lunes, 6 de febrero de 2017
CAPITULO 20 (PRIMERA HISTORIA)
Sabía cuando se portaba como una borde. No necesitaba un organigrama ni que le ofrecieran magdalenas como si fuera una niña de dos años a la que calman con una galleta. Además, sus amigas no tenían por qué señalarle la puerta. Ella sabía exactamente dónde se encontraba.
Conocía bien su trabajo. ¿No era eso lo que estaba haciendo en ese mismo instante: trabajar? Pau cortó una primera orla para enmarcar las fotos que la noche anterior no había tenido el valor ni la energía para montar. Al cabo de unas horas habría envuelto un paquete y tendría un cliente satisfecho. Porque sabía exactamente lo que hacía sin tener que explicar cada uno de los pasos a sus socias.
¿Era preciso saber por qué Emma elegía eucalipto en lugar de esparraguera para completar los adornos florales?
No, claro que no.
¿Necesitaba conocer los ingredientes secretos de Laura para preparar una cobertura de crema de mantequilla?
De nuevo la respuesta era no.
¿Era imprescindible discutir con Carla la última entrada de Crack Berry?
No, ¡faltaría más!
¿Por qué iba a importarle a nadie entonces qué filtro había decidido utilizar o qué cámaras fotográficas pensaba colgarse al cuello?
Ellas hacían su parte y Pau, la que le correspondía. Y todos tan contentos.
Pau asumía sus responsabilidades. Dedicaba tiempo, esfuerzo y las mismas horas que las demás. Ella...
«Mierda He cortado mal la orla.››
Disgustada, lanzó el cartón destrozado por los aires. Cogió otro y comprobó una y otra vez las medidas. Sin embargo, cuando levantó el cúter para cortarlo, vio que le temblaba la mano.
Dejó el cúter con sumo cuidado y se echó hacia atrás.
Sí, sabía cuando se portaba como una borde, pensó. Y cuándo había llegado el momento de controlarse. Ahora.
También sabía cuando debía una disculpa a dos de las personas a las que más quería, admitió para sí con un suspiro.
«Aunque se hayan portado como unas engreídas, que lo son, yo he sido la primera en portarme fatal.››
Pau consultó el reloj y suspiró. Ahora no podía arreglar nada.
No podía sacarse ese peso de encima, y aún menos cuando Carla estaba enseñando la casa a unos clientes.
«Ofrecemos un servicio completo. Personalizamos cada uno de los detalles para adaptarlos a sus necesidades y a sus deseos para ese día. Les presento a nuestra fotógrafa, que está loca y es una borde, pero que documentará la jornada haciéndoles un reportaje fotográfico»
¿No era ese el comentario perfecto?
Pau fue al baño a lavarse la cara con agua fría. Eran sus amigas, se recordó. Tendrían que perdonarla. Era la norma.
Una vez se hubo serenado, Pau regresó a su estudio.
Dejó que el contestador atendiera sus llamadas y se concentró en la tarea que la ocupaba. Cuando terminó, decidió que los clientes nunca sabrían que su lote lo había organizado una borde que había tenido un ataque agudo de autocompasión. Cargó el material en el coche y fue a la casa principal.
Era verdad que tenían la obligación de perdonarla, pero primero ella tenía que pedirlo. Esa era otra norma.
Siguiendo la fuerza de la costumbre, Pau entró por la puerta trasera. Se metió en la cocina y vio a Laura trabajando en el obrador. Su amiga, con la mano firme y precisa de un cirujano, decoraba con las iniciales unos bombones con forma de corazón.
Pau, que sabía que no debía interrumpirla, guardó silencio
-Te oigo respirar -dijo Laura al cabo de un rato-.Vete.
-He venido a tragarme la chulería. No tardaré mucho.
-Más te vale. Tengo que hacer otros quinientos de estos.
-Lo siento. Siento haberme portado así y siento haber dicho esas cosas. Sobre todo porque no las pienso. Me sabe mal haberme marchado de la reunión.
-Vale. -Laura dejó el pincel y se volvió-. La pregunta es ¿por qué?
Cuando Pau intentó hablar, se le cerró la garganta. El repentino bloqueo le humedeció los ojos. Y con las lágrimas cayéndole por las mejillas, Solo fue capaz de sacudir la cabeza.
-Bueno, bueno... -Laura se acercó a ella y la abrazó-.No pasa nada. Vamos, siéntate.
-Tienes que decorar con las iniciales quinientos corazones de chocolate.
-Mira, solo me quedan cuatrocientos noventa y cinco.
-Ay, Laura, ¡qué idiota soy!
-Sí, eso es verdad.
Con rapidez y maestría, Laura hizo sentar a Pau junto al obrador y le dio una caja de pañuelos de papel y un platito de corazones de chocolate todavía sin adornar.
