jueves, 9 de marzo de 2017

CAPITULO 3 (TERCER HISTORIA)




Paula no tuvo tiempo de pensar en los hombres durante los dos días siguientes. No tuvo ni tiempo ni energías para pensar en el amor y en las historias románticas. Podía estar metida hasta el cuello en celebraciones de boda, pero eso era por negocio… y el negocio de las bodas exigía concentración y precisión.


Su pastel Encaje Antiguo, que le llevó casi tres días crear, tuvo su momento estelar antes de ser troceado y devorado. 


El sábado por la tarde la estrella fue su caprichoso Pétalos en Color Pastel, con centenares de pétalos de rosa grabados con pasta de azúcar, y el mismo día por la noche presentó su Jardín de Rosas, un pastel con capas alternas de rosas rojas y de un bizcocho aromatizado con vainilla y glaseado con una sedosa crema de mantequilla.


Para la boda del domingo al mediodía, más sencilla e informal, la novia eligió el modelo Frutos de Verano. Paula había horneado la masa y preparado el relleno, había montado la tarta y la había glaseado con un trenzado artesanal. En ese momento, mientras la novia y el novio pronunciaban sus votos en la terraza del jardín, completaba la creación adornando con fruta fresca y hojas de menta cada uno de los pisos.


Detrás de ella, sus ayudantes estaban dando los últimos toques a la decoración de las mesas para el convite. Paula, que debajo del delantal llevaba un traje de casi el mismo color que las frambuesas que había elegido, dio un paso hacia atrás y estudió las líneas y el equilibrio de las formas. 


Luego tomó un racimo de uvas de color champán para decorar uno de los pisos.


—Parece sabroso.


Paula frunció el ceño y siguió agrupando unas cerezas frescas. Solían interrumpirla mientras trabajaba, pero eso no significaba que a ella le gustase. Por si fuera poco, no esperaba que el hermano de Carla se presentase en la casa durante la celebración de una boda.


Claro que, tuvo que recordarse, él entraba y salía cuando le venía en gana.


Sin embargo, cuando vio que metía la mano en uno de los recipientes, le dio un manotazo para que la apartara.


—Quita las manos.


—Como si fueras a echar de menos un par de moras.


—A saber qué habrás estado tocando. —Paula formó un trío de hojas de menta; aún no se había molestado en mirarlo—. ¿Qué quieres? Estamos trabajando.


—Yo también. Más o menos. En mi faceta de abogado. Tenía que traeros unos documentos.


Se encargaba de todos sus asuntos legales, tanto a nivel individual como los relacionados con la empresa. Paula sabía de sobra que les dedicaba muchas horas, a menudo sacrificando su tiempo libre. Pero si ella no le pinchaba, sería como romper con una larga tradición.


—Y lo has calculado para llegar a tiempo y ver si podías pillar algo del catering.


—Siempre hay que buscar alicientes. ¿Será un almuerzo ligero?


Rindiéndose, Paula se dio la vuelta. Que él hubiera elegido presentarse con unos tejanos y una camiseta no le impedía dar la imagen del típico abogado formado en una de las universidades de la Ivy League. Pedro Alfonso, de los Alfonso de Connecticut, pensó. Alto y delgado, con el espeso cabello castaño tal vez demasiado largo según el canon que dictaba la moda para los abogados.


¿Lo hacía a propósito? Ella suponía que sí, pues era uno de esos hombres que siempre lo tienen todo planeado. Sus ojos azul medianoche eran del mismo color que los de Carla, pero, a pesar de conocerlo desde siempre, Paula no lograba descifrar qué ocultaba tras ellos.


En su opinión, su atractivo le hacía un flaco favor, y su tolerancia no complacía exactamente a todo el mundo. Por otro lado, era leal hasta la muerte, generoso sin alardear y protector hasta resultar irritante.


Ahora él le sonreía, con una sonrisa breve y franca y un cierto toque de humor que desarmaba. Imaginó que esa debía de ser su arma letal en los tribunales. O en la cama.


—Salmón marinado y frío, rollitos de pollo relleno de espinacas y queso, verduras del huerto a la brasa, tortitas de patata, una selección de quiches, caviar con su aderezo, pastas y panes variados con un surtido de fruta y queso, y a continuación, pastel de semillas de amapola relleno de mermelada de naranja, glaseado con crema de mantequilla al Grand Marnier y coronado con fruta de temporada.


—Me apunto.


—Espero que sepas convencer con tu labia al personal del catering. —Paula movió a un lado y a otro los hombros y el cuello antes de elegir las bayas siguientes.


—¿Te duele?


—Hacer la decoración trenzada te deja los músculos agarrotados.


Pedro empezó a levantar las manos, pero se retractó y las metió en los bolsillos.


