martes, 21 de marzo de 2017
CAPITULO 41 (TERCER HISTORIA)
Más tarde y recuperada la serenidad, Paula se instaló en su despacho. Necesitaba dedicarse al papeleo, y como vio que le sobraba un rato, se puso manos a la obra.
Se ocupó de los archivos, los pedidos y las facturas acompañada de la música de Bon Jovi. Al terminar consultó las páginas web de sus proveedores. Quería comprar filtros de manga pastelera, cajas para pasteles, estuches para pastelitos y quizá papel sulfurizado, unas bolsas de polipropileno y varias blondas. Tras ocuparse de lo indispensable, hizo una búsqueda de utensilios y artículos que no necesitaba pero resultaban entretenidos.
Paula sabía que Glaseados de Votos podía darse algún que otro capricho. Ya encontraría alguna utilidad a unas pinzas crimper, unos moldes de chocolate y… un cortador de guitarra doble que era una preciosidad.
No obstante, la faceta más práctica de su personalidad le obligó a retreparse en la silla y considerar el precio. Cuando acabaran las obras de su almacén le quedaría espacio suficiente para guardar ese cortador tan grande. Le sacaría provecho, seguro. Podría cortar doble cantidad de pastelitos, bombones y ganaches. Además el aparato llevaba incorporados cuatro cortadores.
Ya colgaría en eBay el que había comprado de segunda mano.
¡Qué diablos! Se lo merecía. Sin embargo, y mientras elegía la opción «Añada al carrito», no pudo evitar sobresaltarse al oír que alguien la llamaba por su nombre. Se volvió con aire de culpabilidad. Era Maca.
—¡Por Dios! No me espíes cuando estoy gastando un dinero que no debería gastar.
—¿En qué? Ah… —Maca se encogió de hombros cuando vio que estaba conectada a una página web de productos de repostería—. ¿Quién no necesita utensilios? Escucha, Paula…
—Emma te lo ha contado —dijo Paula soltando un bufido—. Espero que no hayas venido a disculpar a Lourdes.
—Tengo derecho a lamentar lo que ha pasado —protestó Maca metiéndose las manos en los bolsillos—. Mi primera reacción ha sido llamarla para echarle la bronca, pero he comprendido que con eso la convertiría en el foco de atención, que es lo que más le gusta, aparte del dinero. Por eso he decidido ignorarla. No se saldrá con la suya. Sé que va a enfadarse, y mucho.
—Bien.
—A ella la ignoraré, pero a ti te diré que siento mucho lo que ha pasado… Deja que te lo diga.
—Muy bien, siéntelo. —Paula consultó el reloj con un gesto deliberado y contó hasta diez—. Ya. Se acabaron las lamentaciones.
—Trato hecho. ¿Sabes qué me gustaría? No tener que invitarla a la boda. Pero estoy obligada a hacerlo.
—Nos las arreglaremos.
—Ya lo sé. A lo mejor se produce un milagro y se comporta como es debido. —Maca rió al ver que Paula alzaba los ojos al techo—. Lo sé, pero como novia, me permito fantasear.
—Esa mujer no te entenderá nunca, y a nosotras, tampoco. Ella se lo pierde.
—Eso es cierto. —Maca se inclinó y la besó en la coronilla—. Te veo luego.
Los restos de autocompasión que pudieran quedar en ella se desvanecieron al marcharse Maca.
«Se acabó», pensó la joven, y se compró el cortador de guitarra doble. Nuevo y por estrenar.
CAPITULO 40 (TERCER HISTORIA)
Durante esa misma semana Paula tuvo el placer de reunirse con la hermana de Sebastian y su novio. Silvia Maguire chispeaba como el champán que Paula mantenía en frío, y se mostraba igual de deliciosa.
Desde la primera reunión (el día que Sebastian sustituyó a Nico y se puso en contacto con Maca), la palabra clave de la boda que estaban programando para el otoño había sido «diversión».
Paula quería asegurarse de que esa misma alegría se plasmara también en el pastel.
