jueves, 9 de marzo de 2017

CAPITULO 3 (TERCER HISTORIA)




Paula no tuvo tiempo de pensar en los hombres durante los dos días siguientes. No tuvo ni tiempo ni energías para pensar en el amor y en las historias románticas. Podía estar metida hasta el cuello en celebraciones de boda, pero eso era por negocio… y el negocio de las bodas exigía concentración y precisión.


Su pastel Encaje Antiguo, que le llevó casi tres días crear, tuvo su momento estelar antes de ser troceado y devorado. 


El sábado por la tarde la estrella fue su caprichoso Pétalos en Color Pastel, con centenares de pétalos de rosa grabados con pasta de azúcar, y el mismo día por la noche presentó su Jardín de Rosas, un pastel con capas alternas de rosas rojas y de un bizcocho aromatizado con vainilla y glaseado con una sedosa crema de mantequilla.


Para la boda del domingo al mediodía, más sencilla e informal, la novia eligió el modelo Frutos de Verano. Paula había horneado la masa y preparado el relleno, había montado la tarta y la había glaseado con un trenzado artesanal. En ese momento, mientras la novia y el novio pronunciaban sus votos en la terraza del jardín, completaba la creación adornando con fruta fresca y hojas de menta cada uno de los pisos.


Detrás de ella, sus ayudantes estaban dando los últimos toques a la decoración de las mesas para el convite. Paula, que debajo del delantal llevaba un traje de casi el mismo color que las frambuesas que había elegido, dio un paso hacia atrás y estudió las líneas y el equilibrio de las formas. 


Luego tomó un racimo de uvas de color champán para decorar uno de los pisos.


—Parece sabroso.


Paula frunció el ceño y siguió agrupando unas cerezas frescas. Solían interrumpirla mientras trabajaba, pero eso no significaba que a ella le gustase. Por si fuera poco, no esperaba que el hermano de Carla se presentase en la casa durante la celebración de una boda.


Claro que, tuvo que recordarse, él entraba y salía cuando le venía en gana.


Sin embargo, cuando vio que metía la mano en uno de los recipientes, le dio un manotazo para que la apartara.


—Quita las manos.


—Como si fueras a echar de menos un par de moras.


—A saber qué habrás estado tocando. —Paula formó un trío de hojas de menta; aún no se había molestado en mirarlo—. ¿Qué quieres? Estamos trabajando.


—Yo también. Más o menos. En mi faceta de abogado. Tenía que traeros unos documentos.


Se encargaba de todos sus asuntos legales, tanto a nivel individual como los relacionados con la empresa. Paula sabía de sobra que les dedicaba muchas horas, a menudo sacrificando su tiempo libre. Pero si ella no le pinchaba, sería como romper con una larga tradición.


—Y lo has calculado para llegar a tiempo y ver si podías pillar algo del catering.


—Siempre hay que buscar alicientes. ¿Será un almuerzo ligero?


Rindiéndose, Paula se dio la vuelta. Que él hubiera elegido presentarse con unos tejanos y una camiseta no le impedía dar la imagen del típico abogado formado en una de las universidades de la Ivy League. Pedro Alfonso, de los Alfonso de Connecticut, pensó. Alto y delgado, con el espeso cabello castaño tal vez demasiado largo según el canon que dictaba la moda para los abogados.


¿Lo hacía a propósito? Ella suponía que sí, pues era uno de esos hombres que siempre lo tienen todo planeado. Sus ojos azul medianoche eran del mismo color que los de Carla, pero, a pesar de conocerlo desde siempre, Paula no lograba descifrar qué ocultaba tras ellos.


En su opinión, su atractivo le hacía un flaco favor, y su tolerancia no complacía exactamente a todo el mundo. Por otro lado, era leal hasta la muerte, generoso sin alardear y protector hasta resultar irritante.


Ahora él le sonreía, con una sonrisa breve y franca y un cierto toque de humor que desarmaba. Imaginó que esa debía de ser su arma letal en los tribunales. O en la cama.


