miércoles, 22 de febrero de 2017

CAPITULO 15 (SEGUNDA HISTORIA)




A la mañana siguiente, tras la noche de mil demonios que había predicho, Paula buscó el consuelo de sus amigas y las tortitas de la señora Grady. Pero antes debatió consigo misma. Podía contar con ellas, eso estaba claro, pero solo sería digna de ganarse unas tortitas si primero se enfrentaba al temido gimnasio que tenían en casa.


Se puso el equipo de deporte de mala gana e inició la caminata hasta la casa principal resentida y sin su dosis acostumbrada de cafeína. A medio camino, se desvió hacia el estudio de Maca. No veía por qué su amiga iba a librarse de su sufrimiento.


Sin pensarlo, entró directamente y torció hacia la cocina. Allí estaba Maca, con unos pantaloncitos de algodón y una camiseta sin mangas, apoyada en la barra y sonriendo de
oreja a oreja con una taza de café en la mano.


Y Sebastian estaba frente a ella, imitando su postura y su misma sonrisa, vestido con su chaqueta de tweed.


Tendría que haber llamado, pensó al instante. Tenía que acordarse de llamar ahora que Sebastian también vivía allí.


Maca la vio entonces y alzó la taza saludándola con naturalidad.


—Eh, hola.


—Lo siento.


—¿Te has vuelto a quedar sin café?


—No, yo...


—Hay de sobra —le dijo Sebastian—. He hecho una cafetera.


Paula lo miró con tristeza.


—No entiendo que vayas a casarte con ella y no conmigo.


Sebastian se encogió de hombros, aunque no pudo evitar enrojecer hasta las orejas.


—Bueno, si las cosas no salen bien...


—Se cree muy gracioso —intervino Maca con aspereza—. Y lo malo es que lo es. —Se inclinó hacia delante y le tiró de la corbata.


Fue un beso leve y dulce, en opinión de Paula. Ese beso matutino que se dan los amantes que saben que tienen todo el tiempo del mundo para nuevos besos, intensos y apasionados.


Sintió una envidia terrible de la levedad y la dulzura.


—Ve a la escuela, catedrático. Ilumina las mentes de los jóvenes.


—Ese es el plan. —Sebastian asió el maletín y le alborotó el reluciente pelo a Maca—. Te veré esta noche. Adiós, Paula.


—Adiós.


Abrió la puerta, miró hacia atrás y se golpeó el codo con la jamba.


—Maldita sea —murmuró cerrando la puerta.


— Hace eso cada dos por tres... ¿Sucede algo, Paula? —preguntó Maca—. Te has puesto roja.


—Nada, nada... —contestó Paula, que se descubrió frotándose el codo y recordando lo sucedido—. Solo pasaba por aquí de camino a la cámara de torturas. He pensado
suplicarle a la señora Grady que me prepare unas tortitas después del sufrimiento.


—Dame dos minutos para cambiarme.


Maca subió escopeteada la escalera y Paula se puso a caminar arriba y abajo.


Tenía que existir una manera sencilla, sutil y sensata de explicarle lo que había ocurrido con Pedro. Lo que estaba ocurriendo. Y de pedirle que prescindiera de la norma de «prohibido acostarse con los ex de las amigas».


Maca y Pedro eran amigos, y eso tenía que contar de alguna manera. Mucho más importante, crucial, era el hecho de que Maca estaba locamente enamorada de Sebastian. Iba a
casarse con él, nada más y nada menos. ¿Qué clase de mujer impondría la norma de «prohibido los ex» a otra amiga cuando iba a casarse con el señor Adorable?


Sería egoísta por su parte, mojigato y mezquino.


—Vámonos antes de que cambie de idea. —Maca, con una sudadera de capucha encima de una camiseta de deporte y unos pantalones de ciclista, entró corriendo en la cocina—.
Noto que los bíceps y los tríceps se me están fortaleciendo. ¡Preparaos, porque voy a conseguir unos brazos matadores!