-No puedo comerme tus dulces.
-Saben mejor que tu chulería, y me quedan muchos.
Pau, sorbiéndose la nariz, cogió uno.
-Son los mejores.
-Los de Godiva deberían echarse a temblar. ¿Qué ha pasado, cielo? ¿Se trata de tu madre? Se me encendió la luz -añadió al ver que Pau se quedaba callada-, justo después de marcharte indignada y ofendida.
-¿Por qué soy incapaz de digerir estas cosas, Laura?
-Porque ella conoce el resorte que hay que activar. Da igual que las digieras o no, porque ella siempre contara con nuevos recursos para atacarte.
Pau tuvo que admitir que, en realidad, ese era el meollo de la cuestión.
-La situación nunca cambiará.
-Ella nunca cambiará
-Quieres decir que tengo que cambiar yo -precisó Pau probando otro trozo de chocolate-. Ya lo sé. Y lo he hecho. Le he dicho que no. Le he dicho que no, y lo dije en serio, y habría seguido diciéndolo aunque Dani no me hubiera quitado el teléfono de las manos para colgarle.
Laura, que iba a coger un vaso, le lanzó una mirada.
-¿Dani estaba contigo?
-Sí, vino a tomarme el pelo por lo de Pedro, que es otro tema al que tendré que darle vueltas, y entonces ella llamó desde Florida pidiéndome dos mil dólares para poder quedarse una semana más y terminar su recuperación.
-Aplaudo a Dani por lo de colgarle el teléfono a tu madre, pero habría tenido que venir a contárnoslo.
-Le pedí que no lo hiciera.
-¿Y qué? -exclamó Laura-. Si tuviera un poco de sentido común, habría hecho lo que te convenía a ti, no lo que le pedías. Te habrías evitado pasar la noche revolcándote en tus desgracias para acabar despertándote como una gorgona.
Laura le dejó un vaso de agua helada junto al chocolate.
-Bébetelo. Seguro que estas deshidratada. ¿Cuántas veces más te llamó después de que Dani te dejara sola?
-No lo culpes a él. Dos. Y no contesté. -Pau dio un profundo suspiro-. Me sabe muy mal haberla tomado contigo.
-¿Para qué están las amigas?
-Esperemos que Carla también lo vea así. ¿Puedo llevarme unos bombones arriba para endulzar un poco la situación?
Laura eligió del lote dos corazones de chocolate blanco.
-El chocolate blanco le pierde, y puede que necesites empezar con cierta ventaja. A mí me cabreaste. Y eso es fácil de arreglar. En cambio a ella la has herido en sus sentimientos.
-Ay, no.
-Imagino que será mejor que lo tengas en cuenta antes de entrar. Carla también está cabreada, pero vas a tener que cuidar de sus sentimientos.
-Vale. Gracias.
Conociendo como conocía a Carla, Pau fue directamente a la sala de reuniones. El <<incidente›› había tenido lugar allí y la lógica de Carla dictaba que en esa misma habitación tenía que celebrarse la segunda parte.
Tal como esperaba, Carla estaba en la mesa trabajando con su su...Crack Berry. El fuego ya no era vivo, sino un agradable rescoldo; la botella de agua sin la que difícilmente se la veía había sustituido al café. Su amiga tenía el ordenador portátil abierto y, junto a él, un montón de archivos y listas en perfecto orden.
Si algo podía decirse de Carla era que siempre la pillarían preparada.
Cuando Pau entró en la sala, Carla apartó su Black Berry.
Tenía el rostro frío e inexpresivo. Era su expresión de «estoy muy atareada›>; Pau la conocía de sobra.
-No digas nada. Por favor. Vengo a ofrecerte chocolate y a disculparme de todas las maneras posibles. Toma los que quieras, tanto de chocolate como de mis disculpas. Mi comportamiento ha sido manicomial, el de una imbécil. Te he dicho todo eso porque me dejo dominar por la estupidez. Como no puedo evitarlo, tendrás que perdonarme. No te queda otro remedio.-Pau dejó el plato encima de la mesa-. Te los he traído de chocolate blanco.
-Ya lo veo. -Carla estudió en silencio el rostro de su amiga. Aunque no la conociera de toda la vida, habría visto en su expresión las señales de un reciente ataque de llanto-. ¿Pretendes entrar aquí y decir que lo sientes después del trabajo que me he tomado para poder pelearme contigo hasta hacerte morder el polvo?
-Sí.
Pensándoselo, Carla eligió un corazón de chocolate blanco.
-Doy por sentado que ya has hablado de todo esto con Laura.
-Sí, por eso te traigo chocolate. Se lo he confesado. Lo he echado casi todo fuera, pero si no te comes los corazones para demostrarme que hemos hecho las paces, voy a empezar otra vez. Es como un símbolo. Los hombres se dan la mano después de una pelea. Nosotras comemos chocolate.
