miércoles, 15 de marzo de 2017

CAPITULO 21 (TERCER HISTORIA)





Era domingo por la mañana. Paula había terminado en la cocina y subió como una flecha a la sala de reuniones para asistir a la sesión previa del día. Cuando vio que sus tres socias ya estaban sentadas, levantó la mano.


—No he llegado tarde. —Había tomado ya un par de tazas de café y optó por el agua—. Por si os interesa, está lloviendo.


—La previsión del tiempo dice que parará a media mañana —afirmó Carla—, pero podemos trasladar todo dentro si las cosas no cambian.


—Los arreglos son fáciles de montar —dijo Emma tomando la palabra—. Si a mediodía escampa, podemos tener todo instalado fuera sobre la una. Si no, nos trasladaremos al salón principal, dispondremos un gran arreglo floral en la chimenea y añadiremos unas velas. Lo tenemos todo previsto. Las dos suites estarán listas antes de las diez.


—Los novios llegarán a las once.


—Haré las fotos oficiales en ambas suites —le dijo Maca a Carla—. A los novios los presentarán sus hermanas. Será precioso. Sacaré buenas fotos siguiendo ese hilo conductor. Al no haber novia, no perderemos tanto tiempo en la sesión de peluquería y maquillaje. Además solo hay un acompañante por novio. En resumen, creo que las fotos oficiales estarán antes de las doce o doce y cuarto.


—Los invitados llegarán a las doce y media —dijo Carla leyendo el horario—, y les ofreceremos un combinado. A la una formaremos el cortejo nupcial para la ceremonia al aire libre. Los acompañantes entrarán por el pasillo central y los novios aparecerán por ambos lados. El tiempo estimado de la boda es de veinte minutos. Maca tomará unas fotos después y los del catering servirán unos canapés.


—Iré rápida. Con quince minutos bastará.


—Anotad que a la una cuarenta y cinco anunciaremos a los novios, presentaremos el bufet y daremos paso a los brindis. El DJ pinchará la primera pieza a las dos treinta. La pareja cortará el pastel a las tres treinta.


—Las pastas del bufet de los postres ya están listas. Terminaré el pastel de boda antes de las diez y lo colocaremos en el salón de baile. El cuchillo y la pala de servir van por nuestra cuenta. La feliz pareja ha pedido que les reservemos el primer piso de la tarta porque quieren llevárselo a casa.


—Muy bien. El baile empezará a las tres cuarenta y terminará a las cuatro quince. Repartiremos los regalos y anunciaremos la última pieza. A las cuatro treinta, fin de fiesta. ¿Dudas? ¿Problemas que puedan surgir?


—Por mi parte, no. Estos chicos son una monada, y muy fotogénicos además.


—Para los ojales han elegido unos geranios grandes y alegres que van a juego con el pastel —añadió Emma—. Son preciosos.


—Ellos mismos han redactado el texto de la ceremonia —dijo Carla señalando su ficha—. Es muy bonito, y dulce. Será un mar de lágrimas. Paula, ¿cómo va lo tuyo?


—Me falta el adorno de la parte superior del pastel. Me lo tiene que dar Emma. Todo controlado.


—Lo guardo en la cámara frigorífica. Te lo traeré.


—Perfecto entonces.


—No tan deprisa —terció Maca alzando un dedo cuando vio que Paula iba a levantarse—. Todo perfecto en el terreno profesional, pero en el privado, no. ¿Qué novedades hay con Pedro?


—Ninguna. Solo han pasado ocho horas.


—¿No te ha llamado? —preguntó Emma—. ¿No te ha enviado un mensaje, algo que…?


—Me ha enviado un e-mail con una lista de películas para ir al cine esta noche.


—Ah. —Emma se esforzó en no parecer desilusionada—. Muy considerado por su parte.


—Muy práctico —corrigió Paula—. Chicas, estamos hablando de Pedro, y de mí. No espero recibir notitas de cariño ni mensajitos sexis.


—Pues son muy divertidos —murmuró Emma—. Jeronimo y yo nos enviábamos mensajes sexis. Todavía lo hacemos.


—¿Qué te pondrás? —preguntó Maca.


—No lo sé. Vamos al cine. Algo apropiado para ver una película.


—Pero él llevará traje —señaló Emma—. No puedes ir muy informal. Tendrías que ponerte la blusa azul, la del escote redondo que se anuda en la espalda. Esa te sienta fenomenal. Combínala con los pantalones pitillo blancos, que yo me pondría encantada si no me hicieran las piernas cortas, y las sandalias de tacón fino.


—Vale, gracias por ocuparte de mi atuendo.


—Un placer —respondió Emma con una gran sonrisa para contrarrestar el sarcasmo de su amiga.


—Hemos montado una porra —le informó Maca—. Nadie confía en que paséis treinta días enteros sin que os arranquéis la ropa. Sebastian es el que cree más en vuestra fuerza de voluntad: os da veinticuatro días.


—¿Vais a apostar para ver quién adivina cuándo me acostaré con Pedro?


—Exacto, querida. Tú quedas eliminada —apostilló Maca impidiéndole retomar la palabra—. Conflicto de intereses. En cuanto a mí, os doy dieciséis días, no porque confíe en vuestra gran fuerza de voluntad, sino porque tengo fe en vuestra tozudez… Lo digo por si puedo influir en ti y consigo aumentar los fondos para mi boda.


—Esto es injusto —canturreó Emma.


—¿Cuánto os habéis jugado?


—Cien pavos cada uno.


—¿Quinientos dólares en total? ¿De verdad?


—Seiscientos, contando a la señora Grady.


—Jo…


—Empezamos con diez dólares por cabeza —comentó Emma encogiéndose de hombros y mordisqueando una fresa que había cogido—, pero entonces Maca y Jeronimo se desafiaron. Suerte que los paré cuando llegaron a cien. Carla es la tesorera.


Paula enarcó las cejas con aire desafiante.


—¿Y si nos acostamos y no se lo decimos a nadie?


—Por favor… —sentenció Maca poniendo los ojos en blanco—. En primer lugar, no sabrías guardar el secreto, y en segundo lugar, aunque lo intentaras, lo descubriríamos.


—Me da rabia, pero tienes razón. ¿Nadie ha apostado por los treinta días?


—Nadie.


—Bien, entonces cubro la apuesta; y estoy en mi derecho, porque se trata de mí y de lo que voy a tardar en acostarme. No podéis eliminarme. Pongo cien dólares, y si llegamos a los treinta días, el bote es mío.


Todas protestaron, pero Carla las disuadió con un gesto.


—Me parece justo.


—Ya sabéis lo competitiva que es —se quejó Maca—. Aguantará treinta días solo para ganar la apuesta.


—Entonces lo habrá merecido. Dame los cien pavos y anoto tu apuesta.


—Estáis perdidas. —Paula se frotó las manos contenta—. Mira por dónde ganaré un buen dinerito gracias a mi moratoria sexual. Tengo que ir a glasear un pastel. —Al llegar a la puerta les dedicó un meneo con la cadera—. Hasta luego. Sois unas primas.


—Ya veremos quién es la prima —dijo Carla cuando Paula salió bailando por la puerta—. Muy bien, señoras, a trabajar.










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