jueves, 16 de marzo de 2017

CAPITULO 24 (TERCER HISTORIA)





Las vacaciones, el mejor momento para descansar del trabajo, escaseaban tanto en su vida que el reloj interno de Paula la despertó a las seis en punto. Iba a levantarse cuando recordó que no hacía falta que madrugara. Volvió a acurrucarse con la misma ilusión loca que sentía de pequeña si el día amanecía nevado inesperadamente.


Suspiró y cerró los ojos, y entonces pensó que Pedro estaba durmiendo en una cama de la mansión, muy cerca de ella.


Podría levantarse, colarse en su habitación y acostarse con él. Al diablo con las apuestas.


Siendo el día de la Independencia, ¿por qué no mostrarse independiente? Era poco probable que Pedro fuera a quejarse o a gritar pidiendo auxilio. Podría ponerse algo más sexy que la camiseta de tirantes y el pantaloncito del pijama. 


Tenía varias opciones. El del osito azul le serviría, o quizá fuera más apropiado el camisón de seda con el dibujo de la flor color pastel…


Se durmió pensando en la ropa.


Una oportunidad desaprovechada, concluyó al bajar a la cocina principal tres horas más tarde. Quizá fuera mejor de esa manera, porque los demás se habrían regodeado de que ambos hubieran perdido la apuesta. De hecho, era la mejor manera de demostrarles que eran dos personas adultas con fuerza de voluntad y sentido común. Solo faltaba un par de semanas. Valía la pena no perder por una tontería.


En la cocina, las voces de sus amigos y un rico aroma a desayuno impregnaban el ambiente. Pedro estaba con ellos, guapísimo y relajado, tomando café y coqueteando con la señora Grady. Lamentó no haber hecho caso de su impulso matutino.


—Ya se ha levantado la señora —anunció Maca—. Justo a tiempo. Estamos tomando un desayuno gigantesco porque hoy es fiesta. Además, gracias a los poderes de persuasión de Pedro, hay gofres.


—Ñam.


—Sí, lo sé. Hoy lo único que haremos será comer y criar culo, y cuando lleguemos al parque, a comer otra vez y a criar más culo. Incluso tú —añadió Maca señalando a Carla.


—No todos los culos son iguales. Antes reorganizaré un poco el despacho. Me relaja.


—Tu despacho está organizado como Villa Obsesiva —insinuó Emma.


—Es el lugar donde vivo y me gusta organizarlo a mi manera.


—Molestad a la chica si queréis, pero terminad de poner la mesa —ordenó la señora Grady—. No dispongo de todo el día.


—Hoy comeremos en la terraza porque es fiesta —dijo Maca tomando los platos y sacudiendo la cabeza al ver que Sebastian se ofrecía a ayudarla—. No, cariño. Coge algo que no se rompa.


—Bien pensado.


—Pondremos unas mimosas como hacían los mayores —dijo Emma pasándole a Sebastian la cesta del pan—. Será el preludio de las vacaciones que haremos la semana que viene. Cada día será una fiesta.


—Yo me ocuparé del bar —propuso Jeronimo tomando una botella de champán y una jarra de zumo de naranja.


—Deberíais haberme despertado. Le habría echado una mano con todo esto, señora Grady.


—Lo tengo controlado —afirmó el ama de llaves blandiendo una espátula—. Sacad todo lo demás. El desayuno estará listo dentro de un par de minutos.


—Bonita manera de empezar el día —le dijo Paula a Pedro mientras ambos llevaban las bandejas fuera—. ¿Ha sido idea tuya?


—¿A quién le apetece desayunar dentro en un día así?


Paula recordó las divertidas comidas estivales que se organizaban en la terraza de esa casa cuando era pequeña e iba a visitar a su amiga. Las flores, los platos suculentos y una compañía inmejorable eran la tónica de esas mañanas encantadoras y distendidas.


Juntaron varias mesas para que cupieran todos los miembros del grupo, las vistieron con bonitos manteles y las adornaron con unas flores y la vajilla buena. La cristalería arrancaba destellos al sol.


Paula había olvidado lo que se sentía al disfrutar de un día de asueto en el que la única obligación era divertirse. Aceptó la copa que Jeronimo le ofrecía.


—Gracias. —Paula dio un sorbo—. Podrías haberte dedicado a esto.


Jeronimo le tiró del cabello con un gesto cariñoso.


—Siempre va bien contar con una alternativa laboral.


Cuando la señora Grady salió con la última de las bandejas, Pedro se la cogió de las manos.


