miércoles, 22 de febrero de 2017
CAPITULO 14 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro, en el despacho que tenía en el segundo piso de una antigua casa urbana que había remodelado, estaba redefiniendo un proyecto en el ordenador. Cuando terminaba
su jornada laboral, trabajaba en la ampliación del estudio de Maca y, dado que ni a ella ni a Sebastian les urgía, podía replantearse, imaginar de nuevo y revisar la estructura general y los detalles más peliagudos.
Ahora que Carla le había encargado un segundo proyecto para ampliar la primera y la segunda plantas, necesitaba volver a plantearse no solo los detalles y el diseño, sino
la estructura entera. A su entender, era preferible decidirse por una sola actuación, aunque eso significara dar un carpetazo a su proyecto original.
Jugueteó con las líneas y con los cambios de luz como parte fundamental del espacio ampliado, que seguiría siendo el estudio.
Remodelando el actual tocador y el archivo y aumentando los metros cuadrados de ambos, podría ampliar el cuarto de baño, añadir una ducha (la pareja sabría valorarlo en su
momento), ofrecer a Maca el vestidor que deseaba para las clientas y doblar la zona actual de archivo.
En cuanto al estudio de Sebastian en la segunda planta...
Se retrepó en su asiento, bebió un sorbo de agua e intentó pensar como un catedrático de instituto de literatura inglesa.
¿Qué querría en su espacio de trabajo este profesional?
¿Qué necesitaría exactamente? Algo eficiente, con un aire tradicional...
Se trataba de Sebastian. Una librería empotrada en la pared.
Mejor aún, en dos paredes.
Muebles cerrados con unos estantes superiores, decidió desplazándose en su despacho en forma de U, e hizo un rápido esbozo a mano. Además, unos armarios para guardar los artículos de oficina y los expedientes de los alumnos.
Nada insustancial, ni excesivamente elegante. Sebastian no era de ese estilo.
Madera oscura, pensó, imitando el estilo tradicional inglés. Y unos ventanales generosos que armonizaran con el resto del
edificio. Inclinaría el tejado para truncar las líneas. Obtendría un par de lucernarios.
Aislando una pared podría diseñar una hornacina.
Convertiría el espacio en un lugar más interesante si incluía en él una zona de estar.
El lugar en el que todo hombre se refugia de la cólera de su esposa o en el que se instala cuando quiere echarse una siesta por la tarde.
Pondría una puerta en atrio y añadiría una terraza de dimensiones reducidas. Quizá el hombre querría tomarse un brandy y fumarse un puro. Era una posibilidad.
Descansó un rato y volvió a enfrascarse en el partido que estaba viendo en la pantalla plana que tenía a su izquierda. Mientras iba dando forma a sus ideas, vio a los Phillies
eliminar uno tras otro a los Red Sox.
Qué mierda.
Volvió al proyecto. Y pensó en Paula.
Soltando un taco, se pasó una mano por el pelo. Había conseguido mantenerla al margen de su vida. Se le daba bien compartimentar sus distintas facetas. El trabajo, un partido... e ir cambiando de tarea para dedicarse a otras cosas. Paula estaba metida en un compartimiento distinto, y se suponía que debía mantenerlo bien cerrado.
No quería pensar en ella. No le favorecía en absoluto pensar en ella. Estaba claro que había cometido un error, pero aquello tampoco era el fin del mundo. Había besado a esa chica, y ya está.
Y menudo beso, pensó. Un beso especial, de todos modos; un momento único.
Esperaría unos cuantos días para que las reverberaciones se extinguieran y las cosas volvieran a la normalidad.
Paula no era el tipo de mujer que fuera a guardarle rencor por ello.
Por otro lado, ella le había ido a la zaga.
Pedro frunció el ceño y bebió más agua. Sí, sin duda no se había quedado corta. Por lo tanto, ¿por qué iba a sacar las cosas de contexto?
Los dos eran adultos; y se habían besado. Fin de la historia.
Si Paula estaba esperando sus disculpas, podía esperar sentada. Tendría que asumirlo... y retomar el trato con él. Pedro era amigo íntimo de Dani, y también era amigo, y muy buen amigo, de los otros miembros del cuarteto. Por si eso fuera poco, con las reformas que Carla le había comentado, durante los meses siguientes pasaría más tiempo que antes en la finca.
