domingo, 5 de febrero de 2017
CAPITULO 17 (PRIMERA HISTORIA)
Pau invirtió sus buenas cuatro horas en las pruebas, el PhotoShop y las copias finales. El trabajo la mantenía centrada y la equilibraba. Ni hablar de soñar despierta con atractivos profesores de literatura cuando tenía clientes esperando que diera lo mejor de sí, porque era eso lo que se merecían.
Buscó equilibrar el color, potenciando o matizando la saturación para expresar cierto estado de ánimo, una emoción.
Retocó una foto muy natural en que se veía a los novios riendo mientras salían por el pasillo central de la iglesia, cogidos de la mano, y los resaltó borrando el fondo para que solo se les viera a los dos.
Los dos solos, pensó, locos de alegría en esos primeros instantes de su matrimonio. Lo que los rodeaba, difuminado, como si fuera un sueño, y sus rostros, sus movimientos, la unidad que formaban, destacados.
Luego ya volverían las voces, los movimientos, las peticiones, los parientes... Pero en ese instante, en esa imagen, ellos eran un todo.
Satisfecha, añadió algún que otro detalle accesorio y un poco de grano, antes de sacar una prueba en papel para comprobarla.
A continuación, la imprimió y la examinó en busca de defectos.
Y al final, como solía hacer, la añadió al pedido. Un regalito para los recién casados
Cambió de terminal de trabajo, desempaquetó la combinación del álbum que sus clientes habían elegido y empezó a paginar las imágenes que ilustraban la historia de esa jornada.
Repitió el mismo proceso con los álbumes más pequeños y con las fotos que habían elegido los padres.
A continuación se instaló en el otro ordenador y diseñó las acostumbradas tarjetas de agradecimiento con el retrato que el cliente había escogido. Empaquetó las tarjetas en unidades de veinticinco, las ató con una fina cinta blanca y decidió descansar un rato.
Todavía tenía que orlar y enmarcar una docena de retratos que la pareja había elegido para colgar y para regalar.
«Lo haré hoy mismo», pensó Pau mientras se levantaba para estirarse. Estaba en racha, y se pondría en contacto con los clientes la mañana siguiente para acordar la entrega o la recogida.
Pau se dejó caer hacia delante, con los brazos colgando, y cuando oyó que llamaban a la puerta, dijo:
-Está abierta.
-Sigues sin tener culo.
Pau giró la cabeza y vio a Daniel del revés.
-Sabía que vendrías.
-He pasado a entregar unos papeles y ponerme al día con Carla antes de ir a casa de Jack a ver el partido. -Deni se quitó el abrigo y lo lanzó sobre el sofá-. Dime, ¿qué tal el vino?
-Muy bueno, gracias, señor Encantador.
-Tú y Pedro Alfonso, ¿eh? -Dani entró en la cocina como Pedro por su casa. Pau oyó que abría la nevera, y también que hablaba indignado- Pau, si no tienes culo, ¿por qué solo compras Coca-Cola Light?
-Para sacarme de encima a los gorrones como tú. -La joven se irguió cuando Daniel entraba en la sala tirando de la lengüeta de una lata.
-A caballo regalado... He oído que tú y Pedro os habéis liado porque su hermana es clienta vuestra.
-Por esa razón volvimos a vernos.
-Y le pusiste las tetas por delante a la primera ocasión.
Pau arqueó las cejas.
-Estas no son las palabras de Carla, que es tu fuente. Si te vas a comportar como una adolescente, ¿por qué no nos sentamos a hacernos trencitas mientras cotilleamos?
-Tienes el pelo corto-respondió Dani bebiendo un sorbo del refresco y esbozando una mueca-. Ecs. En fin, volvamos al tema. Un hombre tiene derecho a sentir curiosidad por los tíos que se acercan a su hermanita honoraria y a desconfiar de ellos.
Pau fue a buscar una Coca-Cola para ella.
-La otra noche salimos a cenar. Y por lo que me parece, es lo que suele hacer la gente desde tiempos inmemoriales.
-Y esa fue la segunda cita, según mi fuente anónima. No cuento la de las tetas. -Dani arqueó las cejas.
-No le puse las tetas por delante. Lo que ocurrió era que iba sin blusa en ese momento, pervertido.
-Así me llaman. Y por tu manera de escurrir el bulto, me pregunto si esto irá en serio.
-No escurro el bulto. ¿Qué problema tienes con Pedro?
-No tengo ningún problema con él, salvo que tú eres tú y él es un hombre. Pedro me gusta. -Dani se encogió de hombros y se sentó en el brazo del sofá-. Siempre me ha gustado. No había coincidido con él desde su regreso. Hasta ayer por la noche. He oído que estuvo liado con Corina Melton, una que trabajó para un cliente de Jeronimo; Jeronimo dice que es una rompepelotas.
-¿Qué sabes de ella?
-Aja, ahora sí veo que va en serio...
-Cállate y cuéntamelo todo.
-Hacer las dos cosas a la vez es imposible.
-Vamos, Daniel.
-No sé nada. Solo sé que Jeronimo le tenía tirria y que parece ser que ella le tiró los tejos mientras todavía estaba liada con Pedro, cosa que ahora supongo que ha cambiado.
-¿Cómo es? ¿Es guapa?