—Reina de los gofres, usted presidirá la mesa.


Era lógico que lo amara, pensó Paula observando las atenciones que Pedro le dedicaba a la señora Grady, y que no cesaron hasta que la dejó sentada con una rama de mimosa en las manos. ¿Cómo iba a resistirse a alguien como él?


Paula se puso de puntillas y lo besó en la mejilla.


—Bien hecho.


Así sería su vida a partir de entonces, y no se refería a desayunar gofres en la terraza contemplando las mimosas, sino a estar en grupo, a formar parte de aquella familia. 


Durante las vacaciones y en las comidas familiares que improvisaran, siempre vería aquellas caras y oiría aquellas voces.


En la mesa se cruzaban las conversaciones y las bandejas con comida. Emma tomó un gofre y Carla eligió una pieza de fruta mientras comentaba con Sebastian el libro que ambos acababan de leer. Maca se decidió por un gran plato de nata montada, y Pedro y Jeronimo se enzarzaron en una discusión sobre una decisión arbitral durante un partido de béisbol.


—¿Qué pasa por tu cabeza, niña? —le preguntó la señora Grady a Paula.


—Nada, y me parece bien para variar.


La señora Grady se acercó a ella y bajó el tono de voz.


—¿Vas a enseñarles el diseño que acabas de hacer?


—¿Debería?


—Primero, come.


Maca hizo tintinear su copa con una cucharilla.


—Quiero anunciar que después del desayuno hemos organizado una visita comentada a la nueva biblioteca de Sebastian Maguire. Anoche trasladamos medio millón de libros, o sea que esperamos que nos regaléis los oídos y le hagáis la pelota al arquitecto —advirtió Maca alzando la copa en honor de Jeronimo.


—Solo fueron doscientos cincuenta mil —corrigió Sebastian—, pero ha quedado fantástica. De verdad, Jeronimo, es una maravilla.


—No hay nada que me guste más que unos clientes satisfechos. —Entonces dirigió una mirada a Emma—. Bueno, casi nada.


—Se terminaron los martillazos, los ruidos del serrucho y el olor a pintura. Que conste que no nos quejamos… —explicó Maca—, pero menudo alivio.


—La semana que viene trasladaremos los martillazos y los ruidos a casa de tu vecina —advirtió Jeronimo.


—Tapones para los oídos —le dijo Maca a Emma—. Te lo recomiendo encarecidamente.


—Lo soportaré. Para conseguir una nueva cámara frigorífica y una zona más amplia de trabajo, lo que haga falta.


—También empezaremos las obras en tu espacio, Paula, a la vez.


—Esta te morderá —dijo Maca señalándola con el tenedor—. Yo soy una santa, pero ella da mordiscos y siempre se queja.


—Es posible. —Paula se desentendió con un gesto y se enfrascó en su gofre.


—Aislaremos la zona en obras —le explicó Jeronimo—. Así no interferiremos en tu cocina.


—No escaparás de sus mordiscos. Ella es así.


Paula miró a Maca con frialdad, se levantó de la mesa y entró en la casa.


—¿Qué? ¿Qué pasa? Estaba hablando en broma. Más o menos.


—No pasa nada. Si Paula se hubiera enfadado, ya te habría arrancado la cabeza —dijo Carla siguiendo a su amiga con la mirada—. Volverá.


—Es cierto. Tú no te has enfadado, ¿verdad? —le preguntó Maca a Pedro sin dejar de agitar el tenedor—. Lo digo porque si ella se enfada, tú te enfadarás también por solidaridad, porque estáis colgados el uno del otro.


—Supongo que esa norma solo se aplica a las chicas.


—No, no solo a las chicas. La norma se aplica a las parejas. 
—Maca miró a Emma buscando apoyo.


—Pues sí, si es que sabes lo que te conviene.


—Yo no estoy enfadado. Si Paula se ha molestado, tendrá que superarlo sola.


—Veo que no has entendido la norma —decidió Maca—. Carla, tendrías que explicárselo por escrito. Las normas son el entramado de un tejido, y en el de Pedro hay agujeros.


—¿De qué normas estamos hablando? ¿De normas para las chicas, para las parejas o para el Cuarteto?


—Las tres coinciden —contestó Carla—. Te pasaré un informe. —Alzó la vista cuando vio que Paula regresaba con su cuaderno de dibujo—. Pero por el momento dejémoslo correr.


—¿Qué es lo que vais a dejar correr? —preguntó Paula.


—La norma de la rabia y los insultos.


—Ah, no me he enfadado, ni me siento insultada. Solo he decidido ignorarla —precisó Paula dando un rodeo a la mesa para sentarse al lado de Sebastian—. Esto es para ti; para ella, no. Solo para ti.


—Muy bien. —Sebastian le echó una mirada a Maca—. ¿Esto está permitido?


—Depende.


—Ella no tiene ni voz ni voto. Si te gusta, es tuyo. Es el pastel del novio. —Paula inclinó el cuaderno para que Maca no pudiera verlo y lo abrió para enseñárselo a Sebastian.


Observó su expresión y vio exactamente lo que esperaba: el fulgor del hechizo.


—Es asombroso. Perfecto. Nunca se me habría ocurrido algo así.


—¿Qué es? —preguntó Maca levantándose de su silla. 


Paula, sin embargo, cerró de golpe el cuaderno.


El taco que Maca soltó arrancó varias carcajadas a la mesa, y entonces la joven cambió de táctica y puso cara de sufrimiento.


—Por favor… Te lo pido por favor, vamos…


Paula abrió el cuaderno durante una fracción de segundo.


—Solo te lo enseño por consideración a Sebastian, no porque me apetezca que lo veas.


—Vale.


Paula abrió el cuaderno y notó que a Maca se le cortaba la respiración.


—Oh… —logró articular finalmente la joven con voz trémula.


Jeronimo alargó el cuello para intentar ver algo.


—Hay un libro, y queda precioso. Lo encuentro muy apropiado.


—No es un libro cualquiera. Es Como gustéis. Es nuestro libro, ¿verdad, Sebastian?


—Daba ese curso en clase cuando empezamos a salir. Incluso está abierto por la parte del parlamento de Rosalinda. Mirad. —Sebastian recorrió con el dedo la página abierta—. «Fue al verse cuando se amaron.»


—Oh, qué encanto… —Emma se acercó para observar el dibujo—. Me gusta mucho el punto de libro con los nombres de los dos.


—Creo que quitaré el de Maca y pondré solo el de Sebastian —reflexionó Paula—. Sí, solo su nombre. Sebastian Maguire, doctor en filosofía.


—No quitarás mi nombre del pastel porque sé que me quieres.


Paula dejó escapar un bufido.


—Tú me quieres —repitió Maca abalanzándose sobre ella—. Has diseñado el pastel perfecto para mi novio. Me quieres.


Maca abrazó a Paula y se puso a bailar con ella.


—A lo mejor a quien quiero es a Sebastian.


—Por supuesto. Es imposible no quererlo. Gracias, gracias —le susurró al oído—. Nunca había visto un pastel igual.


—Estás a punto de merecer que te lo regale —susurró a su vez Paula, que se echó a reír y le dio un fuerte abrazo.


—Voy a ojear este cuaderno mientras vosotros os ocupáis de los platos. —La señora Grady hizo un gesto para enviarlos a todos a la cocina—. Cuando hayáis terminado, empaquetad la comida que os llevaréis al parque. Tendréis que ir a por las cestas.


—Empaquetado en la cocina principal a las tres treinta —anunció Carla—. Repartiré las tareas específicas después. Cargar la furgoneta a las cuatro, y eso incluye comida, sillas plegables, mantas, equipos deportivos y personas. Os he asignado los asientos que ocuparéis durante el viaje —añadió limitándose a ladear la cabeza ante las protestas—. Nos ahorraremos discusiones. Conduzco yo. —Carla levantó una mano en son de paz—. Soy la única que está sin pareja, y por eso os apiadaréis de mí, me lo consentiréis todo y me obedeceréis.


—Podrías tener pareja si quisieras —objetó Emma—. Puedo conseguirte una cita en cinco segundos.


—Es un detalle por tu parte, pero no. Rotundamente no. —Carla se levantó y empezó a amontonar los platos—. Terminemos con esto porque quiero dedicarme a la tarea relajante y satisfactoria de eliminar unos archivos.


—Eso sí es triste —comentó Maca sacudiendo la cabeza y cogiendo una bandeja.


—¿A quién podrías conseguir en cinco segundos? —preguntó Jeronimo.


Emma lo miró risueña por encima del hombro y se alejó con unos platos.


—Ahora voy —le dijo Pedro a Paula—, pero primero tengo que encargarme de una cosa.


—Si tardas más de cinco minutos, te atizo con una sartén.


Pedro sacó su móvil y la señora Grady alzó los ojos del cuaderno de dibujo.


—¿Qué te traes entre manos?


—Quiero cuidar bien de mi hermana. —Y se alejó para hacer una llamada.





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