martes, 21 de marzo de 2017
CAPITULO 39 (TERCER HISTORIA)
Tras haber horneado los pasteles de la mañana Paula ya había recuperado el tiempo perdido. Eligió el DVD de La cena de los acusados, y mientras el diálogo entre Nick y Nora zumbaba en el televisor, dispuso en un hermoso plato unos pastelitos para la visita de las diez.
Un aroma delicioso a azúcar y café cargado enriquecía el ambiente. La nota de alegría la aportaban las margaritas de Emma.
Carla entró en el momento en que Paula se estaba desatando el delantal.
—Ah, ya has terminado. Venía a ayudarte con el montaje.
—¿Cuando solo faltan cinco minutos? No es tu estilo, Carla.
—Los clientes han llamado para cambiar la hora. Vendrán a las diez y media.
Paula cerró los ojos.
—Me he matado para terminar a tiempo. Podrías habérmelo dicho.
—Acaban de llamar… Bueno, hace veinte minutos. De todos modos, así no hay que correr.
—No se lo has dicho a las demás.
—Me encanta tu blusa —dijo Carla en tono alegre—. ¡Qué pena que vayas tan tapada con la chaqueta del traje!
—Esas cosas solo funcionan con los clientes distraídos. —Paula se encogió de hombros y tomó la chaqueta que había colgado antes de ponerse a hornear—. Pero es cierto: la blusa es fantástica.
—¡No hemos llegado tarde! —exclamaron al unísono Emma y Maca.
—No, pero la clienta sí —les contó Paula—. Nuestra manipuladora amiga se lo tenía muy callado.
—Solo durante veinte minutos.
—Buf… No sé si enfadarme o sentir alivio. Necesito un estimulante. —Maca abrió la nevera y cogió una Pepsi sin azúcar. La destapó, bebió un trago y observó a Paula—. Te veo distendida y relajada.
—Estoy muy bien. ¿Por qué?
—Oh, apuesto a que estás muchísimo mejor que bien. Estar bien sería colgarse de una farola cantando bajo la lluvia a grito pelado después de haber hecho ejercicio, y permite que ponga unas comillas a la palabra «ejercicio». —Maca dejó la botella en la encimera y dibujó unas comillas en el aire.
—Oye, ¿has metido una cámara oculta en mi habitación?
—¿Por quién me tomas? Si no hay cámaras es porque no se me había ocurrido antes. Por otro lado, tampoco la habría necesitado. Os estabais tirando los tejos con tanta pasión que he tenido que irme antes de que me cayera alguno encima, no fuera a ser que me abalanzara sobre los dos y acabáramos montando un trío.
—¿De verdad? —preguntó Carla marcando las tres sílabas.
—Lo del trío, no… Paula no es mi tipo. Me gustas más tú, chica sexy —insinuó Maca, guiñándole el ojo con malicia a Carla.
—Creía que tu tipo era yo —protestó Emma.
—Soy un pendón. En fin, los dos se han montado en la bici elíptica y el ambiente se ha ido cargando. De repente, van y se ponen a hablar de sexo en código gimnástico.
—No es verdad.
—Sí, porque lo he desencriptado —puntualizó Maca levantando un dedo—. «Te estoy atrapando, no te quedan fuerzas, resistiré hasta el final…» Me enciendo solo de pensarlo.
—Es verdad que eres un pendón —decidió Paula.
—Un pendón con novio, no lo olvides. De todos modos, tendría que daros las gracias, porque he descargado mi inesperada frustración sexual en Sebastian después de nadar unos cuantos largos. Él también os lo agradece.
—A mandar.
—Todo esto es muy interesante, en serio, pero… —Carla dio unos golpecitos a su reloj—. Tenemos que preparar el salón.
—Espera. —Emma levantó la mano como un guardia de tráfico—. Una pregunta antes de ponerme a descargar las flores de la camioneta. ¿De verdad os queda energía para practicar el sexo después de hacer ejercicio?
—Lee el libro y mira los anuncios.
—¿Qué libro? —preguntó Emma mientras Paula salía de la cocina con la bandeja de pastelitos—. ¿De qué anuncios hablas?
—Ve a buscar las flores —ordenó Carla, y se llevó el carrito con el juego de café.
—Maldita sea… No expliquéis nada sustancioso hasta que regrese. Ven y ayúdame a descargar las flores.
—Pero si quiero…
Emma lanzó un exabrupto y le mostró un dedo a Maca.
—Vale, vale…
Una vez en el salón, Paula y Carla empezaron a montar el refrigerio.
—¿Ahora es luego?
—¿Luego? —preguntó Paula.
—Me refiero al «luego» que me has dicho antes, en el gimnasio.
—Sí, ahora es luego. —Paula se puso a doblar servilletas dándoles forma de abanico—. ¿Cuántos clientes esperamos?
—Vendrán la novia, la MDNA, el PDNA, el novio, la madrastra del novio… Cinco en total.
—Muy bien. El PDNO era viudo. ¿No va a venir?
—Está de viaje. No tienes por qué contarme nada. Da igual. Bueno, claro que no da igual, pero te lo digo porque eres amiga mía y no quiero que te sientas incómoda.
—Estás hecha un buen elemento. —Paula se echó a reír—. No es que no quiera contártelo, es que me siento idiota. Sobre todo ahora, después de haber practicado la llamada sexual de la selva.
—¿La llamada sexual de la selva? —preguntó Emma al entrar con una caja de la que sobresalía una profusión de lirios orientales—. ¿Qué clase de ejercicio es ese? ¿Cuánto dura? Concreta, y tú, Carla, toma apuntes.
—Primero son ocho kilómetros en la bici elíptica.