-Joder, Pau. Ahora eres tú la que se porta como una adolescente. No tengo ni idea. Pregúntale a Jeronimo.
Frunciendo el ceño, Pau señaló hacia la puerta.
-Si no tienes nada sabroso que contarme, acábate la Coca
Cola y márchate. Estoy trabajando.
Dani le sonrió, con esa luminosa y potente sonrisa de Brown.
-Es que me lo estoy pasando tan bien...
-Si no le echas salsa, no esperes nada de mí.
En ese momento sonó el teléfono. Pau miró la pantalla y reconoció el número.
-Paula, fotógrafa de Votos.
-¡Paula! Saludos desde la hermosa y soleada Florida
-Mama… -La joven se llevó un dedo a la sien e hizo el gesto de dispararse con el pulgar.
Daniel volvió a dejar el abrigo en el sofá. Los amigos no se abandonan en los malos trances. Y si era Lourdes quien estaba al teléfono, Pau terminaría hecha polvo.
-Me lo estoy pasando tan bien... ¡Me siento una mujer nueva!
-¿De quién es este teléfono?
-Ah, es de Ari. He olvidado el mío en mi habitación y ahora estamos en la piscina. Bueno, yo estoy en la piscina. Él ha ido a ver por qué tardan tanto con las bebidas. Es un amor. ¡Se esta de fábula aquí! Tengo un tratamiento dentro de un rato, pero primero tenía que hablar contigo, por eso Ari me ha prestado su teléfono. Es un caballero.
«Caray -exclamó Pau para sus adentros-. Casi lo había
previsto.>>
-Me alegra que lo estés pasando bien.
-Ha sido una sorpresa para mí. Para mi salud y bienestar, para mi bienestar mental, emocional y espiritual. Necesito una semana más.
Pau cerró los ojos.
-No puedo ayudarte.
-¡Claro que puedes! Mi vida, tengo que terminar con esto. Si no, cuando vuelva a casa verás como vuelvo a hundirme. Y no habrá servido de nada, será como si hubieras tirado el dinero. Necesito que me envíes mil dólares. Bueno, dos mil para estar más segura. Necesito realizarme.
-No me queda más dinero. -Pau pensó en el trabajo que acababa de hacer, en las cuatro horas que llevaba trabajando ese domingo.
-Pues factúraselo a alguien -propuso Lourdes con una voz estridente-. Como si te hubiera pedido que vinieras corriendo con efectivo en el bolsillo, por el amor de Dios. Solo tienes que llamar a recepción, darles los datos de tu tarjeta de crédito y ellos se encargarán de todo. Es así de simple. Ya les he dicho que llamarías, así que...
-No es posible que sigas haciéndome esto -se quejó Paula con la voz rota-. No puedes esperar que siga pagando y pagando... Yo...
Pau se sobresaltó al notar que Daniel le quitaba el teléfono de la mano.
-¿Lourdes? Hola, soy Daniel Brown. Lo siento, Paula ha tenido que ocuparse de otro asunto.
-No habíamos terminado.
-Sí habíais terminado, Lourdes. No sé a qué la estás obligando, pero te ha dicho que no. Ahora déjala, que tiene trabajo.
-No tienes ningún derecho a hablarme así. ¿Crees que como eres un Brown, como tienes dinero, eso te da derecho a meterte un entre mi propia hija y yo?
-No, creo que tengo derecho porque soy amigo de Pau. Que pases un buen día. -Daniel colgó y se volvió hacia Pau. La tristeza asomaba a los ojos de ella-. No llores -le ordenó.
Pau hizo un gesto de negación, fue a refugiarse en sus brazos y hundió el rostro en su pecho.
-Maldita sea, maldita sea, ¿por qué dejo que me trate así?
-Porque si tuvieras elección, serías una buena hija, una hija cariñosa. Pero ella no te da la oportunidad. Es por su culpa, Pau. ¿Se trata de dinero?
-Sí, otra vez el dinero.
Daniel le acarició la espalda.
-Has hecho lo correcto. Has dicho que no. Sigue así. Y ahora quiero que me prometas que no vas a contestar al teléfono si... cuando vuelva a llamar. Si no me das tu palabra, te sacaré a rastras de aquí y te obligaré a ir a casa de Jeronimo a ver el partido.
-Te lo prometo. No habría contestado si hubiera reconocido el número. Mi madre utilizó el teléfono de un tal Ari y llamó al número de la empresa. Sabe cómo dar conmigo.
-Filtra tus llamadas, al menos durante un tiempo, hasta que estés segura de quién es, ¿de acuerdo?
-Sí, de acuerdo. Gracias, Dani. Gracias.
-Te quiero, cariño.
-Ya lo sé --respondió Pau inclinándose hacia atrás y sonriéndole-. Yo también te quiero. Ve a ver el partido de fútbol. Y no se lo digas a Carla. Si lo necesito, ya lo haré yo.
-Vale. -Dani recogió su abrigo-. Cuenta conmigo...
-Te llamaré. Esta es otra cosa que te prometo.
Paula no podía ponerse a trabajar, todavía no, al menos hasta que se hubiera aclarado las ideas y pudiera centrarse otra vez. Por otro lado, regodearse en el victimismo, montándose su fiesta privada de autocompasión con globos y serpentinas, no solucionaría nada.
«Ve a dar una vuelta -se dijo-. Funcionó el otro día con Pedro. Veamos si funciona ahora que estoy sola.>>
No caía la tarde y tampoco nevaba, pero el aire era puro y hacía frío. «Aunque las demás están metidas en casa, están cerca de mí. Si quiero o necesito compañía, puedo ir a buscarla. Pero no es el momento, todavía no.››
Se acordó de los comederos para pájaros, tomó una lata de alpiste y salió a la nieve. Se estaba acabando, notó Pau al rellenarlos. Habría que apuntarlo en la lista de la compra.
Diez libras de alpiste. Un litro de leche. Una nueva espina dorsal.
Lástima que no pudiera comprar eso último en el súper.
Necesitaba una nueva tras haber batallado con Lourdes Chaves Meyers Harrington.
Tapó la lata y se encaminó hacia el estanque. Se detuvo bajo uno de los sauces llorones. Sacudió la nieve de un banco que había debajo del telón de flexibles ramas y se sentó a pasar el rato. La tierra seguía alfombrada de blanco, pero el sol había desnudado las ramas y los árboles se alzaban, como los huesos del invierno, hacia un cielo color tejano viejo y descolorido.
Podía ver el cenador con los rosales, blanco como la nieve, con los tallos entrelazados, retorcidos, punzantes de espinas. Y más allá, la pérgola, repleta de durmientes glicinias.
Pau suponía que la imagen transmitía paz; el color y la vida aletargados durante el invierno. Sin embargo, en ese momento, en ese preciso instante, la única palabra que le vino a la mente fue soledad».
Se levantó y se dirigió a su casa. Se encontraría mejor trabajando. Si cometía errores, lo reharía todo una y otra vez hasta que cambiara su estado de ánimo.
Pondría música, y la pondría muy alta, para no tener que oír sus propios pensamientos.
Ahora bien, cuando abrió la puerta, oyó el llanto y la voz quejumbrosa de su madre.
-«No entiendo cómo puedes ser tan fría, tan insensible.
Necesito que me ayudes. Solo unos días más, Paula. Solo…
Por suerte, el contestador bloqueó la llamada.
Paula cerró la puerta y se quitó el abrigo. ¿Trabajar? ¿A quién pretendía engañar?
Se aovilló en el sofá y se echó una mantita por encima. Se prometió que dormiría para olvidar las penas. Dormiría y se despertaría como nueva.
Cuando el teléfono volvió a sonar, Paula se acurrucó a la defensiva.
-Por favor, no, por favor, déjame tranquila. Déjame en paz, te lo pido. Dame un respiro.
-Ah, hola. Soy Pedro. Debes de estar trabajando, habrás te-
nido que salir o… ja... no te apetece hablar.
-No puedo hablar -murmuró la joven desde el sofá-. Es que no puedo. Habla tú. Háblame.
Pau cerró los ojos y dejó que la voz de Pedro la sosegara.
CAPITULO 16 (PRIMERA HISTORIA)
Compró unas flores. Al principio se sintió molesto porque su primera intención había sido llevarle unas flores. Las instrucciones de Bob, sin embargo, transformaron su simple gesto en un complejo y esencial acto simbólico tan sembrado de complicaciones que decidió ahorrarse el paso.
Una de sus mejores amigas era florista, ¿no? Paula podía alfombrar su estudio con flores si le apetecía.
Luego empezó a preocuparle que si no le llevaba las dichosas flores, a lo mejor daría un paso en falso en el terreno de las citas amorosas, infringiría una de esas normas que no están escritas pero que todo el mundo respeta. Así que en el último momento dio marcha atrás.
Afortunadamente había destinado tiempo de sobra al trayecto hasta la casa de Paula...por si se encontraba con mucho tráfico o se veía involucrado en un choque de cinco coches en cadena saldado con una multitud de heridos.
Entró volando en un supermercado y se quedó examinando, reflexionando y cuestionándose sobre las flores que había expuestas hasta que el sudor le perló la frente.
A Bob, estaba seguro, se le habría ocurrido algún comentario sarcástico sobre el hecho de elegir flores en un supermercado.
Pero ya era demasiado tarde para ir a una floristería y no podía presentarse deprisa y corriendo en casa de Emma implorándole piedad.
Deseó que todo hubiera quedado en un simple café. Habían charlado muy a gusto, lo habían pasado bien. <<Y a partir de ahora, tú por tu camino y yo por el mío. Se acabó.>> Todo esto era demasiado complicado, demasiado intenso. Sin embargo, ya no podía llamarla inventando una excusa, ni siquiera aunque fuera capaz de mentir con gracia y salirse airoso. Y las probabilidades de conseguirlo eran mínimas, por no decir nulas.
¿Verdad que la gente siempre quedaba para salir? ¿Y que era difícil que alguien muriera por practicar esta actividad?
Eligió un ramo que le pareció sencillo y vistoso y se puso en la cola de la caja rápida.
«Son alegres -pensó con cierto resentimiento--. Huelen bien.>> Le pareció que las dos garberas que había en el ramo alegraban la vista.
-No veo ninguna de las temibles rosas -musitó. Aquellas rosas que, según la Ley de Bob, significaban básicamente que pedía a Paula que se casara con él y fuese la madre de sus hijos.
Por lo tanto, había acertado con esas sencillas flores.
Aunque quizá fueran demasiado sencillas.
Una cajera de mirada amable le dedicó una breve sonrisa.
-¡Qué bonitas! ¿Va a dar una sorpresa a su mujer?
-No, no. No estoy casado.
-Ah, serán para su novia.
-No exactamente. -Pedro sacó con torpeza la cartera mientras la cajera pasaba el ramo por el lector-. Quería... ¿Puedo preguntarle si estas flores son apropiadas para una cita? Es decir, para regalarlas a la mujer que invito a cenar.
-Claro que sí. A casi todo el mundo le gustan las flores, ¿no? Sobre todo a las chicas. Pensará que es usted un encanto, y además detallista.
-Pero no me verá demasiado... -<<Detente, ahora que estás a tiempo», se dijo Pedro.
La cajera tomó el dinero que él le daba y le devolvió el cambio.
--Aquí tiene. -La joven puso el ramo en una bolsa de plástico transparente-.Que pase una noche agradable.
-Gracias.-Más relajado, Pedro regresó al coche. Si no se podía confiar en la cajera de la cola rápida del supermercado, ¿en quién podía uno confiar?
Consultó el reloj y calculó que, a menos que hubiera un accidente mortal, aún iba bien de tiempo. A pesar de que se sentía como un idiota, sacó del bolsillo la lista que el servicial Bob le había impreso y tachó <<Comprar flores (rosas no)>>.
A continuación había unas cuantas sugerencias a modo de saludo o para trabar conversación, como, por ejemplo, «Estás preciosa>>, «Qué vestido tan bonito>> o«He visto estas flores y he pensado en ti».
Pedro volvió a meterse la lista en el bolsillo antes de que cualquiera de esas frases se le grabara en el cerebro. Pero le dio tiempo a fijarse en el decreto de Bob que le ordenaba sintonizar la radio del coche en una emisora de melodías clásicas o de jazz suave y bajar el volumen.
-Terminaré matando a Bob -murmuró Pedro.
Condujo unos kilómetros obsesionado con la música de fondo hasta que apagó la radio de un manotazo. A la mierda. En ese momento giró por la larga y sinuosa entrada que conducía a la propiedad.
-¿Y qué pasa si no lleva un vestido? -musitó, porque a pesar de todos sus esfuerzos la lista de Bob le venía a la cabeza.
Por desgracia, esa pregunta desplazó a Bob de sus pensamientos y le vino la imagen de Pau con unos pantalones negros y un sujetador blanco-. No me refiero a esto. Maldita sea... Quiero decir que a lo mejor se ha arreglado de otra manera y no lleva un vestido. ¿Qué le digo entonces?: <<¿Unos pantalones muy bonitos>>. Modelo, modelo, piensa en la palabra <<modelo>>. Un modelo precioso. Joder, cállate ya.
Rodeó la casa principal y siguió el estrecho sendero que conducía a la de Pau.
Las luces de las dos plantas estaban encendidas y la casa entera resplandecía. A través los generosos ventanales de la planta baja vio el estudio, con unos focos y un telón azul oscuro que sujetaban unas grandes pinzas plateadas. Frente al telón había una mesita con dos sillas. Y en ella, unas refulgentes copas de vino.
¿Significaba eso que Pau quería tomar primero una copa?
No había calculado el tiempo para una copa. ¿Y si cambiaba la reserva? Salió del coche y enfiló el sendero de entrada. Y entonces regresó al automóvil para recoger las flores, que había dejado olvidadas en el asiento delantero.
Deseó que la velada hubiera terminado. Con todas sus fuerzas. Con un nudo en el estómago, Pedro se obligó a llamar. Quería que llegara la mañana siguiente, que fuera una tranquila mañana de domingo. Corregiría exámenes, leería y pasearía. Volvería a su cómoda rutina.
En ese momento, Pau abrió la puerta.
Pedro ni se fijó en lo que llevaba puesto. Lo único que vio fue su cara. Siempre se trató de su cara... esa piel nívea y suave, enmarcada por unos cabellos brillantes y salvajes, unos ojos verdes de bruja y el inesperado encanto de unos hoyuelos.
Se dio cuenta de que no deseaba que terminara la noche.
Quería que empezara.
-Hola, Pedro.
-Hola, Paula. -No recordó ninguna de las frases que Bob le había apuntado en la lista y le ofreció el ramo-. Son para ti.
-Eso esperaba. Entra. -Pau cerró la puerta tras él-. Son preciosas. Me encantan las garberas. Son alegres. Voy a ponerlas en agua. ¿Quieres tomar algo?
-Ah... -Pedro echó un vistazo a la mesa-. Si era lo que habías pensado...
-¿Lo dices por esto? No, esto ha sido el plató de la sesión de esta tarde. -Pau fue a la cocina y le indicó que la siguiera-. He hecho unas fotos de compromiso. A unos forofos del vino. De hecho, ella escribe para una revista de enología y él es crítico gastronómico. Por eso quise recrear el ambiente de un bar de degustación de vinos. – Tomó un jarrón y desenvolvió las flores
–Es fantástico que diseñes las fotografías según de quién se trate. A Silvia le encantaron las suyas.
-Fue fácil. Una pareja locamente enamorada haciéndose carantoñas en el sofá.
-Solo es fácil si comprendes instintivamente que Silvia y Nico no irían a un bar sofisticado a tomar unos vinos ni se sentarían en el suelo rodeados de libros... y con un gato enorme.
-El enlace Mason-Collari. Lo han publicado hoy, ¿verdad? Siempre buscas la sección de bodas y compromisos en el periódico?
-Solo desde nuestro reencuentro.
-¡Qué dulce eres!
Como nadie había usado jamás ese adjetivo para hablar de él, Pedro se quedó sin saber qué decir.
Pau colocó el jarrón sobre el mármol de la cocina.
-Estas flores me darán ánimos mañana por la mañana, incluso antes del café.
-La cajera del supermercado dijo que te gustarían. Tuve una pequeña crisis y ella me ayudó a resolverla.
A Pau le divirtió el comentario y se le marcaron unos hoyuelos en las mejillas.
-Uno siempre puede contar con la cajera del supermercado.
-Es lo que pensé.
Pau salió de la cocina y fue a recoger el abrigo que estaba en uno de los brazos del sofá.
-Ya estoy lista. Cuando quieras.
-Perfecto. -Pedro le cogió el abrigo y, mientras la ayuda a ponérselo, ella lo observó de reojo.
-Cada vez que haces esto, pienso que me gustaría llevar el pelo largo para que pudieras sacármelo del abrigo.
-Prefiero que lo lleves corto. Así se te ve el cuello. Tienes un cuello muy bonito.
Pau se volvió y se quedó mirándolo.
-Nos vamos a cenar.
-Sí. Ya he reservado. A las siete y media en…
-No, no, digo que salimos a cenar para que no interpretes que vamos a quedarnos. Necesito sacarme esto de encima para poder disfrutar de la cena sin estar dándole vueltas todo el rato.
Pau se puso de puntillas, lo tomó por la nuca y posó sus labios, suaves y cautivadores, sobre los de él. Pedro sintió un estremecimiento de placer. Tuvo que controlar la necesidad de estrecharla como la primera vez, de dejar salir todo su deseo reprimido. Le acarició el cuerpo, por desgracia dentro del abrigo, hasta que ese estremecimiento perdió intensidad.
Pau se apartó, y un bello rubor encendió su piel nívea de porcelana.
-Tienes talento para esto, profesor.
-He pasado mucho tiempo imaginando que te besaba...otra vez. Y hace poco he vuelto a pensarlo. Quizá es por eso.
-Puede que tengas un don. Vale más que nos marchemos o me olvidaré de la cena.
-No espero que tú...
-Quién sabe.
Al ver que Pedro se quedaba anonadado, Pau lo empujó hacia la salida y abrió la puerta.
Su presencia llenó el coche. Tal como lo había imaginado.
Su olor, su voz, su risa... Su genuina presencia. Por muy raro que pareciera, se le calmaron los nervios.
-¿Nunca traspasas el límite de la velocidad?
-Da rabia, ¿verdad? -Pedro la miró y cuando vio que ella lo observaba divertida, se le escapó una sonrisa-. Si paso un poco del límite, me siento como si fuera un delincuente. Corina decía…
-¿Corina? -preguntó Pau al ver que Pedro se interrumpía.
-Una mujer a quien le fastidiaba mi manera de conducir.-«Y todo lo demás, por lo que parece», pensó él.
-Una antigua novia.
-Nada serio. -<<¿Por qué no habré encendido la radio?››
-Mira, como noto que es un misterio, tengo más curiosidad que nunca. Te hablaré yo primero de uno de mis ex... para que todo vaya más rodado. -Pau se volvió hacia él y Pedro notó su verde mirada zumbona-. ¿Qué te parece si te hablo de la estrella novel del rock, el tío que se parecía a Jon Bon Jovi a través del filtro del enamoramiento? En el físico, no en el talento. Se llamaba Greg, pero le gustaba que lo llamaran Rock. En serio.
-¿Rock qué más?
-Ah, solo Rock. Como Prince, o Madonna. En fin, a los veinte me parecía que estaba buenísimo y era guay y, dominada por mi delirio sexual, le eché tiempo, ganas y dinero y saqué unos primeros planos de él y de su conjunto, fotos de grupo, fotos para su CD, que se producían ellos mismos. Yo me encargaba de conducir la furgoneta, les hice de fan y me lancé a la carretera con ellos. Duró más de dos meses. Hasta que lo pillé morreándose a lo bestia con el bajista del grupo. Un tío llamado Dirk.
-Vaya, qué triste...
-¿He percibido una nota de sarcasmo en tu voz?
-No, si a ti te hizo daño.
-Me destrozó. Durante cinco minutos, como mínimo. Luego estuve cabreada durante semanas. Le serví de coartada al muy cabron. Pero me gustó enterarme de que ahora vende electrodomésticos en Stamford. Y no es que se dedique a la línea blanca, estoy hablando de licuadoras y gratinadores.
-Me gustan los gratinadores.
Pau se echó a reír. Pedro giró y entró en un aparcamiento.
-Los Sauces... Buena elección, Pedro. La comida siempre es deliciosa. Laura trabajó aquí como chef de repostería antes de fundar Votos, y un tiempo después, cuando empezábamos a despegar.
-No lo sabía. Vine hace un par de meses, y esa vez iba con...
-Corina.
-No -rectificó Pedro con una tímida sonrisa-. Con un par de amigos que me montaron una cita a ciegas. Fue una noche muy extraña, pero la comida, como has dicho, fue deliciosa.