Volvió a tocarse el pelo. Bien, si así estaban las cosas, los dos tendrían que asumirlo.
—Diablos.
Se restregó la cara y se ordenó mentalmente volver al trabajo. Frunciendo el ceño, se puso a estudiar el esquemático esbozo de su diseño. Y entonces entrecerró
los ojos.
—Espera un momento, espera...
Si lo inclinaba todo, si basaba la estructura en los ángulos y concebía el estudio en un voladizo, le salía un espacio que podía servir como patio trasero y quedaba cubierto parcialmente. Eso permitiría a la pareja disfrutar de un espacio exterior, del que carecían, de intimidad y de la posibilidad de tener un pequeño jardín donde plantar unos arbustos. Paula le daría algunas ideas al respecto.
El volumen y las líneas del edificio saldrían realzados, y aumentaría el espacio útil sin que el coste de la construcción se incrementara de manera significativa.
—Eres un genio, Alfonso.
Estaba definiendo las directrices del nuevo proyecto cuando oyó que alguien llamaba a la puerta trasera.
Con el dibujo todavía en mente, se levantó, salió de su estudio profesional y fue a la sala de estar de su vivienda.
Dando por sentado que se trataría de Dani o de alguno de
sus amigos (confiaba en que trajeran su propia cerveza), abrió la puerta que comunicaba con la cocina.
Y vio allí a Paula, bajo el resplandor que proyectaba la luz del porche. Olía como un prado en una noche de luna.
—Paula.
—Quiero hablar contigo. —Pasó junto a él como una exhalación, se echó el pelo hacia atrás y giró sobre sí misma—. ¿Estás solo?
—Ah... sí.
—Bien. ¿Qué demonios pasa contigo?
—Si no me pones en antecedentes...
—No intentes ir de gracioso. No estoy de humor para graciosillos. Flirteas conmigo, consigues que mi coche arranque, me das un masaje en los hombros, vienes a casa a comer pasta, me prestas tu chaqueta y entonces...
—Supongo que te podía haber saludado y dejado tirada en la carretera. O temblando de frío, hasta que te pusieras morada. La última razón es que tenía hambre.
—Todo eso son vaguedades —le espetó Paula cruzando a zancadas la cocina y saliendo al amplio pasillo sin dejar de hacer aspavientos—. Además, has olvidado aposta el masaje en los hombros y el «y entonces».
A Pedro no le quedó otra alternativa que seguirla.
—Se te veía estresada y contracturada. En ese momento te pareció bien.
Girando en redondo, Paula le dedicó una mirada torva con sus aterciopelados ojos color castaño.
—¿Y entonces?
—Vale, hubo un «y entonces». Tú estabas allí, yo estaba allí, y por eso hubo ese «y entonces». No es que yo te forzara
precisamente, o que tú intentaras resistirte. Solo nos... —De repente, «besamos» le pareció una palabra demasiado importante—. Nos dimos un pico en un momento dado.
—Nos dimos un pico. ¿Tienes doce años o qué? Me besaste.
—Nos besamos.
—Empezaste tú.
Pedro sonrió.
—¿Ahora eres tú la que tiene doce años?
Paula resopló con tanta furia que a Pedro se le pusieron los pelos de punta.
—Tú diste el primer paso, Pedro. Me trajiste vino, te pusiste cariñoso en la escalera masajeándome los hombros. Me besaste.
—Soy culpable de todos los cargos. Pero tú me devolviste el beso. Y luego te marchaste en un arranque como si yo te hubiera chupado la sangre.
—Carla me llamó al busca. Estaba trabajando. Fuiste tú el gallina. Y has actuado como un gallina desde entonces.
—¿Un gallina? Me marché. Tú saliste corriendo como alma que lleva el diablo, y a Whitney no la trago, así que decidí
marcharme. Además, curiosamente, resulta que tengo una profesión, igual que tú, y he estado toda la semana trabajando. No gallineando. Joder, no puedo creer que haya dicho eso. —Pedro tuvo que recuperar el aliento—. Escucha, vale más que nos sentemos.
—No quiero sentarme. Estoy demasiado furiosa para sentarme. Uno no hace esas cosas y luego se va por las buenas.
Paula le plantó un dedo acusatorio, y Pedro la acusó a su vez imitando su gesto.