Sin apartar la mirada de Pau, Carla mordió el corazón.
-Gracias, Carla -dijo Pau dejándose caer sobre una silla-. Me siento como una idiota.
-En principio, ya me vale. Pero aclaremos las cosas. Si tienes algún problema con mi manera de dirigir Votos, hemos de hablarlo. Elige: de tú a tú o en grupo.
-No, Carly. ¿Cómo voy a tener problemas con eso? ¿Cómo podría tenerlos cualquiera de nosotras? Tanta repetición resulta monótona, pero todas sabemos por qué hay que hacerlo. Del mismo modo que sabemos que gracias a que tú te pones machacona y te ocupas de mil y un detalles, las demás podemos centrarnos en nuestro propio trabajo. Si puedo dedicarme a lo que me dedico (y lo mismo les ocurre a Em y a Laura), es porque tú piensas en todo lo demás. Incluido el hecho de revisar todo lo que hacemos nosotras para poder sacar el máximo partido a las bodas.
-No he sacado yo el tema para que me adules -dijo Carla tomando otro trozo de chocolate-. Pero sigue, sigue.
«Volvemos a ser amigas», pensó Pau estallando en carcajadas
-Está claro que eres obsesiva, y que tu memoria para los detalles da un poco de miedo. Claro que gracias a eso, rendimos a tope. No quiero hacer tu trabajo, Carly. Ninguna de nosotras querría. Me comporté como una burra, como una imbécil, y fui a por ti para hacerte daño. -Pau echó un vistazo a los archivos-. Esto son dossieres, ¿verdad?
Documentos, análisis de costes y otros temas antipáticos.
-Me había preparado para chafarte como a una pulga.
Pau hizo un gesto de asentimiento y eligió un corazón de chocolate negro.
-Mejor comamos bombones.
-Desde luego.
-Dime, ¿como ha ido la visita?
-Los novios han venido con las madres y una tía. Ah y con una niña pequeña.
-¿Con un crío?
-Era la nieta de la tía. Monísima… y corría como el demonio. Ayer fueron a ver Felfoot Manor y la semana pasada, Swan Resort.
-Van a lo grande ¿Piensan que estamos a su altura?
-Quieren reservar un sábado del mes de abril del año que viene. Un sábado entero
-¿Lo hemos conseguido? ¿Con un paseo y un discursito? ¿Una doble reserva?
-No cantes victoria todavía -Carla cogió la botella y bebió un sorbo de agua-. La MDNA, la que iba con un fabuloso bolso de Prada colgado del hombro y con el talonario dentro, quiere conocernos a todas. Quiere una entrevista completa antes de comprometerse. Tiene algunas ideas.
-Vaya...
-No, sus ideas son buenas, incluso puede que esto se convierta en un evento importantísimo, en una celebración que despierte el interés del público El padre de la novia es Wyatt Seaman, de Muebles Seaman.
-¿Los Seaman de «Haremos de su casa un hogar» ?
-Los mismos, y su esposa considera que valemos mucho. Un mucho que todavía no se ha decidido a escribir en mayúsculas. De todos modos, le haremos una presentación que será el no va más -El desafío iluminó el rostro y la mirada de Carla-. después, esa mujer sacara el talonario de su maravilloso bolso de Prada y nos dará una paga y señal que hara que entonemos un aleluya de todo corazón.
-Y bailaremos.
-Y bailaremos.
-¿Cuando es la presentación?
-Dentro de una semana. Tendrás que inventar otros paquetes, que sorprendan. Vieron el taller de Emma y les encantó el discursito que les soltó. Pero como tú te habías puesto de culo, no quise llevarlos a tu estudio
-Muy inteligente por tu parte
-De todos modos, con tus muestras conseguimos que la madre se hiciera una idea. El próximo lunes le hablaremos de las fotos que has publicado en las revistas Y…ya sabes exactamente lo que tienes que hacer.
-Lo haré.
Carla le paso uno de los archivos por encima de la mesa.
-Aquí tienes un resumen para que sepas con quien estamos tratando. He entrado en Google y te doy cuatro referencias, además de la programación actualizada de las tres próximas celebraciones.
-Me lo empollaré.
-Hazlo.-Carla le pasó una botella de agua-. Y ahora dime qué te ha pasado.
-Me dio un ataque de Lourdítis. Pero me ha bajado la fiebre y ya me encuentro bien.
-No sería para pedirte dinero, si hace nada que... -Carla se interrumpió al observar la expresión de Pau-. ¿Otra vez?
-Le dije que no, y se lo repetí. Entonces Dani le colgó el teléfono.
