miércoles, 29 de marzo de 2017
CAPITULO 14 (CUARTA HISTORIA)
Nosotras lo compartimos todo, se recordó Paula a sí misma.
Cuando se hubo duchado y vestido para la jornada, el enfado ya se había transformado en sentimiento de culpa por haberse mostrado tan seca con sus amigas.
Le estaba dando demasiada importancia. Empezaba a obsesionarse con el asunto, cosa que, lo admitía, comenzaba a hacer con demasiada facilidad y demasiado a menudo.
Cumpliría con la tradición, como debía ser. Se echarían unas risas y la cuestión quedaría zanjada.
Cuando Paula entró en la cocina, la señora Grady se hallaba frente a la encimera montando la masa.
—Buenos días, mi niña.
—Buenos días, señora Grady. He oído que hay tortitas.
—Ajá. —La señora Grady esperó a que Paula se sirviera una taza de café—. Dime, ¿y ahora qué? ¿Te harás un tatuaje?
—¿Qué?
—Dicen que es el siguiente paso después de salir a la carretera con una Harley.
Paula no tuvo que mirar a la señora Grady para comprender que esbozaba una sonrisa burlona.
—Como me dedico a esto, había pensado en un corazoncito en un lugar discreto. Quizá podría tatuarme FPS en el interior: felices para siempre.
—Bonito, y adecuado. —La señora Grady apartó la masa a un lado y llenó un cuenco con frutos rojos—. Podríamos tirarnos de los pelos para ver quién se queda con el chico, porque a mí me trajo flores y me invitó a bailar.
—Veo que se está divirtiendo.
—Claro. Me recuerda a otra persona.
—¿Ah, sí? —Paula se apoyó en la encimera—. ¿A quién?
—A un chico que conocí algo rebelde, bastante creído y con un piquito de oro cuando quería. Guapísimo y encima sexy. Cuando echaba el ojo a una mujer e iba a por ella, te aseguro que se enteraba. Tuve suerte. Me casé con él.
—Oh, señora Grady, no será... ¿De verdad se parece a su Charlie?
—Es el mismo tipo de persona, que no es un tipo para nada. De esos que superan los malos tiempos, se las apañan con sus cicatrices, se obligan a destacar. Con un cierto instinto rebelde, siempre. Con mi Charlie me dije, ni hablar, no me liaré con este. Me lo repetía una y otra vez, aun cuando ya estaba liada con él.
Una sonrisa le iluminó el rostro y arrancó destellos a sus ojos.
—Cuesta resistirse a un chico malo cuando es una buena persona. Te descoloca. Cada día doy gracias al cielo, a pesar del poco tiempo que estuvimos juntos, por no haberme resistido demasiado.
—Lo que pasa entre Pedro y yo no es lo mismo. Es... —Y eso, tuvo que admitir Paula, formaba parte del problema. No sabía lo que era.
—Sea lo que sea, mereces que estén por ti y divertirte más. Dejando el trabajo de lado. —La señora Grady la tomó por las mejillas y le dio unos cachetitos—. Sé que disfrutas con tu trabajo. Pero también tienes que dejarlo de lado.
—No quiero que por divertirme vaya a cometer un error.
—¡Ah, ojalá lo hicieras!—Y al decir eso, se acercó a ella para darle un beso en la frente—. ¡Ojalá lo hicieras! Vamos, siéntate y tómate el café. Lo que necesitas es un buen desayuno y a tus amigas.
Posiblemente, admitió Paula. Sin embargo, una vez sentada atendió una llamada de una de las novias del fin de semana que tenía un ataque de nervios. Como solucionar las preocupaciones o los problemas de los demás formaba parte de su naturaleza, mantenerse ocupada la calmó.
—Emma y Maca bajarán ahora —anunció Laura entrando en la cocina—. ¿Necesita ayuda, señora Grady?
—Todo bajo control.
—Eh, bonitas flores.
—Mi novio me las ha enviado —añadió el ama de llaves guiñando el ojo—. El que Paula intenta robarme.
—Es una cerda. —Divertida, Laura se sirvió café y fue a sentarse a la mesa rinconera donde desayunaban—. Después del tema principal podemos pasar a los actos. Podríamos celebrar la reunión aquí, porque sé perfectamente que guardas todo lo que tiene que ver con el acto de esta noche en tu BlackBerry. Ganarás el tiempo que temes perder.
—Muy bien. No debería haberle pegado un corte a Maca.
—Déjalo. Probablemente yo habría hecho lo mismo, solo que me habría pasado más.
—Pero de ti ya esperamos que te pases.
—Muy aguda. —Riendo, Laura apuntó con el dedo a Paula —.No diré nada a Dani de momento, pero...
—No hay nada que decir. Ya lo verás cuando estéis todas juntas.
—Ahí vienen. Prepárate para iluminarnos.
—Lo siento —dijo Paula en el momento en que Maca tomó asiento.
—Agua pasada no mueve molinos.
—Toma fruta —insistió la señora Grady poniendo el cuenco sobre la mesa.
—Se me ha ido la pinza. —Paula obedeció y se sirvió unas cucharadas de frutos rojos que colocó en el platito transparente de su servicio—. Con todas vosotras, y conmigo también. Pero es porque todo es tan raro que... Y a la vez está muy claro.
—¿Por qué no nos lo cuentas y nosotras decidiremos si es raro o no? —propuso Laura—. Porque andando con rodeos es cuando se te va la pelota.
—Vale, vale. Vino a traerle unas flores a la señora Grady.
