miércoles, 15 de marzo de 2017
CAPITULO 22 (TERCER HISTORIA)
Salir con Pedro como novios en lugar de amigos resultaba extraño y curioso a la vez. Paula descubrió que era cómodo en muchos sentidos, y positivo. Ninguno de los dos estaba obligado a escuchar la vida del otro, porque ambos conocían ya sus historias personales.
No habían probado todo el pastel, pensó la joven, pero varios pisos, sí. Sería más divertido ir descubriendo el relleno.
Sabía que Pedro había colaborado en la revista de derecho de Yale, y jugado a béisbol mientras era estudiante en la universidad. No ignoraba que el derecho y los deportes eran sus dos grandes pasiones. Sin embargo, desconocía que se hubiera planteado elegir entre ambas profesiones.
—No sabía que te hubieras planteado en serio convertirte en un profesional del béisbol. —Había que ver de cuántas cosas se enteraba una, pensó Paula en su tercera cita.
—Por supuesto. Me lo tomé tan en serio que lo mantuve casi en secreto.
Paseaban por el parque lamiendo unos helados de cucurucho. Una luna de verano plateaba el estanque: el broche perfecto para una cena informal, según Paula.
—¿Cómo te decidiste? —le preguntó.
—No era lo bastante bueno jugando a béisbol.
—¿Por qué dices eso? Te vi jugar en la academia, y un par de veces cuando ibas a Yale. Luego te he visto jugar a softball. —Paula observó el perfil de Pedro mientras caminaban y frunció ligeramente el ceño—. Aunque no soy forofa del béisbol, entiendo el juego, y sé que lo tenías muy por la mano.
—Claro, y además era bueno, pero eso no bastaba. Quizá habría llegado a ser muy bueno si hubiera echado toda la carne en el asador. Hablé con unos ojeadores de la cantera de los Yankees.
—¡No fastidies! —exclamó Paula dándole un empujón—. ¿De verdad? No lo sabía. ¿Los Yankees intentaron ficharte? ¿Por qué no me enteré?
—No se lo dije a nadie. Tuve que tomar una decisión. Podía ser un abogado excelente o un jugador de béisbol del montón.
Paula recordó que había visto jugar a Pedro desde… siempre. Le vino a la mente su imagen de niño disputando la liguilla.
Dios, qué atractivo era.
—Te encantaba el béisbol.
—Y todavía me gusta mucho, pero me di cuenta de que no me apasionaba lo suficiente para implicarme a fondo y abandonar todo lo demás. Es decir, no era lo bastante bueno.
Paula lo comprendió; sí, lo comprendió perfectamente. Se preguntó si ella habría sido capaz de hacer una elección tan sensata y racional y abandonar algo que amaba y deseaba.
—¿Lo has lamentado alguna vez?
—Cada verano, pero me dura unos cinco minutos. —Pedro le pasó el brazo por los hombros—. Mira, cuando sea viejo y me siente en el balancín del porche, les contaré a mis biznietos que, de pequeño, los Yankees se fijaron en mí.
A Paula le chocó esa imagen, pero le arrancó una sonrisa.
—No te creerán.
—Claro que sí. Me querrán mucho, a mí y a los caramelos que siempre llevaré en el bolsillo para ellos. ¿Y tú? Cuéntame si hay algo de lo que te arrepientes.
—Me arrepiento de más cosas que tú.
—¿Por qué?
—Porque Carla y tú siempre parecéis conocer vuestros deseos y cómo alcanzarlos. Veamos… —Paula mordió el cucurucho mientras reflexionaba—. Ya lo tengo. A veces me pregunto qué habría pasado si hubiera ido a vivir a Francia, si hubiera sido la propietaria de una pastelería exclusiva… y vivido muchas historias de amor.
—Normal.
—Diseñaría pasteles para la realeza y las estrellas de cine, y maltrataría a mi personal. Allez, allez! Imbéciles! Merde!
Pedro soltó una carcajada al ver los aspavientos exagerados de Paula, típicamente galos; incluso se vio obligado a esquivar su cucurucho.
—Sería el terror de las reposteras, un genio reconocido en el mundo entero que volaría a lugares insospechados para elaborar el pastel de cumpleaños de una princesita.
—No te veo en ese papel. Más bien te imagino soltando tacos en francés.
Paula estaba más que llena y tiró los restos del cucurucho a la papelera.
—Es posible, pero a veces pienso en esta clase de cosas. De todos modos, básicamente me dedicaría a lo mismo que ahora. No habría tenido que elegir.
—Sí elegiste. Tuviste que decidir si trabajabas sola o te asociabas con otras personas, si te quedabas en Estados Unidos o te ibas a Europa. Tomaste una decisión importante. Mira, si hubieras ido a Francia, nos habrías echado muchísimo de menos.
Bueno, eso era absolutamente cierto, pensó Paula, pero prefirió seguir hilvanando su historia y sacudió la cabeza.