—¿Jeronimo y Sebastian están aquí?


—Por ahí andan. Hoy no los he visto.


—Creo que iré a buscarlos.


—Muy bien.


Sin embargo, Pedro se acercó a los ventanales y contempló la terraza alfombrada de flores, las sillas enfundadas de blanco y a la hermosa novia que miraba a su sonriente novio.


—Están dándose los anillos —anunció Pedro en voz alta.


—Eso acaba de decirme Carla. —Paula dio unos golpecitos a los auriculares—. Estoy lista. Emma, el pastel es todo tuyo.
Colocó una ramita cuajada de bayas encima del piso superior para darle el toque final.


—Cinco minutos para la cuenta atrás —anunció, y empezó a llenar una caja con la fruta que había sobrado—. Servid el champán y comenzad a mezclar los combinados Bloody Mary y Mimosa. Encended las velas, por favor. —Paula iba a cargar con la caja, pero Pedro forcejeó con ella para arrebatársela.


—La llevo yo.


Paula se encogió de hombros y puso la música de fondo, que sonaría hasta el momento en que la orquesta se encargara de amenizar la velada.


Bajaron por la escalera trasera y pasaron junto a unos camareros uniformados que subían unos entrantes para acompañar los combinados. Ese aperitivo entretendría a los invitados mientras Maca tomaba las fotos oficiales de los novios, el cortejo nupcial y la familia.


Paula abrió la puerta batiente de la cocina, donde el personal del catering trabajaba a toda máquina. Acostumbrada al caos, se deslizó por la estancia, tomó un cuenco y metió en él un poco de fruta que le ofreció a Pedro.


—Gracias.


—Intenta no estar en medio… Sí, ya están listos —informó a Carla a través de los auriculares—. Sí, en treinta segundos. Tomando posiciones. —Paula observó a los del catering—. Seguimos el horario previsto. Ah, Pedro está aquí… De acuerdo.


Pedro la observó apoyado en la encimera y comiendo bayas mientras Paula se quitaba el delantal.


—Vale, salimos ahora mismo.


Pedro se apartó de la encimera y la siguió al cuartito de los abrigos, que pronto se transformaría en una despensa y una cámara refrigeradora. Paula se quitó el pasador del pelo, lo dejó por ahí, sacudió la melena para darle forma y se preparó para salir.


—¿Adónde vamos?


—Yo voy a acompañar a los invitados que están llegando. Y tú te vas con la música a otra parte.


—Me gusta donde estoy.


Entonces fue ella la que sonrió.


—Carla me ha dicho que me libre de ti hasta que llegue el momento de limpiar. Ve a buscar a tus amiguitos, Pedro, y si os portáis bien, luego os daremos de comer.


—Vale, pero si vais a liarme para que me quede a recoger, quiero que me guardéis un poco de ese pastel.


Se separaron; él se dirigió a la remodelada casa de la piscina que servía de estudio y hogar de Maca, y ella se encaminó hacia la terraza, donde los novios intercambiaban su primer beso de casados.


Paula se volvió para mirarlo una vez, solo una. Lo conocía de toda la vida… así que supuso que era cosa del destino. 


Pero era culpa suya, y su problema, que hubiera estado enamorada de él desde siempre.


Se permitió un suspiro antes de obligarse a estampar una cálida sonrisa profesional en el rostro y disponerse a acompañar a los invitados al lugar donde se celebraba la recepción.






CAPITULO 2 (TERCER HISTORIA)





Por la mañana, tras seis horas de un sueño reparador, Paula se obsequió con una sesión rápida en el gimnasio antes de vestirse para ir a trabajar. Pasaría la mayor parte del día encadenada a su cocina, pero antes de dar comienzo a esa rutina, tenía que acudir a la reunión general que precedía a las celebraciones.


Paula bajó a toda prisa del ala que ocupaba en el tercer piso y se dirigió a la cocina, situada en la planta baja. En ese momento la señora Grady estaba preparando una bandeja con fruta.


—Buenos días, señora Grady.


El ama de llaves arqueó las cejas.


—Pareces animada.


—Me siento animada. Y decidida —dijo Paula mostrándole los puños y flexionando la musculatura—. Quiero café, todo el que tenga.


—Carla se lo ha llevado arriba. A ti te toca subir la fruta y estas pastas. Come fruta. No deberías empezar el día con un bollito glaseado.


—Como usted diga, señora. ¿Han venido las demás?


—Todavía no, pero he visto salir la camioneta de Jeronimo hace un rato, y supongo que Sebastian se presentará con carita de pena esperando que le prepare un desayuno decente.


—Me largo. —Paula cogió las fuentes y las sostuvo en equilibrio como la camarera experta que había sido en otro tiempo.


