastre -suspiró Silvia con aire soñador-. Me encantó.


-¿Te encantó que fuera un desastre?


-Se esforzó tanto… Demasiado, porque, de hecho el es bueno no en la cocina. Lo fastidio todo porque estaba muy preocupado queriendo impresionarme. Ay…- Silvia suspiro y se llevo la mano al corazón-. Fue tan dulce


-No sabia que tenia que arruinar la cena ¿Por que no habrá un manual de instrucciones para estas cosas?


-No, no, eso no hay que hacerlo. El si, porque, bueno, porque él…Silvia abrió la nevera para husmear- Has marinado un pollo ¡Pedro, estas marinando! Si esto no es amor…


-Márchate. Largo.


-¿Iras así vestido?


-Estoy a punto de perder los nervios, Silvia- La voz de Pedro sonó peligrosamente mordaz


-Cámbiate de camisa Ponte la azul, la que mama te regaló. Te favorece mucho


-Si te prometo que me cambiare de camisa, ¿te marcharás?


-Sí.


-Pero antes de irte elige la música, por favor. Yo ya no aguanto más la presión


-Yo te cubro. Sube a cambiarte de camisa -Silvia lo agarró de la mano y lo saco de la cocina- Elegiré la música ambiental y me marchare antes de que hayas vuelto. Sube el regalo contigo ¿vale? Y no me digas donde lo has escondido porque vendré fisgonear y me lo llevare antes del día de San Valentín


-Hecho


-Ah, Pedro -añadió cuando su hermano empezaba a subir la escalera-. Enciende las velas diez minutos antes de que ella llegue.


-De acuerdo.


-Y pásatelo bien.


-Gracias. Y tú, márchate.


Se cambio de camisa con toda la calma del mundo para dar tiempo a su hermana. Luego escondió en el armario de su despacho el paquete envuelto con papel de regalo.


Cuando bajó, encontró una nota enganchada al reproductor de cedés. «Aprieta el play cinco minutos antes de que ella llegue. Besitos»


-Es como estar en la guerra -musitó Pedro arrugando la nota antes de entrar en la cocina y ponerse a preparar el pollo.


Troceó, chafó, salteó, pesó, cronometró... y solo se quemó una vez. Mientras el fragante pollo se estaba guisando, encendió las velas, las mismas que había colocado sobre el estrecho aparador. Dispuso los cuencos de aceitunas y anacardos, y cuando faltaban cinco minutos para la hora, conectó el estéreo. Alanis Morissette.


Buena elección.


A las siete, Pau llamó a la puerta.


-Me ha entrenado Carla -dijo cuando él fue a abrir-. Por eso soy de una puntualidad obsesiva. Supongo que no pasa nada.


-Claro que no. Dame el abrigo. Ah, y...


-El postre -dijo Pau ofreciéndole la cajita de Votos que usaban para los pasteles-. Pastel de crema italiano, mi favorito. Qué casa más bonita, Pedro. Se parece a ti -añadió paseándose por la sala de estar y admirando una pared llena de libros-. Ah, tienes un gato.


-No pensé en preguntarte si eras alérgica.


-No lo soy. Hola, amigo. -Pau iba a agacharse, pero se detuvo en seco e inclinó la cabeza-. Este gato tiene tres patas.


-Es Tríada. Lo atropelló un coche.


-¡Ay, pobrecito! -Se arrodilló y se puso a acariciarlo. El animal estaba encantado-. Debió de ser horrible para los dos. Gracias a Dios que estabas en casa.


-No, en realidad volvía de la escuela. Ellos... el coche que iba delante de mí lo atropelló y se dio a la fuga. No entiendo a los que actúan así. Cuando me detuve en el arcén, pensé que estaría muerto, pero no, estaba tumbado, con una conmoción, supongo. El veterinario no le pudo salvar la pata, pero por el resto, está bien.


Pau siguió acariciando el lomo del gato y miró a Pedro.


-Estoy segura.


-¿Quieres una copa de vino?