-Así se hace. Viva mi hermano -exclamó Carla orgullosa-. Me alegro de que estuviera contigo cuando te llamó. De todos modos, Del podría moverse de otra manera y no solo colgarle el teléfono. En el terreno legal. Puede que ya haya llegado el momento, Pau.
Pau se quedó ensimismada mirando el fuego.
-¿Tú serías capaz de hacer algo así si se tratara de tu madre?
-No lo sé. Probablemente. Soy mas mezquina que tú.
-Yo también lo soy.
-Soy yo la mezquina, Laura es la quisquillosa y Emma la metomentodo. Tú estás entre Laura y Em. Entre las cuatro, cubrimos toda la gama-dijo Carla cogiendo a Pau de la mano-Por eso trabajamos tan bien en equipo. ¿Por qué le dijiste a Dani que no me lo contara?
-¿Cómo sabes que se lo pedí?
-Porque si no, me lo habría dicho.
Pau suspiró.
-No quería que entrarais en la espiral de Lourdes. Luego me deprimí y empecé a dar vueltas al asunto; me desperté convertida en la reina de las Bordes y terminé metiéndoos de todas maneras en el fregado.
-La próxima vez ahórrate la parte intermedia y recuerda que nos encanta meternos en tus fregados.
-Oído cocina. Antes de ir a ganarme el sustento y a convertirme en un miembro productivo del equipo quiero hacerte una pregunta: ¿te acostarías con Pedro Alfonso?
-Mujer… No me lo ha pedido. ¿Me invitaría a cenar primero?
-Lo digo en serio.
-Yo también. No esperaba que me meta en su cama sin haber salido a cenar primero. Pero si estuviéramos hablando de ti-dijo Carla gesticulando con la botella de agua en la mano- tendría que preguntarte si lo encuentras sexualmente atractivo.
-No puedes acostarte con todos los tíos que te parecen sexualmente atractivos. Aun con cena incluida.
-Es cierto, no nos daría tiempo a hacer nada más Está claro que te gusta, que piensas en él, que le dedicas tiempo... y que estas valorando si quieres sexo con él.
-Ya he practicado el sexo antes.
Carla se rindió y se comió el otro corazón de chocolate
blanco.
-Eso he oído.
-No entiendo que en el tema del sexo esté tan colgada por Pedro. Tendría que liquidar esto. Acostarme con él y punto final. A otra cosa, mariposa.
-Eres una romántica, Paula. Siempre lo ves todo de color de rosa.
-Eso es lo que pasa cuando te dedicas al negocio de organizar bodas.
CAPITULO 19 (PRIMERA HISTORIA)
Estar con un humor de perros no era una excusa válida para perderse la reunión de los lunes por la mañana a la hora del desayuno. Por eso Pau y su mal humor, al que tiraba de la correa, entraron juntos en la sala de reuniones de la mansión. En lo que una vez había sido la biblioteca de los Brown, Laura y Carla mordisqueaban unas magdalenas de arándanos.
Aún estaban los libros, que proporcionaban un marco a todo aquel espacio. El fuego crepitaba vivo en la chimenea. Sobre la antigua y resplandeciente mesa de la biblioteca alguien había dispuesto el servicio de café, y Pau sabía que dentro de la consola tallada se ocultaba un cargamento de agua mineral.
Sus amigas se habían sentado a una mesa redonda y labrada que ocupaba el centro de la sala. Listas y guapas, pensó Pau. Las dos. Ni un solo pelo fuera de sitio a esa horrible hora de las ocho de la mañana. Solo de mirarlas, se sintió desastrada y torpe y algo inferior con aquellos tejanos gastados que se había embutido de cualquier manera.
-Y cuando se lo comenté, ¿sabes qué me dijo él? –Laura levantó una taza de lo que Pau adivinó que sería un capuccino perfecto-Me dijo: «Nunca salgo de casa sin mi cepillo de dientes». –Laura dejó escapar una risita sarcástica y luego sonrió a Paula- Has vuelto a perderte «La defunción de Martin Boggs>>. ¿Cómo diablos pude salir con alguien que se llama Martin Boggs? Espero que tu cita fuera mejor que la mía.
-Estuvo bien.
-Vaya... ¿tanto?
-Ya he dicho que estuvo bien. -Pau dejó caer su ordenador portátil sobre la mesa de reuniones e, indignada, se acercó a la mesita del café-. ¿Podemos empezar de una vez? Hoy tengo muchas cosas que hacer.
-Alguien se ha levantado de la cama con el pie izquierdo.
Pau le mostró el dedo corazón.
-Lo mismo te deseo, guapa.
-Chicas, chicas. -Carla dejó escapar un largo y sonoro suspiro-. ¿Voy a tener que separaros? Toma una magdalena, Pau.
-No quiero tu maldita magdalena. Lo que quiero es que empiece esta reunión, que además es una pérdida absoluta de tiempo.