—Uf… Olvídalo. —Emma suspiró y empezó a desembalar los jarrones y a distribuirlos por el salón—. Después de ocho kilómetros subida a un aparato me moriría, Jeronimo practicaría la llamada sexual de la selva con otra persona y a mí me daría un ataque de rabia. Tiene que existir una manera más fácil.
—Me pregunto… —intervino Carla—. ¿Es posible…? ¿Podría decirse que todas estamos un poco obsesionadas con el sexo últimamente?
—Es culpa de Paula —terció Maca mientras ayudaba a Emma con las flores—. Lo entenderías si hubieras estado en el gimnasio mientras volaban los tejos por todas partes.
—Ahora no estamos hablando de sexo —dijo Paula.
—¿Cuándo habéis cambiado de tema? —preguntó Emma.
—Antes de que entraras. Estamos hablando de otro asunto.
—Mejor, porque no voy a hacer ocho kilómetros subida a una máquina. ¿De qué hablabais?
—De la cena de anoche, o mejor dicho, de unos momentos antes. Llegué tarde por culpa tuya —dijo Paula señalando a Maca.
—Oye, no pude hacer nada para evitarlo. La sesión en el estudio duró más de lo previsto, y no encontraba los zapatos que necesitaba. Además, tampoco llegaste tan tarde. Quizá unos diez o quince minutos.
—Suficiente para que Deborah Manning se sentara a nuestra mesa y tomara una copa de vino con Pedro.
—Creía que estaba en España.
—Hay cosas que se te escapan —dijo Paula sonriendo con ironía hacia Carla—. Te aseguro que ha regresado, porque la vi tomando un vino con Pedro.
—A mi hermano no le interesa Deborah.
—Antes sí.
—Eso fue hace años, y solo salieron un par de veces.
—Ya lo sé. —Paula levantó ambas manos para interrumpir a Carla—. Lo sé, por eso me siento como una idiota. No estaba celosa… No soy celosa. Al menos, no lo estuve de ella. En caso contrario, me habría sentido más idiota aún, porque lo cierto fue que Pedro no mostró ningún interés por esa mujer. Y ella por él, creo que tampoco.
—¿Cuál es el problema entonces? —preguntó Emma.
—Es que… cuando entré en el restaurante y los vi con una copa de vino y riéndose como la pareja perfecta…
—No digas eso —la atajó Carla sacudiendo la cabeza.
—Tú no los viste. Los dos tan guapos, elegantes, perfectos…
—Admito que son guapos y elegantes, pero no son la pareja perfecta. Viste a una pareja atractiva porque los dos son atractivos, pero eso no equivale a ser la pareja perfecta.
—Un pensamiento profundo. Muy profundo, en serio —dijo Maca—. Sé muy bien a qué te refieres. A veces fotografío a parejas y pienso: «¡Qué buena toma, qué bien han salido los dos…!», pero sé que no son la pareja perfecta, y eso no se puede cambiar, no puedo arreglarlo, ni manipularlo, porque es así, y ya está.
—Exactamente.
—De acuerdo. Diré entonces que eran guapos y elegantes. Me quedo con esa imagen. Durante un minuto me sentí muy cortada, como si la situación no fuera conmigo. Sé que es una idiotez… —Paula se echó hacia atrás el cabello—. Los contemplé a través de un muro de cristal: en uno de los lados estaba yo; en el otro, ellos.
—Lo que dices es insultante para los tres —la interrumpió Emma dejando sus flores y dándole un golpecito en el hombro—. No os lo merecéis ninguno de los tres. Deborah es muy simpática.
—¿Quién es Deborah?
—No la conoces —le contestó Emma a Maca—, pero es una mujer muy agradable.
—Yo no he dicho que no lo fuera. La conozco poco. Solo digo que no creo que haya servido mesas o sudado la gota gorda en la cocina de un restaurante.
—Eso es ser esnob, pero al revés.
Paula se encogió de hombros al oír el comentario de Parker.
—Puede que sí. Ya te he dicho que me sentí como una imbécil, y lo superé, de verdad. Sé que es problema mío, y me da rabia, pero eso fue lo que sentí en aquel momento; y volví a sentirlo cuando ella se dio cuenta de que Pedro iba a cenar conmigo porque salíamos juntos. Parpadeó asombrada sin poder evitarlo. Tardó muy poco en disimularlo, y estuvo muy correcta —comentó a Emma—. Ella no tuvo la culpa de mi reacción, y eso fue peor. Me tomó desprevenida. A veces me pasa. Luego la cena fue una delicia, una maravilla. Es decir, que una parte de mí se lo estaba pasando de fábula, y otra, la oculta, se sentía rematadamente imbécil por haber reaccionado de esa manera. Odio parecer tonta.
—Eso es bueno —asintió Carla—, porque cuando se odia una cosa en concreto, uno la abandona.
—En ello estoy.
—Entonces… Ah, esos deben de ser los clientes —dijo Carla al oír el timbre—. Mierda, se me había ido el santo al cielo. Emma, deshazte de estas cajas. Paula, llevas puestos los zuecos de cocinar.
—Maldita sea. Ahora mismo vuelvo. —Paula salió corriendo del salón y Emma la siguió con las cajas vacías.
—No has abierto la boca —dijo Carla arreglándose el traje chaqueta.
—Porque conozco ese muro de cristal —dijo Maca—, y sé lo que se siente cuando estás detrás. Necesitas tiempo y esfuerzo para echarlo abajo, pero Paula lo conseguirá.
—No quiero que exista ningún muro entre nosotras.
—Entre nosotras, no, Carla. Entre las cuatro no hay muros. Con Pedro es diferente, pero sé que ella romperá ese cristal.
—Muy bien. Si ves que vuelve a sentirse así, dímelo.
—Te lo prometo.
—Bien —asintió Carla—. Empieza la función. —Y fue corriendo a abrir la puerta.
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