-Me encantaría. -Pau acarició con cariño a Tríada por última vez y se levantó-. Me gustaría ver qué es lo que huele tan bien.


-Creía que eras tú.


-Aparte de mí -dijo ella mientras colgaba con esmero su abrigo en el armario del recibidor.


-Ven. -La cogió de la mano para llevarla a la cocina-. Estás preciosa. Debería habértelo dicho de entrada.


-Solo si estas siguiendo un guión.


Pedro notó que acababa de torcer el gesto y agradeció que la atención de su invitada se centrara en la cocina en lugar de en su cara.


-Te lo digo de verdad, huele muy bien. ¿Qué se cuece por aquí, Pedro? -Pau se acercó a los fogones para oler la cacerola.


-Veamos... Tenemos una ensalada de verduritas del huerto, pollo al romero con una reducción de vino blanco, patatas rojas estofadas y espárragos.


Pau se quedó boquiabierta.


-Me estas tomando el pelo.


-¿No te gustan los espárragos? Puedo...


-No, no es eso lo que quiero decir. ¿Lo has hecho todo tú?


Pau levantó la tapa.


-Se supone que no puedes levantar la tapa hasta que... Bueno, da igual. -Se encogió de hombros mientras Pau volvía a oler el pollo y tapaba de nuevo la cazuela.


-Cuántas molestias, Pedro.


-¿Por qué? ¿Lo dices por el pollo?


-Te has tomado muchas molestias. Me imaginaba que harías dos bistecs a la parrilla o vaciarías una lata de ragú en una cazuela y luego dirías que lo habías preparado tú. Esto, en cambio, es lo que yo digo cocinar. Te has tomado un tiempo y unas molestias considerables. Estoy alucinada. Fíjate en la mesa tan bonita que has preparado…- Pau entro en el comedor y dio la vuelta a la mesa Eres un hombre de recursos, ¿a que sí?


-¿Por qué no se me ocurrió lo del ragú? -Pedro tomó la botella de vino que había descorchado antes-. He comprado blanco por el pollo, porque no sabía qué vino prefieres. AI parecer este es bueno.


-¿Al parecer?


-No sé gran cosa de vinos. Lo tuve que mirar.


Pau aceptó la copa que él le ofrecía y probó el vino sin apartar la vista de sus ojos.


-Tu búsqueda valió la pena.


-Paula. -Pedro se inclinó hacia ella y la rozó con los labios-. Ahora. Me siento mucho mejor.


-¿Mejor que...?


-Todos los hombres que están a un radio de treinta kilómetros y no pueden besarte en la cocina.


-Me has dejado deslumbrada, Pedro.


-Forma parte del plan. Aún tengo que solucionar un par de cosas. Siéntate.


-Si quieres, te ayudo.


-Tengo un método... espero. Y si te incluyo en él, cambiará, el método quiero decir. El martes por la noche hice una prueba, por eso creo que lo tengo todo controlado.


-¿Una prueba?


Mientras bajaba el fuego, Pedro se preguntó por qué sería tan bocazas.


-Verás, no estaba seguro del resultado, y además cada cosa requiere su propio tiempo. Por eso hice unas pruebas con la cena.


-¿Ensayaste esta cena?


-Más o menos. La mujer de Bob se reunía con su grupo de lectura y él se vino a casa a cenar. Yo cocine. Los dos comimos Así que puedes estar tranquila. ¿Cómo van los estudios?


-¿Los estudios?


-Para la presentación del lunes.


-Estoy preparada. Y menos mal, porque a partir de mañana estamos hasta las cejas de trabajo. Hoy hemos tenido una reunión de repaso, y esta tarde hemos hecho dos ensayos generales. El segundo ha ido fatal, porque la dama de honor y el padrino, que han cortado hace poco, cuando se descubrió que él se había enrollado con su socia, no se hablan.


-¿Y cómo manejáis algo así?


-Con la sensación de estar manipulando dinamita. El negocio de las bodas no es para cobardicas.


-Ya lo veo.


-Y el lunes haremos una presentación tan espectacular a la señora de Muebles Seaman que va a tener que levantarse y aplaudirnos.


