miércoles, 15 de marzo de 2017
CAPITULO 19 (TERCER HISTORIA)
Entrar en la casa a hurtadillas debía de ser forzosamente más sencillo que escabullirse de ella. Sebastian y Maca se habrían retirado a su estudio, y Emma y Jeronimo estarían en la casita del jardín. En cuanto a la señora Grady, se encontraría en sus acogedoras habitaciones viendo la televisión, con los pies en alto, tomándose su té de la noche, o bien habría salido con sus amigas. Carla probablemente seguiría trabajando en su zona de la casa, vestida con ropa cómoda.
Aparcó aliviada al ver luces en el estudio y en la casita de invitados. Le apetecía estar sola y pensar en lo sucedido, en los cambios venidos y por venir.
Sentía el cosquilleo de sus labios, y notaba una sensibilidad especial en la piel. Habría bailado de alegría. Si llevara un diario, dibujaría corazoncitos y flores en la entrada de ese día. Claro que, a continuación, de la vergüenza la habría arrancado y roto a pedacitos. Pero habría hecho esos dibujos.
Sonriendo por la ocurrencia, entró en la casa con sigilo y cerró la puerta tras ella procurando no hacer ruido. Le faltó poco para subir la escalera de puntillas.
—¿Acabas de llegar?
Le faltó muy poco para soltar un grito. Giró en redondo y se quedó mirando a Carla boquiabierta. Tuvo que sentarse en un escalón para no desplomarse.
—¡Por Dios! Das más miedo que un rottweiler. ¿Qué estás haciendo?
—¿Qué estoy haciendo? —Carla balanceó ante sus ojos un envase que tenía en la mano—. He bajado a buscar un yogur y vuelvo a mi habitación. ¿Qué haces tú subiendo la escalera de puntillas?
—No voy de puntillas. Camino sin hacer ruido. Hay yogures en la nevera de tu habitación.
—No de arándanos, y yo quería un yogur de arándanos. ¿Algún problema?
—No, no. Claro que no. —Paula procuró recuperar el aliento y se dio unos golpecitos en el pecho—. Me has dado un susto de muerte.
Carla la acusó con la cuchara en ristre.
—Tienes cara de culpable.
—No es verdad.
—Estás frente a mí, y yo reconozco una expresión de culpabilidad cuando la veo.
—¿Por qué iba a sentirme culpable? No hay toque de queda, ¿verdad, mamá?
—¿Lo ves? Te sientes culpable.
—Vale, vale, aparta la manguera antidisturbios —protestó Paula levantando las manos en señal de rendición—. He ido a casa de Pedro a recoger mis zapatos.
—Eso ya lo veo, Paula. Los llevas en la mano.
—Exacto. Sí. En fin, son unos zapatos fenomenales y quería que me los devolviera —explicó la joven acariciando uno con cariño—. Pedro había encargado comida china. Empanadillas.
—Ah. —Asintiendo, Parker fue a sentarse junto a Paula.
—No tenía la intención de quedarme, pero lo he hecho. Nos hemos sentado en el porche y hemos hablado del beso que le di, y del beso que me dio él a mí. Sé que esto último no te lo conté. Es curioso, pero me cuesta hablar contigo de estas cosas, más que con él.
—Supéralo.
—Estoy en ello, ¿vale? En fin, en cualquier caso teníamos que plantearnos una solución. Pedro propuso unas directrices.
—Es obvio.
Carla sonrió y tomó una cucharada de yogur.
—Entiendo que no te sorprendas, porque los dos sois iguales. Le dije que si tú y yo fuéramos lesbianas, nos casaríamos.
Carla volvió a asentir y siguió comiendo el yogur.
—Lo suponía.
—Hemos decidido que saldremos juntos y haremos lo que suelen hacer los demás, pero sin enrollarnos.
Carla enarcó las cejas y lamió la cuchara.
—¿Vais a salir juntos sin enrollaros?
—Durante treinta días. En teoría durante ese plazo de tiempo sabremos si lo que buscábamos era sexo o si en realidad… Somos adultos y hay que actuar con sensatez, aunque el sexo nos apetezca.
—Queréis daros tiempo para estar seguros de que luego os seguiréis gustando.
—Sí, ese es el objetivo, pero hay más razones: las tribus y mis piernas, aunque en realidad se trata de ver cómo va la relación. ¿Te parece bien?
Carla le dio unos golpecitos con los nudillos en la cabeza.
—Claro que me parece bien, y si no me lo pareciera, tendrías que mandarme al infierno y decirme que no metiera las narices donde no me importa. ¿Quieres un poco de yogur?
—No, gracias, he comido empanadillas. —Paula apoyó la cabeza en el hombro de Carla—. Me alegro de no haberme salido con la mía y de que me hayas atrapado in fraganti cuando entraba de puntillas.
—Más bien alégrate de que haya decidido mostrarme magnánima en lugar de insultada.
—Eres mi mejor amiga.
—Es verdad, lo soy. Pedro es buena persona. Sé que es un mandón, porque estamos hechos de la misma pasta y conozco sus defectos, pero es bueno. —Carla posó su mano sobre la de Paula durante un breve instante—. Te merece. Tú y yo vamos a hacer un pacto ahora mismo. Cuando necesites contar pestes de él, o él de ti, considera que se trata de un chico cualquiera. No te sientas coaccionada porque Pedro sea mi hermano. Piensa que digas lo que digas, no me ofenderás.
—Muy bien.
Entrelazaron los meñiques y pronunciaron un juramento.
—Me marcho. He de terminar un par de cosas —dijo Carla levantándose—. Por cierto, Emma y Maca se sentirán dolidas si no se lo cuentas.
—Se lo diré. —Paula se obligó a levantarse y subió con ella a su habitación.
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