-Tenemos tres celebraciones este fin de semana, Pau –le recordó Carla.
-Que están analizados, organizados, programados, discutidos, planificados y diseccionados hasta la exageración. Ya sabemos lo que nos traemos entre manos. No hace falta hablarlo hasta el aburrimiento.
-Tómate un café -le propuso Carla, aunque con un tono de voz más frío-. Creo que lo necesitas.
-No necesito café ni una estúpida magdalena –exclamó Pau girando en redondo-. Si quieres, te lo resumo. Viene gente. Dos se casan... casi seguro. Algo se tuerce y lo arreglaremos. Alguien se emborracha y nos encargaremos de él. Los invitados comen y suena la música. Luego se marchan todos y nosotras cobramos. Esos dos que se han casado se divorciarán dentro de cinco años. Pero ese no es nuestro problema. Se levanta la sesión.
-En ese caso, ahí está la puerta -dijo Laura señalando la salida-. Ciérrala cuando te vayas.
Pau dejó caer con rabia la taza de café sobre la mesita.
-Buena idea.
-Un momento. ¡Un momento, caray!- La voz de Carla sonó tan cortante que abortó la furiosa salida de Paula-. Aquí se habla de trabajo, de nuestra empresa. Si no te gusta cómo llevamos las cosas, programemos una reunión para que puedas plantear tus quejas. Pero tu ataque de mala leche no está en el orden del día.
-Claro, olvidaba que vivimos y morimos según el orden del día. Si algo no sale en la sacrosanta página abierta de tu agenda ni aparece en la mágica Black Berry, no vale la pena según Carla. Dejemos que los clientes piensen que son seres humanos con emociones y cerebro mientras tú te los llevas al huerto por el camino que te conviene. Que Dios se apiade de ellos si no cierran filas y siguen a Carla.
Carla se levantó de su silla despacio.
-Si no estás de acuerdo con mi manera de dirigir la empresa, podemos hablarlo. Ahora no, porque dentro de cincuenta minutos viene un grupo a ver la casa. Hoy tengo una hora libre a las dos. Podríamos tratar este asunto entonces. Mientras tanto, creo que Laura ha tenido una brillante idea. Allí está la puerta.
Arrebolada por el frío, Emma entró como una exhalación.
-No quería llegar tarde, pero me ha caído una... -Se quedó clavada en el suelo cuando Pau la apartó de un empujón y se marchó volando-. ¿Qué le pasa a Pau? ¿Qué ha pasado?
-Le ha dado la neura. -Laura, que todavía echaba chispas por los ojos, intentó calmarse y tomó su taza de café-. No hemos querido seguirle el juego.
-¿Le habéis preguntado por qué está así?
-Estaba demasiado ocupada echándonos la bronca.
-Por el amor de Dios... Voy a buscarla.
-No. -Carla, controlando el mal genio, se lo prohibió con un gesto-. No lo hagas. Te lo va a agradecer con una patada en el culo. Esta mañana vienen unos posibles clientes y otros que ya tenemos comprometidos. Vamos a pasar de ella, por ahora.
-Carla, cuando una de nosotras tiene un problema, lo solucionamos entre todas. Y no hablo solo de la empresa.
-Ya lo sé, Emma- dijo Carla presionándose la sien-.Aunque Pau nos escuchara, cosa que no haría, no tenemos tiempo.
-Además, si explotáramos cada vez que una cita nos sale rana, esta habitación estaría salpicada de sangre.
-¿Te refieres a Pau y a Pedro? -Emma miró a Laura con incredulidad-. Me parece que te equivocas. Mi madre habló con la de Pedro anoche y luego me llamó para intentar sonsacarme. Por lo que sé, todo salió a pedir de boca el día de la cena.
-¿Qué podrá ser? -se extrañó Laura-. ¿Qué puede hacer perder los nervios a una mujer que no sea un hombre? Otra mujer, claro. Aunque... -De repente, cerró los ojos-. Su madre. ¡Qué tontas! No hay nada que le revuelva tanto el estómago como su madre.
-Creía que estaba en Florida.
-¿Y piensas que la distancia es un impedimento para una fuerza de la naturaleza como Lourdes Chaves? -preguntó Laura a Carla-. Puede que sea eso. Es posible, casi seguro. De todos modos, eso no justifica que se haya puesto tan borde con nosotras.
-Ya lo arreglaremos. Seguro. Ahora tenemos tres celebraciones, una detrás de otra, y necesitamos repasar los detalles.
Emma iba a abrir la boca, pero se mordió la lengua cuando vio que Carla sacaba un Almax del bolsillo. <<¿Qué necesidad hay de que se enfaden dos de mis mejores amigas?››
-De hecho, quería hablar con vosotras de las urnas del viernes.