—Salmón marinado y frío, rollitos de pollo relleno de espinacas y queso, verduras del huerto a la brasa, tortitas de patata, una selección de quiches, caviar con su aderezo, pastas y panes variados con un surtido de fruta y queso, y a continuación, pastel de semillas de amapola relleno de mermelada de naranja, glaseado con crema de mantequilla al Grand Marnier y coronado con fruta de temporada.


—Me apunto.


—Espero que sepas convencer con tu labia al personal del catering. —Paula movió a un lado y a otro los hombros y el cuello antes de elegir las bayas siguientes.


—¿Te duele?


—Hacer la decoración trenzada te deja los músculos agarrotados.


Pedro empezó a levantar las manos, pero se retractó y las metió en los bolsillos.


—¿Jeronimo y Sebastian están aquí?


—Por ahí andan. Hoy no los he visto.


—Creo que iré a buscarlos.


—Muy bien.


Sin embargo, Pedro se acercó a los ventanales y contempló la terraza alfombrada de flores, las sillas enfundadas de blanco y a la hermosa novia que miraba a su sonriente novio.


—Están dándose los anillos —anunció Pedro en voz alta.


—Eso acaba de decirme Carla. —Paula dio unos golpecitos a los auriculares—. Estoy lista. Emma, el pastel es todo tuyo.
Colocó una ramita cuajada de bayas encima del piso superior para darle el toque final.


—Cinco minutos para la cuenta atrás —anunció, y empezó a llenar una caja con la fruta que había sobrado—. Servid el champán y comenzad a mezclar los combinados Bloody Mary y Mimosa. Encended las velas, por favor. —Paula iba a cargar con la caja, pero Pedro forcejeó con ella para arrebatársela.


—La llevo yo.


Paula se encogió de hombros y puso la música de fondo, que sonaría hasta el momento en que la orquesta se encargara de amenizar la velada.


Bajaron por la escalera trasera y pasaron junto a unos camareros uniformados que subían unos entrantes para acompañar los combinados. Ese aperitivo entretendría a los invitados mientras Maca tomaba las fotos oficiales de los novios, el cortejo nupcial y la familia.


Paula abrió la puerta batiente de la cocina, donde el personal del catering trabajaba a toda máquina. Acostumbrada al caos, se deslizó por la estancia, tomó un cuenco y metió en él un poco de fruta que le ofreció a Pedro.


—Gracias.


—Intenta no estar en medio… Sí, ya están listos —informó a Carla a través de los auriculares—. Sí, en treinta segundos. Tomando posiciones. —Paula observó a los del catering—. Seguimos el horario previsto. Ah, Pedro está aquí… De acuerdo.


Pedro la observó apoyado en la encimera y comiendo bayas mientras Paula se quitaba el delantal.


—Vale, salimos ahora mismo.


Pedro se apartó de la encimera y la siguió al cuartito de los abrigos, que pronto se transformaría en una despensa y una cámara refrigeradora. Paula se quitó el pasador del pelo, lo dejó por ahí, sacudió la melena para darle forma y se preparó para salir.


—¿Adónde vamos?


—Yo voy a acompañar a los invitados que están llegando. Y tú te vas con la música a otra parte.


—Me gusta donde estoy.


Entonces fue ella la que sonrió.


—Carla me ha dicho que me libre de ti hasta que llegue el momento de limpiar. Ve a buscar a tus amiguitos, Pedro, y si os portáis bien, luego os daremos de comer.


—Vale, pero si vais a liarme para que me quede a recoger, quiero que me guardéis un poco de ese pastel.


Se separaron; él se dirigió a la remodelada casa de la piscina que servía de estudio y hogar de Maca, y ella se encaminó hacia la terraza, donde los novios intercambiaban su primer beso de casados.


Paula se volvió para mirarlo una vez, solo una. Lo conocía de toda la vida… así que supuso que era cosa del destino. 


Pero era culpa suya, y su problema, que hubiera estado enamorada de él desde siempre.


Se permitió un suspiro antes de obligarse a estampar una cálida sonrisa profesional en el rostro y disponerse a acompañar a los invitados al lugar donde se celebraba la recepción.






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