—Ay —exclamó Emma instintivamente.
—La señora Grady no estaba, y me pareció raro no pedirle que entrara mientras yo arreglaba las flores, además así podría dejarle una nota. En fin, quise aclararle que no estaba interesada.
—¿Le invitaste a entrar para decirle que no querías verlo? —terció Maca.
—Sí. Tiene esta costumbre de... abalanzarse sobre mí, y quería dejarle claro que... vale, sí, no le impedí que se abalanzara la otra noche cuando…
—El beso sensual —aclaró Emma.
—No fue... —Sí lo fue, admitió Paula—. El día que vino a cenar, cuando lo acompañé a la salida, me cogió desprevenida y yo reaccioné. Eso es todo. Soy humana. Lo que ocurre es que al ser un buen amigo de Dani, me sentí obligada a dejarle claro que no estaba interesada.
—¿Se lo tragó? Mmm, gracias, señora Grady. —Maca se lanzó en picado sobre la bandeja de tortitas que la señora Grady puso en la mesa—. Porque si se lo tragó, la opinión que me merece su inteligencia básica cae unos enteros.
—No lo creo, porque entonces fue cuando me propuso el trato de ir a dar una vuelta con él, cenar en plan informal, y si no me divertía, él abandonaría.
—¿Y tú estuviste de acuerdo? —Laura se apropió de la salsa de caramelo—. ¿No lo aplastaste como a un insecto ni lo mantuviste a raya con el rayo paralizador de Paula Chaves?
Paula dio un sorbo de café.
—¿Quieres que lo cuente o no?
—Adelante —dijo Laura animándola con la mano.
—Estuve de acuerdo porque me pareció sencillo, y sí, porque sentía una cierta curiosidad. Es amigo de Dani, y no tiene ningún sentido alimentar rencores. Yo iría en moto y él abandonaría. Sin recriminaciones por ambas partes.
Entonces, al salir, me contó lo de la apuesta.
—¿Qué apuesta? —preguntó Emma.
Paula las puso al corriente.
—¿Sebastian apostó? —Maca echó hacia atrás la cabeza y se rió —. ¿A favor de Pedro? Me encanta.
—A mí me encanta que te lo contara antes de que subieras a la moto —precisó Emma blandiendo el tenedor—. Tuvo que ser consciente de que te estaba dando la excusa perfecta para hacerle un corte de mangas.
—Y le dije que sí. Y él me dará, porque se lo pedí, la mitad de sus ganancias. Es lo justo.
—¿Adonde fuisteis? —preguntó Emma.
—Al casco antiguo de Greenwich, a un tugurio donde sirven pizzas. Muy agradable, por cierto. Y no negaré que es divertido montar en esa moto, muy divertido, ni afirmaré que fue una experiencia terrible compartir una pizza con él. Es un hombre interesante.
—¿Cuántas llamadas atendiste mientras estuvisteis fuera? —le preguntó Laura.
—Cuatro.
—¿Y cómo se lo tomó?
—El trabajo es sagrado, adelante. Y sí, con eso se anotó unos cuantos puntos. Lo curioso es que pasamos una noche muy agradable y entonces, en el momento de dejarme en la puerta de casa...
Emma se revolvió en su silla.
—Ahora viene la parte sexy.
—Se abalanzó. Su estilo es acorralarme y a mí se me nubla la mente. Se le da bien y, entonces, mi cerebro deja de funcionar. Es un reflejo —afirmó Paula—. O una reacción.
—¿Es sensual y rápido o lento y tranquilo? —preguntó Maca.
—A mí no me parece lento.
—Te lo dije. —Maca dio un codazo a Emma.
—Cuando volvió a funcionarme el cerebro le dije que no iba a tolerar eso, que no podía agarrarme y saltar sobre mí cada vez que se le antojara. Y pareció que se divertía. Como ahora os estáis divirtiendo las tres, y usted también, señora Grady, la veo desde aquí.
—Le devolviste el beso, ¿verdad? —puntualizó la señora Grady.
—Sí, pero...
—O sea que si ese hombre no te hubiera dejado descolocada, te habrías descolocado tú sola.
Le entraron unas ganas tremendas de enfurecerse, pero Paula optó por encogerse de hombros.
—Solo es una reacción física.
—Eso no lo sé —intervino Laura—, pero en ese caso te diría ¿y qué?
—No voy a liarme... —Paula recordó las palabras de la señora Grady, miró de soslayo en su dirección y vio que esta enarcaba las cejas—. No quiero tener una relación con alguien si sé que voy a cometer un error. Sobre todo porque es amigo de Dani, de Jeronimo y de Sebastian. Sobre todo porque en realidad no lo conozco, no sé gran cosa de él.
—¿Salir con alguien no forma parte del proceso de descubrir eso? —Emma se acercó y puso su mano encima de la de Paula—. Estás interesada en él, Paula. Se te ve. Te sientes atraída. Y eso te pone nerviosa.
—Te has divertido con él, Pau —comentó Maca alzando las manos—. ¿Por qué no vas a poder divertirte?
—Es inmune a tu capa invisible de Vade Retro y a tu rayo paralizante. No actúa ni reacciona de una manera que tú puedas predecir o controlar. —Laura dio un puntapié cariñoso a Paula por debajo de la mesa—. Estás buscando una razón para decirle que no.
—No soy tan superficial.
—Superficial, no. Te pone nerviosa dejar que se te acerque demasiado porque podría llegar a importarte más de lo que estás dispuesta a aceptar. Creo que ya te importa.