-Perfecto -dijo Carla reclinándose en su silla-. Empecemos.
CAPITULO 18 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro estaba en la ciudad, en casa. Cuando colgó el teléfono, un gato de pelo rojizo y de tres patas al que llamaba Tríada saltó a su regazo. Pedro le rascó las orejas con aire ausente mientras pensaba que ojalá hubiera podido hablar con Pau. Aunque hubiese sido solo un minuto.
Porque ahora no seguiría sentado pensando en ella en lugar de dedicarse a sus tareas dominicales.
Tenía que ocuparse de la colada y preparar las clases del día siguiente. Le faltaba corregir unos cuantos exámenes y leer y dar su visto bueno a los proyectos de relatos de su clase de escritura creativa. Todavía no había terminado su artículo sobre «Las mujeres de Shakespeare: la dualidad», ni prestado la más mínima atención al cuento que estaba escribiendo.
Por si fuera poco, lo esperaban a cenar en casa de sus padres.
Pedro no podía dejar de pensar en ella, y se dio cuenta de que, por desgracia, eso no cambiaba las cosas en absoluto.
-Primero la colada -le dijo a Tríada mientras lo dejaba en el asiento que había abandonado.
Se metió en el claustrofóbico fregadero que había al lado de la cocina y puso una primera lavadora. Estaba a punto de prepararse una taza de té, cuando frunció el ceño.
-Si quiero, puedo tomarme un café. No hay ninguna ley que diga que no puedo tomarme una maldita taza de café por la tarde.-Y se puso a prepararlo con un aire de desafío que, bien pensado y aunque no hubiera nadie mirándole, resultaba ridículo. Dejó funcionando la lavadora y se llevó el café a la habitación pequeña del piso de arriba donde había instalado su despacho.
Se puso a corregir exámenes y suspiro cuando se vio obligado a poner un insuficiente más brillantes y perezosos también. Iba a tener que sermonearlo. Mejor no postergarlo, decidió, y escribió debajo de la nota: «Ven a verme después de clase».
Cuando sonó el programador de la lavadora, bajó a poner la ropa húmeda en la secadora y a llenar la lavadora con la siguiente tanda.
De vuelta a su mesa, evaluó las redacciones de sus alumnos. Hizo comentarios, sugerencias, correcciones.
Añadió en rojo unas palabras de ánimo y consejo. Le encantaba ese trabajo: ver cómo sus alumnos usaban la cabeza, organizaban sus pensamientos y creaban su propio mundo.
Cuando terminó con la colada y el trabajo, todavía le quedaba más de una hora para matar el tiempo antes de salir a cenar.
Por entretenerse, se conectó a internet en busca de recetas.
No porque fuera a invitarla a cenar. Solo por si acaso. Si se le iba la olla y decidía seguir los consejos de Bob, le iría bien contar con un plan.
Un guión, por así decirlo.
«Nada demasiado llamativo o complicado -pensó-, porque seguro que meto la pata, pero tampoco demasiado básico o sencillo. Si vas a cocinar para una mujer, ¿no hay que esforzarse un poco y pasar del microondas?>>
Imprimió unas cuantas recetas y se anotó varios posibles menús. Y también vinos. A Pau le gustaba el vino. Él no sabía del tema, pero podía aprender. Cuando terminó, lo metió todo en un archivo.
Probablemente la invitaría a ver una película. A disfrutar de una noche de peli y pizza. Algo informal, sin agobios ni expectativas. Eso era lo que seguramente debería hacer, pensó saliendo del despacho y entrando en su dormitorio para cambiarse de camisa.
Aunque... tampoco estaría mal pensar en comprar unas velas, o quizá unas flores. Miró alrededor y se la imaginó allí mismo. A la luz de las velas. Imaginó que la acostaba en su cama, que la sentía moverse debajo de él, que observaba su rostro iluminado bajo esa luz, que la tocaba, la saboreaba...
-¡Joder! , Tras respirar hondo, Pedro desvió los ojos hacia el gato, que a su vez le sostuvo la mirada.
-Pau tiene razón. El sexo es algo bestial.
****
La casa de Chestnut Lane, con su gran patio y sus árboles crecidos, había sido una de las razones por las que Pedro había abandonado su puesto en Yale. La añoraba (con sus persianas azules, las blancas tablas de madera, el sólido y resistente porche y las altas buhardillas), y también a la gente que la habitaba.
No es que fuera a la casa con mayor asiduidad que cuando vivía y trabajaba en New Haven, pero le satisfacía saber que podía aparecer por allí cuando le apeteciera. Entró en el recibidor y se fijó en que Chauncy, el Cocker spaniel de la familia, estaba aovillado en el sofá del salón.
Tenía prohibido subirse a los muebles, y el animal lo sabía, por eso su mansa expresión y el esperanzado movimiento de su cola fueron su modo de implorarle silencio.
-No he visto nada -susurró Pedro, y siguió su camino hacia la habitación principal y el bullicio. Distinguió el olor del asado de ternera de su madre, oyó las carcajadas de su hermana pequeña y el griterío y las maldiciones acaloradas de los hombres.
«El partido no ha terminado», decidió.
Se detuvo en el umbral para estudiar la escena. Su madre, huesuda, robusta como una roca firme de Nueva Inglaterra, removía el contenido de una olla al fuego mientras Silvia, acodada en el mármol junto a ella, hablaba a mil por hora gesticulando con una copa de vino en la mano. Su hermana mayor, Diana, estaba de pie, con los brazos en jarras, mirando por el ventanal. Observaba a sus dos hijos, abrigados hasta las cejas, deslizarse en un trineo por el patio trasero en pendiente.
En el otro extremo de la barra donde desayunaban, su padre, su cuñado y Nico vociferaban frente al televisor. El fútbol le daba dolor de cabeza o lo adormecía, y por eso
Pedro eligió pasarse al bando de las chicas. Se acercó a su madre por la espalda y le dio un beso en la coronilla.
-Creía que te habías olvidado de nosotros. -Pamela Alfonso le dio a probar una crema de guisantes que hervía a fuego muy lento.
-Tenía que acabar un par de asuntos. Está rica -dijo él tras probar obedientemente la sopa.
-Los niños han preguntado por ti. Imaginaban que te encontrarían en casa y que os daría tiempo de probar los trineos.
El tono de Diana traslucía un leve tono de censura. Pedro, que sabía lo mucho que le gustaba quejarse a su hermana, fue a darle un beso en la mejilla.
--Me alegro de volver a verte.
-Toma un poco de vino, Pedro. -Silvia, detrás de Diana, le dirigió una mirada cómplice-. De todos modos, no podemos comer hasta que haya terminado el partido. Y aún falta mucho.
-En casa no retrasamos una cena familiar por culpa de los deportes -criticó Diana.
Eso explicaba que su cuñado aprovechase las normas más relajadas de los Alfonso, pensó Pedro.
De repente, mientras su madre tarareaba removiendo la crema, los forofos del fútbol americano, como un solo hombre, saltaron de las sillas y del sofá para gritar.
Habían anotado un touchdown.
¿Por qué no te tomas una copita de vino, Di? - Pamela escurrió la cuchara con unos golpecitos y ajustó la intensidad del fuego-. Los niños están bien. Piensa que hace más de diez años que no hemos tenido una avalancha. ¡Mauricio, tu hijo ha llegado!
Mauricio Alfonso alzó un dedo mientras celebraba con el otro puño que el jugador acabara de conseguir un punto extra.
¡Ha sido buena! -Mauricio sonrió a su hijo. Su pálida tez irlandesa, sofocada de alegría, destacaba bajo su pulcra barba plateada-. ¡Los Giants ganan por cinco puntos!
Silvia dio una copa a Pedro.
-Como por aquí lo tenemos todo bajo control, y por allí también controlan -añadió gesticulando hacia los sitios más alejados de la barra-, ¿por qué no te sientas y nos cuentas todo lo que hay que saber de ti y de Paula Chaves?
-¿Paula Chaves? ¿La fotógrafa? ¿De verdaaad? -exclamó Pamela arrastrando la última sílaba.
-Creo que iré a ver cómo acaba el partido.
-Ni pensarlo. -Silvia lo acorraló contra la barra-. He oído decir que alguien os vio a los dos en plan íntimo en el Café de la Amistad.
-Tomamos un café. Y hablamos. Es lo que se hace en el Café de la Amistad.
-Luego alguien me dijo que alguien le había dicho que estuvisteis en Los Sauces en un plan más intimo anoche. ¿Y eso?
«Silvia siempre anda oyendo lo que oyen los demás», pensó Pedro cansinamente. Su hermana era como un radiotransmisor.
-Hemos salido un par de veces.
-¿Estás saliendo con Paula Chaves? -preguntó Pamela.
-Eso parece.
-¿La misma Paula Chaves con quien soñaste durante meses cuando ibas al instituto?
-¿Cómo sabes que yo...? -«Qué imbécil soy>›, pensó. Su madre se enteraba de todo-. Solo fuimos a cenar. No es una noticia de interés nacional.
-Para nosotros, sí -lo corrigió Pamela-. Podías haberla invitado a venir esta noche. Ya sabes que siempre hay comida de sobra.
-Nosotros no... no es... No hemos llegado al punto de cenar en familia. Solo fuimos a cenar. Hemos salido una única vez.
-Dos, si cuentas el café -lo corrigió Silvia-. ¿Volverás a verla?
