En su mesa de trabajo y con una relajante música de fondo New Age, Paula organizaba un encargo. Había decidido que la despedida de soltera que se celebraría entre semana fuera de la finca sería divertida y femenina. Y las gerberas cumplirían con el objetivo.
Visualizando el arreglo como si ya estuviera terminado, cortó el extremo inferior de los tallos bajo el chorro del agua. Frescas y preciosas, pensó la joven mientras colocaba las flores en una solución de agua, abono y conservantes.
Trasladó la primera tanda a la cámara frigorífica para que se rehidratase. Y cuando ya empezaba con la siguiente, oyó que Carla la llamaba.
—¡Estoy aquí dentro!
Carla entró y echó un vistazo a las flores, las hojas, los cubos y las herramientas.
—¿La despedida de soltera de McNickey?
—Sí. Mira el color de estas gerberas. Van desde los tonos pastel a los más intensos. Quedarán perfectas.
—¿Qué vas a hacer?
—Añadirlas al centro de mesa, y colocaré tres arbustos podados geométricamente en unas macetas que cubriré con hojas de limonero. Trabajaré con flores de cera y acacia y les pondré unas cintas. La clienta quiere dos centros más: un arreglo más elaborado para la mesa de la entrada y otro con velas para ponerlo en la chimenea; y también algo delicado, fragante y bonito para el tocador. Tengo que montarlo todo antes de la consulta de las once. Estoy en ello.
—Festivo y femenino —comentó Carla escrutando su espacio de trabajo—. Sé que tu programación está abarrotada, pero ¿puedes incluir otra celebración externa?
—¿Cuándo?
—El jueves próximo. Sí, lo sé —dijo Carla cuando Paula la miró con frialdad—. La clienta potencial llamó al número de la empresa y, como sabía que estabas metida hasta las cejas con un encargo, no te la pasé. Vino a la boda de los Folk-Harrigan. Me ha dicho que las flores fueron increíbles... y eso es otro punto a nuestro favor y contra la NMYA.
—Dices eso para camelarme.
—Sí. La clienta pensaba comprar unas flores cortadas y ponerlas en unos jarrones, pero ahora que ha visto tu trabajo, está obsesionada. No deja de pensar en lo bonitas que eran.
—Basta.
—En lo maravillosas, creativas y perfectas que eran.
—Maldita seas, Carla.
—No puede dormir, comer ni vivir con normalidad después de haber visto lo que puede hacerse con unas flores.
—Te odio. ¿De qué clase de celebración se trata y qué es lo que busca?
Carla logró esbozar una sonrisa petulante y compasiva a la vez, una de sus habilidades fundamentales en opinión de
Paula.
— Es una «baby shower», ya sabes, la merienda-fiesta para agasajar a una futura mamá y darle los regalos para ese bebé que nacerá pronto. Tienes que preparar algo parecido a lo que estás haciendo ahora... salvo en lo del arreglo para la chimenea. Y como el bebé será niña, a la clientela potencial le apetecería que hubiera mucho rosa. Ahora bien, me ha dicho que aquí confía en tu criterio.
—Creo que nos viene muy justo. No sé si podré contar con mi mayorista. Y tendría que consultar la agenda de la semana que viene.
— Ya lo he hecho yo por ti. Tienes el lunes completo, pero el martes por la tarde te quedan unas horas. El miércoles puedes dedicarte a planear la boda del viernes, y el jueves, la del sábado. Tink vendrá a ayudarte los dos días. ¿Es posible que entre las dos podáis ocuparos de esta celebración? Estamos hablando de su nuera —añadió Carla—, y de la que será su primera nieta.
Paula suspiró.
—Sabías que te diría que sí.
—Sí —respondió Carla dándole unos golpecitos en el hombro sin sentir el menor remordimiento—. Si lo necesitas, puedes llamar a Tiffany o a Beach.
—Tink y yo nos arreglaremos solas. — Paula llevó la siguiente tanda a la cámara frigorífica y luego regresó para finalizar la tarea—. Llamaré a la clienta tan pronto haya terminado con esto, para asegurarme de haber comprendido lo que quiere. Y luego me ocuparé de que todo salga bien.
—He dejado su nombre y su número de teléfono encima de tu mesa.
—Cómo no. Pero te lo voy a cobrar.
—¿Cuál es tu precio?
—Me han llamado del taller. El coche está arreglado, pero hoy no podré ir a buscarlo, y mañana tengo un día apretado.
—Me encargo yo.
—Sabía que lo harías. —Mirando una bandeja repleta, Paula se frotó la nuca—. La hora que me ahorraré gracias a ti la dedicaré a la futura abuela.
—La llamaré para tranquilizarla y le diré que te pondrás en contacto con ella. Y hablando de contactos, ¿has hablado con Pedro?
—No, estoy en la fase de reflexión y meditación. Si ahora hablase con él, empezaría a pensar en lo mucho que me
gustaría abalanzarme sobre él o que él se abalanzase sobre mí. Y ahora ya estoy pensando en eso por haber sacado el tema.
—¿Necesitas unos minutos de intimidad?
—Muy graciosa. Le dije que teníamos que reflexionar durante un tiempo, y eso es lo que estoy haciendo. —Frunció el ceño y habló con remilgo—: El sexo no lo es todo.
—Como tú lo practicas más que yo, y tienes más ofertas para seguir practicándolo, me inclino ante tus superiores conocimientos.
—Eso me pasa porque yo no intimido a nadie —protestó Paula mirando de reojo a Carla—. Y no te lo tomes como un insulto.
—No me importa intimidar a los demás. Me ahorro tiempo. Y hablando del tiempo... —comentó mirando el reloj—. Voy a la
ciudad a ver a una novia. Maca tiene que hacer una entrega. Iré a buscarla, a ver si la pillo antes de que se marche, y le diré que me deje en el taller. Volveré antes de las cuatro. No
olvides que tenemos una consulta esta tarde. A las seis y media.
—Lo tengo anotado en la agenda.
—Hasta luego. Gracias, Paula. Te lo digo de verdad —añadió Carla antes de salir corriendo.
Una vez a solas, Paula limpió su zona de trabajo antes de aplicarse el antiséptico que usaba como otras usan la crema de manos.
Cuando se hubo curado los pinchazos y los arañazos, se preparó para la consulta.
Satisfecha con su elección de arreglos florales, álbumes de fotos y revistas, llamó al número que Carla le había dejado... e hizo muy feliz a una futura abuela. En el curso de la conversación fue tomando notas para calcular la cantidad de rosas de pitiminí y de lirios de agua que necesitaría. Las rosas serían de color rosa y los lirios, blancos. Y a continuación volvió a calcular mentalmente el material que necesitaría para diseñar un arreglo floral mayor. Calas berenjena, rosas Bianca y rosas para ramilletes de color rosa.
Dulce, femenino, pero con unas notas elegantes... si había interpretado correctamente a la clienta. Anotó todo eso y
también la hora y el lugar de la entrega, y le prometió a su clienta que le enviaría un contrato por correo electrónico y el pedido detallado a media tarde.
Calculando el tiempo que le quedaba, hizo una llamada rápida a su mayorista y fue a quitarse la ropa de trabajo para ponerse un traje chaqueta.
Se retocó el maquillaje pensando si Pedro estaría reflexionando.
Obedeciendo un impulso, se sentó al ordenador y le envió un correo.
Todavía sigo pensando. ¿Y tú?
Pulsó «Enviar» antes de poder cambiar de idea.
***
Pedro estaba en su despacho revisando los cambios propuestos por su socio. El nuevo proyecto de construcción no paraba de cambiar en función de los caprichos de los
clientes. Querían una casa regia, pensó, y la habían conseguido. También querían seis chimeneas. Hasta que decidieron que necesitaban nueve. Y un ascensor.
El último cambio implicaba que la piscina que había proyectado pudiera usarse durante todo el año y se comunicara con la casa por medio de un pasadizo cubierto.
Buen trabajo, Chip, pensó mientras realizaba un par de pequeños cambios. Tras examinar el resultado, se puso a repasar los dibujos del ingeniero de estructuras.
Bien, decidió. Excelente. La dignidad del estilo colonial georgiano no quedaba comprometida. Y el cliente podría estar nadando unos largos en enero.
