martes, 14 de marzo de 2017

CAPITULO 18 (TERCER HISTORIA)





No podía decir que se esperara esa reacción, pero con Paula todo era posible.


—¿Por qué me llamas maldito si puede saberse?


—Por hablar con propiedad. A ti se te da bien hacerlo, salvo cuando metes la pata. Reconozco que en general siempre aciertas. Lo que pasa es que a mí no me apetecía oír eso.


—Tendrías que haber sido abogada.


—Estoy comiendo otra empanadilla —musitó.


Esa mujer lo cautivaba, y a veces lo enfurecía. Quizá todo se reducía a lo mismo.


—¿Recuerdas cuando fuimos todos juntos a la fiesta que dieron los padres de Emma el Cinco de Mayo?


—Claro que me acuerdo. —Paula frunció el ceño y desvió la mirada hacia su cerveza—. Tomé demasiado tequila, como es natural. Un Cinco de Mayo es lo que toca.


—Sí, borrachuza.


—Ja, ja… Te sentaste en los peldaños del porche delantero para hacerme compañía, en plan hermano mayor.


—Preocuparse porque a una amiga se le ha subido el tequila a la cabeza no es hacer de hermano mayor, pero en fin… —Tomó una empanadilla con los palillos y la mojó en la salsa agridulce que quedaba en el plato de Paula—. Antes había estado con Jeronimo, mirando al personal, como haces tú.


—No, eso lo haces tú.


—Vale. De repente, vi un par de piernas fantásticas asomando debajo de un vestido azul y… —Pedro hizo un gesto vago para darle a entender lo que significaba ese «y»—. Pensé que eran preciosas, muy bonitas, y se lo comenté a Jeronimo. Él me dijo que las piernas y el resto, lo que yo estaba contemplando, te pertenecían a ti. Admito que me asusté.


Pedro calibró la reacción de Paula, y la vio francamente sorprendida.


—Para ser sincero, también admito que no era la primera vez. Por lo tanto, no sé si lo que he dicho ha sido lo más apropiado, pero sí he sido exacto.


—Soy mucho más que un par de piernas; en cuanto a ese «y»…


—Tienes razón, pero es que tus piernas son muy bonitas. Eres una mujer preciosa, y en eso también soy exacto. Hay quien tiene debilidad por las empanadillas, y hay quien la tiene por las mujeres bellas.


Paula apartó la vista y observó el atardecer.


—Ahora debería enfadarme.


—También eres una buena amiga, y desde hace muchos años. —Por su tono de voz, advirtió que Pedro ya no bromeaba—. Para mí es importante.


—Es cierto. —Paula apartó el plato porque empezaba a sentir náuseas.


—Creo que también sería exacto decir que la otra noche, cuando actuaste por impulso, me pasó algo inesperado, o al menos sorprendente.


Las sombras fueron espesándose y las luces del jardín y del patio cobraron vida. A lo lejos se oía el eco del inquietante trino del somorgujo. Pedro encontró la escena muy romántica, y adecuada en cierto modo.


—¡Qué delicado eres hablando!


—Mujer, es nuestra primera cita —contestó Pedro, y su comentario le hizo reír.


—He venido a recoger mis zapatos.


—No es verdad.


Paula dejó escapar un suspiro.


—Puede que no, pero confiaba en que habrías salido con alguna chica y yo podría entrar a hurtadillas en tu casa, recoger los zapatos y dejarte una nota ingeniosa.


—Te habrías perdido todo esto, y yo también.


—Ya empezamos… —murmuró Paula—. Creo que mi moratoria sexual es la responsable directa de que esté aquí.


Pedro alzó la cerveza, divertido.


—¿Cómo lo llevas?


—Tan bien que estoy… ¿cómo se dice en términos delicados? Inquieta, más inquieta de lo normal estos días.


—En nombre de la amistad podría llevarte arriba y ayudarte a superar esa inquietud, pero eso no va a pasar.