Subió con ellas a la biblioteca, que en la actualidad era la sala de reuniones de Votos. Carla estaba sentada a la mesa principal y había colocado el servicio de café en el mueble aparador. Como siempre, ya tenía su BlackBerry al alcance de la mano. Se había peinado con una cola de caballo, lisa y brillante, que le despejaba el rostro, y llevaba una camisa blanca y almidonada para transmitir la seriedad que requería su trabajo. Iba tomando café mientras consultaba unos datos en su ordenador portátil con esos ojos azul medianoche a los que Paula sabía que no se les escapaba nada.


—Provisiones —anunció Paula. Dejó las bandejas sobre el mueble aparador y se apartó tras la oreja el pelo cortado a la altura del mentón antes de seguir las recomendaciones de la señora Grady y servirse un cuenco de frutos del bosque—. No estabas en el gimnasio esta mañana. ¿A qué hora te has levantado?


—A las seis, y ha sido una suerte porque la novia del sábado por la tarde ha llamado pasadas las siete. Su padre ha tropezado con el gato y tal vez se haya roto la nariz.


—Vaya…


—Está afectada, pero sobre todo porque no sabe el aspecto que tendrá el hombre el día de la boda, ni cómo quedará en las fotografías. Llamaré a esa maquilladora que es una artista a ver qué se puede hacer.


—Siento la mala suerte que ha tenido el PDNA, pero si todos los problemas del fin de semana van a ser como este, estamos en racha.


Carla le hizo una señal de advertencia.


—No vayas a ser gafe ahora.


Maca entró a zancadas, alta y esbelta, con unos tejanos y una camiseta negra.


—Hola, compañeras del alma.


Paula entornó los ojos cuando vio la sonrisa franca y los ojos verdes adormilados de su amiga.


—Has tenido sexo esta mañana.


—Esta mañana he tenido un sexo estupendo, gracias. —Maca se sirvió una taza de café y tomó una magdalena—. ¿Y tú?


—Zorra.


Maca estalló en una carcajada, se dejó caer en una silla y estiró las piernas.


—Me quedo con mi ejercicio matutino en lugar de tu rutina gimnástica y tu máquina de musculación.


—Y encima mala y mezquina —afirmó Paula metiéndose una mora en la boca.


—Me encanta el verano porque el amor de mi vida no tiene que levantarse y marcharse temprano a iluminar las mentes de los jóvenes. —Maca abrió su ordenador portátil—. Ahora me siento preparada para dedicarme al trabajo en cuerpo y alma.


—Es posible que el PDNA del sábado por la tarde se haya roto la nariz —le contó Carla.


—Menudo desastre. —Maca frunció el ceño—. Puedo arreglarlo con el Photoshop si quieren, pero para mí eso es hacer trampa. Hay que tomar las cosas como vienen, y en mi opinión esta anécdota acabará siendo un recuerdo divertido.


—Ya veremos qué piensa la novia cuando su padre vuelva del médico. —Carla miró hacia la puerta, por donde entraba Emma corriendo.


—No llego tarde. Todavía faltan veinte segundos. —Con sus negros rizos al viento, se dirigió hacia el aparador del café—. He vuelto a dormirme. Después.


—Oh, a ti también te odio —musitó Paula—. Hay que instaurar otra norma: prohibido fardar en las reuniones de trabajo de haber practicado sexo si la mitad de sus miembros no lo han hecho.


—Secundo la moción —añadió Carla de inmediato.


—Ayy… —Emma rió y se sirvió fruta en uno de los cuencos.


—El padre de la novia del sábado por la tarde tal vez se haya roto la nariz.


—Ayy… —repitió Emma, preocupada sinceramente por la noticia que acababa de darle Maca.


—Nos ocuparemos de eso cuando tengamos más datos. De todos modos, pase lo que pase, en realidad el asunto solo nos concierne a Maca y a mí. Te mantendré informada —le dijo Carla a Maca—. Empecemos por la celebración de esta noche. Los acompañantes de los novios, los familiares y los invitados que venían de fuera ya han llegado. La novia, la MDNA y las damas llegarán a las tres para la sesión de peluquería y maquillaje. La MDNO tenía cita en su peluquería y llegará antes de las cuatro, con el PDNO. El PDNA llegará con su hija. Procuraremos distraerlo y darle alguna ocupación hasta el momento de salir en las fotos oficiales. Maca…


—El vestido de la novia es una preciosidad. Es romántico, de inspiración vintage. Resaltaré eso.


Mientras Maca iba detallando el plan previsto y el horario, Paula se levantó para servirse otra taza de café. Tomó notas de vez en cuando mientras Maca hablaba, y cuando le tocó el turno a Emma, siguió anotando. Paula había concluido prácticamente su trabajo y solo intervenía cuando y si su opinión era necesaria.


