miércoles, 15 de marzo de 2017
CAPITULO 23 (TERCER HISTORIA)
Eligió inspirarse en los fuegos artificiales, y eso significaba que tendría que hilar caramelo. Quizá era una tontería tomarse tantas molestias para ir de picnic al parque con los amigos, pensó Paula mientras sacaba unos filamentos calientes de la batidora eléctrica y los ponía a enfriar sobre una rejilla de madera, pero sería divertido.
Con los filamentos modeló unos castillos de fuego y los dispuso sobre un pastel que había decorado previamente con la manga pastelera en rojo, blanco y azul. Añadió unas banderas de pasta de azúcar en el borde y el resultado final fue espectacular.
Se estaba divirtiendo. A continuación dio forma a los fuegos artificiales mezclando el caramelo hilado con un poco de cera de abeja para hacerlo más maleable.
Retrocedió unos pasos para comprobar los primeros resultados… y casi soltó un grito al ver a un hombre en el umbral.
—Lo siento. Perdón. No he querido interrumpirte porque he visto que estabas trabajando. Lamento haberte asustado. Soy Nick Pelacinos, estuve en la fiesta de compromiso que organizasteis en el último momento. ¿Te acuerdas?
—Claro. —Ese hombre llevaba en la mano un ramo de flores de temporada que resultaba sospechoso—. ¿Qué tal estás?
—Bien. Tu socia me ha dicho que viniera, que no estabas trabajando, pero…
—Este pastel no es un encargo.
—Tendría que serlo —comentó él acercándose a la tarta—. Es divertido.
—Sí. El caramelo hilado da mucho juego.
—Tienes las manos llenas de caramelo. Será mejor que deje esto aquí —dijo Nick apartando las flores para que no molestaran.
—Son preciosas. —¿Había flirteado con ella? Sí, un poco—. Gracias.
—Traigo la receta del pastel lathopita de mi abuela.
—Genial.
—Me ha ordenado que te la entregue en persona. —Nick sacó una tarjeta del bolsillo y la dejó junto al ramo—. También me ha dicho que te traiga flores.
—Es un detalle muy tierno por su parte.
—Le caíste muy bien.
—A mí también me cayó bien ella. ¿Te apetece un café?
—No, gracias. Lo último que me ha ordenado es que te invite a cenar, cosa que ya pensaba hacer de todos modos, pero como a ella le gusta organizarlo todo…
—Ah, un bonito detalle por parte de los dos. De todos modos, ahora estoy empezando a salir con alguien, desde hace poco. Bueno, es un decir.
—¡Qué desilusión para mi abuela, y para mí!
A Paula se le escapó una sonrisa.
—¿Puedo quedarme con la receta?
—Con la condición de que me permitas que le diga que me has rechazado porque estás locamente enamorada de otro.
—Por supuesto.
—Además… —Nick sacó un bolígrafo, giró la tarjeta con la receta del pastel y escribió—. Voy a darte mi número. Llámame si las cosas cambian.
—Serás el primero a quien llame. —Paula tomó un filamento de azúcar de la rejilla y se lo ofreció—. Pruébalo.
—Muy bueno, como tienen que ser los premios de consolación.
Se miraron con una sonrisa en los labios y en ese momento entró Pedro.
—Hola. Lo siento, no sabía que estuvieras con un cliente.
Qué inoportuno, pensó Paula.
—Ah, Pedro Alfonso, Nick…
—Pelacinos —dijo Pedro—. No te había reconocido…
—Pedro, claro… —Nick le tendió la mano para estrechársela—. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal estás?
Quizá no fuera tan inoportuno, decidió Paula mientras los dos hombres charlaban relajadamente.
—Hablé con Terri y Mike hace un par de semanas. ¿Estás encargando un pastel de boda para ti?
—¿Para mí? No, para una prima mía que se casará en la finca dentro de unos meses.
—La abuela de Nick ha venido de Grecia para asistir a la ceremonia —intervino Paula sospechando que habían olvidado su presencia—. Celebramos una fiesta previa para que la mujer pudiera juzgar el montaje.
—Lo sé. Esa noche estuve aquí.
—Tendrías que haberte sumado a la fiesta. Lo pasamos muy bien.
—Estuve un rato mirando. Bailaste con Paula en la pista. —Pedro la miró deliberadamente—. Fue una noche muy divertida.
Paula siguió trabajando con el caramelo hilado.
—He conseguido una receta de la matriarca gracias a ese baile —contestó ella con una sonrisa tan dulce como el azúcar que modelaba—. Fue una gran noche.
—Será mejor que me vaya. Diré a la abuela que he cumplido con el encargo.
—Dile que se lo agradezco mucho, y que intentaré que se sienta orgullosa el día de la boda.
