domingo, 5 de febrero de 2017
CAPITULO 17 (PRIMERA HISTORIA)
Pau invirtió sus buenas cuatro horas en las pruebas, el PhotoShop y las copias finales. El trabajo la mantenía centrada y la equilibraba. Ni hablar de soñar despierta con atractivos profesores de literatura cuando tenía clientes esperando que diera lo mejor de sí, porque era eso lo que se merecían.
Buscó equilibrar el color, potenciando o matizando la saturación para expresar cierto estado de ánimo, una emoción.
Retocó una foto muy natural en que se veía a los novios riendo mientras salían por el pasillo central de la iglesia, cogidos de la mano, y los resaltó borrando el fondo para que solo se les viera a los dos.
Los dos solos, pensó, locos de alegría en esos primeros instantes de su matrimonio. Lo que los rodeaba, difuminado, como si fuera un sueño, y sus rostros, sus movimientos, la unidad que formaban, destacados.
Luego ya volverían las voces, los movimientos, las peticiones, los parientes... Pero en ese instante, en esa imagen, ellos eran un todo.
Satisfecha, añadió algún que otro detalle accesorio y un poco de grano, antes de sacar una prueba en papel para comprobarla.
A continuación, la imprimió y la examinó en busca de defectos.
Y al final, como solía hacer, la añadió al pedido. Un regalito para los recién casados
Cambió de terminal de trabajo, desempaquetó la combinación del álbum que sus clientes habían elegido y empezó a paginar las imágenes que ilustraban la historia de esa jornada.
Repitió el mismo proceso con los álbumes más pequeños y con las fotos que habían elegido los padres.
A continuación se instaló en el otro ordenador y diseñó las acostumbradas tarjetas de agradecimiento con el retrato que el cliente había escogido. Empaquetó las tarjetas en unidades de veinticinco, las ató con una fina cinta blanca y decidió descansar un rato.
Todavía tenía que orlar y enmarcar una docena de retratos que la pareja había elegido para colgar y para regalar.
«Lo haré hoy mismo», pensó Pau mientras se levantaba para estirarse. Estaba en racha, y se pondría en contacto con los clientes la mañana siguiente para acordar la entrega o la recogida.
Pau se dejó caer hacia delante, con los brazos colgando, y cuando oyó que llamaban a la puerta, dijo:
-Está abierta.
-Sigues sin tener culo.
Pau giró la cabeza y vio a Daniel del revés.
-Sabía que vendrías.
-He pasado a entregar unos papeles y ponerme al día con Carla antes de ir a casa de Jack a ver el partido. -Deni se quitó el abrigo y lo lanzó sobre el sofá-. Dime, ¿qué tal el vino?
-Muy bueno, gracias, señor Encantador.
-Tú y Pedro Alfonso, ¿eh? -Dani entró en la cocina como Pedro por su casa. Pau oyó que abría la nevera, y también que hablaba indignado- Pau, si no tienes culo, ¿por qué solo compras Coca-Cola Light?
-Para sacarme de encima a los gorrones como tú. -La joven se irguió cuando Daniel entraba en la sala tirando de la lengüeta de una lata.
-A caballo regalado... He oído que tú y Pedro os habéis liado porque su hermana es clienta vuestra.
-Por esa razón volvimos a vernos.
-Y le pusiste las tetas por delante a la primera ocasión.
Pau arqueó las cejas.
-Estas no son las palabras de Carla, que es tu fuente. Si te vas a comportar como una adolescente, ¿por qué no nos sentamos a hacernos trencitas mientras cotilleamos?
-Tienes el pelo corto-respondió Dani bebiendo un sorbo del refresco y esbozando una mueca-. Ecs. En fin, volvamos al tema. Un hombre tiene derecho a sentir curiosidad por los tíos que se acercan a su hermanita honoraria y a desconfiar de ellos.
Pau fue a buscar una Coca-Cola para ella.
-La otra noche salimos a cenar. Y por lo que me parece, es lo que suele hacer la gente desde tiempos inmemoriales.
-Y esa fue la segunda cita, según mi fuente anónima. No cuento la de las tetas. -Dani arqueó las cejas.
-No le puse las tetas por delante. Lo que ocurrió era que iba sin blusa en ese momento, pervertido.
-Así me llaman. Y por tu manera de escurrir el bulto, me pregunto si esto irá en serio.
-No escurro el bulto. ¿Qué problema tienes con Pedro?
-No tengo ningún problema con él, salvo que tú eres tú y él es un hombre. Pedro me gusta. -Dani se encogió de hombros y se sentó en el brazo del sofá-. Siempre me ha gustado. No había coincidido con él desde su regreso. Hasta ayer por la noche. He oído que estuvo liado con Corina Melton, una que trabajó para un cliente de Jeronimo; Jeronimo dice que es una rompepelotas.
-¿Qué sabes de ella?
-Aja, ahora sí veo que va en serio...
-Cállate y cuéntamelo todo.
-Hacer las dos cosas a la vez es imposible.
-Vamos, Daniel.
-No sé nada. Solo sé que Jeronimo le tenía tirria y que parece ser que ella le tiró los tejos mientras todavía estaba liada con Pedro, cosa que ahora supongo que ha cambiado.
-¿Cómo es? ¿Es guapa?
-Joder, Pau. Ahora eres tú la que se porta como una adolescente. No tengo ni idea. Pregúntale a Jeronimo.
Frunciendo el ceño, Pau señaló hacia la puerta.
-Si no tienes nada sabroso que contarme, acábate la Coca
Cola y márchate. Estoy trabajando.
Dani le sonrió, con esa luminosa y potente sonrisa de Brown.
-Es que me lo estoy pasando tan bien...
-Si no le echas salsa, no esperes nada de mí.
En ese momento sonó el teléfono. Pau miró la pantalla y reconoció el número.
-Paula, fotógrafa de Votos.
-¡Paula! Saludos desde la hermosa y soleada Florida
-Mama… -La joven se llevó un dedo a la sien e hizo el gesto de dispararse con el pulgar.
Daniel volvió a dejar el abrigo en el sofá. Los amigos no se abandonan en los malos trances. Y si era Lourdes quien estaba al teléfono, Pau terminaría hecha polvo.
-Me lo estoy pasando tan bien... ¡Me siento una mujer nueva!
-¿De quién es este teléfono?
-Ah, es de Ari. He olvidado el mío en mi habitación y ahora estamos en la piscina. Bueno, yo estoy en la piscina. Él ha ido a ver por qué tardan tanto con las bebidas. Es un amor. ¡Se esta de fábula aquí! Tengo un tratamiento dentro de un rato, pero primero tenía que hablar contigo, por eso Ari me ha prestado su teléfono. Es un caballero.
«Caray -exclamó Pau para sus adentros-. Casi lo había
previsto.>>
-Me alegra que lo estés pasando bien.
-Ha sido una sorpresa para mí. Para mi salud y bienestar, para mi bienestar mental, emocional y espiritual. Necesito una semana más.
Pau cerró los ojos.
-No puedo ayudarte.
-¡Claro que puedes! Mi vida, tengo que terminar con esto. Si no, cuando vuelva a casa verás como vuelvo a hundirme. Y no habrá servido de nada, será como si hubieras tirado el dinero. Necesito que me envíes mil dólares. Bueno, dos mil para estar más segura. Necesito realizarme.
-No me queda más dinero. -Pau pensó en el trabajo que acababa de hacer, en las cuatro horas que llevaba trabajando ese domingo.
-Pues factúraselo a alguien -propuso Lourdes con una voz estridente-. Como si te hubiera pedido que vinieras corriendo con efectivo en el bolsillo, por el amor de Dios. Solo tienes que llamar a recepción, darles los datos de tu tarjeta de crédito y ellos se encargarán de todo. Es así de simple. Ya les he dicho que llamarías, así que...
-No es posible que sigas haciéndome esto -se quejó Paula con la voz rota-. No puedes esperar que siga pagando y pagando... Yo...
Pau se sobresaltó al notar que Daniel le quitaba el teléfono de la mano.
-¿Lourdes? Hola, soy Daniel Brown. Lo siento, Paula ha tenido que ocuparse de otro asunto.
-No habíamos terminado.
-Sí habíais terminado, Lourdes. No sé a qué la estás obligando, pero te ha dicho que no. Ahora déjala, que tiene trabajo.
-No tienes ningún derecho a hablarme así. ¿Crees que como eres un Brown, como tienes dinero, eso te da derecho a meterte un entre mi propia hija y yo?
-No, creo que tengo derecho porque soy amigo de Pau. Que pases un buen día. -Daniel colgó y se volvió hacia Pau. La tristeza asomaba a los ojos de ella-. No llores -le ordenó.
Pau hizo un gesto de negación, fue a refugiarse en sus brazos y hundió el rostro en su pecho.
-Maldita sea, maldita sea, ¿por qué dejo que me trate así?
-Porque si tuvieras elección, serías una buena hija, una hija cariñosa. Pero ella no te da la oportunidad. Es por su culpa, Pau. ¿Se trata de dinero?
-Sí, otra vez el dinero.
Daniel le acarició la espalda.
-Has hecho lo correcto. Has dicho que no. Sigue así. Y ahora quiero que me prometas que no vas a contestar al teléfono si... cuando vuelva a llamar. Si no me das tu palabra, te sacaré a rastras de aquí y te obligaré a ir a casa de Jeronimo a ver el partido.
-Te lo prometo. No habría contestado si hubiera reconocido el número. Mi madre utilizó el teléfono de un tal Ari y llamó al número de la empresa. Sabe cómo dar conmigo.
-Filtra tus llamadas, al menos durante un tiempo, hasta que estés segura de quién es, ¿de acuerdo?
-Sí, de acuerdo. Gracias, Dani. Gracias.
-Te quiero, cariño.
-Ya lo sé --respondió Pau inclinándose hacia atrás y sonriéndole-. Yo también te quiero. Ve a ver el partido de fútbol. Y no se lo digas a Carla. Si lo necesito, ya lo haré yo.
-Vale. -Dani recogió su abrigo-. Cuenta conmigo...
-Te llamaré. Esta es otra cosa que te prometo.
Paula no podía ponerse a trabajar, todavía no, al menos hasta que se hubiera aclarado las ideas y pudiera centrarse otra vez. Por otro lado, regodearse en el victimismo, montándose su fiesta privada de autocompasión con globos y serpentinas, no solucionaría nada.
«Ve a dar una vuelta -se dijo-. Funcionó el otro día con Pedro. Veamos si funciona ahora que estoy sola.>>
No caía la tarde y tampoco nevaba, pero el aire era puro y hacía frío. «Aunque las demás están metidas en casa, están cerca de mí. Si quiero o necesito compañía, puedo ir a buscarla. Pero no es el momento, todavía no.››
Se acordó de los comederos para pájaros, tomó una lata de alpiste y salió a la nieve. Se estaba acabando, notó Pau al rellenarlos. Habría que apuntarlo en la lista de la compra.
Diez libras de alpiste. Un litro de leche. Una nueva espina dorsal.
Lástima que no pudiera comprar eso último en el súper.
Necesitaba una nueva tras haber batallado con Lourdes Chaves Meyers Harrington.
Tapó la lata y se encaminó hacia el estanque. Se detuvo bajo uno de los sauces llorones. Sacudió la nieve de un banco que había debajo del telón de flexibles ramas y se sentó a pasar el rato. La tierra seguía alfombrada de blanco, pero el sol había desnudado las ramas y los árboles se alzaban, como los huesos del invierno, hacia un cielo color tejano viejo y descolorido.
Podía ver el cenador con los rosales, blanco como la nieve, con los tallos entrelazados, retorcidos, punzantes de espinas. Y más allá, la pérgola, repleta de durmientes glicinias.
Pau suponía que la imagen transmitía paz; el color y la vida aletargados durante el invierno. Sin embargo, en ese momento, en ese preciso instante, la única palabra que le vino a la mente fue soledad».
Se levantó y se dirigió a su casa. Se encontraría mejor trabajando. Si cometía errores, lo reharía todo una y otra vez hasta que cambiara su estado de ánimo.
Pondría música, y la pondría muy alta, para no tener que oír sus propios pensamientos.
Ahora bien, cuando abrió la puerta, oyó el llanto y la voz quejumbrosa de su madre.
-«No entiendo cómo puedes ser tan fría, tan insensible.
Necesito que me ayudes. Solo unos días más, Paula. Solo…
Por suerte, el contestador bloqueó la llamada.
Paula cerró la puerta y se quitó el abrigo. ¿Trabajar? ¿A quién pretendía engañar?
Se aovilló en el sofá y se echó una mantita por encima. Se prometió que dormiría para olvidar las penas. Dormiría y se despertaría como nueva.
Cuando el teléfono volvió a sonar, Paula se acurrucó a la defensiva.
-Por favor, no, por favor, déjame tranquila. Déjame en paz, te lo pido. Dame un respiro.
-Ah, hola. Soy Pedro. Debes de estar trabajando, habrás te-
nido que salir o… ja... no te apetece hablar.
-No puedo hablar -murmuró la joven desde el sofá-. Es que no puedo. Habla tú. Háblame.
Pau cerró los ojos y dejó que la voz de Pedro la sosegara.
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