Paula iba a decirle que no necesitaba su ayuda, que le agradecía el interés y que ella sola ya sabía cómo dejar de sentirse inquieta, pero comprendió que le estaría dando demasiada información, por muy amigos que fueran, y se desentendió encogiéndose de hombros.


—Esto no tiene nada que ver con la historia de Jeronimo y Emma —dijo él.


—Ellos dos no andan inquietos. Van…


—Despacio y con buena letra —atajó Pedro suavemente—. Me refería a otra cosa. Ellos eran amigos antes, y siguen siéndolo, pero se conocieron hace… ¿cuánto, diez o doce años? Es mucho tiempo, sí, pero tú y yo… nos conocemos de toda la vida. No somos amigos, sino de la familia. Nuestro parentesco no es tan ilegal e incestuoso como para que esta conversación acabe poniéndonos los pelos de punta, pero somos familia al fin y al cabo. Nuestra relación es tribal —decidió—. Pertenecemos a la misma tribu.


—Una relación tribal —repitió Paula—. Veo que has estado pensando en el tema, y creo que voy a darte la razón en todo.


—Lo encuentro fantástico para variar. De lo que aquí se está hablando es de cambios, y no solo respecto a nosotros, sino respecto a… toda la tribu.


—Seguro que acabarás siendo el jefe. —Paula, con el codo sobre la mesa, apoyó el mentón en la mano—. Siempre acabas mandando.


—Te dejo ser la jefa si me ganas un pulso.


Paula era fuerte, y se enorgullecía de ello, pero también conocía sus límites.


—Supongo que siendo el jefe de la tribu, ya habrás decidido cómo vamos a enfocar este asunto.


—He esbozado lo que podríamos llamar unas directrices… el borrador de unas directrices.


—Te pareces tanto a Carla… Quizá eso influye. Si Carla fuera un tío, o ella y yo fuéramos lesbianas, nos casaríamos, y ya no tendría que ir buscando plan, que es un fastidio. Por eso estoy en moratoria sexual, y quizá por eso también estamos teniendo esta conversación.


—¿Quieres oír cuáles son las directrices?


—Sí, pero paso del interrogatorio que vendrá a continuación.


—Vamos a darnos un mes.


—¿Un mes?


—Para valorarlo. Nos iremos viendo así, como hasta ahora. Saldremos a pasear, nos quedaremos en casa, charlaremos, nos relacionaremos con los amigos y haremos actividades. Saldremos juntos, como hace la gente cuando empieza a ser pareja. Además, dado nuestro vínculo tribal, y porque entiendo que los dos queremos minimizar la posibilidad de dañar nuestra relación actual…


—Ya me dirás quién es ahora el abogado.


—Por todo eso —siguió explicando Pedro—, y aunque literalmente me fastidia, seguirá vigente la moratoria sexual.


—¿Tú también te impones una moratoria sexual?


—Es lo justo.


—Hum. —Paula dejó la cerveza y bebió agua—. ¿Saldremos juntos, como pueden salir dos adultos sin compromiso y de consentimiento mutuo, pero sin practicar el sexo, ni juntos ni con otros?


—Esa es la idea.


—Durante treinta días…


—No me lo recuerdes.


—¿Por qué treinta?


—Es un período de tiempo razonable para que los dos decidamos si queremos dar el siguiente paso. Es un gran paso, Paula. Me importas demasiado para precipitarme contigo.


—Salir juntos va a ser más difícil que practicar el sexo.


Pedro estalló en carcajadas.


—¿Con qué clase de tipos has estado saliendo? Procuraré que sea fácil. ¿Te parece bien que vayamos al cine después de la celebración del domingo? Vemos una película y nada más.


Paula inclinó la cabeza.


—¿Quién la elige?


—Lo negociamos. Las lacrimógenas, fuera.


—Las de terror también.


—Vale.


—Quizá tendrías que redactar un contrato.


Pedro encajó la provocación encogiéndose de hombros.


