jueves, 16 de marzo de 2017

CAPITULO 26 (TERCER HISTORIA)




Gracias a la planificación de Carla se hicieron con un buen sitio para montar lo que en opinión de Paula iba a ser el campamento. Desplegaron sillas, extendieron mantas y descargaron cestas y neveras.


Pedro lanzó un guante de béisbol que fue a parar al regazo de Paula.


—A la derecha del campo.


—Siempre me toca a la derecha —se quejó ella—. Quiero jugar en la primera base.


El hecho de que salieran juntos no le impidió mirarla con cara de lástima.


—Chaves, tienes que reconocer que juegas como las chicas. Tus lanzamientos no saldrán del campo interior. Necesito a Carla en la primera base.


—Carla es una chica como yo.


—Pero no juega como si lo fuera. Jeronimo cuenta con Emma y Maca. Sebastian será el árbitro para que nadie salga herido, y además sé que lo hará bien. Ah… ahí viene mi baza ganadora.


Paula levantó la vista.


—¿Has reclutado a Martin Kavanaugh?


La mirada de Pedro acusó su espíritu competitivo.


—Es un hacha jugando, y además compensa el grupo.


—¿Lo dices por las alineaciones?


—No, lo digo por Carla.


—¿Por Carla? —Paula pasó de la sorpresa a la burla, pero se apiadó de él—. ¿Le has montado una cita a Carla? Pedro, te va a matar.


—¿Por qué? —Con aire ausente, el joven lanzó la pelota y la recogió con el guante—. No le estoy pidiendo que se case con él. He montado una salida de grupo.


—Te has cavado tu propia tumba.


—¿Por qué lo dices? —volvió a preguntar Pedro—. ¿Tiene Carla algún problema con…? ¡Eh, Martin!


—Hola. —Martin atrapó la pelota que Pedro le había lanzado y se la devolvió—. ¿Qué tal va todo? —preguntó a Paula.


—Ya veremos…


Martin iba con unos tejanos gastados, una camiseta blanca y unas gafas de sol. Lanzó una bola al aire y la golpeó con el bate que se había traído.


—Me ha gustado el plan: un partido y comida gratis. Mi madre ha salido con la señora Grady y unas amigas —explicó llevándose el bate al hombro—. ¿Cuál es la alineación?


—Saldrás en la tercera base, como cuarto bateador.


—Me parece bien.


—Paula estará a la derecha del campo, como primera bateadora. Juega fatal en su posición, pero su bate es bueno.


—Eso no es verdad —protestó ella dándole a Pedro con el guante—. Sigue así y no te costará nada ganar la apuesta, Alfonao.


Paula se marchó airada. Martin tanteó el terreno con precaución.


—¿De qué apuesta habla?


Paula fue en busca de Maca.


—Quiero cambiar de equipo. Yo juego con Jeronimo y tú con Pedro.


—Eres una pesada, Paula. Por mí, vale, pero mejor habla primero con Jeronimo.


Jeronimo estaba sentado en la hierba anotando la alineación.


—Maca y yo nos hemos cambiado. Ahora estoy en tu equipo.


—Me quitan a la pelirroja y me ponen a la rubia. Vale, deja que piense… Jugarás a la derecha del campo, como primera bateadora.


Qué cabronazo, pensó Paula entornando los ojos. ¿Ahora se comunicaba con Pedro por telepatía?


—¿Por qué a la derecha del campo?


Jeronimo la miró con curiosidad y Paula notó que estaba reconsiderando su respuesta.


—Tienes un brazo fuerte.


—Bien dicho —respondió Paula alzando un dedo.


—¿Cómo…? ¡Mira quién viene por ahí! ¿Ese no es Martin? ¿Pedro ha reclutado a Martin? —preguntó Jeronimo enfureciéndose—. Este tío va a por todas.


—Machaquémoslo.


Jeronimo se levantó y chocó la palma con Paula.


—He elegido ser el equipo local. Salgamos a nuestro campo.


A Paula se le daba bien jugar a la derecha del campo, y no solo porque no solían lanzar pelotas hacia la banda, sino porque se sentía a gusto en esa posición.