—No lo sé. Y me desagrada no saberlo.
—Tómate un tiempo y descúbrelo —propuso Emma.
—Lo pensaré. De verdad. —¿Cómo no?, admitió Paula—. Y aquí termina la historia sexy del desayuno. Os lo agradezco mucho, de verdad, pero hay que cambiar de tema.
Empezamos con retraso la reunión. Tenemos un acto que preparar.
CAPITULO 13 (CUARTA HISTORIA)
AUNQUE SE HABÍA CONVERTIDO EN UNA TRADICIÓN, Paula habría preferido saltarse la historia sexy para amenizar el desayuno. Sin embargo, las motos tenían un sonido peculiar, sonido que Maca oyó claramente disfrutando de la compañía de Sebastian en su nuevo patio cuando Paula se marchó en la moto de Pedro.
Maca entró arrastrándose en el gimnasio cuando Paula estaba a punto de terminar y Laura iba ya bastante adelantada, pero tenía varias cosas en la cabeza aparte de sus bíceps.
Y había arrastrado a Emma con ella.
—Le he pedido a la señora Grady que haga unas tortitas —anunció Maca—. Me gustan mucho para acompañar los desayunos con historias sexis.
—¿Quién va a contarnos una? —preguntó Laura.
—Paula.
—Espera un momento. —Laura salió disparada hacia Paula mientras esta se demoraba un poco más de lo necesario flexionada hacia delante—. ¿Tenías una historia sexy del desayuno y no me lo has dicho?
—No es nada. Además, durante unos días iremos a tope.
—Si no es nada, ¿adonde fuisteis Pedro y tú anoche en moto? Tardaste tres horas en llegar. No, ahora no nos lo cuentes. —Maca se limitó a sonreír haciendo un aspaviento exagerado mientras Paula se enderezaba—. Necesitamos las tortitas.
—Yo no controlo tus idas y venidas, Macarena.
—Oh, no me vengas ahora con eso de Macarena. —Maca despachó también ese comentario con el mismo gesto y empezó a ejercitar los bíceps con la máquina de musculación Bowflex—. Sebastian y yo oímos llegar a Pedro con la moto, y vi que os marchabais porque yo estaba en el patio. O sea que sí, estuve pendiente por si te oía llegar. Tú habrías hecho exactamente lo mismo.
—¿Te has peleado con él? —preguntó Emma—. ¿Estás triste?
—No, no estoy triste. —Paula se enjugó el sudor de la cara con una toalla y fue a tirarla a la cesta—. No tengo tiempo para tortitas ni para cotilleos.
—¿A menos que sea una de nosotras la que esté en el punto de mira? —Laura ladeó la cabeza—. Compartimos, Paula. Nosotras lo compartimos todo. Si ahora te niegas a compartir, lo que me estás diciendo es que te preocupa adonde te pueda conducir esta historia.
—No es eso, en absoluto. —Sí lo es, admitió. Era eso exactamente—. Muy bien. Muy bien. Tomaremos las tortitas y hablaremos de todo lo demás, pero tengo mucho trabajo, todas tenemos mucho trabajo, así que rapidito.
Cuando salió del gimnasio con paso visiblemente molesto, Emma miró a las demás.
—¿Voy a hablar con ella?
—Ya sabes que primero tiene que calmarse. —Laura cogió una toalla y se la pasó por la cara y el cuello—. Está que echa humo, pero se le pasará.
—Tienes razón, esta historia con Pedro le pone nerviosa. —Maca terminó sus ejercicios de bíceps y pasó a emplearse con los tríceps—. Si no fuera importante, nos lo habría dicho o se habría reído cuando saqué el tema. ¿Cuándo fue la última vez que Paula se puso nerviosa por un tío?
—Eso debió de ser... creo que por nadie y hace... nunca —afirmó Laura.
—Ahí tienes quién y cuándo. ¿Eso es bueno o es malo?
—Bueno, supongo. —Ya que estaba allí, Emma se obligó a subirse a la bicicleta elíptica—. No está habituada a ese tipo de hombre, lo que en parte justificaría sus nervios, y además por nada del mundo habría salido con él si no le apeteciera en cierto modo. No olvides que Maca ha dicho que llevaba puestos unos tejanos y esa chaqueta de napa marrón chocolate tan mona. Es decir, que se cambió de ropa para ir con él.
—No es que estuviera espiando —se apresuró a intervenir Maca —. Solo miraba. En principio solo miraba.
—¿Quién ha dicho lo contrario? —Laura apartó la idea de su pensamiento con un aspaviento—. Si yo hubiera oído que se iba con él, habría hecho lo mismo que tú. ¡Qué bien que Dani no se haya enterado! Más vale dejarlo así hasta que sepamos por dónde van los tiros. No quiero que empiece a ponerse nervioso por lo de Pedro y Paula como hizo con Emma y Jeronimo. Ahora me iré a duchar y daré gracias a Dios porque haya tenido que irse muy temprano a un desayuno de trabajo. Nos vemos abajo.
—Pensaba que le haría gracia —dijo Maca a Emma cuando se hubieron quedado solas—. No quería molestarla.
—No es culpa tuya. Laura tiene razón. Nosotras lo compartimos todo.
CAPITULO 12 (CUARTA HISTORIA)
LO CONOCÍAN, ADVIRTIÓ PAULA cuando dos empleados lo llamaron por su nombre. Por mucho que la pizzería fuera pequeña y se encontrara en una zona desangelada, los aromas que emanaban de la cocina a la vista y las mesas apretujadas le indicaron que en lo que a pizzas se refería, Pedro era buen entendedor.