Pedro salió del coche y fue a abrirle la puerta, pero Pau se apeó antes de que él llegara. Cuando ella le dio la mano con naturalidad, el corazón empezó a latirle con fuerza.
-¿Qué significa que la noche fue extraña?
-Esa mujer tenía una voz que sonaba como un violín al que no han untado el arco con colofonia. Sé que es injusto hablar así, pero es tal cual te lo digo. Además acababa de empezar una dieta sin carbohidratos, sin calorías y sin sal. Pidió una ensalada sin aliñar y se pasó la noche comiendo una hoja, una ramita de apio, una viruta de zanahoria... Me desorientó.
-Pues yo zampo como una vaca.
-Cuesta de creer.
-Observa y verás.
Cuando iban a entrar, la puerta se abrió de par en par y salió un hombre con el abrigo desabrochado y sin sombrero, guantes ni bufanda. El viento azotó su pelo oscuro, que enmarcó alborotado un rostro atractivo a morir. Miró a Pau y una sonrisa iluminó sus ojos azul medianoche.
-Hola, Paulita...-La aupó por los codos y le plantó un beso en los labios-. «De todos los cafés y locales del mundo, aparece en el mío». .. ¿Pedro? -Soltó a Pau de golpe y tendió la mano calurosamente al profesor-. ¿Cómo estás, sinvergüenza?
-Muy bien, Dani. ¿Y tú?
-Bien. Cuánto tiempo... ¿Qué estáis haciendo aquí?
-Nos han dicho que daban de comer y hemos pensado que entraríamos a comprobarlo.
Dani sonrió a Pau.
-Me parece un buen plan. Así que venís a cenar. Juntos. No sabía que fuerais pareja.
-No lo somos -dijeron los dos a la vez.
Pedro carraspeó.
-Hemos venido a cenar.
-Sí, eso ha quedado claro. Yo he venido a tomar una copa rápida por un asunto de trabajo y voy a casa de unos amigos que viven al otro lado de la ciudad. Si no, entraría y me tomaría otra copa con vosotros, que siempre hay que interrogar a los testigos. Pero tengo que irme. En otra ocasión será.
Pau se quedó mirando a Daniel Brown mientras este se dirigía a toda velocidad al aparcamiento.
-¿Quién era ese? -dijo, haciendo reír a Pedro.
Cuando entraron, Pau se preguntó si Pedro había pedido el reservado del rincón que les dieron o habían tenido suerte.
Ofrecía cierto matiz de intimidad que contrastaba con el aire distinguido pero informal del restaurante. Rechazó el ofrecimiento de tomar un cóctel porque prefería vino en la cena. Sin apenas prestar atención a la carta que tenía delante, se volvió hacía Pedro.
-¿Volviste a ver al violín quejoso que solo comía ensalada?
-No creo que ninguna de las dos partes estuviera interesada.
-¿Sueles tener citas a ciegas?
-Esa fue la primera y la última vez. ¿Y tú?
-Jamás. Qué miedo. Es más, las cuatro hicimos un pacto hace años: nunca intentaríamos emparejar a las otras. Y ha funcionado de fábula. Dime, doctor Alfonso, ¿te interesa compartir conmigo una botella de vino?
Pedro le pasó la carta de los vinos.
-Elige tú.
-Así hablan los valientes. -Pau abrió la carta para estudiarla-. No entiendo de vinos, solo de fotografía, pero veo que tienen un shiraz que me gusta.
Antes de que terminara la frase, el camarero ya se había acercado a su mesa con una botella de shiraz.
-Aquí el servicio es excelente -comentó Pau.
-¿Señor Alfonso? El señor Brown ha telefoneado y le pide que acepte esta botella con sus saludos. Si le apetece otra, elija usted mismo.
-Estos hermanos Brown... -murmuró Pau con un gesto de impotencia- Siempre la clavan. Me encantaría tomar una copa, gracias. ¿Te parece bien? -le preguntó a Pedro.
-Claro. Ha sido un detalle fantástico por su parte.
«Lo es -pensó Pau, y también un guiño sutil. A la que pueda me atacará sin piedad.››
No comió como una vaca en opinión de Pedro, pero tampoco eligió enfrentarse a una triste ensalada durante noventa minutos. Le gustaba el modo en que movía la copa de vino o agitaba el tenedor cuando hablaba. Y el hecho de que pinchara un trocito de su lubina para probarla sin preguntarle si le importaba.
Lo cierto era que no le importaba, pero el hecho de no pedir permiso resultaba más...íntimo.
-Ten, prueba un trocito de entrecot -ofreció Pau cortándole un pedazo.
-No, gracias.
-¿Te gusta la carne roja?
-Sí.
-Pruébala. Será como comer un mar y montaña.
-De acuerdo. ¿Quieres un poco de arroz?
-No. No entiendo cómo le puede gustar a nadie. En fin, volviendo al tema que nos ocupa, hiciste que los de tu clase de literatura inglesa vieran Fuera de onda para que reflexionaran sobre la modernidad de Emma, de Jane Austen.
-Eso demuestra que la literatura, que las historias que narra, no son algo estancado; que los temas, la dinámica e incluso los usos y costumbres sociales de Emma pueden ser trasladados al mundo moderno.