Era una dinámica de trabajo que habían perfeccionado desde que Votos pasó de ser una idea a convertirse en una realidad.


—Paula —dijo Carla.


—El pastel está terminado y es de campeonato. Pesa mucho, por eso me hará falta que lo acarreen nuestros ayudantes hasta donde se celebra la recepción, pero el diseño no requiere que tengamos que montarlo in situ. Emma, necesitaré que pongas la cinta y los pétalos de rosa blancos cuando el pastel esté en su lugar; con eso bastará hasta el momento de servirlo. La pareja no ha querido el pastel del novio y se ha decantado por un surtido de pastelitos y bombones en forma de corazón. Ya los he preparado. Los serviremos en una vajilla de porcelana blanca que lleva una cenefa de blonda para que haga juego con el diseño del pastel. El mantel de hilo donde lo presentaremos es de color azul claro, con una vainica bordada. El cuchillo y la pala de servir son de los novios. Pertenecieron a la abuela de la novia y tendremos que estar atentas para que no desaparezcan.
»Hoy me pasaré casi todo el día trabajando con los pasteles del sábado, pero habré terminado hacia las cuatro por si alguien me necesita. Al final los ayudantes envolverán el pastel que haya sobrado en unas cajitas con una cinta azul en la que hemos grabado los nombres de los novios y la fecha de la boda. Procederemos igual si sobran bombones o pastelitos. Maca, me gustaría que sacaras una fotografía del pastel para mis archivos. Este diseño no lo había hecho nunca.


—Cuenta con ello.


—Emma, necesito las flores para el pastel del sábado por la noche. ¿Me las traerás cuando vengas a adornar la recepción de hoy?


—Claro.


—¿Puedo plantear un tema personal? —Maca había levantado una mano para reclamar la atención de todas—. Nadie ha mencionado que mi madre se casa, de nuevo, mañana en Italia. Por suerte, eso queda a muchísimos kilómetros de nuestro feliz hogar de Greenwich, en Connecticut. De todos modos, hoy me ha llamado sobre las cinco de la mañana. Lourdes no acaba de entender que existen zonas horarias y, en fin, digámoslo claro, le importa un bledo.


—¿Por qué no has dejado sonar el teléfono? —preguntó Paula a pesar de ver que Emma consolaba a Maca dándole unos golpecitos en la pierna.


—Porque habría sonado sin parar, y ahora intento lidiar con ella… en mis términos, para variar. —Maca se pasó la mano por el cabello rojo intenso que llevaba cortado a lo chico—. Ha habido, como era de esperar, lágrimas y reproches, porque resulta que ha decidido que quiere que asista a la boda, al contrario que la semana pasada, que no quería. Como no pienso subirme de un salto a un avión para ver cómo se casa por cuarta vez, sobre todo teniendo en cuenta que esta noche tengo una celebración, mañana dos y el domingo otra más, no me habla.


—Ojalá dure.


—Paula… —musitó Carla.


—Lo digo en serio. Tú lograste cantarle las cuarenta —le recordó Paula—, y yo no tuve ocasión. Es algo que me quema por dentro.


—Y lo aprecio —intervino Maca—. De verdad. Pero como veis, no estoy muerta de miedo, no me revuelvo en el fango de la culpa y ni siquiera estoy cabreada. Creo que encontrar a un hombre sensato, tierno y de carácter firme solo me ha dado ventajas. Y a esas ventajas sumo el hecho de poder disfrutar de un sexo matutino absolutamente increíble. Todas me habéis apoyado cuando he tenido que enfrentarme a Lourdes, habéis intentado ayudarme para que no me afectaran sus exigencias y sus arrebatos de locura. Supongo que Sebastian ha contribuido a inclinar la balanza y ahora puedo lidiar con esto sola. Quería que lo supierais.


—Pues yo, solo por eso, practicaría el sexo con él todas las mañanas.


—Aparta tus manos de él, Chaves, pero gracias por la intención. En fin… —Maca se levantó—. Quiero terminar unas tareas antes de centrarme en la celebración de hoy. Volveré y tomaré unas fotos del pastel.


—Espera, voy contigo —dijo Emma levantándose de golpe—. Vuelvo enseguida para reunirme con el equipo y poner los pétalos de rosa en tu pastel, Paula.


Cuando se marcharon, Paula se quedó pensativa.


—Lo ha dicho en serio.


—Sí, eso parece.