Se sentaron a una mesa con un mantelito de papel de monumentos italianos.
—Vale más que te olvides del chianti —le aconsejó Pedro— y que elijas la jarrita de cabernet, que es muy digna.
—Me parece bien.
Una camarera se acercó a ellos contoneándose. Tenía el pelo pincho de un rojo inverosímil, una nariz con tanta personalidad como sus senos, y la edad mínima que se necesita para pedir un cabernet.
—¡Eh, Pedro!
—¿Qué tal, Kaylee?
—Tirando. —Miró de soslayo a Paula y luego desvió los ojos, aunque el gesto duró lo suficiente para que Paula captara su decepción y enojo—. ¿Y para beber?
—La señora tomará cabernet. A mí tráeme una Coca-Cola. ¿Esta noche amasa Luigi?
—Acertaste. ¿Quieres lo de siempre?
—Deja que lo pensemos.
—Muy bien. Os traeré la bebida.
—¿Qué sueles tomar? —preguntó Paula.
—La de pimientos, aceitunas negras y guindilla.
—Parece buena.
—Vale. Di a Luigi que nos prepare una grande, ¿quieres, Kaylee?
—Claro, Pedro. Esta noche tenemos esos chips de calabacín que te gustan, si te apetece un entrante.
—Fantástico. Compartiremos una ración.
Paula esperó a que la chica se alejara.
—¿Se le parte el corazón cada vez que vienes aquí con una mujer?
—No suelo venir con mujeres. Me inclino por los lugares más tranquilos cuando se trata de una cita.
—Pero esto no es una cita —le recordó Paula—. Es un trato.
—Exacto. —Pedro tomó la jarrita y le sirvió una copa.
Ella bebió un sorbo y asintió a modo de aprobación.
—Es bueno y esperemos que no contenga arsénico. Decías... tu padre era militar...
—Sí. Fui el niño mimado del ejército hasta los ocho años, y luego a él lo mataron en El Salvador.
—Es duro perder a un padre, y tan pequeño.
Pedro cruzó la mirada con ella, un instante compartido de pena.
—Es duro a cualquier edad, creo yo.
—Sí, a cualquier edad. Tu madre entonces se mudó a Greenwich.
—Te dan una pensión, una bandera y varias medallas. Hacen lo que pueden, pero a ella le tocó ponerse a trabajar. Su hermano tiene un restaurante. Eso es probable que lo sepas.
—Algo sé. Aunque no conozco bien ni a tu tío ni a su mujer.
—No te pierdes gran cosa, desde mi punto de vista. Él explotaba a mi madre de mala manera y ella tenía que sentirse agradecida por habernos dado cobijo. Y lo estaba. Ella...
Al ver que se le quebraba la voz, Paula permaneció unos instantes en silencio.
Paula enarcó una ceja cuando la chica se alejó.
—Está enamorada de ti.
Pedro se reclinó en la silla, la chaqueta de cuero desabrochada, la barba de un día, los ojos verdes chispeando de malicia.
—¿Qué puedo decir? Las mujeres vienen a mí.
—A esa le gustaría romperme la jarrita de cabernet en la cabeza.
—Puede. —Pedro se inclinó hacia delante—. Tiene diecisiete años, ha empezado el primer curso en la universidad. Quiere ser diseñadora de moda. O compositora. O...
—A los diecisiete tiene que haber muchos oes. Y una tiene que enamorarse de hombres mayores.
—¿Te enamoraste tú?
Paula sacudió la cabeza, no por negar, sino porque estaba divirtiéndose.
—¿No vas a tomar vino?
—Hice un trato con mi madre en la época en que tenía un año menos que Kaylee: por cada cerveza o por lo que fuera que me tomara, esperaría una hora antes de sentarme al volante.
—¿Bebías cerveza a los dieciséis?
—Si podía conseguirla, claro que sí. Y como ella sabía que existía la posibilidad, impuso la norma. Si quería ir sobre ruedas, tenía que hacer el trato.
—Muchos adolescentes hacen tratos que luego no cumplen o ni siquiera intentan cumplir.
—En mi mundo, si haces un trato, lo cumples.
Paula le creyó y valoró el gesto, porque esa norma también funcionaba en su mundo.
—¿Y ahora que vas sobre tus propias ruedas?
—Eso no cambia nada. Un trato siempre es un trato.
—¿Habéis decidido lo que vais a tomar? —Kaylee puso la Coca-Cola delante de Pedro y consiguió dejar la jarrita y la copa de vino frente a Paula sin establecer contacto visual.
—Todavía no. —Pedro sacó una de las cartas plastificadas de un soporte.
—¿Cómo le va a tu madre con el ordenador?
—Va. Gracias, Kaylee —añadió cuando la chica puso encima de la mesa un aperitivo y dos platitos.
—Luigi dice que pases a saludarlo antes de marcharte.
—Lo haré.
—La primera vez que vi a tu madre —prosiguió Paula—, estaba maldiciendo el ordenador y no estaba muy contenta contigo por haberla obligado a usarlo.
—Eso fue antes de que aprendiera a manejarse con el Scrabble. Se ha comprado un portátil para poder jugar en casa.
Paula probó los chips de calabacín.
—Están buenos. —Volvió a probar—. Excelentes, de hecho.