-¿Muebles Seaman son vuestros posibles clientes?


-Técnicamente lo es la hija, pero la madre paga los gastos.


-La mesa y las sillas donde cenaremos son de ellos. 
 Supongo que eso te dará buena suerte.


Se sentaron a la mesa y en las sillas de la suerte, a la luz de las velas y arropados por el vino y la música. Pau se dio cuenta de que estaba siendo seducida.


Y eso le encantaba.


-Mira, Pedro, esto está tan bueno que ya he dejado de sentirme culpable por que esta semana hayas cenado lo mismo un par de veces.


-Piensa que es como si estuviera cenando unas sobras de categoría. Las sobras suelen ser la parte fundamental de mi dieta casera -Pedro miró al gato, que se había situado junto a su silla y lo observaba con sus ojos amarillentos.


-Supongo que tu compañero está esperando su parte.


-No está acostumbrado a verme comer en la mesa. Casi siempre ceno en la barra, imagino que por eso está confundido. ¿Quieres que lo saque fuera?


-No, me gustan los gatos. De hecho, me he casado varias veces con gatos.


-No lo sabía. Las cosas no debieron de salir bien.


-Eso depende de como lo mires. Tengo muy buenos recuerdos de esos matrimonios aunque fueran efímeros. Cuando éramos pequeñas, las cuatro jugábamos al «día de la boda». Muy a menudo.- Pau río acercando la copa a sus labios- Supongo que ahí empezó todo, aunque en ese momento no lo supiéramos. Teníamos disfraces y complementos, e íbamos intercambiando los papeles. Nos casábamos entre nosotras, con nuestros animales, con Dani si Carla podía sobornarlo…


-La fotografía de tu estudio. Con la mariposa.


-La cámara fue un regalo que me hizo mi padre, aunque no tenia edad para eso. Mi abuela utilizaba la cámara como pretexto para meterse con él. Luego sucedió que un caluroso de verano yo no quería jugar a las bodas porque quería ir a nadar, y Carla, para que se me pasara el mal humor, me declaro fotógrafa oficial de ceremonias en lugar de DDH


-¿Como dices?


-DDH, dama de honor. No quise ponerme el vestido y Carla me declaró fotógrafa oficial de ceremonias.


-Soberbio


-Supongo que si. Le añades el clarividente vuelo de esa mariposa y todos los elementos confluyeron en una revelación personal. Me di cuenta no solo de que era capaz de conservar un recuerdo, un momento, una imagen, sino también de que quería dedicarme a eso.- Tomó un bocado del guiso- Seguro que tú obligabas a Silvia a Jugar a dar clases.


-Puede ser. De vez en cuando. Se dejaba sobornar con adhesivos


-¿Y quien no? No se si tuvimos suerte o si fue una desgracia saber qué queríamos ser de mayores


-En realidad, yo creía que impartiría mi sabiduría en las aulas del ambiente excelso de Yale mientras me dedicaba a escribir la gran novela norteamericana


-¿Ah si? ¿Y por que no lo has hecho, o no lo hiciste?


-Me di cuenta de que me gustaba jugar a dar clases.


Es cierto que le gustaba, pensó ella. Lo había visto con sus propios ojos.


-¿Escribiste el libro?


-Oh, tengo una novela empezada, como cualquier profesor de literatura que se precie. Y te aseguro que quedará inacabada para siempre.


-¿Qué tal es?


-Tiene unas doscientas páginas por el momento.


-¡No! -Le dio un golpecito en el hombro-. ¿De qué va la historia?


-Trata del amor en mayúsculas, de la pérdida, del sacrificio, de la traición y del valor. Lo de siempre. Se me ha ocurrido que le falta un gato de tres patas, y quizá una mentía.


-¿Quién es el protagonista?


-No me digas que te interesa saberlo.


-No te lo preguntaría si no fuera así. ¿Quién es el protagonista y a que se dedica?


-Se dedica (y ahora es cuando me quedare contigo) a la enseñanza. Es profesor.-Pedro sonrió y le llenó la copa. Siempre estaba a tiempo de llevarla a casa- Lo traiciona una mujer, claro.


-Claro.


-Eso le destroza la vida, la profesión y el alma. Herido en lo más profundo, se ve obligado a empezar de nuevo y tiene que hacer de tripas corazón para enfrentarse a su sufrimiento. Ha de aprender a confiar de nuevo, a amar otra vez. Es absolutamente necesario que incluya la mentíra.


-¿Por qué lo traiciona ella?


-Porque él la amaba pero pasaba de ella. Y ella lo destroza por llamar su atención. Supongo.


-Y el gato de tres patas sería una metáfora de su alma herida y de la decisión de asumir sus cicatrices.


-Muy bien. Has sacado un sobresaliente.


-Ahora, lo más importante. -Pau se inclinó hacia él- ¿Hay sexo, violencia y lenguaje no apto para menores?


-Los hay.


-Vendido. Tienes que terminar esa novela. ¿En tu mundo se lleva eso de pública o muere?


-No tiene por qué ser un libro. He publicado artículos, ponencias y relatos para sobrevivir. 


-¿Relatos? ¿Lo dices en serio?


-En publicaciones sin importancia. Esas que solo se distribuyen en el ámbito académico. Tú sí deberías publicar tus fotografías. En un libro de arte.


-A veces lo pienso. Supongo que me pasa como a ti con tu novela: cuando ya tienes trabajo, tiendes a aparcarlo. Carla ha tenido la idea de que editemos libros de regalo: flores para las bodas, pasteles de bodas, fotografías de bodas. Una selección de lo mejorcito de nuestro trabajo.


-Es una buena idea.


-Carla no suele tenerlas de otra clase. Solo es cuestión de echarle el tiempo suficiente para montar el material de manera que podamos ofrecerlo a los que se dedican a publicar esta clase de libros. Mientras tanto tenemos tres celebraciones en tres días, y la del sábado será problemática. Deberías venir.


-¿A la boda de unos extraños...? No soy capaz. No me han invitado.


-Serás parte del personal -decidió Pau de improviso-. En esta boda nos faltan hombres con la cabeza bien puesta. A veces contrato a un ayudante... solo cuando es necesario. En general, me basto yo sola. Pero en esta ocasión sí, porque vamos a tener que manipular una dinamita que suda nitroglicerina. Las dos personas que suelen ayudarme no pueden venir. Te contrato


-No sé nada de fotografía.


-Yo sí. Me pasaras el material que te pida, harás de sustituto y, cuando se tercie, de burro de carga. ¿Tienes un traje oscuro, que no sea de tweed?


-Sí... sí, pero...


Pau le dirigió una mirada penetrante y seductora.


-Habrá pastel.


-Ah, en ese caso…


-Jeronimo hará de acompañante de emergencia de la DDH por culpa de PCYM.


-¿Qué es eso?


-La dama de honor y el padrino cabrón y mentiroso. Y Dani nos ayuda, porque Jeronimo le ha obligado. A ellos ya los conoces, y a nosotras también. -Se comió una patata-. Además habrá pastel.


No le convencieron sus razones, pero sí la idea de estar con ella en lugar de quedarse pensando en ella.


-De acuerdo, si estás segura.


-A las tres el sábado. Será fantástico.


-Y te veré en tu entorno natural.


-Sí, es cierto. Hablando de pasteles, estoy llena para el postre. Voy a digerir esta cena espectacular lavando platos.


-No, no quiero que te molestes.


-Tú has hecho la cena, dos veces. Yo lavaré los platos mientras tú te tomas un brandy y fumas un puro.


-No tengo brandy ni tampoco puros.


Pau se levantó y le dio unos golpecitos en el hombro.


-Un profesor de literatura tendría que reconocer una metáfora cuando la oye. Bebe otra copa de vino aprovechando que no tienes que conducir.


Le sirvió una copa antes de amontonar los platos.


-En realidad me gusta lavar los platos. Es la única tarea domestica que me gusta.