—Y no le falta razón. —Paula se tomó un minuto más para reclinarse en la silla y disfrutar del café—. Sebastian es el único que ha sabido abrir su corazón. Me pregunto cómo será contar con un hombre que sea capaz de eso, que pueda ayudarte así, sin agobiarte. Que sepa amarte. Supongo que, bien pensado, le envidio más eso que lo del sexo. —Se encogió de hombros—. En fin, vale más que me ponga a trabajar.






CAPITULO 1 (TERCER HISTORIA)





Sola, con Norah Jones susurrando una canción en el iPod, Paula transformó una lámina de fondant en un elegante encaje comestible. Ni siquiera oía la música, que se ponía más de fondo que para escucharla, cuando montó el adorno con cuidado en el segundo de los cuatro pisos.


Retrocedió un paso para observar el resultado y dio una vuelta alrededor de la tarta buscando los fallos. Los clientes de Votos exigían perfección, y eso era exactamente lo que ella quería darles. Asintió satisfecha, y luego cogió un botellín de agua para apagar la sed mientras estiraba la espalda.


—Dos completados, faltan otros dos.


Miró el tablón de la pared donde había colgado varias muestras de encaje antiguo y el diseño final del pastel de boda que había elegido la novia del viernes por la noche.


Tenía que completar tres diseños más (dos para el sábado y uno para el domingo), aunque eso no era nuevo. En Votos, la empresa de bodas y celebraciones que dirigía con sus amigas, el mes de junio era temporada alta.


En unos pocos años habían convertido una idea en una empresa floreciente. A veces demasiado floreciente, pensó, y por eso estaba preparando fondant a la una de la mañana.


Aunque eso era estupendo, decidió. Y adoraba su trabajo.


Cada una tenía pasión por algo. Emma por las flores, Maca por la fotografía, Carla por los detalles… y ella por los pasteles. Y las pastas, se dijo, y los bombones. Aunque los pasteles eran la joya de la corona.


Se puso de nuevo manos a la obra y empezó a estirar otra lámina. Como de costumbre, se había recogido el pelo dorado con un pasador para apartarse los mechones de la cara. Bajo el delantal espolvoreado de harina de maíz llevaba unos pantalones y una camiseta de algodón, y se había calzado unos zuecos para que sus pies no sufrieran al tener que estar tantas horas de pie. Sus manos eran fuertes, hábiles y rápidas, fruto de los años que había pasado trabajando, estirando y levantando masas. Cuando empezó con el siguiente adorno, su rostro anguloso y de rasgos cincelados cobró una expresión seria.


Cuando se trataba de su arte, la perfección no era solamente un objetivo. Para Glaseados de Votos era una necesidad. El pastel de boda era algo más que hornear y decorar con la manga de pastelería, o que trabajar la pasta de goma y el relleno. Del mismo modo que las fotos de boda que hacía Maca trascendían los simples retratos, y los centros, los arreglos y los ramos que Emma creaba distaban mucho de ser tan solo flores. El cuidado por los detalles, la programación y las ganas que ponía Carla resultaban, al final, mayores que la suma de sus partes.


Esos elementos reunidos se convertían en una ceremonia única, y en la celebración de un viaje que dos personas decidían emprender juntas de por vida.


Muy romántico, sin duda, y Paula creía en las historias de amor románticas… al menos en teoría. Aunque creía más en los símbolos y las celebraciones. Y en un pastel de boda verdaderamente fabuloso.


Al terminar el tercer piso el rostro de Paula se había dulcificado y, cuando levantó la vista y vio a Carla en el umbral, en sus intensos ojos azules se reflejó una mirada cálida.


—¿Por qué no estás en la cama?


—Unos detalles. —Carla trazó con el dedo círculos imaginarios sobre su cabeza—. No podía dejar de darles vueltas. ¿Llevas mucho rato trabajando?


—Bastante. Quiero terminar el pastel para que repose esta noche. Además, mañana me tocará montar y decorar las dos tartas del sábado.


—¿Quieres compañía?


Se conocían lo suficiente para encajar un posible «no» sin ofenderse. A menudo, cuando Paula estaba enfrascada en su trabajo, su respuesta solía ser negativa.


—Claro.


—Me encanta el diseño. —Carla dio una vuelta alrededor del pastel como había hecho antes su amiga—. Encuentro muy delicado el contraste entre los blancos, muy interesante las diferentes alturas de cada piso… y qué trabajados están. Parecen de verdad diferentes trozos de encaje. Con un toque retro, vintage, que es el tema que eligió la novia. Lo has clavado.


—Adornaremos el pedestal con una cinta azul celeste —explicó Paula empezando con la siguiente lámina—, y Emma pondrá pétalos de rosas blancas en la base. Quedará imponente.


—Ha sido agradable trabajar con esta novia.