—Este sitio es demasiado cutre para tus clientes —comentó Pedro al ver que ella examinaba el restaurante.
—No necesariamente. Podría ser un escenario divertido e informal para celebrar una cena de ensayo con menos comensales y más desenfadada. También sería una buena propuesta para esos invitados que vienen de fuera y les apetece conocer el ambiente local y disfrutar de una comida sencilla y buena. Una empresa familiar siempre aporta un toque agradable.
—¿Cómo sabes que es una empresa familiar?
—Da esa sensación, y además lo pone al principio de la carta.
—Habla con Luigi. Él es el propietario.
—Tal vez lo haga. Dime, ¿cómo pasaste de doblar escenas peligrosas en Los Ángeles a ser el propietario de un taller de automóviles en Greenwich?
—¿Lo preguntas por cotillear o te interesa?
—Puede que por las dos cosas.
—Vale. Una escena salió fatal y quedé hecho polvo. Un chupatintas había recortado el presupuesto, el equipo era defectuoso, y me indemnizaron.
—¿Hasta qué punto quedaste hecho polvo?
—Me rompí los huesos, me machaqué las vísceras y me despellejaron vivo.
Se encogió de hombros, aunque Paula sospechaba que las cosas no habían sido tan sencillas.
—Parece que fue grave. ¿Cuánto tiempo estuviste en el hospital?
—Quedé fuera de juego durante un tiempo —continuó, empleando el mismo tono desenfadado—. Cuando pude volver a ponerme en pie, los abogados habían ventilado el asunto. Conseguí un montón de pasta y decidí que se acabó lo de saltar desde lo alto de un edificio y estrellarme contra los muros. Me alcanzaba para comprarme una casa, y como ese había sido siempre el objetivo...
—¿Y no lo echas de menos? ¿Hollywood, el mundo del cine?
Pedro gesticuló con un chip de calabacín en la mano.
—Las cosas no son como parecen en el cine de tu barrio, Piernas.
—No, supongo que no. Y preferiría que no me llamaras así.
—No puedo evitarlo. Se me grabó en la cabeza cuando Emma y tú jugasteis al fútbol el día que sus padres montaron aquella juerga.
—La fiesta del Cinco de Mayo. Mi nombre no tiene nada de extraño.
Pedro sonrió cuando Kaylee dejó la pizza sobre una fuente.
—¿Alguna cosa más?
—Nada más, Kaylee, gracias.
—Los chips de calabacín estaban estupendos —le dijo Paula, que a cambio se llevó un gesto altanero con el hombro.
—Les diré que te han gustado.
—Me odiará toda la vida —dijo Paula con un suspiro—. O sea que vale más que esta pizza compense todos los malos pensamientos que deben de estar enturbiando mi aura.
—La guindilla aclarará tu aura de golpe.
—Ya veremos. ¿Siempre te han interesado los coches y la mecánica?
—Ya te he dicho que me gusta saber cómo funcionan las cosas. Y el siguiente paso era lograr que sigan funcionando. ¿Siempre te han interesado las bodas?
—Sí. Me gustaba todo lo que tenía que ver con ellas. Y el siguiente paso era ayudar a organizarías.
—Lo que implica estar pegada al teléfono las veinticuatro horas del día.
—Puede. Pero tú no quieres hablar de bodas.
—Y tú no quieres hablar de coches. —Pedro tomó una porción de pizza y se la sirvió.
—No, pero los negocios siempre me han interesado. Probemos con otra cosa. Dijiste que habías vivido en Florida. ¿En qué otros lugares?
—En Japón, en Alemania y en Colorado.
—¿De verdad?
—De Japón no me acuerdo, y de Alemania vagamente. —Pedro tomó una porción para él—. El primer lugar que recuerdo de verdad es Colorado Springs. Las montañas, la nieve. Vivimos allí un par de años, pero lo que me quedó más grabado fue la nieve. Tanto como el olor de un arbusto que había junto a mi ventana en Florida. —Pedro mordió la pizza y ladeó la cabeza—. ¿Vas a probarla o no?
Tras comprobar que estuviera lo bastante templada para no abrasarse el paladar, Paula la probó. Y asintió.
—Es fabulosa. De verdad. —Probó otro bocado—. Pero me veo obligada a darle el premio a la señora Grady, y a conceder un segundo puesto a esta fabulosa pizza de Connecticut.
—Me parece que tendré que convencer a la señora Grady para que me dé un trozo. Quiero comprobar si estás siendo sincera o más bien tozuda.
—Puedo ser ambas cosas, según el estado de ánimo y las circunstancias.
—Veamos el estado de ánimo y las circunstancias, si estás siendo sincera. ¿Por qué has querido salir conmigo?
—Hicimos un trato.
Pedro sacudió la cabeza mientras estudiaba a Paula y daba cuenta de su trozo de pizza.
—Puede que eso influya, pero no es la razón.
Paula reflexionó y bebió un sorbo de vino.
—Me enfadé contigo.
—¿Y sales con los tíos con quienes te enfadas?
—Esta vez, sí. Tú lo enfocaste como una provocación y eso fue como activar un resorte. Además sentí curiosidad. Estos son los elementos que conforman el todo, y la razón de que esté sentada aquí disfrutando de esta pizza excelsa en lugar de... ¡Oh, no! —Paula sacó el teléfono bruscamente al oír que sonaba.
—Adelante. Ya retomaremos el tema.
—Odio a la gente que habla por el móvil en los restaurantes. Ahora vuelvo. — Se levantó de la mesa y se escabulló por la puerta —. Hola, Justine, espera un minuto.
Le gustaba verla caminar, decidió Pedro mientras le llenaba la copa. Los téjanos le hacían muy buen tipo.
Kaylee le sirvió otra Coca-Cola y retiró la anterior.
—Hacías cara de querer otra.
—Muy oportuna. ¿Te gusta la facultad?
—No está mal. Me gusta mucho la clase de arte. Dime, ¿quién es tu amiga?
—Se llama Paula.
—¿Es médico o policía?
—Ni una cosa ni la otra. ¿De dónde has sacado la idea?
—Papá dice que los únicos que contestan al móvil en un restaurante son los médicos y los policías.
Pedro se fijó en el móvil que le sobresalía del bolsillo del delantal.
—¿Cuántos mensajes has enviado esta noche?
Kaylee sonrió abiertamente.
—No llevo la cuenta. En mi opinión, es guapa.
—En tu opinión, aciertas. ¿Te ha dado más problemas el carburador?
—No. Lo que hiciste funcionó. Va de fábula. Pero aun así tiene un millón de años y es de color verde vómito.
—Tiene cinco años —la corrigió Pedro—. Aunque sí es de color verde vómito. Si puedes convencer a tu padre, conozco a un tío que te hará un buen trato con la pintura.
—¿Ah, sí? —A Kaylee se le iluminó el rostro—. Empezaré a trabajármelo. A lo mejor podrías... —Se interrumpió de golpe y su expresión se ensombreció—. Tu amiga vuelve a entrar.
Kaylee regresó a la cocina. No exactamente marcando el paso, observó Pedro, pero casi. Divertido, centró su atención en Paula mientras esta tomaba asiento.
—¿Problemas con el chifón? ¿Una urgencia por culpa del tango? ¿Alguien que quiere llegar a la boda montado en un camello?
—Una vez convencí a un novio de que se olvidara de aparecer en un carromato, y no fue fácil. Sabría cómo librarme del camello. En realidad, lo que pasa es que una de las novias de octubre acaba de enterarse de que su padre se ha fugado a Las Vegas con la Barbie zorrita buscafortunas (en sus palabras) por la que abandonó a su madre.
—Esas cosas pasan.
—Sí. Les han concedido el divorcio esta semana y el hombre no ha perdido el tiempo. Esas cosas pasan. Su nueva esposa tiene veinticuatro años, dos menos que su hija.
—Eso añade un «ay» a la ecuación.
—Desde luego, y esas cosas pasan —precisó Paula—. Pero suma todas «esas cosas pasan», y el resultado final se te atraganta.
—Claro. Y seguro que todavía es más difícil para la ex esposa que para la hija. —Aunque Paula no había terminado su trozo de pizza, Pedro le sirvió otro—. ¿Qué espera ella que hagas?
—No los quiere en su boda, a ninguno de los dos, no quiere que su padre la entregue como estaba planeado. Estaba preparada para aceptar a la susodicha fulanita buscafortunas como acompañante de su padre, pero le repatea que venga en calidad de esposa, en calidad de madrastra (menuda palabra para pronunciarla en público), pavoneándose de su nueva posición ante su destrozada madre.
—En eso le doy la razón.
—La tiene toda, y si así quiere que sean las cosas, así procuraremos que sean. —Tomó un sorbo de vino para que bajara la pizza—. El problema es que ella quiere a su padre. A pesar de lo muy cuestionable de su criterio y de la absoluta probabilidad de que este hombre padezca la chifladura del hombre maduro.
—Oye, nosotros no somos los únicos que la padecemos.
—Vosotros la padecéis más a menudo y, en general, con síntomas más graves. A pesar de todo —insistió Paula—, ella le quiere y me temo que si no la lleva del brazo hacia el altar le va a arruinar el día mucho más que la FBF, y cuando al final se lo perdone, cosa que hará, se arrepentirá siempre de haber tomado esa decisión.
—¿Eso es lo que le has dicho?
—Le he dicho que se trata su día, del suyo y de David, y que cualesquiera que sean sus deseos, nos encargaremos de que se cumplan. Le he pedido también que se tome un par de días para estar segura.
—Crees que elegirá a papá.
—Eso creo, y si tengo razón, charlaré en privado con la FBF, para poner los puntos sobre las íes sobre el protocolo y el comportamiento que debe seguirse en un acto de Votos.
—La vas a matar del susto.
—Yo no hago esas cosas —dijo Paula con una media sonrisa.
—Y encima disfrutarás.
Paula tomó un bocado de pizza con deliberada afectación.
—Eso sería mezquino y poco elegante.
—Disfrutarás de todos y cada uno de los minutos.
Paula estalló en una carcajada.
—Sí.
—Eso me dice que tenemos otra cosa en común.
—¿Ah, sí?
—Supongo que si te ves obligada a cantarle a alguien las cuarenta, a atarlo en corto, es mejor que lo disfrutes de alguna manera. He oído decir que eso fue lo que hiciste con esa madre tan rara que tiene Maca.
—Sí, y no considero que sentirme satisfecha por eso fuera mezquino o poco elegante. Se lo merecía. ¿Cómo te enteraste?
—Los tíos también hablamos. Daniel tiene debilidad por su Macadamia y le cabreaba que su madre se dedicara a fastidiarla. Además, yo mismo tuve la oportunidad de tratar con ella, y ya sabía de qué iba el percal.
—Es cierto, fue cuando Maca llamó a la grúa para que se llevaran su coche. —Paula suspiró con satisfacción—. ¡Qué tiempos aquellos! Imagino que Lourdes estaría muy enfadada cuando fue al taller a recogerlo.
—Yo lo diría de otro modo...
Paula comió un trozo de pizza sin apartar los ojos de él. Y luego sacudió la cabeza.
—Vale, escúpelo ya. Solo sé que le dijiste que no podía llevarse el coche hasta que pagara la factura de la grúa y del depósito y que a ella le dio una rabieta.
—Eso es, más o menos. Vino con un mosqueo que no veas. Intentó echarle toda la culpa a Maca, pero a mí no me la pegó, sobre todo porque estoy al corriente de los antecedentes por mi madre.
—¿Tu madre conoce a Lourdes?
—Sabe muchas cosas de ella, y mi madre es una fuente de información muy fiable. Aunque sin su colaboración tampoco habría tardado mucho en hacerme una composición de lugar. En fin, resumiendo, me llevé el coche con la grúa y cobré por ello. —Pedro hablaba con la Coca-Cola en la mano—. Ella pasó de la rabieta al lloriqueo. Lo típico, ¿no podía ayudarla yo, no podía hacerle un pequeño favor? Pero lo mejor del asunto fue cuando se ofreció a pagar el importe con servicios personales.
—Ella... Oh, no.
—La primera vez que me ofrecen una mamada a cambio de la factura de la grúa.
Asombrada y sin palabras, Paula se lo quedó mirando.
—Tú lo has preguntado.
—Sí, pero si alguna vez te lo pregunta Maca, no le cuentes esta parte.
—Ya me lo preguntó y no se lo conté. ¿Para qué? Fue su madre quien se puso en evidencia. Eso no tiene nada que ver con Maca.
—No, pero hay mucha gente que no lo ve con tanta claridad.
Él sí, observó Paula. Por la razón que fuera, lo veía con una claridad meridiana.
—Ha recibido muchos golpes durante años por culpa del comportamiento de Lourdes. Lourdes boicoteará, o al menos empañará, la boda de Maca si puede.
—No podrá —opinó Pedro encogiéndose de hombros y dedicándose a su pizza—. Lo que Maca no pueda solucionar, lo solucionará Sebastian. Y si ellos dos no pueden, lo harás tú.
—Recordaré eso la próxima vez que me despierte con una pesadilla en la que aparece Lourdes. ¿Le hablaste a Daniel... de la oferta de Lourdes?
—Claro. Cuando a un tío le hacen esa clase de ofertas tiene derecho a fardar delante de los amigos.
—Sois una especie muy rara.
—Eso también va por ti, Piernas.
La experiencia en general (esa palabra la ayudó a ver las cosas en perspectiva) resultó mucho más fluida y divertida de lo que esperaba. Aunque tuvo que admitir que sus expectativas rayaban casi el nivel cero.
Como Pedro era amigo de Dani, una relación de amistad con Pedro sería más agradable. Serían amigos, como con Jeronimo.
Aunque esa chispa de atracción soterrada y persistente con Jeronimo no la notaba.
De todos modos, sería capaz de controlarla hasta que se extinguiera. Sobre todo porque esa chispa debía de ser un acto reflejo y la reacción ante un hombre atractivo que le había demostrado interés muy a las claras después de una temporada sin tiempo ni ganas para disfrutar de compañía masculina.
Reflexionó sobre los aspectos prácticos del asunto mientras regresaban a la moto.
Se ciñó el casco y subió a horcajadas detrás de Pedro.
Y descubrió, en el momento en que enfilaron la carretera que salía de la ciudad, que circular de noche era emocionante en un sentido muy distinto.
Una nueva sensación de libertad se apoderó de ella. El faro cortando la carretera oscura, la bóveda de las estrellas y la luna, y el resplandor de estas sobre la lámina negra de las aguas.
La emoción dio paso a una sensación de tranquilidad, de liberación de todos los detalles que poblaban su mente. Le gustaba el gentío, pensó, incluso se nutría de él. Sin embargo, llevaba demasiado tiempo sin vaciarse del todo y recargar las pilas.
¿Quién habría dicho que una velada con Pedro accionaría ese mecanismo?
La realidad la aguardaba, y Paula apreciaba mucho su realidad, pero él le había ofrecido un respiro, una pequeña aventura y una agradable interrupción de la rutina.
Cuando recorrieron el largo y sinuoso camino de la entrada de su casa se sintió renovada, satisfecha y muy agradecida a Pedro Alfonso.
Y cuando él apagó el motor, el silencio se impuso, otra encantadora sensación. Paula se apeó, complacida de lo natural que le había parecido la maniobra de Pedro y se desabrochó el casco.
Se lo devolvió, y entonces se echó a reír.
—Tengo que decir que son los cien dólares que más fácilmente he ganado.
—Yo te digo lo mismo. —La acompañó a la entrada del porche—. O sea, que te has divertido.
—Sí, gracias por...
Con la espalda pegada a la puerta y la boca de Pedro cebándose en la suya, las demás palabras escaparon de su cerebro. Presionó su cuerpo fuerte e inquisitivo contra el de ella, la asió por las manos, que mantuvo pegadas al cuerpo, y mordisqueándola con instinto salvaje hizo que se estremeciera.
Atrapada, Paula debería haber protestado, negarse, pero una sensación de impotencia, un deje de miedosa excitación, de alienación, hizo que perdiera el mundo de vista.