Todos felices.
Iba a enviarle los dibujos por correo electrónico para que este le diera su aprobación cuando se fijó en que tenía un
mensaje de Paula.
Al abrirlo, vio que consistía en una sola línea.
¿Hablaba en broma?
Le resultaba francamente difícil pensar en algo que no fuera ella (sobre todo si se la imaginaba desnuda). El trabajo de esa mañana le había llevado el doble de tiempo de lo acostumbrado porque estaba pensando en ella.
Sin embargo, decidió que no tenía ningún sentido decírselo.
¿Qué podría responderle?
Inclinó la cabeza y sonrió al pulsar la tecla de «Responder».
Estoy pensando que tendrías que venir
esta noche sin ropa, tan solo con una
gabardina reforzada por los codos.
Pulsó «Enviar», se retrepó en la silla e imaginó, con todo lujo de detalles, qué aspecto tendría Paula con una gabardina. Y quizá con unos tacones altísimos. Rojos. Y cuando le
desabrochara el cinturón...
—Tenía que volver.
Mientras seguía desabrochando mentalmente esa gabardina corta y negra, Pedro descubrió que tenía a Daniel delante.
—Eh, ¿dónde demonios estás?
—Ah... trabajaba. En unos dibujos. — Mierda. Intentó, como quien no quiere la cosa, activar el salvapantallas—. ¿No tienes trabajo?
—Voy a los juzgados, y más te vale que hayas preparado café.
Daniel se acercó a la máquina que había en el aparador y se sirvió.
—¿Listo para perder?
—¿Perder qué?
—Es nuestra noche de póquer, tío, y noto que voy a tener suerte.
—Nuestra noche de póquer.
Daniel, arqueando las cejas, observó a su amigo.— ¿En qué diablos trabajabas? Parece que estés en otro planeta.
—Eso demuestra mi brillante capacidad para concentrarme en lo que tengo más a mano. Y eso es lo que haré esta noche con el póquer. Vas a necesitar algo más aparte de la
sensación de paladear la victoria.
—Te apuesto cien pavos a que no.
—Hecho.
Daniel le dedicó un brindis y dio un sorbo a su taza.
—¿Cómo van las reformas del Cuarteto?
—He hecho unos cambios para Maca y Sebastian que me gustan mucho. Pero quiero pulirlos un poco más.
—Bien. ¿Te has puesto con lo de Paula?
—¿Qué? ¿Ponerme con qué...?
—Hablo de Paula y de su nueva cámara frigorífica.
—Todavía no. Pero no creo que sea complicado. —¿Por qué resultaba complicado entonces?, se preguntó Pedro. ¿Por qué se sentía como si estuviera mintiéndole a su mejor amigo?
—Lo simple siempre funciona. Tengo que ir a hacer de abogado —dijo Daniel dejando la taza encima del aparador y dirigiéndose hacia la puerta—. Te veré esta noche. Ah, e
intenta no llorar cuando me pagues los cien dólares. Resultará violento.
Pedro le mostró el dedo corazón y Daniel se marchó riendo.
Esperó unos diez segundos prestando atención por si lo oía regresar y luego recuperó el correo electrónico.
Todavía no había respuesta por parte de Paula.
¿Cómo podía haber olvidado que esa noche tocaba póquer?
Era una de las cosas que llevaba grabadas en el cerebro. Pizza, cerveza, puros y cartas. Solo hombres. Una tradición, un ritual quizá, que Daniel y él habían instaurado cuando todavía iban a la facultad.
La noche del póquer era sagrada.
¿Y si ella le decía que iba a ir a su casa, que llamaría a su puerta esa misma noche?
Pensó en Paula vestida con una gabardina negra y unos tacones rojos.
Pensó en los amigos, en la cerveza fría y una buena baraja de cartas.
Y supo que solo existía una respuesta posible. Si Paula se presentaba en su casa diciéndole que había ido a verlo, les explicaría a los demás lo que estaba pasando.
Le diría a Daniel que padecía una gripe intestinal aguda.
No existía ni un solo hombre en la Tierra que pudiese culparlo por ello.