Carla, cómoda con su pijama y con la larga melena castaña suelta en vez de recogida en la cola lacia o el ligero moño de las horas de trabajo, puso a calentar un hervidor de agua para preparar un té. Uno de los alicientes de tener la empresa en casa y de que Paula viviera con ella, así como de que Emma y Maca estuvieran a la vuelta de la esquina, eran esas visitas a horas intempestivas.


—Sabe lo que quiere —comentó Paula mientras elegía un utensilio para festonear los bordes de la lámina—, pero está abierta a las propuestas, y hasta ahora no ha hecho ninguna locura. Si consigue pasar las próximas veinticuatro horas con la misma serenidad, sin duda ganará el codiciado título de Mejor Novia de Votos.


—Esta noche, durante el ensayo, ambos estaban contentos y relajados, y eso es buena señal.


—Aaa-já —musitó Paula, que seguía decorando y añadiendo con precisión calados y nudos—. Y ahora dime de una vez por qué no estás en la cama.


Carla suspiró mientras calentaba una pequeña tetera.


—Supongo que he tenido un bajón. Estaba tomándome una copa de vino y relajándome en mi terraza, y contemplaba las casas de Maca y de Emma. Las dos tenían las luces encendidas, me llegaba el olor del jardín… estaba tranquilo y precioso. Luego se han apagado las luces, primero las de la casa de Emma y un poco más tarde las de Maca. Me he puesto a pensar en que estamos organizando la boda de Maca y que Emma acaba de comprometerse. Y en todas las veces que jugamos al «día de la boda», las cuatro, cuando éramos niñas. Ahora es real.
»Así que estaba sentada, disfrutando del silencio y la oscuridad, y me he encontrado deseando que mis padres estuvieran aquí para verlo. Para que vieran lo que hemos construido y cómo somos ahora. Me sentía dividida —se detuvo para poner la medida de té— entre la tristeza porque han muerto y la alegría porque sé que estarían muy orgullosos de mí, de nosotras.


—Pienso mucho en ellos. Todas nosotras lo hacemos —comentó Paula sin dejar de trabajar—. Porque fueron importantísimos en nuestras vidas, y porque esta casa guarda tantos recuerdos de ellos… Así que sé a qué te refieres con lo de sentirte dividida.


—Estarían encantados si supieran lo de Maca y Sebastian, lo de Emma y Jeronimo, ¿verdad que sí?


—Claro que sí. ¿Y qué me dices de lo que hemos hecho en esta casa, Carla? Es una pasada. También estarían encantados con eso.


—Qué suerte que estuvieras levantada trabajando. —Carla llenó la tetera de agua caliente—. Me siento mejor.


—Para servirla a usted. Y voy a decirte quién más ha tenido suerte. La novia de este viernes, porque… fíjate en este pastel. —Paula se apartó el pelo de los ojos con un soplido y asintió con aire de suficiencia—. Es la bomba, y cuando prepare la corona hasta los ángeles cantarán.


Carla dejó a un lado la infusión para que reposara.


—En serio, Paula, tendrías que sentirte más orgullosa de tu trabajo.


Paula sonrió.


—A la mierda el té. Casi he terminado. Ponme una copa de vino.






PROLOGO (TERCER HISTORIA)




Mientras el reloj avanzaba hacia el momento que marcaría el final de su último año de instituto, Paula Chaves tuvo que reconocer un hecho indiscutible.


No existía nada peor que el baile de graduación.


Desde hacía semanas, lo único de lo que todo el mundo quería hablar era de quién iba a pedirle a quién que le acompañara al baile, quién se lo había pedido a quién, y quién se lo había pedido a… otra, con lo que se habían provocado situaciones de crisis e histeria.


En su opinión, durante el trimestre del baile de graduación las chicas habían sufrido entre la agonía del suspense y el tener que esperar pasivamente. Los pasillos, las aulas y el patio habían sido un hervidero de emociones, desde la alocada euforia (porque un chico las había invitado a ese baile tan sobredimensionado) hasta las lágrimas más amargas (porque un chico no se lo había pedido).


Todo el ciclo completo giraba alrededor de «un chico», lo que a ella le parecía tan estúpido como desmoralizador.


Y después la histeria había continuado, e incluso se acrecentó, con la elección del vestido y los zapatos, debatir hasta la extenuación si llevar un recogido alto o bajo, la limusina, las fiestas particulares que seguirían al baile, las suites de hotel (sexo, ¿sí?, ¿no?, ¿quizá?)…


Habría pasado de todo aquello si sus amigas, sobre todo Carla «Con-derecho-de-paso» Alfonso, no se lo hubieran impedido.


Su cuenta de ahorros, todos esos dólares y centavos ganados con esfuerzo e incontables horas sirviendo mesas, se había quedado temblando cada vez que retiraba dinero: para un vestido que no volvería a ponerse jamás en la vida, para un par de zapatos, el bolso y todo lo demás.