—¿Por qué te comportas así? —preguntó Paula.


¿Así? ¿Cómo me comporto?


—Somos amigas desde que éramos pequeñas. No entiendo por qué tienes que molestarte tanto si no le quieres.


—¿A quién? ¿A Sebastian? Sí le quiero. No has tomado café esta mañana, ¿verdad?


—Si tomo café me despejaré y encontraré muchos motivos para no hacer ejercicio. Y eso es lo último que deseo.


—Vale. ¿Por qué estás enfadada conmigo?


—No estoy enfadada contigo. Eres tú quien se ha enfadado.


—Entonces dime que lo sientes y te perdonaré. —Maca abrió la puerta y salió como una exhalación.


—¿Por qué tendría que sentirlo? Fui yo quien paró —soltó Paula cerrando la puerta.


—¿Qué fue lo que paraste?


—Paré... —Gruñendo, Paula se presionó los ojos—. Es por la falta de cafeína. Tengo la mente confusa. Estoy empezando por la mitad, o quizá por el final.


—Exijo saber por qué estoy enfadada contigo para intentar arreglarlo. No seas mala.


Paula respiró hondo y contuvo el aliento.— Besé a Pedro. Mejor dicho, me besó él a mí. Fue él quien empezó. Y luego se arrugó como un cobarde, por eso fui a su casa, para soltarle un sermón, y volvió a hacerlo. Y yo le correspondí. Rodamos por el suelo y nos empezamos a quitar la ropa hasta que me di un golpe en el codo. Muy fuerte. Y así recobré el sentido común. Por eso paré, y no
tienes motivos para enfadarte.


Maca, que había estado mirando boquiabierta a Paula desde la primera frase, era incapaz de cerrar la boca.


—¿Qué? ¿Qué? —Se golpeó una oreja con la palma de la mano y sacudió la cabeza como si quisiera sacarse agua de los oídos—. ¿Qué?


— No voy a repetirlo. Lo importante es que paré, y que dije que lo sentía.


—¿A Pedro?


—No... bueno, sí... pero me refería a ti. Te estoy diciendo que lo siento.


—¿Por qué?


—Por el amor de Dios, Maca, por la norma.


Vale. —Maca se quedó callada y se puso en jarras mirando al horizonte—. No, espera... sigo confundida. Veamos, probemos otra vez. —Hizo unos gestos exagerados con las dos manos simulando que borraba—. La pizarra ya está completamente limpia. Empecemos de nuevo. Pedro y tú... uau... un minuto para asimilarlo... Ya está. Pedro y tú os
pegasteis un buen morreo.


—Lo dices como si fuera algo asqueroso. Besa como nadie, como sabes muy bien.


—¿Ah, sí?


—No me arrepiento de haberlo besado. De hecho, no lo lamento porque fue del todo improvisado. Bueno, del todo no, porque se me hizo un nudo en el estómago cuando
estuvimos bajo el capó.


—¿Bajo el capó? ¿Qué...? Ah, el coche. Caray, solo quien te conozca de toda la vida sería capaz de interpretar lo que dices.


—Ahora bien, lo que no me esperaba era que me traería una copa de vino mientras me tomaba un descanso sentada en la escalera trasera y pensaba en mis cosas.


—Vino, escalera trasera... —musitó Maca —. La NMYA. La boda.


—Me dio un masaje en los hombros. Tendría que haberlo adivinado, pero me vi obligada a marcharme. Tenía que volver a la recepción. Estábamos ahí de pie, y él me besó. Carla me llamó por el busca y tuve que irme, y entonces me di cuenta de lo que había hecho. En realidad, no te he traicionado. Tú tienes a Sebastian.


—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?


—No me acosté con él, por suerte.


Un pájaro pasó volando y trinando como un poseso. Sin dedicarle un vistazo siquiera,


Paula se dio un palmetazo en las caderas y torció el gesto.