Se rindió sin intentar controlarse y respondió al asalto con idéntico fervor e impaciente avidez.
El desbocado latido de su corazón hizo que se echara hacia atrás sorprendida... o casi.
—Espera —logró articular ella.
—Un minuto más.
Pedro quiso más y lo tomó. Y ella hizo lo mismo.
Ese fuego abrasador, candente, envuelto en una cierta frialdad fue lo que lo empujó hacia ella. Ahora, en plena combustión, dejó que prendiera en él hasta lo más hondo.
Tomó las manos de Paula entre las suyas para no recorrer ese cuerpo magnífico, para asegurarse de que no perdería el control y las emplearía para despojarla de su elegante ropa y alcanzar su piel.
Cuando notó que ese control empezaba a fallarle, levantó la cabeza, pero no la soltó, no se apartó de ella.
—Esto tendría que demostrarte que no voy a retirarme.
—Nunca he dicho que...
—Hicimos un trato.
—Eso no significa que puedas... —Paula se detuvo y Pedro vio que ella se recomponía.
Cómo admiraba aquello.
—Eso no significa que puedas agarrarme cada vez que te apetezca, ni ponerme las manos encima cuando la necesidad aprieta.
—No te he agarrado —puntualizó Pedro—. Y no te he puesto las manos encima. —Dio un apretón a esas manos que todavía sostenía entre las suyas para recordárselo—. Aunque lo he pensado.
—Como quieras, pero no voy a... ¿Me dejas un poco de espacio, por favor?
—Claro que sí. —Pedro le soltó las manos y se apartó un poco.
—No toleraré esta clase de comportamiento. No puedes abalanzarte sobre mí cada vez que te apetezca.
—Puede que me haya abalanzado un poco. O sea que soy culpable. —En la oscuridad los ojos de Pedro brillaban como los de un gato... que anda a la caza—. Pero, cariño, tú me has seguido, y supongo que te duele reconocerlo.
Paula permaneció en silencio.
—Vale, en eso tienes razón. Pero solo porque reaccione físicamente no quiere decir que... ¿De qué te ríes?
—De ti. Me encanta cómo hablas, sobre todo cuando lo haces desde el púlpito.
—Maldita sea, eres imposible.
—Puede ser. Iba a decir que siento algo por ti y quiero saber lo que es. Pero podemos seguir hablando de reacciones físicas si lo prefieres.
—Vale más que entiendas que me tomo en serio mis relaciones, o sea que si piensas que voy a meterme en tu cama porque...
—No te he pedido que te metas en mi cama.
Pedro observó que tenía los ojos en ascuas y tuvo que contenerse para empujarla contra la puerta otra vez.
—¿Vas a quedarte ahí diciéndome que no es eso lo que quieres, que no es lo que pretendes?
—Claro que quiero que te metas en mi cama, o en el lugar que tengamos más a mano, y pretendo hacerte mía. Pero no tengo prisa. ¿Te metes en mi cama? Eso le quitaría gracia al asunto, y a mí me gusta encontrarle la gracia. Además, si te pasas el día follando es difícil deducir si la cosa va a funcionar.
Fue tan absolutamente sincero, y tan lógico el razonamiento, que Paula se quedó perpleja.
—Esta conversación es ridícula.
—A mí me parece sensata y civilizada. Muy en tu estilo. ¿Quieres que te diga que estoy pensando en quitarte uno de esos trajes tan elegantes que llevas para descubrir lo que hay debajo, que estoy esperando ponerte las manos encima? ¿Quieres que te diga que me estoy imaginando cómo te moverías debajo de mí, encima de mí, que estoy pensando en lo que sentiría yo dentro de ti, mirando tu cara cuando te corrieras, cuando yo hiciera que te corrieras? Claro que sí, Paula. Pero no tengo prisa.
—No estoy buscando... en ti... esto.
—Todos buscamos esto. Tú no lo estás buscando o no lo estabas buscando conmigo. Eso me ha quedado muy claro. Pero no voy a retirarme. Porque es un hecho constatado que hay algo entre los dos, perdón, que hay una reacción física. Y si tú no quisieras que yo tomara la iniciativa, me habrías parado los pies, me habrías puesto en mi lugar. A lo mejor incluso te habrías divertido.
—No me conoces tan bien como crees.
Pedro hizo un gesto de negación.
—Piernas, solo he arañado la superficie y volveré a por más.
Su argumento era... En realidad no era un argumento, observó Paula y, fuera lo que fuese, se le escapaba.
—Voy a entrar.
—Entonces ya nos veremos.
Paula le dio la espalda, esperando a medias que se le acercara de nuevo. Sin embargo, cuando abrió la puerta Pedro se apartó de una manera que ella habría calificado de caballerosa si no lo conociera bien, y así permaneció hasta que ella entró y cerró la puerta.
Se quedó inmóvil, intentando recuperar durante unos instantes el equilibrio que él había logrado alterar. Oyó el motor al arrancar, al romper el silencio.
Y eso era exactamente lo que él había hecho, pensó Paula. Pedro había roto su silencio.
Todo lo que le había dicho era cierto.
Más aún, la había entendido perfectamente arañando la superficie a su manera. Era... aterrador y gratificante a la vez.
Nadie, admitió Paula subiendo la escalera, nadie fuera de los que consideraba su familia la conocía tan a fondo.
No estaba segura de que le gustara que Pedro la conociera tan a fondo, y tampoco estaba segura de ser capaz de detenerlo.
Y sobre todo, pensó, no sabía qué hacer con él.
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