Llenó el fregadero de agua caliente, encontró el detergente en el armario de abajo y echó un poco en las cazuelas y las sartenes. Pedro disfrutó mirando cómo se aplicaba ella a una tarea tan básica. Y esperó que Pau le estuviera contándole nada importante, porque tenía la mente confusa.


Aquello no tenía nada que ver con el vino, sino con el hecho de imaginarla allí, limpiando la cocina la semana próxima, el mes próximo o el año siguiente. Imaginarla sentada con él, compartiendo la cena.


Iba demasiado lejos y demasiado rápido, lo sabía, pero no podía evitarlo. El enamoramiento le había jugado una mala pasada y ahora se precipitaba por la pendiente del amor.


-¿Dónde guardas los trapos de cocina?


-¿Qué, perdona?


-Los trapos de cocina -repitió Pau abriendo un cajón al azar


-No, ahí no. En el otro lado. Ya voy.


Pedro se levantó, abrió el cajón de la derecha y sacó un trapo.


-¿Por qué no seco yo los platos? -propuso. Se dio la vuelta y entonces se le cayó el alma a los pies.


Pau estaba de pie, con la cabeza ladeada, leyendo la lista de Bob.


-Veo que has hecho una lista.


-No. Sí. No es mía. Quiero decir que sí es mía, pero no la escribí yo. No la hice yo. Mierda...


Pau siguió concentrada en la lectura.


-Es muy detallada.


-Fue cosa de Bob. Ya lo conoces. Está como una cabra...Creo que no te lo dije cuando te lo presenté.


-Parece un guión.


-Lo sé, lo sé. Lo siento. Se ha propuesto hacer de Cyrano. Es uno que...


Pau levantó la vista del papel y lo miró a los ojos.


-He comprendido la referencia a Cyrano, Pedro.


-Ah, claro... Se casó hace un par de años y está esperando un hijo.


-Felicita a Bob.


-Se le ha metido en la cabeza que tiene que ayudarme en...ah... este terreno. Me la trajo el martes. Te he dicho que vino a cenar el martes, ¿verdad?


-Para la prueba.


-Sí, exacto, para la prueba. Debería haberla tirado cuando se fue, pero la metí en el cajón por si...


-¿Por si acaso? Como refuerzo, quieres decir.


-Sí. Sí, y no hay excusa que valga. No te culpo si te enfadas.


Pau dejó de concentrarse en la lista y le prestó toda su atención.


-¿Te parezco enfadada?


-Ah… No, ahora que lo dices, no. Y me alegro. Es un alivio. ¿Te parece… divertido?


-En cierto modo, sí -contestó-. Según la lista de Bob, estamos siguiendo el programa.


-No me he guiado por la lista de Bob. Te doy mi palabra –dijo Pedro levantando la palma de la mano como si prestara un juramento-. Tengo mi propia lista. Es mental. Y acabo de darme cuenta de que también es una idiotez.


-¿Qué tal vamos según la tuya? -Pau sonrió, aunque Pedro no acabó de interpretar el sentido. Podía existir un subtexto.


-Bien, cumpliendo los objetivos. Podríamos comernos el pastel.

 
Pedro fue a cogerle el papel pero Pau se lo impidió alzando el índice a modo de advertencia.


-Veo que solo teníamos que amontonar los platos... a menos, dice entre paréntesis, que te parezca que a mí me da la impresión de que no lavarlos es una guarrada. Bob cree, y ya conocemos a Bob, que lavar los platos juntos, si se presta, podría servir de precalentamiento.


Mortificado, Pedro cerró los ojos.


-Mátame. Por favor.


-Lo lamento, pero esto no sale en la lista. En la lista dice que después de asegurarte de haber puesto la música apropiada (Barry White es la apuesta más segura), bailes conmigo. La cocina o la sala de estar son lugares que se prestan a eso. Dice que bailemos lentos, porque así entraremos en la fase de seducción de la noche. Y dice que es preferible que al llegar a este punto, hayas intuido ya si estaré dispuesta a seguir bailando arriba.