—Si se te ocurre algo mejor, estoy abierto a las propuestas.


—No tengo ni idea. Nunca pensé que llegaríamos al punto de necesitar propuestas. ¿Por qué no nos acostamos y lo dejamos en un empate?


—Muy bien. —Pedro sonrió al ver que Paula se quedaba boquiabierta—. No solo te conozco, sino que detecto un farol cuando lo oigo.


—No creas que lo sabes todo.


—Claro que no. Precisamente por eso supongo que vale más que nos demos tiempo y lo descubramos. Si a ti te va bien, por mí trato hecho.


Paula examinó su rostro, tan atractivo y familiar, los ojos serenos, la postura relajada…


—Seguramente nos llevaremos a matar casi todo el tiempo.


—Eso no será ninguna novedad. ¿Trato hecho, Paula?


—Trato hecho. —Paula le tendió la mano para sellar el acuerdo.


—Creo que la situación pide algo más que un apretón de manos. —Sin embargo, Pedro la tomó de la mano y le obligó a ponerse en pie como acababa de hacer él—. Además, hay que aprovechar ahora que ninguno de los dos está enfadado.


Paula sintió que un leve escalofrío de emoción y nervios le recorría la espalda.


—¿Cómo sabes tú que no estoy enfadada?


—No lo estás. Quita esa arruguita de ahí. —Pedro le pasó el dedo por el entrecejo—. Cede, ríndete.


—Espera —protestó ella cuando notó que Pedro le acariciaba los brazos—. Me siento cohibida. Cuando pienso demasiado, va fatal y…


Pedro la interrumpió besándola en los labios, despacio y con ternura.


—O no… —murmuró Paula asiéndolo de la nuca.


Todavía quedaban sorpresas, pensó Pedro al detectar calidez y curiosidad en ella, en lugar de pasión e instinto. La dulzura y la tranquilidad fueron notas inesperadas que aderezaron su relación familiar. A Pedro no le resultaba extraño el olor de esa mujer, ni la forma de su cuerpo, pero su sabor, maduro y atrayente, le abrió posibilidades desconocidas hasta entonces.


Prolongó el momento para saborear esa nueva mezcla de sensaciones.


Paula se abandonó y aprovechó cada uno de los minutos que tantas veces había imaginado. Caía la tarde, la luz era suave, la brisa estival susurraba quedamente… Las fantasías alocadas de una jovencita enamorada se habían sumado a sus anhelos y, con el tiempo, habían cristalizado en los deseos de una mujer.


Las fantasías y los deseos se habían convertido en realidad. 


Con ese beso Paula se dio cuenta de que sus necesidades coincidían, y que pasara lo que pasase, ese momento del anochecer siempre les pertenecería.


Sus labios se separaron, pero Pedro no se apartó de ella.


—¿Cuánto tiempo crees que ha durado?


—Difícil de calcular —respondió Paula. Le habría resultado imposible decirlo exactamente.


—Sí.


Pedro rozó los labios de Paula una vez más, los tanteó, los incitó, y se hundió en su boca hasta que ambos se quedaron sin aliento.


—Vale más que vaya a buscar tus zapatos.


—Muy bien. —Paula lo atrajo hacia sí y gimió al notar sus manos en las caderas.


Pedro estuvo a punto de romper el pacto, pero se obligó a apartarse de ella.


—Los zapatos… —logró articular—. Liberemos a los rehenes. Tienes que irte a casa, en serio. A casa.


Excitada y trémula, Paula se apoyó en la barandilla del porche.


—Ya te he dicho que salir juntos será peor que practicar sexo.


—A nosotros nos van los retos. Tienes unos labios preciosos. Siempre me han gustado, y ahora más.


Paula esbozó una sonrisa.


—Acércate y repíteme eso.


—Dejémoslo. Voy a buscar tus zapatos.


Paula lo observó marcharse y pensó que ese mes se le haría eterno.






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