-Ojalá hubiera tenido profesores como tú. ¿Te gustó? Me refiero a Fuera de onda.
-Sí, es inteligente.
-Me encanta el cine. Anoche tuvimos programa doble, pero me pasé con el pastel de pollo y me quedé dormida durante Tú la letra, yo la música. La de Hugh Grant -aclaró Pau gesticulando con la copa de vino en la mano-. Sentido y sensibilidad. ¿La viste?
-Sí. Creo que es una adaptación preciosa que respeta el original. ¿Lo has leído?
-No. Ya lo sé, es terrible. Pero sí he leído Orgullo y prejuicio. Me encantó. Tengo la intención de releerlo ahora que imagino a Colin Firth como el señor Darcy, o sea que genial. ¿Cuál es la adaptación cinematográfica de un libro que te gusta más?
-¿Mi favorita? Matar a un ruiseñor.
-Ah, Gregory Peck... Leí el libro -añadió Pau-. Es fantástico, y Gregory Peck... ay, Atticus Finch. El padre perfecto. Esa escena del final, cuando ella... ¿cómo se llama?
-Scout.
-Eso, cuando oímos la voz en off de Scout adulta y lo vemos a él a través de la ventana, sentado junto a la cama de su hijo. Me emociono. Es tan bonita... De niña imaginaba que Atticus era mi padre. O Gregory Peck, cualquiera de los dos me servía. Allí estaría él cuando despertaras por la mañana. Supongo que es algo que nunca he superado. Una lástima.
-No creas. No sé cómo debe de ser crecer sin padre. ¿Ves al tuyo a menudo?
-No, casi nunca. Y cuando lo veo y ha pasado tiempo, lo encuentro maravilloso, cariñosísimo. Lo disfruto tanto como puedo, y luego sufro cuando se va y se olvida de mí. Es una persona imprevisible. Hay que vivir el momento con él, si no, no existes.
-Eso duele.
-Sí. Siempre duele. Y como tema, es demasiado deprimente para una cena tan agradable como esta. Hablemos de otra cosa. Dime qué otra adaptación te ha gustado.
Pedro deseó acariciarle el pelo y pasarle el brazo por la espalda, pero como no era ese el consuelo que ella quería, empezó estrujarse el cerebro.
-Cuenta conmigo.
Pau frunció el entrecejo intentando situar la película.
-No la conozco. ¿Quién escribió el libro: Steinbeck, Fitzgerald, Yeats?
-Stephen King. Está basada en su novela corta El cuerpo.
-¿De verdad? ¿Lees a King? A mí me pone la carne de gallina, pero no puedo resistirme- ¡Espera! ¿Es esa de unos chicos, unos muchachos que hacen dedo para ir a reconocer a alguien, a un muerto, que al parecer murió atropellado por un tren? Me acuerdo. Kiefer Sutherland hace el papel de un matoncillo. Está soberbio.
-Trata de la amistad y la lealtad. De hacerse adulto, de permanecer Juntos.
-Tienes razón -concluyó Pau estudiando su expresión con interés-. Es tal cual lo dices. Apuesto a que, como profesor, eres increíble.
-Solo de vez en cuando.
Pau apartó su plato y se inclinó hacia delante con la copa de vino en la mano.
-¿A qué te dedicas cuando no estás dando clases, leyendo o viendo películas basadas en novelas o en novelas cortas?
-Eso lleva mucho tiempo.
-¿Golf, escalada, sellos?
Pedro sonrió e hizo un gesto de negación.
-No.
-¿Espionaje internacional, pintar acuarelas, cazar patos?
-Tuve que abandonar el espionaje internacional fatigado de tanto viaje. Soy muy aburrido.
-No, no lo eres. Y créeme si te digo que estoy esperando que lo seas.
-Ah... ¿debería darte las gracias?
Pau se acercó a él, le tocó el brazo y volvió a arrellanarse en la silla.
-Bueno, Pedro, ahora que te has permitido... caray... beber casi tres cuartas partes de tu única copa de vino...
-Tengo que conducir.
-A la velocidad permitida... Es hora de que me hables de Corina.
-Ah, ya... poco puedo contarte.
Y Pau lo vio; captó su sutil parpadeo.
-Te hizo daño. Lo siento. Soy insensible y una metomentodo.
-No. Y créeme si te digo que estoy esperando que lo seas.
Pau sonrió.
-Mira qué mono y listo es él. ¿Por qué no pides el postre para que primero me haga la inflexible y luego pueda comerme tu otra mitad?
Alargaban el momento. Pau había olvidado la sensación de cenar con un hombre con quien pudiera mantener una conversación larga e hilvanada. Una persona que escuchara, que le prestase atención... tanto si estaba pensando en si habría premio al final la noche como si no.
El la obligaba a pensar. Y la divertía. «Maldita sea, este hombre es un encanto, con su estilo tranquilo y nada estudiado»
Además, cuando él se puso las gafas para leer la carta, Pau notó que un calorcillo le subía por todo el cuerpo.
-¿Quieres ir a algún otro lugar? -preguntó Pedro cuando ya volvían al coche-. Creo que es demasiado tarde para un cine. ¿Te apetece que vayamos a un bar de copas?
-Fui la otra noche con las chicas. -«Otro día será», pensó dándose cuenta de que andaba muy equivocada al suponer que Pedro Alfonso no encajaría en un club-. Vale más que vuelva a casa. Esta semana me he quedado levantada hasta tarde y mañana tendré que ponerme al día en el trabajo.
Pedro le abrió la portezuela.
-¿Querrás volver a verme?
Pau sintió un nudo en el estómago al oír la pregunta, por lo que implicaba y por el modo en que se la había hecho. «Me da el control. Terrible.>>
-Lo pensaré.
-Muy bien.
Cuando Pedro entró en el coche y arrancó, Pau se volvió hacía él.
-Dime cinco razones por las que quieras que volvamos a vernos.
-¿Quieres oírlas por orden de importancia?
Maldita sea, maldita sea... Aquel hombre le gustaba mucho.
-No. Quiero una cosa rápida; di lo primero que te pase por la cabeza.
-Vale. Me gusta cómo hablas. Me gusta tu aspecto. Quiero conocerte mejor. Quiero acostarme contigo. Y cuando estoy contigo, siento.
-¿Qué sientes?
-Solo siento.
-Buena respuesta -dijo la joven al cabo de un rato-. Muy buenas todas ellas.
-¿Me dices ahora tus cinco razones?
-Todavía las estoy pensando. Pero para ser sincera, te diré que se me dan bien las citas, pero saco mala nota en mis relaciones.
-No lo entiendo. ¿Cómo es posible si tienes tres relaciones, con tus amigas, que te han durado toda la vida? Son relaciones muy profundas.
-No practico el sexo con ellas.
-Una manera interesante de quitarte la responsabilidad de encima, pero ten en cuenta que la intimidad solo es un aspecto más de las relaciones que van más allá de la amistad. No las define.
-Vamos, Pedro, el sexo es bestial. Por no hablar del trabajo que cuesta mantener una relación de esta clase. Piensa en el sexo un minuto.
-Dudo que sea inteligente mientras conduzco.
-¿Y si llegamos a eso y es un auténtico fracaso? ¿Qué pasa entonces?
-Bueno, yo aplicaría la regla básica que dice que casi todo mejora con la práctica. Y yo estoy dispuesto a practicar bastante.
-Muy agudo. Pero cuando no es un fracaso, las cosas empiezan a complicarse.
Pedro se quedó mirándola.
-¿Eres de las que siempre encuentran problemas?
-Sí, en este campo, sí. No me llevo bien con ninguno de mis ex. No quiero decir que piense: <<Odio el aire que respira y ojalá sufra cuando se muera, o si no, que se condene por toda la eternidad a vender gratinadotes>>, pero cuando la relación termina, dejo de conectar con ellos. Y tú me gustas.
Pedro condujo un rato en silencio.
-Deja que lo resuma. Yo te gusto, y crees que si hay sexo entre los dos y la cosa no va bien, dejaremos de gustarnos. Si va bien en cambio, las cosas se complicarán y acabaremos por no gustarnos.
-Parece una burrada dicho así.
-Da que pensar.
Pau sofocó la risa.
-Estas hecho un listillo, Pedro. Eres sutil y astuto, pero también un jodido listillo. Y eso me gusta.
-A mí me gusta que tú no seas especialmente sutil. Por lo tanto, supongo que esta relación va directa al fracaso.
Pau le dirigió una mirada asesina, aunque la curva de sus labios la contradecían. Pedro aparcó al llegar a su estudio y le sonrió.
-Cuando estoy contigo, la cabeza no para de darme vueltas, Paula. Y cuando no te tengo delante, también. -Salió del coche y la acompañó hasta la puerta-. Si mañana te llamo, ¿crees que estaré forzando las cosas?
-No.- Pau le sostuvo la mirada mientras metía la mano en el bolso buscando las llaves-. Estoy pensando en pedirte que entres.
-Pero…
-Oye, se supone que soy yo quien tiene que poner los peros.
-Y eres muy libre. Pero no es una buena idea. Todavía. Porque cuando... si nos acostamos -se autocorrigió Pedro-, no será demostrar una teoría o encontrar una respuesta. Creo que tendrá que ser porque los dos nos deseemos.
-Como veo que eres un hombre racional, Pedro, será mejor que me des un beso de buenas noches.
Pedro se inclinó y tomó el rostro de ella entre sus manos.
Dedos largos, pensó Pau. Fríos al contacto con su piel.
Ojos de un color suave, intensos, expresivos cuando la miraba. Transcurrieron unos segundos, y el corazón de la joven se puso a latir antes de notar el roce de sus labios.
Suave, dulce, hasta que su desbocado corazón suspiró.
Su piel y su sangre se encendieron cuando él la atrajo hacia sí e intensificó su beso, con un susurro, hasta que todo se volvió borroso.
Pau se dejó llevar, y el largo y grave suspiro que se le escapó era de rendición. Pedro quería tocarla, sentir sus hermosos pechos en las manos, acariciarle la espalda, notar la excitación de tener sus piernas ceñidas en torno a él.
Deseaba más cosas de las que desearía un hombre racional.
Sin embargo, dio un paso atrás y se contentó con pasarle el pulgar por el labio inferior.
-Esto podría ser una equivocación -dijo Pau. Entró en su casa rápidamente y se quedó apoyada en la puerta.
Entonces se preguntó si el error no habría sido no haberle pedido que entrara, o saber que se lo pediría al cabo de poco tiempo.
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