-¿Quieres que lo asesine? Porque lo he pensado.


-No oigo a Barry White.


-No creo que tenga nada de él... y aunque tuviera sus cedés, yo no... ¿Te he comentado que Bob está como una cabra?


-Hay una cosa que me intriga, Pedro- Pau dejo la lista sobre el mármol sin dejar de mirarlo-. Me pregunto por que no estás bailando conmigo. -Se acercó a él y le pasó los brazos por la nuca.


-Oh.


-No iremos a decepcionar a Bob.


-Es un buen amigo.- Pedro apoyo la mejilla en la coronilla de Pau y las cosas volvieron a su sitio-. No soy muy buen bailarín. Tengo los pies demasiado grandes. Si te piso…


Pau alzo el rostro hacia el


-Cállate y bésame, Pedro.


-Con mucho gusto.


Sin dejar de moverse, la besó en la boca. Con dulzura, en silencio, reconciliándose con el momento. Iba dando vueltas, con cautela, mientras Pau le pasaba los dedos por el pelo suspirando hasta ofuscarle la mente.


Pau volvió la cabeza con los labios le rozo la mandíbula


-Pedro


-¿Mmm?


-Si prestas atención, ahora tendrías que notar que estoy dispuesta. -No cerró los ojos y siguió mirándole cuando sus labios se encontraron-. ¿Por qué no me llevas arriba? -Dio un paso atrás y le tendió la mano-. Si me deseas.


Pedro le cogió la mano y se la beso


-Es como si llevara toda la vida deseándote.


Tiro de ella y salieron de la cocina A los pies de la escalera tuvo que detenerse para volver a besarla. Se preguntó si el vino, las ansias y las imágenes se le habrían subido a la cabeza a ella tanto como a él.


La guío hasta arriba, con el pulso acelerándosele a cada paso.


-había pensado poner unas flores y unas velas por si acaso- dijo él mientras entraban en su dormitorio-. Pero luego decidí, y no es que sea muy supersticioso, que a lo mejor metía la pata. Y quería que estuvieras aquí tanto que no iba a arriesgarme. Te quería en mi cama


-Prefiero oírte decir eso que tener velas y flores, créeme.- La habitación era como el resto de la casa, encajaba con él. Líneas simples, colores suaves, un espacio ordenado…- quería estar aquí. Contigo, en tu cama


Pau se acerco al lecho y entonces vio la fotografía del cardenal en la pared de enfrente


Conmovida, se volvió hacia el jamás habría imaginado que pudiera desearlo tanto. empezó a desabrocharse los botones de la blusa


-No, por favor. Quiero desnudarte yo, si no te importa.


Pau se detuvo.


-No, claro que no.


Pedro se inclinó y bajó la intensidad de la lámpara de la mesita.


-Quiero mirarte mientras te desnudo.


Le acaricio la mejilla y recorrió su cuerpo con ambas manos mientras la acercaba hacia si. Y entonces unió su boca a la de ella.






CAPITULO 21 (PRIMERA HISTORIA)




No le venia muy bien pasar por la academia de camino a su próxima entrevista. De todos modos le quedaba un poco de tiempo antes de la cita y, y además no había devuelto la llamada de Pedro, lo cual era una grosería por su parte ¿Que tenia de malo detenerse a saludarlo?


Pau supuso que estaría dando clases. Espiaría un poco... para comprobar <<eso>> que quería comprobar y le dejaría una nota en el despacho principal. Pensaría en algo divertido y fresco y así la pelota que no paraban de lanzarse iría a parar a su tejado.


¿Había tanto silencio en los pasillos cuando ella estudiaba?¿Existía ese eco que hacía que sus pasos restallasen como disparos?


La escalera que ahora subía era la misma que había recorrido una docena de años atrás. En una vida anterior. 


Hacía tanto de eso que no acababa de imaginarse en esa época y solo tenía un vago recuerdo de su persona, como quien altera una foto hasta dejarla borrosa.


Le pareció que caminaba en compañía de una sombra de sí misma, llena de recursos y posibilidades.


Una sombra que no tenía miedo.


¿Qué había sido de esa chica?


Pau se acercó a la puerta del aula y atisbó por la ventanilla. 


Su aire taciturno se esfumó de repente.


Pedro iba vestido con la chaqueta de tweed, una camisa, una corbata y un suéter de pico. Por suerte, no llevaba las gafas puestas, porque entonces Pau habría babeado de lujuria.


Pedro se apoyó en la mesa con una leve sonrisa. Prestaba atención a una estudiante que, a juzgar por la expresión de su cara y sus gestos, hablaba apasionadamente.


Vio que él asentía, tomaba la palabra y luego se centraba en otro alumno.


Estaba enamorado, comprendió. Enamorado del momento y de todos los momentos que habían hecho posible lo que estaba pasando en el aula. Estaba metido hasta el cuello. 


¿Lo sabían sus alumnos?, se preguntó. ¿Comprendían esos chicos que se entregaba a ellos en cuerpo y alma?
¿Entendían, eran capaces de entender, esos jóvenes temerarios, que aquella entrega absoluta era un milagro?


Pau se sobresaltó cuando sonó el timbre y se llevó la mano al corazón para controlar sus latidos. Chirrido de sillas, cuerpos que se levantaban como accionados por un resorte.


 Apenas logró quitarse de en medio antes de que la puerta se abriera de golpe.


-Leed el tercer acto para mañana porque lo discutiremos en clase. Y esto también va por ti, Grant.


-Jolín, doctor Alfonso...


Pau esquivó la estampida, aunque logró ponerse en un ángulo que le permitió ver a tres estudiantes acercándose a su mesa. Pedro no los despachó con prisas, sino que se puso las gafas (Que alguien me ayude>›) para repasar un trabajo que uno de sus alumnos le había entregado.


-Paula -pensó con las hormonas aceleradas-, estás metida en un lío.››


-Hoy has planteado algunas cuestiones interesantes, Marcie. Veamos si mañana podemos tratarlas cuando discutamos el tercer acto. Me interesa... -Pedro la vio acercarse al umbral. Pau se fijó en que él parpadeaba y se quitaba las gafas para observarla detenidamente-. Decía que me interesaría saber tu opinión.


-Gracias, doctor Alfonso. Hasta mañana.


El aula se vació y los pasillos se llenaron de ruido. Pedro dejó las gafas encima de la mesa.


-Paula.


-Estaba en el barrio y he recordado que no te había devuelto la llamada -dijo acercándose a su mesa.


-Prefiero que hayas venido.


-Yo también lo encuentro más interesante. Hoy te veo muy arreglado.


Pedro desvió la mirada cuando ella dio un tirón al nudo de la corbata.


-Ah, he tenido una reunión de profesores esta mañana.


-¿Tú también? Espero que fuera mejor que la mía.


-¿Cómo dices?


-Nada. Agua pasada no mueve molino.


-Sí mueve, en general. A menos que haya sequía.


-Claro. Me ha gustado verte en tu entorno natural.


-¿Quieres que vayamos a tomar un café? Esta es mi última clase del día. Podríamos...


-Pedro, iba a pillar una... -Un hombre bajito, con unas gafas con montura de concha y una cartera abultada colgada al hombro, entró en el aula. Se detuvo atónito al ver a Pau-. Oh, lo siento. No quería interrumpir.


-Humm. .. Paula Chaves. Uno de mis colegas: Bob Tarkinson.


-Encantada -dijo Pau mientras Bob, tras las gafas, abría unos ojos como platos-. ¿Enseñas literatura?


-¿Literatura? No, no. Estoy en el departamento de matemáticas. -Me gustaban las mates. Sobre todo la geometría. Me gusta imaginar ángulos.


-Paula es fotógrafa -explicó Pedro, y entonces recordó que Bob ya lo sabía. Y quizá incluso algo más.


-Claro. Fotografía, ángulos... Bien. Estooo, tú y Pedro enfilar el sendero que llevaba al aparcamiento de las visitas ibais...