—Habría estado tan ocupada lidiando con mis pasiones salvajes y mi ego desbordado que no os habría echado en falta. De vez en cuando me habría acordado de vosotros con cariño, y habría ido a veros aprovechando algún viaje a Nueva York. Mi aire europeo os habría dejado con la boca abierta.
—Es cierto que tienes un aire europeo.
—¿Ah, sí?
—A veces, cuando estás trabajando, hablas entre dientes o maldices en francés.
Paula se quedó sorprendida y frunció el ceño.
—¿Hago eso?
—En alguna ocasión, sí, y con un acento perfecto. Es curioso de ver.
—¿Por qué no me lo ha dicho nunca nadie?
Pedro la tomó de la mano mientras se alejaban del estanque.
—Quizá porque todos daban por sentado que ya lo sabías. Como eras la única que murmuraba y maldecía…
—Puede ser.
—Si te hubieras ido, nunca habrías dejado de pensar en esto, en el trabajo que estás haciendo.
—Sí. De todos modos a veces imagino que tengo una hermosa pastelería en un pueblecito de la Toscana donde solo llueve de noche, y que unos niños encantadores vienen a verme para pedirme dulces. No está mal como sueño.
—Y aquí seguimos los dos, en Greenwich.
—Un buen lugar para vivir.
—Hoy por hoy, es casi perfecto. —Pedro tomó el rostro de Paula entre sus manos para besarla.
—Todo parece tan fácil… —observó Paula mientras ambos se encaminaban hacia el coche.
—¿Por qué tendría que ser difícil?
—No lo sé. En general lo fácil me hace sospechar. —Al llegar al coche se dio la vuelta y se apoyó en la portezuela para mirarlo—. Cuando todo resulta tan sencillo es que algo malo va a ocurrir. Justo a la vuelta de la esquina, bajarán un piano por una ventana y me caerá en la cabeza.
—Da un rodeo para esquivarlo.
—A lo mejor no estás mirando y… clac, un cable se rompe y el Steinway te deja hecho papilla.
—La mayoría de las veces los cables no se rompen.
—La mayoría —repuso Paula dándose unos golpecitos en el pecho—. Pero con una sola vez basta. Por eso es mejor ir mirando hacia arriba, por si acaso.
Pedro le apartó un mechón de pelo y se lo puso detrás de la oreja.
—Puedes estrellarte en una curva y partirte la crisma.
—Es cierto. En todas partes hay desgracias.
—¿Te iría bien que nos peleáramos? —Pedro apoyó las manos sobre el coche, una a cada lado de ella, y se inclinó para besarla en los labios—. Si quieres, te hago rabiar para ponértelo difícil.
—Tendrías que enfurecerme mucho. —Paula lo atrajo hacia sí y le dio un beso apasionado—. Veinticuatro días más… —murmuró—. Puede que no sea tan fácil, después de todo.
—Ha pasado casi una semana —comentó Pedro abriéndole la portezuela—. Están en juego ochocientos dólares.
Todos habían apostado, pensó Paula mientras Pedro daba la vuelta al coche para sentarse tras el volante. Sus cien dólares también habían ido a parar al bote.
—Podrían pensar que nuestra tribu se entromete demasiado montando una porra para adivinar cuándo vamos a acostarnos.
—Quien piense eso no es de los nuestros. Hablando de tribus, ¿por qué no nos reunimos con la nuestra el día cuatro?
—¿El cuatro de qué? Ah, de julio… Falta poquísimo.
—Podríamos jugar a pelota, comer salchichas y ver los fuegos artificiales desde el parque. Ese día no tenéis prevista ninguna celebración, supongo.
—Ni una. Jamás en un Cuatro de Julio, por mucho que nos lo supliquen o quieran sobornarnos. Es una tradición en Votos. Nos tomamos el día libre. —Paula suspiró—. Un día entero y libre, todo para mí, sin poner los pies en la cocina. No sabes cuánto me apetece.
—Bien, porque le he dicho a Carla que podríamos reunirnos toda la tribu.
—¿Y si yo hubiera dicho que no?
Pedro esbozó una sonrisa franca.
—Te habríamos echado de menos.
Paula entornó los ojos, pero sonreía con los labios.
—Supongo que vais a hacerme un encargo.
—Nos gustaría pedirte un pastel patriótico, si no es una molestia para ti. Luego podríamos ir a Gantry a escuchar música.
—No contéis conmigo para haceros de chófer. Si horneo un pastel, me habré ganado el derecho a tomar unas copas.
—Lo encuentro razonable. Conducirá Sebastian —decidió Pedro, y Paula soltó una carcajada—. Podemos ir todos en la furgoneta de Emma.
—Me parece perfecto. —Todo estaba saliendo perfecto, pensó Paula mientras Pedro tomaba el camino de la finca.
Tendría que andarse con ojo por si caían pianos del cielo.
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