-Es posible. Puede. -Pedro metió las manos en los bolsillos y se inclinó hacia delante-. No lo sé.
-He oído hablar muy bien de ella, y parece que es muy buena profesional. Si no, no estaría organizando la boda de Silvia.
-¿Verdad que es la hija de Lourdes Chaves? Creo que ahora se llama Barrington.
-No conozco a su madre. Solo fui a cenar con ella.
La noticia había arrancado a Diana de la ventana.
-Es Lourdes Barrington, estoy segura. Su hija es amiga íntima de los Brown, de Emma Grant y de esa otra. Tienen una empresa que organiza bodas.
-Supongo que es ella, sí -reconoció Pedro.
-Lourdes Barrington -pronunció Diana tensando la mandíbula y apretando los labios con el gesto familiar de desaprobación que ya le conocía Pedro-. Es la mujer que tuvo un lío con Stu Gibbons y le destrozó el matrimonio.
-No veo qué culpa tiene la chica de lo que haga su madre-dijo Pamela abriendo el horno para comprobar el asado-. Y fue Stu quien rompió su propio matrimonio.
-He oído decir que obligó a Stu a abandonar a Maureen, y cuando él se negó, fue a contárselo en persona a su mujer. Maureen despellejó vivo a su marido durante el divorcio. No seré yo quien diga nada en contra. Y después, resultó que Lourdes ya no estaba interesada.
-¿Estamos hablando de Paula o de su madre? –preguntó Pamela.
Diana se encogió de hombros.
-Solo digo lo que sé. La gente comenta que siempre anda en la búsqueda de un nuevo marido, sobre todo si está casado con otra.
-Yo no salgo con la madre de Paula -aclaró Pedro con un tono tan calmado y frío que encendió una chispa de indignación en los ojos de Diana.
-¿Y quién ha dicho eso? Aunque ya conoces el refrán: de tal palo, tal astilla. Vale más que andes con cuidado, eso es todo; no vayas a caer en manos de otra Corina Melton.
-Di, ¿por qué tienes que ser tan mala pécora? –preguntó Silvia.
-Ya me callo.
-Buena idea.
Pamela alzo los ojos al techo cuando su hija mayor, airada, fue a apostarse en la ventana.
-Esta de mal humor desde que ha llegado.
-Esta de mal humor desde el día en que nació- murmuró Silvia
-Basta ya. Es una chica muy guapa, si no recuerdo mal. Me refiero a Paula Chaves. Y como decía antes, he oído hablar muy bien de ella. Su madre es una persona problemática, de eso no hay duda. Recuerdo que su padre era encantador, pero que siempre andaba lejos. Se necesita empeño y una gran voluntad para triunfar sin que nadie te haya dado una base para ello.
-No todos tienen la suerte que tuvimos nosotros.
-Tienes toda la razón del mundo Diana, llama a los niños y diles que entren a lavarse las manos. Faltan dos minutos para sentarse a la mesa.
Durante la cena comentaron el partido, la obra de teatro que su sobrina estaba ensayando en la escuela, varios detalles de la boda y las ganas locas que su sobrino tenía de adoptar un cachorro, y al ver el rumbo que tomaba la conversación, Pedro se relajó.
Su relación con Pau, si es que a eso se le podía llamar relación, no se trató en la mesa.
Nico retiro los platos, gesto con el que se había ganado el afecto de Pamela desde su primera cena en familia. Mauricio se retrepó en su silla y, mirando la larga mesa del comedor de invitados a la que estaban sentados, tomó la palabra.
-Tengo que anunciaros una cosa
-¿Vas a regalarme una mascota, abuelo?
Mauricio se acerco a su nieto y le susurro
-Dame más tiempo para convencer a tu madre.- Y volvió a apoyarse en el respaldo-. Vuestra madre y yo celebraremos nuestro aniversario el mes que viene. Ya sabes que sigues siendo mi enamorada -añadió guiñando un ojo a su mujer.
-He pensado que quizá te gustaría celebrar una fiesta intima en el club - empezó a decir Diana.- Solo la familia y los amigos íntimos.
-Buena idea, Diana, pero mi novia y yo vamos a celebrar nuestros treinta y seis años de bendición conyugal en la soleada España. Es decir, si ella accede a ir conmigo.
-¡Mauricio!
-Se que tuvimos que posponer el viaje que habíamos planeado hace un par de años, cuando acepte ser jefe de cirugía. Me he reservado dos semanas en febrero que no son negociables. ¿Qué te parece, cariño? Vayamos a comer paella.
-Dame cinco minutos para hacer la maleta y voy contigo.
-Podéis levantaros todos de la mesa- dijo el padre haciendo una señal a sus hijos
Aquella, pensó Pedro, era otra de las razones por las que había regresado a casa.
La constancia.
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