—Fuiste tú quien se marchó.
—No es cierto, y tú lo sabes. El busca, Carla, mi trabajo... —exclamó Paula retomando sus aspavientos—. No me fui a
ninguna parte. Me marché porque la NMYA decidió que, para dignarse a lanzar el ramo, tenía que examinarlo primero, e insistió en que tenía que ser en ese preciso instante. Nos ha
estado tocando las narices a todas, pero que conste que yo no me marché. —Paula le dio un leve palmetazo en el pecho—. Tú sí. Y eso fue muy grosero por tu parte.
—Joder. ¿Ahora vas a reñirme? Sí, ya veo que me estás riñendo. Te besé, lo confieso. Tienes una boca que... la deseé. Fui muy claro en eso. —A Pedro le brillaban los ojos, unas nubes tormentosas cargadas de truenos y de un intenso aparato eléctrico—. Como no te pusiste a chillar pidiendo ayuda, te besé. Que me cuelguen si es pecado.
—No es por el beso. Bueno, sí, pero no. Tiene que ver con el porqué, con el después de y con el qué.
Pedro se quedó mirándola.
—¿Qué?
—¡Sí! Tengo derecho a una explicación razonable.
—Dónde, has olvidado el dónde, por eso lo incluyo. ¿Dónde está la pregunta razonable? Encuéntrala y haré todo lo posible por darte una respuesta razonable. Venga.
Paula ardía de indignación. Pedro no sabía que una mujer pudiera arder literalmente. Y lo encontró muy sexy.
—Si no sabes hablar como los adultos, entonces...
—Al diablo.
Si iban a condenarlo por un solo crimen, mejor que lo condenaran por dos. Pedro la agarró y la atrajo hacia sí hasta obligarla a ponerse de puntillas. Paula emitió un sonido que podía interpretarse como un qué o un por qué, pero antes de poder terminar lo que iba a decir, Pedro se pegó a su boca. Le dio un mordisco rápido, de impaciencia, y Paula, al notar sus dientes, abrió los labios de la sorpresa, o quizá como reacción. Pedro no estaba de humor para adivinarlo, y menos aún cuando se encontró con su lengua, cuando el sabor de esa mujer le penetró en los sentidos como un catéter penetra en la sangre.
La asió por el pelo, salvaje y glorioso, y tiró de ella hasta inclinarle la cabeza hacia atrás.
Alto. Paula quiso decirlo, quiso cumplirlo. Pero fue como zambullirse en pleno verano. En el calor y la humedad. La sensatez la abandonó cuando su cuerpo pasó de la rabia
al asombro, y de la sorpresa a un estado febril.
Pedro alzó la cabeza y pronunció su nombre, pero ella se limitó a hacer un gesto de negación y lo atrajo hacia sí.
Durante un salvaje instante las manos de Pedro le recorrieron todo el cuerpo, incitándola, encendiéndola, hasta dejarla casi sin respiración.
—Déjame... —Pedro manipuló los botones de su blusa.
—Bien. —Paula le habría dejado hacer cualquier cosa con ella.
Cuando la mano de Pedro cubrió su desbocado corazón, Paula lo arrastró hacia el suelo.Una piel suave, unos músculos duros y una boca hambrienta hasta la locura.
Paula se arqueó debajo de él, rodó encima de él, tiró de
su camiseta para quitársela y poder morderle el pecho. Con un quejido, Pedro la cogió para devorar su boca, su garganta, con una frenética desesperación que en nada se diferenciaba del rapto de ella.
Medio enloquecido, la echó hacia atrás dispuesto a arrancarle la ropa, pero en aquel momento Paula se golpeó el codo contra el suelo y se oyó algo parecido a un disparo.
La joven vio las estrellas.
—¡Ay! Oh...
—¿Qué pasa? Paula... Mierda, joder. Lo siento. Deja que vea eso.
—No. Espera. —Aturdida y sintiendo un hormigueo en el codo, aunque en absoluto paralizada, Paula consiguió incorporarse—. Ha sido en el hueso de la música. Ja, ja... Ay, oh...
—Lo siento. Lo siento mucho. Ven. — Pedro se puso a frotarle el antebrazo para aliviarle los pinchazos que imaginó dolorosos mientras, resollando, se esforzaba por recuperar el aliento.