De eso también tenía que culpar a sus amigas. Carla, Emma y Macarena le habían empujado a ir de compras con ellas, y acabó gastando más de lo debido.


La idea de que sus padres le pagaran el vestido, como amablemente le había insinuado Emma, había sido descartada por Paula. Su decisión quizá fuera producto del orgullo; en casa de los Chaves el dinero era un tema espinoso desde la debacle de las arriesgadas inversiones que había hecho su padre y la inspección de Hacienda.


De ningún modo les habría pedido nada a sus padres. Ella ganaba su propio dinero, y llevaba haciéndolo desde hacía varios años.


Se dijo que ya no tenía importancia. A pesar de las horas que trabajaba en el restaurante al salir de clase y durante los fines de semana, no había conseguido ahorrar ni de lejos lo suficiente para matricularse en el Instituto Culinario y costearse su estancia en Nueva York. Lo que se había gastado para aparecer deslumbrante una única noche no iba a cambiar ese hecho y… ¡qué diablos!, ahora estaba guapísima.


Paula se puso los pendientes mientras en el otro extremo de la habitación de Carla, donde se habían reunido todas, Emma y la propia Carla experimentaban con el pelo de Maca que, siguiendo un impulso, se lo había cortado a tijeretazos y parecía César cruzando el Rubicon, en opinión de Paula. Intentaban arreglar lo que quedaba del pelo rojo fuego de Maca con horquillas, purpurina para dar brillo y unos pasadores con brillantitos, mientras las tres hablaban sin parar y en el reproductor de CD sonaba de fondo Aerosmith.


Le gustaba escucharlas así, cuando ella estaba algo apartada. Tal vez porque, en ese momento, se sentía un poco aparte. Habían sido amigas toda la vida pero, con o sin ese rito de iniciación del baile, las cosas iban a cambiar. En otoño Carla y Emma se irían a la universidad. Maca se pondría a trabajar y, en su tiempo libre, haría cursillos de fotografía.


En cuanto a ella, al no cumplirse su sueño de ir al Instituto Culinario por culpa de los problemas económicos y la última gran desavenencia entre sus padres, tomaría algunos cursos en una escuela universitaria. De administración y empresa, suponía. Tenía que ser práctica. Realista.


Ahora no le apetecía pensar en eso. Valía más disfrutar del momento y de ese ritual que Carla, con su estilo Carliano, había organizado.


Aunque Carla y Emma iban al baile de graduación de su academia privada, y Maca y ella al de su instituto público, disfrutarían juntas de unas horas: las de vestirse y maquillarse. En el piso de abajo las esperaban los padres de Carla y de Emma para sacarles un montón de fotos, exclamar «¡Mirad a nuestras niñas!», abrazarlas y soltar quizá alguna que otra lagrimita.


La madre de Maca era demasiado ególatra para interesarse por el baile de graduación de su hija y, teniendo en cuenta cómo era y actuaba Lourdes, tal vez fuera lo mejor. En cuanto a sus propios padres… Bueno, estaban demasiado inmersos en su vida, en sus problemas, para que les importara dónde estaba o qué iba a hacer su hija esa noche.


Ya se había acostumbrado. Incluso lo prefería.


—Tan solo la purpurina en plan hada —decidió Maca, ladeando la cabeza para juzgar el efecto—. Parezco Campanilla en versión guay.


—Tienes razón —afirmó Carla. Su brillante melena castaña, lisa como la seda, le caía por la espalda—. Pareces una niñita desamparada, pero con estilo. ¿Qué te parece, Emma?


—Creo que hay que realzarle los ojos, darles un toque teatral —dijo Emma, entrecerrando sus ojos oscuros y soñadores—. De esto me encargo yo.


—Tú misma —accedió Maca encogiéndose de hombros—. Pero no estés mucho rato, ¿vale? Todavía tengo que prepararlo todo para nuestra foto de grupo.


—Vamos bien de tiempo. —Carla consultó su reloj de pulsera—. Nos quedan treinta minutos antes de… —Se volvió y vio a Paula—. ¡Eh, estás fabulosa!


—¡Oh, sí que lo estás! —Emma juntó las manos entusiasmada—. Lo sabía, sabía que ese era el vestido. El rosa satinado hace que tus ojos parezcan más azules.


—Si tú lo dices…


—Te falta una cosa. —Carla corrió hacia el tocador y abrió un cajoncito de su joyero—. Este pasador para el pelo.


Paula, una chica esbelta vestida de rosa satinado y peinada con unos largos rizos dorados como el sol por insistencia de Emma, se encogió de hombros.