—Estoy nerviosísima —dijo Silvia revolviéndose en su butaca—. Todo está saliendo tan bien… No sé qué habría hecho sin Carla; sin todas vosotras, quiero decir. Probablemente volver loco a Nico.
—¿Más aún? —exclamó el novio sonriéndole.
Silvia rió y le dio un toque cariñoso.
—Solo hablo de la boda unas cien veces al día. Ah, mamá ya tiene el vestido. ¡Es precioso! Critiqué todos los vestidos sosos que se probó intentando encajar en el papel de madre de la novia hasta que al final se rindió. —Silvia soltó una de sus carcajadas contagiosas—. Es rojo. Lo digo en serio, rojo chillón, con unos tirantes que brillan y una falda con vuelo que quedará fenomenal en la pista de baile, porque, no sé si lo sabíais, queridas, pero mamá es un hacha bailando. Mañana acompañaré a la madre de Nico a buscar el suyo, y no dejaré que elija el típico modelo de matrona que quiere pasar inadvertida. Me muero de ganas de convencerla.
Paula sacudió la cabeza, encantada de lo que acababa de oír.
—Y pensar que hay novias a las que les preocupa que les hagan sombra…
Silvia despachó la idea con la mano.
—Los invitados de nuestra boda estarán espectaculares. Ya me aseguraré yo de dejarlos a todos con la boca abierta.
—De eso no me cabe la menor duda.
Silvia se volvió hacia Nico.
—¿A alguien le extraña que esté loca por él?
—A nadie —contestó Paula—. ¿Os apetece una copa de champán?
—No puedo, pero gracias —dijo Nico—. Esta noche trabajo.
—En urgencias no toleran que los médicos vayan a trabajar entonados de champán —dijo Silvia con una risita traviesa—, pero yo no trabajo esta noche, ni conduzco, porque Nico me dejará en casa de camino al hospital.
Paula le sirvió una copa.
—¿Un café? —le preguntó a Nico.
—Perfecto.
Le sirvió una taza y se sentó.
—Quiero deciros que las cuatro lo hemos pasado muy bien trabajando en esta boda. Nos hace la misma ilusión que a vosotros que llegue el mes de septiembre.
—Entonces debéis de estar ilusionadísimas, y no acaba todo ahí, porque en diciembre celebraremos la siguiente boda de los Maguire. —Silvia se revolvió de alegría en su silla—. ¡Sebastian se casa! Maca y él son… Para mí son la pareja perfecta, ¿verdad?
—Conozco a Maca de toda la vida y puedo decir sin miedo a equivocarme que nunca la había visto tan feliz. Solo por eso ya quiero a Sebastian, pero es que además tu hermano se hace querer.
—Es el mejor. —A Silvia se le humedecieron los ojos y parpadeó varias veces—. Vaya, con un sorbo de champán ya me pongo sentimental.
—Hablemos del pastel entonces —propuso Paula colocándose un mechón de pelo tras la oreja y sirviéndose una taza de té—. He preparado varias muestras para que las degustéis: pastel, relleno y glaseado. Si consideramos la lista de invitados, os recomendaría que eligierais un pastel de cinco pisos, de tamaños escalonados. Podemos combinar los pasteles y los rellenos de cada piso o bien optar por algo uniforme. Como queráis.
—Estas cosas se me dan fatal, porque nunca me hago a la idea —explicó Silvia—. Te advierto que para cuando nos hayamos decidido, no te hará tanta ilusión la boda.
—No lo creo. ¿Queréis que os muestre el diseño que se me ha ocurrido? Si no os gusta, iremos probando hasta dar con el que se adapte más a vosotros.
Paula no diseñaba pasteles a medida para todos los clientes, pero Silvia era como de la familia. Abrió el cuaderno de dibujo y se lo ofreció.
—Oh, cielos… —Silvia se quedó mirando fijamente el diseño y parpadeó—. Las capas… quiero decir los pisos… no son redondos. Son… ¿Qué forma tienen?
—Son hexágonos —aclaró Nico—. Muy moderno.
—¡Parecen cajas de sombrero! Unas cajas sofisticadas rebosantes de flores de varios colores, a juego con los vestidos de las damas. No es blanco y formal. Pensé que harías un pastel blanco y formal, y precioso también, pero que no…
—¿… sería divertido? —atajó Paula.
—¡Sí! Este es divertido y además bonito. Es especial, divertido y hermoso a la vez. ¿Lo has diseñado especialmente para nosotros?
—Sí, pero quiero que lo elijáis solo si os gusta.
—Me encanta. A ti también te gusta, ¿verdad? —le dijo Silvia a Nico.
—Creo que es fantástico, y quiero decir que esto está resultando mucho más fácil de lo que pensaba.
—El glaseado es de fondant. Al principio pensé que le daría un toque demasiado clásico, pero cuando se me ocurrió pigmentar cada piso con los colores que eligieran tus damas, quedó muy diferente, y comprendí que se ajustaba a vuestro estilo.
Silvia sonrió de oreja a oreja al ver el dibujo y Paula se reclinó en su butaca y cruzó las piernas.
Nico tenía razón. Aquello estaba resultando mucho más fácil de lo que pensaba.
—Las flores añaden más colorido al pastel, y le dan un aire atrevido y alegre que huye de los convencionalismos. Emma y yo trabajaremos juntas para que las flores encajen con la composición que hará para ti, y pondremos más en la mesa del pastel. Los adornos hechos con manga pastelera son de color dorado, pero puedo cambiar la tonalidad si lo preferís. Me ha gustado cómo contrasta con los demás colores, por eso he creído conveniente vestir la mesa con un mantel dorado que haga resaltar el pastel. Ahora bien…
—¡Calla! —exclamó Silvia levantando una mano—. No quiero ver más opciones. Esta me encanta. Me gusta todo… El pastel está pensado para nosotros. Lo has clavado. ¡Es impresionante! —Silvia brindó entrechocando la taza de café de Nico.
—Bien, ahora os pido que apartéis los ojos de mí, por favor, porque voy a comportarme como jamás debe hacer una profesional. —Paula sonrió y lanzó los puños al aire—. ¡Sí!
Silvia estalló en una carcajada.
—Uau… ¡Cómo te implicas en tu trabajo!
—Es cierto, pero he de confesar que quería que aprobarais este diseño, y no solo por vosotros, sino también por mí. Me hará mucha ilusión prepararlo. ¡Qué bien…! —exclamó Paula frotándose las manos—. De acuerdo, dicho esto volvamos a ser profesionales.
—Me caes muy bien —dijo Silvia de repente—. Quiero decir que no te conocía… tanto como a Emma o a Carla. A Maca he llegado a conocerla muy bien porque sale con Sebastian, pero contigo… Cuantas más cosas sé de ti, mejor me caes.
—Gracias —respondió Paula sonriéndole—. El sentimiento es mutuo. Probemos el pastel.
—Ahora viene mi parte favorita —dijo Nico tomando una muestra.
Les llevó mucho más tiempo decidirse por el interior que por el exterior del pastel. Tras mucho deliberar y argumentar distintos puntos de vista, Paula los fue guiando un poco y al final terminaron escogiendo una selección tan deliciosa como encantadora era su forma.
—¿Cómo los distinguiremos? —preguntó Silvia cuando ya se iban—. Me refiero a cómo sabremos cuál es el pastel de manzana con el relleno de caramelo, el especiado de moca con albaricoque o…
—Me ocuparé de eso, y los camareros pasarán por las mesas ofreciendo todas las variedades. Si vas a cambiar de idea, me lo comentas.
—No sabes lo que dices… —le advirtió Nico, y Silvia se echó a reír otra vez.
—Tiene razón. Me da rabia, pero tiene razón. No toquemos ni una coma. Espera a que mamá y papá prueben las muestras. —Sacudió la caja que Paula le había dado—. Gracias, por todo, Paula. —Y le dio un gran abrazo—. Tendríamos que ir corriendo a saludar a Sebastian y a Maca.
—Creo que no están en casa —dijo Paula consultando el reloj—. Maca tenía una sesión al aire libre y ha acompañado a Sebastian al Coffee Talk. Se ve que él ha quedado con ese amigo suyo… Bob.
—Ah, bueno, lo dejaremos para la próxima vez.
Paula fue a despedirlos y decidió que acababa de tener la reunión más gratificante que recordaba. Ella disfrutaría creando ese pastel, y ellos estaban encantados no solo con su propuesta, sino también por el hecho de estar juntos, pensó la joven al ver el beso que se dieron al acercarse al coche.
Estaban en sintonía, pensó, aunque el ritmo de Silvia era más impulsivo y rápido y el de Nico más pausado y reflexivo. Se complementaban, se entendían, y lo mejor de todo era que disfrutaban de su mutua compañía.
El amor era algo maravilloso, pero estar en sintonía… implicaba, recorrer un camino largo y difícil.
Se preguntó si Pedro y ella estaban en sintonía. Quizá cuando uno se encontraba en el fregado no era capaz de descubrirlo, al menos con seguridad. Pensó que se tenían el uno al otro, y que estaba claro que disfrutaban estando juntos. Ahora bien, ¿encontrarían, serían capaces de encontrar, la manera de acompasar sus ritmos?
—Se me han escapado —dijo Carla saliendo fuera en el momento en que el coche de Nico giraba para incorporarse a la carretera—. Maldita sea. Me han entretenido por teléfono y…
—¡Menuda novedad! ¡No puedo creerlo!
—Bah, cállate. La novia de este viernes por la noche acaba de descubrir que no tiene un virus estomacal ni está atacada de los nervios.
—Está embarazada.
—Sí, claro. Y está un poco asustada, un poco ilusionada y un poco sorprendida. Querían tener hijos al cabo de un año, pero parece que las cosas se han precipitado.
—¿Cómo se lo ha tomado él? —preguntó Paula a sabiendas de que la novia ya se lo habría contado.
—Se quedó estupefacto, sin saber qué decir, pero ahora está contentísimo. La mima cuando le dan los mareos por la mañana.
—Dice mucho en su favor que le ayude incluso cuando está vomitando.
—Merece una medalla de oro. Ella se lo ha dicho a sus padres, y él a los suyos. No lo sabe nadie más. Quería que la aconsejara sobre si debería decírselo a la dama de honor y a las otras damas… en fin, a todos. La conversación ha sido larga, pero esperaba poder llegar a tiempo para despedirme de Silvia y Nico. ¿Qué tal ha ido?
—Mejor, imposible. Ha sido uno de esos momentos de satisfacción absoluta en que piensas que esta profesión es la única que tiene sentido y no entiendes cómo es posible que los demás no se hayan dado cuenta. De hecho, deberíamos entrar en casa, servirnos una copa de la botella de champán que he abierto para Silvia y brindar por lo buenas que somos.
—Ojalá pudiera. Guárdame esa copa. Tengo una reunión en Greenwich. Volveré dentro de un par de horas.
—Muy bien. Por hoy he terminado. Puede que antes vaya a nadar y me tome esa copa luego.
—Si estás intentando darme envidia, lo has conseguido.
—Otro éxito que me apunto en el día de hoy.
—Eres mala.
Con expresión divertida, Paula contempló a Carla, que se dirigía a su coche con su precioso traje veraniego color crema de mantequilla y sus tacones rosa chicle.
Se le ocurrió que a lo mejor Emma habría acabado la jornada y podrían ir a nadar juntas y relajarse luego con una copa de champán antes de que Jeronimo regresara. Estaba de tan buen humor que no quería pasar la tarde sola.
Se miró los tacones que se había puesto para la reunión y decidió que no era buena idea ir caminando de esa guisa hasta la casa de invitados. Sería mejor regresar a casa y telefonearla desde allí, aunque si Emma todavía no había terminado, le costaría más convencerla que si iba en persona. Decidió cambiarse los zapatos e ir a buscarla para proponerle pasar el rato en la piscina y tomar una copa de champán.
Entró en la cocina, se puso los zuecos de trabajar y salió por la parte trasera.
Paula decidió que un baño en la piscina era lo más indicado en ese cálido atardecer. Oyó el zumbido de las abejas que se atareaban en el jardín, percibió el aroma de la hierba segada por la mañana, de las flores amodorradas por el calor. El paisaje se desperezaba, interminable.
Al día siguiente a esa misma hora estarían ensayando la celebración del viernes por la noche, y tardarían varios días en tener un momento libre.
Por eso había decidido saborear la ocasión, disfrutar de los azules y verdes del verano, los aromas, los sonidos y la sensación de que el tiempo era inamovible. Pensó que sería buena idea llamar a Pedro y preguntarle si le apetecía acercarse a la mansión. Podrían cenar todos al aire libre, encender la barbacoa y pasar una noche de verano en compañía.
Más tarde podrían hacer el amor con las puertas de la terraza abiertas de par en par al aire sofocante. Incluso le quedaría tiempo para preparar una tarta de fresas.
Mientras maduraba el plan llegó al estudio de Maca… y vio un deportivo pequeño y agresivo aparcado delante. Un instante después se fijó en que una rubia provocativa iba a abrir la puerta que Maca nunca se tomaba la molestia de cerrar con llave.
—¡Lourdes! —gritó Paula en un tono seco. Se alegró al ver que la otra se sobresaltaba.
Lourdes, con un vestido muy ligero de tirantes y unas vertiginosas sandalias de tiras, giró en redondo.
La fugaz expresión de culpabilidad que asomó a sus ojos satisfizo los bajos instintos de Paula.
—Paula, me has dado un susto de muerte —exclamó Lourdes sacudiendo su dorada melena al viento, que volvió a posarse impecable en torno a su hermoso rostro.
Era una pena que su belleza interior no estuviera a la altura de su belleza exterior, pensó Lourdes acercándose a ella.
—He venido desde Nueva York para visitar a unos amigos y he decidido pasar a saludar a Maca. Hace muchísimo tiempo que no la veo.
Lourdes lucía un bronceado delicado y luminoso, probablemente adquirido en alguna playa italiana o en el nuevo yate de su esposo. Su maquillaje era perfecto, y Paula dedujo que se había tomado la molestia de parar a retocarse antes de «pasar a saludar».
—Maca no está en casa.
—Ah, bueno, saludaré a Sebastian entonces —dijo la mujer moviendo una mano para que el sol destellara en los impresionantes diamantes de sus anillos de boda y compromiso—. Le preguntaré a mi futuro yerno qué tal le va.
—Está con Maca. No te queda nadie a quien saludar, Lourdes. Tendrías que volver a Nueva York.
—Me sobran unos minutos. Fíjate qué imagen tan… profesional —dijo Lourdes repasando de arriba abajo el traje de Paula—. Qué zapatos tan interesantes…
—Carla te dejó muy claro que no eres bienvenida.
—Fue en un momento de rabia —atajó Lourdes encogiéndose de hombros, aunque una sombra de mal genio endureció su mirada—. Aquí vive mi hija.
—Es verdad, y la última vez que pisaste esta casa te dijo que te marcharas. Por lo que sé, no ha cambiado de idea, y Carla sigue pensando igual.
Lourdes resopló.
—Esperaré dentro.
—Intenta abrir esa puerta, Lourdes, y te doy una patada en el culo. Te lo aseguro.
—¿Quién te has creído que eres, mocosa? No eres nadie. ¿De verdad crees que puedes plantarte aquí con un traje de rebajas y unos zapatos horribles y amenazarme?
—Es lo que acabo de hacer.
—Si vives aquí es porque Carla se siente obligada a darte un techo. No tienes ningún derecho a decirme que me quede o me vaya.
—Los derechos no van a servirte de nada cuando tengas que levantar el culo del suelo. Regresa a Nueva York y vete con tu último marido. Le diré a Maca que has venido. Si quiere verte, se pondrá en contacto contigo.
—Siempre has sido fría y repelente, incluso de pequeña.
—Vale.
—No me extraña, con esa madre tan engreída que tienes. Le encantaba fingir que era mejor que los demás, incluso cuando tu padre intentó joder a Hacienda, y a cualquier otra mujer que no fuera ella. —Lourdes sonrió—. Al menos a ese hombre la sangre le corría por las venas.
—¿Crees que me molesta que mi padre y tú echarais un polvo en la habitación de algún motel asqueroso? —En realidad sí le molestaba, pensó Paula sintiendo una punzada en el estómago. Le molestaba mucho.
—Fue en una suite del Palace —puntualizó Lourdes—; antes de que le congelaran las cuentas corrientes, claro.
—Cuando una historia es sórdida lo es en cualquier parte. No me importa lo que digas, Lourdes. No me ha importado nunca. Si nosotras tres te hemos tolerado ha sido por Maca, y ahora ya no tenemos por qué hacerlo. Bien, ¿quieres que te ayude a subir al coche o prefieres hacerlo sin cojear?
—¿Crees que porque te has trabajado a Pedro Alfonso eso te convierte en una de ellos? —Lourdes soltó una carcajada que sonó como un gorjeo en la brisa estival—. Ah, cuántas cosas he oído decir… Muchísimas. A la gente le encanta hablar.
—Supongo que debes de haberte cansado de tu última adquisición si pasas tanto tiempo hablando de mi vida sexual.
—¿De tu vida? —Lourdes la miró con una expresión entre divertida y piadosa para enfurecerla—. Tu vida no tiene ningún interés. La gente se fija en él porque es un Alfonso, sobre todo cuando se dedica a jugar con el servicio. En el fondo te admiro por el intento. Las que no tenemos nombre ni posición hemos de recurrir a lo que sea para conseguir ambas cosas.
—¿No me digas? —dijo Paula con frialdad.
—Pero ¿un hombre como Lourdes? Oh, sí, se acostará contigo. Los hombres se acuestan con cualquier mujer que les siga el juego. Eso deberías haberlo aprendido de tu padre. Ahora bien, si crees que por eso va a casarse contigo, desengáñate. Un Alfonso no se casará con alguien que no sea de su clase social, cariño. Y a ti… te falta clase.
—Bueno, en esto último creo que nos parecemos, salvo en que… Bah. —Le temblaban las rodillas y tuvo que presionarlas para mantenerse en pie—. Voy a pedirte una vez más que te marches, y luego te obligaré yo misma.
Estoy deseando que no hagas caso de mi advertencia.
—No me interesa seguir en este lugar —soltó Lourdes con un aspaviento mientras se encaminaba hacia su coche y se sentaba tras el volante—. Eres el hazmerreír de todos. —Giró la llave y arrancó—. Y más van a reírse cuando ese hombre corte contigo. —Aceleró y salió disparada con el pelo rubio volando al viento.
A Paula ya no le apetecía nadar ni tomar una copa de champán. Tampoco tenía ganas de cenar al aire libre con sus amigos. Se quedó esperando para cerciorarse de que Lourdes salía a la carretera y arrancaba a toda velocidad con su llamativo coche.
Le dolía la cabeza, y tenía el estómago revuelto. Se echaría un rato a dormir. Nada de lo que pudiera decir esa mujer tenía importancia.
Maldición.
Paula advirtió que estaba a punto de echarse a llorar y se esforzó por controlarse. Apenas había dado unos cuantos pasos hacia la casa principal cuando Emma salió a su encuentro. Paula entrecerró los ojos y respiró hondo para disimular las lágrimas.
—¡Qué calor hace! Me encanta —exclamó Emma alzando los brazos—. El verano y yo hacemos buenas migas. Pensaba que nunca llegaría el momento de tomarme un descanso. ¿Qué pasa? —Cuando vio la cara de Paula, se le borró la sonrisa del rostro. Aceleró el paso y la tomó de la mano—. Dime qué te pasa.
—Nada. Solo tengo dolor de cabeza. Iba a tomarme algo y a echarme hasta que se me pasara.
—Ya… —Emma la observó con la mirada ensombrecida—. Conozco esa expresión. No tienes dolor de cabeza. Estás triste.
—Estoy triste porque me duele la cabeza.
Emma le pasó el brazo por la cintura.
—Iremos a casa juntas, y te daré la lata hasta que me digas qué es lo que te ha provocado este dolor de cabeza.
—Por Dios, Emma, todo el mundo tiene dolor de cabeza. Para eso han inventado las pastillas. Vete con tus flores y déjame tranquila. Me pones de los nervios.
—Como si eso fuera a funcionar conmigo… —Ignorando el gesto malhumorado con el que su amiga quiso zafarse, Emma mantuvo la postura y acompasó su paso al de ella—. ¿Te has peleado con Pedro?
—No, y mi humor, mis dolores, mis días y mis noches, mi vida entera no gira exclusivamente alrededor de Pedro Alfonso.
—Ajá. Entonces ha sido por otra cosa, o por otra persona. Vale más que me lo digas. Sabes que no te dejaré en paz hasta que me entere. No me obligues a sacártelo a la fuerza.
Paula estuvo a punto de echarse a reír, pero en lugar de eso suspiró. Cuando Emma creía que una amiga suya estaba triste, se le pegaba como una lapa.
—He tenido un encontronazo con Lourdes la Espeluznante, eso es todo. Cualquiera tendría dolor de cabeza.
—¿Ha estado aquí? —preguntó Emma deteniéndose en seco y mirando hacia el estudio de Maca—. Maca y Sebastian están fuera, ¿verdad?
—Sí. De todos modos, he comprendido que eso no iba a detenerla.
—A esa nada la detiene. De hecho, la muy fresca se ha presentado aquí cuando Carla le había dicho, sin pelos en la lengua, que no viniera nunca más. ¿Carla la ha…?
—Ha ido a una reunión.
—Ah, entonces has tenido que enfrentarte a ella tú sola. Ojalá hubiera salido de casa antes. Esa mujer habría conocido la auténtica cólera de Emma.
Sí, porque cuando esa cólera despertaba, era para echarse a temblar, pensó Paula. Suerte que eso pasaba pocas veces.
—Me la he sacado de encima.
—Sí, pero está claro que te ha afectado. Ve a la terraza y siéntate a la sombra. Iré a buscar una aspirina y un refresco. Luego me cuentas exactamente qué ha pasado.
No le serviría de nada ponerse a discutir, y además el asunto cobraría más importancia de la que tenía, o debería tener.
—Prefiero sentarme al sol.
—Bien, entonces ve. Mierda, ¿los obreros siguen trabajando?
—No, se han marchado hace rato.
—Mejor, así no habrá ruidos. Hay que reconocer que Maca y Sebastian llevaron muy bien el tema de las obras. No supe valorarlo hasta que empezaron en mi casa, y en el cuarto de los abrigos, tu futuro anexo. Ven, siéntate.
Paula le obedeció y Emma entró corriendo en la casa. Al menos mientras estuviera ocupada buscando una aspirina y algo para beber, Paula tendría la oportunidad de calmarse un poco. Se dijo que debía tener en cuenta la fuente de todos sus males. Se recordó a sí misma que a Lourdes le encantaba hacer daño, y que tenía una habilidad especial para atacar los puntos débiles de los demás.
No le sirvió de nada.
Paula siguió sumida en sus pensamientos hasta que Emma apareció con una bonita bandeja de té frío y galletas.
—He saqueado tus provisiones —dijo Emma—. La ocasión exige unas galletas. —Le pasó el frasco de aspirinas—. Toma dos y trágatelas con el té.
—La reunión para asesorar a Silvia y a Nico ha sido fantástica.
—Esa pareja es un encanto.
—Y es feliz. Me han puesto de muy buen humor. De hecho, iba a preguntarte si querías nadar un rato y tomar una copita del champán que había sobrado de la reunión cuando he visto a Lourdes a punto de entrar en casa de Maca.
—El buen humor se fue a paseo, y con él mi champán.
—Sí. Ha empleado su estilo habitual, una gran sonrisa y carita de inocencia. Me ha contado que pasaba por allí porque había ido a ver a unos amigos. —Lourdes tomó una galleta, le dio un mordisco y siguió contando la historia.
—¿Le has dicho que le darías una patada en el culo? —la interrumpió Emma entusiasmada—. ¡Oh! ¡Ojalá hubiera estado allí para verlo! En serio. ¿Qué te ha contestado?
—Básicamente que aquí no tengo ni voz ni voto, porque vivo de la caridad de Carla.
—Menuda idiotez.
—Quería pincharme sacando el tema de mis padres. Ha dicho que soy fría y dura como mi madre, y que por esa razón mi padre la engañó acostándose con ella… y con otras.
—Ay, cariño…
—Siempre imaginé que había tenido un escarceo con Lourdes, más que nada porque cualquier marido del condado que quiera engañar a su mujer va a buscarla, pero…
—Duele —murmuró Emma.
—No lo sé. No sé si duele. Creo que sobre todo me cabrea, y me decepciona también, aunque pensándolo mejor, es absurdo.
—Pero se trata de Lourdes.
—Sí. —Quien tenía una amiga, tenía un tesoro. Sobre todo si conocía las cosas tal como eran—. No le he hecho caso. No permitiría que me hiciera daño con ese tema. Le he devuelto el golpe bajo y le he dicho que se marchara por su propio pie si no quería que le obligara yo.
—Bien hecho.
—Entonces me ha soltado lo de Pedro.
—¿A qué te refieres?
—Me ha dicho que corren rumores sobre Pedro y sobre mí, que soy el hazmerreír de todos y que él nunca irá en serio con una persona como yo porque no soy de su clase… de la clase social de los Alfonso.
—Es una zorra —espetó Emma cerrando los puños—. Me gustaría darle un puñetazo. Como me digas que te lo has tragado, el puñetazo te lo doy a ti.
—Estoy aterrada —dijo Paula suspirando—. No es cuestión de que me lo tragara, Emma. Conozco a esa clase de personas y su manera de pensar. Y si no fuera esa su opinión, me habría dicho lo mismo, para darse el gusto de machacarme. De todos modos… Lo que ocurre es que se trata de Pedro Alfonso, y la gente habla, especula, incluso debe de haber quien se está riendo a mi costa.
—¿Y qué?
—Ya lo sé. Es lo que me digo. —Paula notó con infinita rabia que las lágrimas se le agolpaban en los ojos y le bajaban rodando por las mejillas—. La mayoría de las veces no le doy importancia, pero hay momentos en que…
—¿Crees que Pedro sale contigo porque estás disponible?
—No. —Paula se enjugó las lágrimas con impaciencia—. No, claro que no.
—¿Crees que a él solo le interesa acostarse contigo?
—No.
—¿Crees que le ha pasado por la cabeza la idea de que tu nombre no es de rancio abolengo como el suyo?
Paula sacudió la cabeza.
—Emma, sé reconocer cuándo me comporto como una imbécil, pero saberlo no me impide serlo. Ojalá no fuera tan vulnerable en este sentido. Te aseguro que no habría permitido que Lourdes me clavara ese puñal, pero ahí soy vulnerable.
—Todas lo somos, de un modo u otro —precisó Emma tomando su mano—. Sobre todo cuando amamos a alguien. Por eso necesitamos a las amigas.
—Me ha hecho llorar. Eso es ser débil. Habría subido a mi habitación para deshacerme en llanto si no lo hubieras impedido tú. Cuando pienso que me enfadaba con Maca por dejar que Lourdes manipulara sus emociones… —Paula soltó un bufido.
—Esa mujer es veneno puro.
—Del peor. Bueno, al menos la he echado de la finca.
—La próxima vez me toca a mí. Carla, Maca y tú habéis tenido vuestra oportunidad. Yo quiero la mía.
—Me parece justo. Gracias, Emma.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, mucho mejor.
—Vamos a nadar.
—Vale —Paula asintió con un gesto brusco—. Acabemos con la autocompasión
Suscribirse a:
Entradas (Atom)