-Estábamos pensando en ir a tomar un café -se apresuró a aclarar Pedro-. Nos veremos mañana, Bob.


-Bueno, podría…Ah, claro, claro…-A la primera andanada, Bob captó el mensaje-. Mañana. Encantado de conocerte, Paula.


-Adiós, Bob. -Pau se volvió hacia Pedro.


Bob aprovechó la oportunidad para dedicar a Pedro una amplia sonrisa y levantar los pulgares con aire entusiasta antes de marcharse..


-Decía... el café.


-Me encantaría, pero voy a ver a una clienta. Cuando termine, iré a casa a hacer los deberes. Tengo que empollar para un examen.


-Ah, ¿Cómo?


-Un pedido importante y un cliente de bandera. Se impone una presentación súper pluscuamperfecta. Tenemos una semana para prepararla y conseguir el contrato. Pero si has terminado por hoy, podrías acompañarme al coche.


-Claro.


Pau esperó a que Pedro cogiera el abrigo.


-Ojalá hubiere traído unos libros para que me los pudieses llevar. Cerraría el círculo nostálgico que siento cuando estoy aquí. Aunque no recuerdo que algún chico cargara alguna vez con mis libros.


-Nunca me lo pediste.


-Oh, si entonces hubiéramos sabido lo que sabemos ahora…Se te veía muy bien allí dentro, doctor Alfonso. Y no me refiero a tu uniforme de profesor. Enseñar te sienta bien.


-Ah, bueno. En realidad estaba moderando un debate. Eran ellos quienes hacían todo el trabajo. Eso es más bien dirigir.


-Pedro, di <<gracias>>.


-Gracias.


Salieron al exterior y bajaron los escalones de entrada para enfilar el sendero que llevaba al aparcamiento de las visitas.


-Los adolescentes nunca tienen frío para salir- Observó Pau.


Los jóvenes se repartían por el césped, se sentaban en los peldaños de piedra y conversaban por grupos en el aparcamiento.


-Me dieron el primer beso allí mismo.-Pau señalo la esquina del edificio-.John C. Prowder me plantifico uno justo después de la reunión para las previas de un partido. Tuve que ir a buscar a Carla y a Emma después de la quinta clase para explicarles en el baño de las chicas lo que me había pasado con todo detalle.


-Te vi besándolo una tarde, de pie, en la escalinata. Se me rompió el corazón.


-Si lo hubiéramos sabido entonces…Voy a tener que recompensarte.- Se volvió hacia el, le paso los brazos por la nuca y lo beso en los labios. Le dio un beso al amparo de la academia, mientras los fantasmas se revolvían en los pasillos y mudaban los viejos sueños.


-Vía libre, doctor Alfonso- gritó alguien mientras los otros silbaban de aprobación.


Pau, con una expresión de alegría, dio otro tirón a su corbata.


-Ahora he destrozado tu reputación.


-O la has mejorado de golpe. -Pedro carraspeó cuando llegaron al coche-. Supongo que estarás ocupada toda la semana con la propuesta.


-Sí lo estaré -afirmó Pau mientras él le abría la portezuela-. Pero saldré a tomar el aire.


-Podría invitarte a una cena casera. El jueves, si puedes salir entonces a tomar el aire.


-¿Sabes cocinar?


-No estoy muy seguro. He hecho una apuesta.


-No estoy en contra de las apuestas, sobre todo cuando se trata de comida. ¿A las siete en tu casa?


-Perfecto. Te daré mi dirección.


-Sabré encontrarte -dijo Pau subiendo al coche-. Cuenta conmigo para el postre. -Y casi se quedó sin aire de la carcajada que dio al ver su expresión-. No estaba haciendo una metáfora para referirme al sexo, Pedro. Hablaba de traer un postre. Achucharé a Laura para que me prepare algo.


-Comprendido. Pero que sepas que me encantan las metáforas.


Pau sacudió la cabeza mientras se alejaba. Más puntos para el profesor. Tenía hasta el jueves para decidir si se conformaba con un trozo del pastel de crema italiano de Laura o se inclinaba por la metáfora.