—El beso fue una sorpresa, las dos veces. Y el rodar por el suelo fue por culpa del calentón del momento. Paré. Por eso,
técnicamente, no transgredí la norma, pero de todos modos me disculpo.


—Aceptaré tus disculpas alegremente si me dices qué demonios tiene que ver esto conmigo.


—La norma de los ex.


—La... ah, la norma de los ex. Sigo sin entender lo que yo... Espera. Crees que Pedro y yo estuvimos... ¿Crees que practiqué el sexo con Pedro? ¿Con Pedro Alfonso?


—Claro, con Pedro Alfonso.


—Nunca me acosté con Pedro Alfonso.


Paula la apuntó con el dedo.


—Sí te acostaste.


Maca la apuntó a su vez.


—No me acosté, y nadie mejor que yo sabe con quién he practicado el sexo y con quién no, y Pedro Alfonso y yo nunca llegamos tan lejos. Ni por asomo. No rodé por el suelo con él ni nos quitamos la ropa.


—Pero... —Estupefacta, y casi sin aliento, Paula dejó caer los brazos en un gesto de abandono—. Pero cuando empezó a dejarse ver por casa con Dani, durante las
vacaciones y las fiestas de la facultad, vosotros dos...


—Flirteamos. Punto final. Fue algo que empezó y acabó pronto. Nunca hemos estado entre sábanas, ni rodando por el suelo, ni acabamos pegados contra la pared ni en ninguna otra superficie, y mucho menos desnudos. ¿Te ha quedado claro?


—Siempre he pensado...


Maca arqueó las cejas.


—Habrías podido preguntármelo.


—No, porque... maldita sea. Quería ser yo quien coquetease con él, y mientras tanto tú te lo ligabas. Por eso no pude actuar, y pensé lo que pensé. Luego, cuando quedó claro que volvíais a ser amigos, inventamos esta norma. Eso fue lo que pensé.


—¿Y durante todo este tiempo sentías algo por Pedro Alfonso?


—De vez en cuando. Lo canalicé hacia otra parte, o lo reprimí por culpa de la norma. Pero últimamente todo esto de la canalización y la represión me ha estado dando problemas. Ay. —Paula se llevó las manos al rostro—. Soy imbécil.


—Oye, zorra —Maca, con una mirada dura, se cruzó de brazos—, has estado a punto de practicar el sexo con un hombre con el que nunca me acosté. ¿Qué clase de amiga
eres?


Paula inclinó la cabeza hacia delante y esbozó una tímida sonrisa.


—Ya he dicho que lo sentía.


—Quizá te perdone, pero solo después de que me lo cuentes todo... con coherencia y sin olvidar ni un solo detalle. —Maca echó a correr agarrando a Paula por el brazo hasta llegar a la casa principal—. Aunque eso tendrá que ser después del café, y después de hacer ejercicio.


—Podríamos ahorrarnos el ejercicio y pasar directamente al café.


—Tengo un compromiso con las pesas. —Maca entró por la puerta lateral y se dirigió a la escalera. Cuando las dos jóvenes llegaron al tercer piso, vieron que Laura y Carla salían del gimnasio—. Pau y Pedro Alfonso se han besado y
han estado a punto de acostarse.


—¿Qué? —exclamaron dos voces al unísono.


—Ahora no os lo puedo contar. No he tomado café, y no puedo hablar de esto hasta que tome uno. Además, no pienso hacerlo si no hay tortitas. —Con una mueca de disgusto, Paula se subió a la bicicleta elíptica.


—Tortitas. Se lo diré a la señora Grady —se ofreció Laura saliendo disparada.


—¿Con Pedro? ¿Con Pedro Alfonso? — preguntó Carla.


Maca flexionó los brazos y fue directa a la máquina de musculación.


—Eso es lo que he dicho.






No hay comentarios:

Publicar un comentario