—Estás riéndote.
—No, no. Estoy tan borracho de deseo y pasión que no puedo respirar bien.
—Estás riéndote. —Paula le apuntó al pecho con el dedo índice de la mano ilesa.
—No, estoy controlándome como todo un hombre para no echarme a reír. —Pedro pensó que seguramente debía de ser la primera vez que intentaba algo así en plena erección—. ¿Va mejor? ¿Estás mejor? —Y cometió el error de levantar la vista y mirarla a los ojos.
La risa destellaba en ellos, como un reflejo dorado sobre un fondo marrón. Perdió la batalla y, abandonándose, cedió a las carcajadas.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué? Has demostrado tener unos modales exquisitos.
—Sí, eso es lo que dicen todas. Tú eres la única que ha preferido tirarse al suelo cuando, a tres metros, tengo un sofá fantástico, y en lo alto de la escalera, una cama fabulosa. Ya veo que no eres capaz de controlarte y dejar que te lleve hasta una superficie blanda.
—Solo un pelele necesita practicar el sexo en una superficie blanda.
Él se quedó mirándola con una sonrisa provocativa.
—No soy ningún pelele, guapa —afirmó él incorporándose—. Vamos a probar otra vez.
—Espera. —Paula le dio una palmada en el pecho—. Mmm, bonitos pectorales, por cierto. Pero espera. —Se apartó el pelo de la cara con el brazo que aún le dolía—. Pedro,
¿qué estamos haciendo?
—Si quieres mi opinión, yo no estoy dando la talla.
—No, hablo en serio. Quiero decir que... —Miró su blusa desabrochada y el sujetador de encaje blanco que sobresalía de ella con picardía—. Míranos. Mírame.
—Puedo asegurarte que no hacía otra cosa. Y quiero seguir mirándote. Tienes un cuerpo para volverse loco. Lo que quiero es...
—Sí, eso lo he entendido, y yo deseo lo mismo, pero Pedro, no podemos... Hemos perdido los papeles.
—Estamos representando un papel, el papel que nos corresponde, desde mi punto de vista. Dame cinco minutos y haré que nuestros puntos de vista encajen. Uno. Dame uno.
—Creo que no necesitarías ni treinta segundos, pero no —añadió Paula al ver su sonrisa—. De verdad. No podemos actuar así, de esta manera. Ni de ninguna otra. Supongo.
—Todo en su interior le hablaba de la chispa de la pasión, del deseo—. No sé... Necesitamos pensar, reflexionar, darle vueltas al asunto, quizá valorarlo todo de nuevo. Pedro,
somos amigos.
—Y yo estoy en relaciones amigables contigo.
Paula, con una mirada cálida, le puso la mano en la mejilla.
—Somos amigos.
—Lo somos.
—Es más, nuestros amigos son amigos entre sí. Tenemos muchos amigos comunes. Por eso, aunque me encantaría decir: «A la porra, probemos ese sofá, la cama y a lo
mejor disputaremos el tercer round en el suelo»...
—Paula. —Sus ojos eran profundos, de un color humo oscuro—. Me estás matando.
—No es lo mismo practicar sexo que besarnos en la escalera trasera. Ni siquiera cuenta el beso increíble que nos dimos en la escalera trasera. Por eso tenemos que pensarlo
dos veces antes de tomar una decisión. Me niego a dejar de ser amiga tuya, Pedro, solo porque ahora mismo desearía verte desnudo. Me importas mucho.
Pedro lanzó un suspiro.
—Ojalá no hubieras dicho eso. Tú también eres importante para mí. Siempre lo has sido.
—Entonces démonos un poco más de tiempo y pensemos en todo esto. —Paula se desasió y empezó a abrocharse la blusa.
—No sabes lo desgraciado que me siento de verte hacer eso.
—Sí lo sé. Tanto como yo por tener que hacerlo. No te levantes —dijo ella poniéndose en pie y recogiendo el bolso que había soltado cuando él la agarró—. Si te sirve de consuelo, pasaré una noche de mil demonios pensando en lo que habría sucedido si no nos hubiéramos puesto a pensar.
—No me sirve de consuelo, porque a mí me va a pasar lo mismo.
—Bueno... —Paula se volvió antes de salir por la puerta—. Tú has empezado.
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