Tras encajar tres bolas en la almohadilla, cambió el guante por el bate y fue a hacer sus lanzamientos desde el montículo.


Pedro estaba frente a ella y le guiñó el ojo. Paula le contestó con un gruñido y golpeó al aire sin acertar. Pedro intentó engañarla con un lanzamiento bajo y exterior, pero ella pudo darle a la bola. Atrapó el tercero también, y bateó con tanta fuerza que consiguió llegar a la base. A la primera ocasión que se le presentó se quitó el casco de bateadora y se dirigió a Carla.


Pedro ha llamado a Martin porque quiere emparejaros.


—¿Qué? —Carla, que esperaba agachada junto a la almohadilla, estiró las piernas—. ¿Bromeas? ¿Me ha montado una cita de consolación?


—Sí, y además Martin juega muy bien. He pensado que te gustaría saberlo.


—Me conoces bien. —Carla miró a Pedro con expresión asesina mientras su hermano se colocaba en el montículo y levantaba el brazo para lanzar—. Me las pagará.


Todavía no habían llegado a la cuarta entrada y Pedro había decantado ya el marcador. Iban cinco a tres. Paula tuvo que admitir que reclutar a Martin había sido un acierto. Tenía una buena técnica. Cuando Pedro tocó la segunda base sin detenerse en la primera, se oyó el grito de strikeout. Sus compañeros de equipo y un público de espontáneos corearon la carrera. Paula observó la posición de Pedro


Mientras tanto Jeronimo intentaba quitarse de encima a un catcher de doce años que quería aconsejarle.


Jeronimo lanzó una pelota rápida, o al menos eso le pareció a ella. Y le pareció aún más rápida cuando Pedro bateó y la bola salió volando. En su dirección.


—Mierda. Oh, mierda.


Oyó unos gritos mientras ella corría para interceptarla; quizá fueran suyos. Los fuertes latidos de su corazón le impedían distinguirlo.


Alzó el guante y elevó una plegaria al cielo.


Cuando la bola impactó en él, su sorpresa fue mayúscula. 


Tiró al aire pelota y guante en agradecimiento a los gritos que la multitud coreaba. Entonces se dio cuenta de que Pedro ya había salido y corría hacia la tercera base. 


Paula le lanzó la bola a Emma, que desde lejos se la pedía agitando las manos. Su lanzamiento, fuerte y acertado, dio en el guante de su amiga. Emma se había tirado al suelo para recogerla, pero ya era demasiado tarde.


De la alegría al drama en menos de cinco segundos, pensó la joven.


El béisbol era una mierda.


—Buena recepción, Paula.


—No seas paternalista, Jeronimo —musitó ella cuando su equipo salió de la entrada y Martin seguía atento en la tercera base.


—¿Paternalista, yo? Pedro ha lanzado muy fuerte. Si no hubieras atrapado la bola, ahora tendríamos un par de carreras menos. Los hemos parado —afirmó Jeronimo golpeándole en el hombro en plan fraternal.


—Era una buena recepción. —Paula asintió satisfecha. 


Quizá el béisbol no fuera tan horrible, después de todo.


Lo era, porque perdieron por siete a cuatro. De todos modos, Paula se quedó satisfecha porque había comprobado que su juego no era tan malo como decían algunos.


—Bien jugado —dijo Pedro lanzándole una lata de refresco—. Dos tiros sencillos y una carrera remolcada, y además no me has dejado anotar dos carreras completas.


—Eso te pasa por decir que juego fatal.


—Es verdad, casi siempre —observó él dándole un golpecito en la visera con la misma camaradería con que Jeronimo le había tocado el hombro.


Paula se quitó la gorra y lo agarró por la camiseta.


—Creo que olvidas algo —dijo tirando de él para besarlo en los labios.


Su gesto arrancó una salva de aplausos al grupo, que empezaba a tomar posesión de las mantas y las sillas.


—No, eso lo recordaba —respondió Pedro pasándole los brazos con toda naturalidad por la cintura—, pero gracias por refrescarme la memoria.


—Bueno, bueno, esto es toda una sorpresa. —Hillary Babcock, una amiga de la señora Grady, sonrió al verlos—. ¡No tenía ni idea de que estuvierais juntos! Maureen, no me cuentas nada…


—Ni falta que hace, porque todo lo descubres.


—¡Es impresionante! Pensaba que erais como hermanos, pero ya veo que estáis saliendo en plan romántico.


—Paula ha atrapado una bola muy alta. —Pedro pasó el brazo por los hombros de la joven y la acarició al notar su irritación—. Merecía una recompensa.


Hillary se echó a reír.


—¡La próxima vez, me apunto yo! En serio, ¿cuánto tiempo lleváis saliendo juntos? ¡Hacéis tan buena pareja…! —dijo la mujer sonriendo con franqueza y con lágrimas en los ojos—. Parece que fue ayer cuando vosotras cuatro y Pedro correteabais por el parque con los demás niños, y ahora habéis crecido tanto… ¡Y además habéis encontrado pareja! Oh, Maureen, tendrías que convencer a estas chicas de que celebren una boda triple. Eso sí sería especial.


—Hilly, el chico le ha dado un beso. No se van a poner a elegir la vajilla… Vamos, saca la ensalada de patata de la nevera que hay ahí detrás.


—Sí, claro. Kay, este debe de ser tu chico, Martin. ¡Cómo ha crecido también! Y veo que sale con Carla. ¡Qué bonito!


Martin tomó la palabra sin apartar la mirada de Carla.


—Esta mujer ha luchado a brazo partido lanzando bolas directas y elevadas, pero no he tenido tiempo de besarla. Todavía.


—En realidad Martin no sale…


La mirada furibunda de Carla enmudeció a su hermano. 


Sabiendo que Pedro la estaba mirando, se acercó a Martin, lo asió por la nuca y le dio un beso lento, pausado, sabroso.


Luego se apartó de él y paladeó la sensación.


—Con esto bastará.


Martin la tomó por la cadera.


—Creo que se impone un doble juego.


Carla le dedicó una sonrisa escueta, miró con frialdad a Pedro y fue a sacar la comida de las cestas.


—¿Qué ha pasado? —preguntó Pedro acercándose a ella y agachándose a su lado—. ¿Qué demonios has hecho?


—¿Qué? Ah, eso… Intentaba crear una atmósfera bonita para que el grupo quede compensado. ¿No era lo que querías, hermanito?


—Por Dios, Carla, yo solo… Martin es amigo mío, ¿no puedo pedirle que venga? Además dijiste que eras la única que estaba sin pareja.


—Y te agradezco el detalle de que me hayas buscado una sin preguntarme siquiera si me apetecía. —Carla le dio unos golpecitos en el brazo mientras hablaba—. Vale más que no te entrometas en mis asuntos personales o me acostaré con él y tu vida será un infierno.


Pedro palideció visiblemente.


—No te atreverás.


—No me pongas a prueba, Pedro —dijo ella pinchándole con un dedo—. No me tientes.


—Hora de dar un paseo —terció Paula tirándole del brazo—. Hablo en serio. Es hora de pasear. Hay cosas en las que ni siquiera tú deberías meterte —musitó la joven llevándose a Pedro.


—¿Qué le pasa?


—Se ha cabreado contigo, claro. Te lo dije.


Pedro se apartó del trayecto de un disco volador y se detuvo.


—No se habría cabreado si tú no se lo hubieras dicho. ¿Por qué lo has hecho?


—Porque es amiga mía, y yo estaba furiosa contigo antes que ella incluso. Pero eso ya no tiene importancia. No puedes sacarte de la manga una pareja sin decírselo, Pedro, porque si no, se lo diré yo.


—Ya hemos topado con otra norma. Quizá Carla tendría que enviarme un memorando.


Paula lo tenía cogido de la mano y le dio un tirón.


—Tendrías que habértelo figurado.


—¿Figurármelo yo? Es ella quien ha agarrado a Martin y lo ha besado delante de todo el mundo.


—Debería haberlo arrastrado hasta los arbustos y haberle dado un morreo en privado, pero ya conoces a Carla. Es una descarada.


—¿Lo encuentras divertido? —Pedro se quedó mirándola—. Se ha puesto en evidencia. Está furiosa conmigo, y ahora me tocará hablar con Martin. Yo no lo encuentro divertido.


—No, no hables con él. Déjalo, señor Arreglalotodo. Ya son mayorcitos.


—Tú tienes tus reglas, yo las mías.


—A veces no sé lo que… —Paula desvió la mirada, y luego volvió a mirarlo a la cara—. ¿Con cuántos chicos hablaste y/o aconsejaste en mi caso?


Pedro se metió las manos en los bolsillos.


—El pasado, pasado está.


—Es contigo mismo con quien deberías tener una charla.


—Ya lo he hecho, créeme, y no me ha servido de mucho. Ahora prefiero saborearte.


—¿Saborearme?


—Sí. Tú que entiendes de sabores sabrás que algunos son irresistibles. El tuyo, por ejemplo.


Paula soltó un breve suspiro y le acarició el rostro.


—Casi estás perdonado. Vayamos por el camino largo. Nos abrirá el apetito






CAPITULO 25 (TERCER HISTORIA)




Paula pensó que aquello parecía una casa de locos. Entre ellos había un profesional liberal de éxito, un profesor de jóvenes, un representante de los ciudadanos en los tribunales y, sin embargo, nadie era capaz de estar en el lugar acordado a la hora prevista.


En el último minuto todos cayeron en la cuenta de que habían olvidado algo de vital importancia y tenían que ir a buscarlo. Discutieron sobre la manera más idónea de cargar la camioneta, y también sobre la distribución de asientos que había hecho Carla.


Paula rescató un refresco de una de las neveras, lo abrió y fue a sentarse en uno de los muros bajos del jardín en espera de que se resolviera el caos.


—¿Por qué no te has puesto a organizarlos? —le preguntó a Carla cuando esta se sentó junto a ella.


—Dejo que se diviertan —comentó la joven pidiéndole que le pasara el refresco—. Además, había contabilizado veinte minutos extra para cargar la furgoneta.


—Era de esperar. ¿De verdad has pasado la tarde borrando archivos?


—Hay quien se dedica a hacer crucigramas.


—¿Cuántas llamadas has recibido?


—Cinco.


—¡Menudo día de fiesta!


—Para mí ha sido perfecto. A ti también parece que te vayan bien las cosas.


Paula siguió la mirada de Carla y vio a Pedro metiendo una cesta y un par de sillas plegables en el vehículo.


—Todavía no nos hemos peleado. Me pone de los nervios.


—Bah, no te preocupes. Ya os pelearéis —dijo Carla dándole unos golpecitos en la rodilla antes de levantarse—. Muy bien, chicos, este autobús se va. Todo el mundo a sus puestos.


Pedro cerró la portezuela trasera de la furgoneta, fue a buscar a Paula y la tomó de la mano.


—Te sentarás conmigo. Mi hermana lo ha arreglado así.


—Ahí dentro vamos a ser muchos. A lo mejor tendré que sentarme en tu regazo.


Pedro sonrió mientras ella subía al vehículo.


—La esperanza es lo último que se pierde.




CAPITULO 24 (TERCER HISTORIA)





Las vacaciones, el mejor momento para descansar del trabajo, escaseaban tanto en su vida que el reloj interno de Paula la despertó a las seis en punto. Iba a levantarse cuando recordó que no hacía falta que madrugara. Volvió a acurrucarse con la misma ilusión loca que sentía de pequeña si el día amanecía nevado inesperadamente.


Suspiró y cerró los ojos, y entonces pensó que Pedro estaba durmiendo en una cama de la mansión, muy cerca de ella.


Podría levantarse, colarse en su habitación y acostarse con él. Al diablo con las apuestas.


Siendo el día de la Independencia, ¿por qué no mostrarse independiente? Era poco probable que Pedro fuera a quejarse o a gritar pidiendo auxilio. Podría ponerse algo más sexy que la camiseta de tirantes y el pantaloncito del pijama. 


Tenía varias opciones. El del osito azul le serviría, o quizá fuera más apropiado el camisón de seda con el dibujo de la flor color pastel…


Se durmió pensando en la ropa.


Una oportunidad desaprovechada, concluyó al bajar a la cocina principal tres horas más tarde. Quizá fuera mejor de esa manera, porque los demás se habrían regodeado de que ambos hubieran perdido la apuesta. De hecho, era la mejor manera de demostrarles que eran dos personas adultas con fuerza de voluntad y sentido común. Solo faltaba un par de semanas. Valía la pena no perder por una tontería.


En la cocina, las voces de sus amigos y un rico aroma a desayuno impregnaban el ambiente. Pedro estaba con ellos, guapísimo y relajado, tomando café y coqueteando con la señora Grady. Lamentó no haber hecho caso de su impulso matutino.


—Ya se ha levantado la señora —anunció Maca—. Justo a tiempo. Estamos tomando un desayuno gigantesco porque hoy es fiesta. Además, gracias a los poderes de persuasión de Pedro, hay gofres.


—Ñam.


—Sí, lo sé. Hoy lo único que haremos será comer y criar culo, y cuando lleguemos al parque, a comer otra vez y a criar más culo. Incluso tú —añadió Maca señalando a Carla.


—No todos los culos son iguales. Antes reorganizaré un poco el despacho. Me relaja.


—Tu despacho está organizado como Villa Obsesiva —insinuó Emma.


—Es el lugar donde vivo y me gusta organizarlo a mi manera.


—Molestad a la chica si queréis, pero terminad de poner la mesa —ordenó la señora Grady—. No dispongo de todo el día.


—Hoy comeremos en la terraza porque es fiesta —dijo Maca tomando los platos y sacudiendo la cabeza al ver que Sebastian se ofrecía a ayudarla—. No, cariño. Coge algo que no se rompa.


—Bien pensado.


—Pondremos unas mimosas como hacían los mayores —dijo Emma pasándole a Sebastian la cesta del pan—. Será el preludio de las vacaciones que haremos la semana que viene. Cada día será una fiesta.


—Yo me ocuparé del bar —propuso Jeronimo tomando una botella de champán y una jarra de zumo de naranja.


—Deberíais haberme despertado. Le habría echado una mano con todo esto, señora Grady.


—Lo tengo controlado —afirmó el ama de llaves blandiendo una espátula—. Sacad todo lo demás. El desayuno estará listo dentro de un par de minutos.


—Bonita manera de empezar el día —le dijo Paula a Pedro mientras ambos llevaban las bandejas fuera—. ¿Ha sido idea tuya?


—¿A quién le apetece desayunar dentro en un día así?


Paula recordó las divertidas comidas estivales que se organizaban en la terraza de esa casa cuando era pequeña e iba a visitar a su amiga. Las flores, los platos suculentos y una compañía inmejorable eran la tónica de esas mañanas encantadoras y distendidas.


Juntaron varias mesas para que cupieran todos los miembros del grupo, las vistieron con bonitos manteles y las adornaron con unas flores y la vajilla buena. La cristalería arrancaba destellos al sol.


Paula había olvidado lo que se sentía al disfrutar de un día de asueto en el que la única obligación era divertirse. Aceptó la copa que Jeronimo le ofrecía.


—Gracias. —Paula dio un sorbo—. Podrías haberte dedicado a esto.


Jeronimo le tiró del cabello con un gesto cariñoso.


—Siempre va bien contar con una alternativa laboral.


Cuando la señora Grady salió con la última de las bandejas, Pedro se la cogió de las manos.


—Reina de los gofres, usted presidirá la mesa.


Era lógico que lo amara, pensó Paula observando las atenciones que Pedro le dedicaba a la señora Grady, y que no cesaron hasta que la dejó sentada con una rama de mimosa en las manos. ¿Cómo iba a resistirse a alguien como él?


Paula se puso de puntillas y lo besó en la mejilla.


—Bien hecho.


Así sería su vida a partir de entonces, y no se refería a desayunar gofres en la terraza contemplando las mimosas, sino a estar en grupo, a formar parte de aquella familia. 


Durante las vacaciones y en las comidas familiares que improvisaran, siempre vería aquellas caras y oiría aquellas voces.


En la mesa se cruzaban las conversaciones y las bandejas con comida. Emma tomó un gofre y Carla eligió una pieza de fruta mientras comentaba con Sebastian el libro que ambos acababan de leer. Maca se decidió por un gran plato de nata montada, y Pedro y Jeronimo se enzarzaron en una discusión sobre una decisión arbitral durante un partido de béisbol.


—¿Qué pasa por tu cabeza, niña? —le preguntó la señora Grady a Paula.


—Nada, y me parece bien para variar.


La señora Grady se acercó a ella y bajó el tono de voz.


—¿Vas a enseñarles el diseño que acabas de hacer?


—¿Debería?


—Primero, come.


Maca hizo tintinear su copa con una cucharilla.


—Quiero anunciar que después del desayuno hemos organizado una visita comentada a la nueva biblioteca de Sebastian Maguire. Anoche trasladamos medio millón de libros, o sea que esperamos que nos regaléis los oídos y le hagáis la pelota al arquitecto —advirtió Maca alzando la copa en honor de Jeronimo.


—Solo fueron doscientos cincuenta mil —corrigió Sebastian—, pero ha quedado fantástica. De verdad, Jeronimo, es una maravilla.


—No hay nada que me guste más que unos clientes satisfechos. —Entonces dirigió una mirada a Emma—. Bueno, casi nada.


—Se terminaron los martillazos, los ruidos del serrucho y el olor a pintura. Que conste que no nos quejamos… —explicó Maca—, pero menudo alivio.


—La semana que viene trasladaremos los martillazos y los ruidos a casa de tu vecina —advirtió Jeronimo.


—Tapones para los oídos —le dijo Maca a Emma—. Te lo recomiendo encarecidamente.


—Lo soportaré. Para conseguir una nueva cámara frigorífica y una zona más amplia de trabajo, lo que haga falta.


—También empezaremos las obras en tu espacio, Paula, a la vez.


—Esta te morderá —dijo Maca señalándola con el tenedor—. Yo soy una santa, pero ella da mordiscos y siempre se queja.


—Es posible. —Paula se desentendió con un gesto y se enfrascó en su gofre.


—Aislaremos la zona en obras —le explicó Jeronimo—. Así no interferiremos en tu cocina.


—No escaparás de sus mordiscos. Ella es así.


Paula miró a Maca con frialdad, se levantó de la mesa y entró en la casa.


—¿Qué? ¿Qué pasa? Estaba hablando en broma. Más o menos.


—No pasa nada. Si Paula se hubiera enfadado, ya te habría arrancado la cabeza —dijo Carla siguiendo a su amiga con la mirada—. Volverá.


—Es cierto. Tú no te has enfadado, ¿verdad? —le preguntó Maca a Pedro sin dejar de agitar el tenedor—. Lo digo porque si ella se enfada, tú te enfadarás también por solidaridad, porque estáis colgados el uno del otro.


—Supongo que esa norma solo se aplica a las chicas.


—No, no solo a las chicas. La norma se aplica a las parejas. 
—Maca miró a Emma buscando apoyo.


—Pues sí, si es que sabes lo que te conviene.


—Yo no estoy enfadado. Si Paula se ha molestado, tendrá que superarlo sola.


—Veo que no has entendido la norma —decidió Maca—. Carla, tendrías que explicárselo por escrito. Las normas son el entramado de un tejido, y en el de Pedro hay agujeros.


—¿De qué normas estamos hablando? ¿De normas para las chicas, para las parejas o para el Cuarteto?


—Las tres coinciden —contestó Carla—. Te pasaré un informe. —Alzó la vista cuando vio que Paula regresaba con su cuaderno de dibujo—. Pero por el momento dejémoslo correr.


—¿Qué es lo que vais a dejar correr? —preguntó Paula.


—La norma de la rabia y los insultos.


—Ah, no me he enfadado, ni me siento insultada. Solo he decidido ignorarla —precisó Paula dando un rodeo a la mesa para sentarse al lado de Sebastian—. Esto es para ti; para ella, no. Solo para ti.


—Muy bien. —Sebastian le echó una mirada a Maca—. ¿Esto está permitido?


—Depende.


—Ella no tiene ni voz ni voto. Si te gusta, es tuyo. Es el pastel del novio. —Paula inclinó el cuaderno para que Maca no pudiera verlo y lo abrió para enseñárselo a Sebastian.


Observó su expresión y vio exactamente lo que esperaba: el fulgor del hechizo.


—Es asombroso. Perfecto. Nunca se me habría ocurrido algo así.


—¿Qué es? —preguntó Maca levantándose de su silla. 


Paula, sin embargo, cerró de golpe el cuaderno.


El taco que Maca soltó arrancó varias carcajadas a la mesa, y entonces la joven cambió de táctica y puso cara de sufrimiento.


—Por favor… Te lo pido por favor, vamos…


Paula abrió el cuaderno durante una fracción de segundo.


—Solo te lo enseño por consideración a Sebastian, no porque me apetezca que lo veas.


—Vale.


Paula abrió el cuaderno y notó que a Maca se le cortaba la respiración.


—Oh… —logró articular finalmente la joven con voz trémula.


Jeronimo alargó el cuello para intentar ver algo.


—Hay un libro, y queda precioso. Lo encuentro muy apropiado.


—No es un libro cualquiera. Es Como gustéis. Es nuestro libro, ¿verdad, Sebastian?


—Daba ese curso en clase cuando empezamos a salir. Incluso está abierto por la parte del parlamento de Rosalinda. Mirad. —Sebastian recorrió con el dedo la página abierta—. «Fue al verse cuando se amaron.»


—Oh, qué encanto… —Emma se acercó para observar el dibujo—. Me gusta mucho el punto de libro con los nombres de los dos.


—Creo que quitaré el de Maca y pondré solo el de Sebastian —reflexionó Paula—. Sí, solo su nombre. Sebastian Maguire, doctor en filosofía.


—No quitarás mi nombre del pastel porque sé que me quieres.


Paula dejó escapar un bufido.


—Tú me quieres —repitió Maca abalanzándose sobre ella—. Has diseñado el pastel perfecto para mi novio. Me quieres.


Maca abrazó a Paula y se puso a bailar con ella.


—A lo mejor a quien quiero es a Sebastian.


—Por supuesto. Es imposible no quererlo. Gracias, gracias —le susurró al oído—. Nunca había visto un pastel igual.


—Estás a punto de merecer que te lo regale —susurró a su vez Paula, que se echó a reír y le dio un fuerte abrazo.


—Voy a ojear este cuaderno mientras vosotros os ocupáis de los platos. —La señora Grady hizo un gesto para enviarlos a todos a la cocina—. Cuando hayáis terminado, empaquetad la comida que os llevaréis al parque. Tendréis que ir a por las cestas.


—Empaquetado en la cocina principal a las tres treinta —anunció Carla—. Repartiré las tareas específicas después. Cargar la furgoneta a las cuatro, y eso incluye comida, sillas plegables, mantas, equipos deportivos y personas. Os he asignado los asientos que ocuparéis durante el viaje —añadió limitándose a ladear la cabeza ante las protestas—. Nos ahorraremos discusiones. Conduzco yo. —Carla levantó una mano en son de paz—. Soy la única que está sin pareja, y por eso os apiadaréis de mí, me lo consentiréis todo y me obedeceréis.


—Podrías tener pareja si quisieras —objetó Emma—. Puedo conseguirte una cita en cinco segundos.


—Es un detalle por tu parte, pero no. Rotundamente no. —Carla se levantó y empezó a amontonar los platos—. Terminemos con esto porque quiero dedicarme a la tarea relajante y satisfactoria de eliminar unos archivos.


—Eso sí es triste —comentó Maca sacudiendo la cabeza y cogiendo una bandeja.


—¿A quién podrías conseguir en cinco segundos? —preguntó Jeronimo.


Emma lo miró risueña por encima del hombro y se alejó con unos platos.


—Ahora voy —le dijo Pedro a Paula—, pero primero tengo que encargarme de una cosa.


—Si tardas más de cinco minutos, te atizo con una sartén.


Pedro sacó su móvil y la señora Grady alzó los ojos del cuaderno de dibujo.


—¿Qué te traes entre manos?


—Quiero cuidar bien de mi hermana. —Y se alejó para hacer una llamada.