—Como quieras…


—Anímate —le ordenó Carla mientras estudiaba, sosteniéndolo sobre el pelo de Paula, cómo le quedaría el pasador—. Te divertirás.


«¡Por favor, contrólate, Paula!»


—Ya lo sé. Lo siento. Sería más divertido si las cuatro fuéramos al mismo baile, ¡sobre todo porque estamos impresionantes!


—Sí, sería fantástico. —Carla decidió apartarle unos bucles de las sienes y recogérselos hacia atrás—. Pero nos veremos después y nos montaremos nuestra fiesta particular. Cuando salgamos del baile, nos venimos a casa y nos lo contamos todo. Ya está, mírate.


Hizo que Paula se diese la vuelta para que pudiera verse en el espejo, y las dos chicas contemplaron su propio reflejo y luego el de su amiga.


—Estoy fabulosa —dijo Paula, y su comentario arrancó las risas de Carla.


Alguien llamó con delicadeza a la puerta y entró. La señora Grady, el ama de llaves de los Alfonso desde hacía muchos años, se llevó las manos a las caderas mientras daba un repaso general.


—Causaréis sensación —dijo—, que es lo mínimo después de la que habéis liado. Id terminando y bajad para las fotografías. Tú —añadió apuntando con el dedo a Paula—, tú y yo tenemos que hablar, jovencita.


—¿Qué he hecho? —preguntó Paula, mirando a sus amigas una por una, mientras la señora Grady salía por la puerta—. Yo no he hecho nada malo.


Sin embargo, como lo que decía el ama de llaves iba a misa, Paula se apresuró a seguirla.


Cuando llegó a la sala de estar de la familia, la señora Grady se volvió y cruzó los brazos. La postura de los sermones, pensó Paula, y el corazón le dio un vuelco. Empezó a repasar en la memoria, buscando una infracción que mereciera la reprimenda de aquella mujer que, durante su adolescencia, había hecho más de madre para ella que la suya propia.


—Bien —empezó a decir la señora Grady mientras Paula entraba a toda prisa en la estancia—, supongo que os pensáis que ya sois muy mayores.


—Yo…


—Pues no lo sois, aunque no tardaréis en serlo. Habéis correteado por esta casa todas juntas desde que ibais en pañales. Algo de eso cambiará porque, a partir de ahora, cada una seguirá su camino, al menos durante un tiempo. Un pajarito me ha dicho que tu camino es Nueva York y esa elegante escuela de repostería.


El corazón le dio otro vuelco, y Paula sintió la punzada dolorosa de un sueño perdido.


—No, yo… ah… yo seguiré trabajando en el restaurante y me apuntaré a unos cursos de…


—No, de eso, nada. —La señora Grady le apuntó de nuevo con el dedo—. Ahora veamos, una chica de tu edad sola en Nueva York tiene que ser lista y andarse con ojo. Y por lo que me han dicho, para triunfar en esa escuela hay que trabajar duro. Se trata de algo más que hacer bonitos glaseados y galletas.


—Es una de las mejores escuelas que hay, pero…


—Entonces te tocará ser una de las mejores. —La señora Grady se metió la mano en el bolsillo, sacó un cheque y se lo entregó—. Esto cubrirá el primer semestre, las clases, un lugar decente donde vivir y comida suficiente para mantener el cuerpo y la mente sanos. Vale más que lo aproveches, niña, o tendrás que darme muchas explicaciones. Si te portas como espero que lo hagas, hablaremos del segundo semestre cuando llegue el momento.


Paula se quedó mirando anonadada el cheque que tenía en la mano.


—Usted no puede… yo no puedo…


—Yo puedo y tú lo aceptarás. No hay más que hablar.


—Pero…


—¿No acabo de decirte que no hay más que hablar? Como me falles, te la cargas, lo prometo. Carla y Emma irán a la universidad, y Macarena se dedicará en cuerpo y alma a la fotografía. Tú tienes otro camino, y lo seguirás. Es lo que quieres, ¿verdad?


—Más que nada en el mundo. —Le escocían los ojos y le dolía la garganta—. Señora Grady, no sé qué decir… Se lo devolveré, yo le…


—Pobre de ti si no lo haces. Me devolverás el favor convirtiéndote en alguien. Ahora es cosa tuya.


Paula abrazó con fuerza a la señora Grady.


—No lo lamentará. Haré que se sienta orgullosa de mí.


—Estoy segura. Vamos, termina de ponerte guapa.


Paula seguía abrazada a ella.


—Nunca olvidaré esto —susurró—. Nunca. Gracias, muchísimas gracias.


Se dirigió corriendo hacia la puerta, ansiosa por compartir las novedades con sus amigas, y entonces se volvió, joven y radiante.


—Me muero por empezar.