—Lo haré. Me ha gustado volver a verte, Paula. Pedro…
—Te acompaño. ¿Cuál es ahora tu handicap? —preguntó Pedro mientras los dos hombres salían de la cocina.
Paula se los quedó mirando con el ceño fruncido hasta que comprendió que Pedro estaba hablando de golf. Sacudió la cabeza y añadió más azúcar. No le apetecía presenciar una escena incómoda. Consideraba los celos un síntoma de debilidad que solo conllevaba obsesiones y perjuicios.
Ahora bien, si tan solo se trataba de unas pinceladas… como la cera de abejas que se mezcla con el caramelo hilado… eso no le hacía daño a nadie.
Nick le había pedido para salir. Incluso había dejado su número anotado donde ella pudiera verlo cada vez que quisiera consultar la receta para preparar la tarta lathopita.
Qué ingenioso por su parte, pensó Paula.
Pedro ignoraba la jugada, pero habría podido deducir lo que estaba pasando, y su deducción podría haberlo intranquilizado, como mínimo. Pues no, lo único que se le ocurrió fue decir: «¿Qué tal? ¿Cómo va el golf?»
Los hombres, o mejor dicho, los hombres como Pedro, no captaban los sutiles matices que existían en una relación.
Pedro regresó al cabo de unos minutos.
—Es fantástico —dijo refiriéndose al pastel mientras abría un armario—. ¿Quieres una copa de vino? A mí me apetece.
Paula se encogió de hombros. Pedro descorchó una botella de pinot y sirvió dos copas.
—No sabía que ibas a venir —comentó ella sin prestar atención al vino, para concentrarse en la maraña de fuegos artificiales que iba a añadir al pastel.
—Me quedo a pasar la noche. Así saldremos todos juntos mañana por la mañana. La señora Grady irá con unos amigos suyos y nos encontraremos allí. Ha traído comida suficiente para alimentar a todo el pueblo.
—Ya lo sé.
Pedro tomó un sorbo de vino y la observó.
—Vaya, vaya… Te ha traído flores.
Paula fingió desinterés y continuó trabajando. Con toda naturalidad y siguiendo una costumbre adquirida con los años, Pedro abrió la caja de las galletas.
—No es tu tipo.
Paula se detuvo y enarcó las cejas.
—¿Ah, no? ¿Los hombres atractivos y atentos que trabajan en el gremio de la alimentación y quieren a su abuela no son mi tipo? Gracias por decírmelo.
Pedro mordió una galleta.
—Juega al golf.
—¡Por Dios! Búscate otra excusa.
—Dos veces a la semana. Cada semana sin falta.
—Basta. Empiezas a darme miedo.
Pedro le apuntó con la galleta y acto seguido le dio otro mordisco.
—Además le gustan las películas de arte y ensayo, esas que van subtituladas y están llenas de símbolos.
Paula hizo una pausa y bebió de su copa de vino.
—¿Has salido con él? ¿Acabó mal vuestra relación?
—Ahora que lo dices, conozco a una persona que sí salió con él.
—¿Hay alguien a quien no conozcas?
—Soy el abogado de su prima Teresa, y de su marido. En fin, Nick coincide con el prototipo de Carla, no con el tuyo. De todas maneras, da igual, porque su agenda es más aberrante que la de ella y, aunque se lo propusieran, nunca conseguirían quedar.
—A Carla no le gustan especialmente las películas de arte y ensayo.
—No, pero va a verlas.
—Y yo no porque… no fui a Yale, ¿verdad?
—No, tú no vas porque te aburren.
Era cierto que le aburrían, ¿dónde estaba el problema?
—Hay otras cosas aparte del golf y las películas de autor para saber si alguien es o no es tu tipo. Nick baila bien —le espetó, y luego se arrepintió del tono defensivo que había impreso a su voz—. Y a mí me gusta bailar.
—De acuerdo. —Pedro se acercó a Paula y la rodeó con sus brazos.
—Déjalo estar. No he terminado con el pastel.
—Tiene buena pinta. Tú también, y además hueles de fábula —dijo él olisqueándole el cuello—. A azúcar y a vainilla. No reconocí a Nick cuando bailabas con él. —Pedro la movió con suavidad, primero hacia la derecha y después hacia la izquierda—. Había mucha gente y yo solo te miraba a ti. De verdad, solo a ti.
—Me gusta —murmuró ella.
—Es verdad. —Pedro inclinó la cabeza y la besó en los labios—. Hola, Paula.
—Hola, Pedro.
—Si le regalas esas flores a Carla, te compraré otras.
La dosis perfecta de cera de abeja para mezclar con el azúcar.
—Lo haré.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario