jueves, 16 de marzo de 2017
CAPITULO 26 (TERCER HISTORIA)
Gracias a la planificación de Carla se hicieron con un buen sitio para montar lo que en opinión de Paula iba a ser el campamento. Desplegaron sillas, extendieron mantas y descargaron cestas y neveras.
Pedro lanzó un guante de béisbol que fue a parar al regazo de Paula.
—A la derecha del campo.
—Siempre me toca a la derecha —se quejó ella—. Quiero jugar en la primera base.
El hecho de que salieran juntos no le impidió mirarla con cara de lástima.
—Chaves, tienes que reconocer que juegas como las chicas. Tus lanzamientos no saldrán del campo interior. Necesito a Carla en la primera base.
—Carla es una chica como yo.
—Pero no juega como si lo fuera. Jeronimo cuenta con Emma y Maca. Sebastian será el árbitro para que nadie salga herido, y además sé que lo hará bien. Ah… ahí viene mi baza ganadora.
Paula levantó la vista.
—¿Has reclutado a Martin Kavanaugh?
La mirada de Pedro acusó su espíritu competitivo.
—Es un hacha jugando, y además compensa el grupo.
—¿Lo dices por las alineaciones?
—No, lo digo por Carla.
—¿Por Carla? —Paula pasó de la sorpresa a la burla, pero se apiadó de él—. ¿Le has montado una cita a Carla? Pedro, te va a matar.
—¿Por qué? —Con aire ausente, el joven lanzó la pelota y la recogió con el guante—. No le estoy pidiendo que se case con él. He montado una salida de grupo.
—Te has cavado tu propia tumba.
—¿Por qué lo dices? —volvió a preguntar Pedro—. ¿Tiene Carla algún problema con…? ¡Eh, Martin!
—Hola. —Martin atrapó la pelota que Pedro le había lanzado y se la devolvió—. ¿Qué tal va todo? —preguntó a Paula.
—Ya veremos…
Martin iba con unos tejanos gastados, una camiseta blanca y unas gafas de sol. Lanzó una bola al aire y la golpeó con el bate que se había traído.
—Me ha gustado el plan: un partido y comida gratis. Mi madre ha salido con la señora Grady y unas amigas —explicó llevándose el bate al hombro—. ¿Cuál es la alineación?
—Saldrás en la tercera base, como cuarto bateador.
—Me parece bien.
—Paula estará a la derecha del campo, como primera bateadora. Juega fatal en su posición, pero su bate es bueno.
—Eso no es verdad —protestó ella dándole a Pedro con el guante—. Sigue así y no te costará nada ganar la apuesta, Alfonao.
Paula se marchó airada. Martin tanteó el terreno con precaución.
—¿De qué apuesta habla?
Paula fue en busca de Maca.
—Quiero cambiar de equipo. Yo juego con Jeronimo y tú con Pedro.
—Eres una pesada, Paula. Por mí, vale, pero mejor habla primero con Jeronimo.
Jeronimo estaba sentado en la hierba anotando la alineación.
—Maca y yo nos hemos cambiado. Ahora estoy en tu equipo.
—Me quitan a la pelirroja y me ponen a la rubia. Vale, deja que piense… Jugarás a la derecha del campo, como primera bateadora.
Qué cabronazo, pensó Paula entornando los ojos. ¿Ahora se comunicaba con Pedro por telepatía?
—¿Por qué a la derecha del campo?
Jeronimo la miró con curiosidad y Paula notó que estaba reconsiderando su respuesta.
—Tienes un brazo fuerte.
—Bien dicho —respondió Paula alzando un dedo.
—¿Cómo…? ¡Mira quién viene por ahí! ¿Ese no es Martin? ¿Pedro ha reclutado a Martin? —preguntó Jeronimo enfureciéndose—. Este tío va a por todas.
—Machaquémoslo.
Jeronimo se levantó y chocó la palma con Paula.
—He elegido ser el equipo local. Salgamos a nuestro campo.
A Paula se le daba bien jugar a la derecha del campo, y no solo porque no solían lanzar pelotas hacia la banda, sino porque se sentía a gusto en esa posición.
Tras encajar tres bolas en la almohadilla, cambió el guante por el bate y fue a hacer sus lanzamientos desde el montículo.
Pedro estaba frente a ella y le guiñó el ojo. Paula le contestó con un gruñido y golpeó al aire sin acertar. Pedro intentó engañarla con un lanzamiento bajo y exterior, pero ella pudo darle a la bola. Atrapó el tercero también, y bateó con tanta fuerza que consiguió llegar a la base. A la primera ocasión que se le presentó se quitó el casco de bateadora y se dirigió a Carla.
—Pedro ha llamado a Martin porque quiere emparejaros.
—¿Qué? —Carla, que esperaba agachada junto a la almohadilla, estiró las piernas—. ¿Bromeas? ¿Me ha montado una cita de consolación?
—Sí, y además Martin juega muy bien. He pensado que te gustaría saberlo.
—Me conoces bien. —Carla miró a Pedro con expresión asesina mientras su hermano se colocaba en el montículo y levantaba el brazo para lanzar—. Me las pagará.
Todavía no habían llegado a la cuarta entrada y Pedro había decantado ya el marcador. Iban cinco a tres. Paula tuvo que admitir que reclutar a Martin había sido un acierto. Tenía una buena técnica. Cuando Pedro tocó la segunda base sin detenerse en la primera, se oyó el grito de strikeout. Sus compañeros de equipo y un público de espontáneos corearon la carrera. Paula observó la posición de Pedro.
Mientras tanto Jeronimo intentaba quitarse de encima a un catcher de doce años que quería aconsejarle.
Jeronimo lanzó una pelota rápida, o al menos eso le pareció a ella. Y le pareció aún más rápida cuando Pedro bateó y la bola salió volando. En su dirección.
—Mierda. Oh, mierda.
Oyó unos gritos mientras ella corría para interceptarla; quizá fueran suyos. Los fuertes latidos de su corazón le impedían distinguirlo.
Alzó el guante y elevó una plegaria al cielo.
Cuando la bola impactó en él, su sorpresa fue mayúscula.
Tiró al aire pelota y guante en agradecimiento a los gritos que la multitud coreaba. Entonces se dio cuenta de que Pedro ya había salido y corría hacia la tercera base.
Paula le lanzó la bola a Emma, que desde lejos se la pedía agitando las manos. Su lanzamiento, fuerte y acertado, dio en el guante de su amiga. Emma se había tirado al suelo para recogerla, pero ya era demasiado tarde.
De la alegría al drama en menos de cinco segundos, pensó la joven.
El béisbol era una mierda.
—Buena recepción, Paula.
—No seas paternalista, Jeronimo —musitó ella cuando su equipo salió de la entrada y Martin seguía atento en la tercera base.
—¿Paternalista, yo? Pedro ha lanzado muy fuerte. Si no hubieras atrapado la bola, ahora tendríamos un par de carreras menos. Los hemos parado —afirmó Jeronimo golpeándole en el hombro en plan fraternal.
—Era una buena recepción. —Paula asintió satisfecha.
Quizá el béisbol no fuera tan horrible, después de todo.
Lo era, porque perdieron por siete a cuatro. De todos modos, Paula se quedó satisfecha porque había comprobado que su juego no era tan malo como decían algunos.
—Bien jugado —dijo Pedro lanzándole una lata de refresco—. Dos tiros sencillos y una carrera remolcada, y además no me has dejado anotar dos carreras completas.
—Eso te pasa por decir que juego fatal.
—Es verdad, casi siempre —observó él dándole un golpecito en la visera con la misma camaradería con que Jeronimo le había tocado el hombro.
Paula se quitó la gorra y lo agarró por la camiseta.
—Creo que olvidas algo —dijo tirando de él para besarlo en los labios.
Su gesto arrancó una salva de aplausos al grupo, que empezaba a tomar posesión de las mantas y las sillas.
—No, eso lo recordaba —respondió Pedro pasándole los brazos con toda naturalidad por la cintura—, pero gracias por refrescarme la memoria.
—Bueno, bueno, esto es toda una sorpresa. —Hillary Babcock, una amiga de la señora Grady, sonrió al verlos—. ¡No tenía ni idea de que estuvierais juntos! Maureen, no me cuentas nada…
—Ni falta que hace, porque todo lo descubres.
—¡Es impresionante! Pensaba que erais como hermanos, pero ya veo que estáis saliendo en plan romántico.
—Paula ha atrapado una bola muy alta. —Pedro pasó el brazo por los hombros de la joven y la acarició al notar su irritación—. Merecía una recompensa.
Hillary se echó a reír.
—¡La próxima vez, me apunto yo! En serio, ¿cuánto tiempo lleváis saliendo juntos? ¡Hacéis tan buena pareja…! —dijo la mujer sonriendo con franqueza y con lágrimas en los ojos—. Parece que fue ayer cuando vosotras cuatro y Pedro correteabais por el parque con los demás niños, y ahora habéis crecido tanto… ¡Y además habéis encontrado pareja! Oh, Maureen, tendrías que convencer a estas chicas de que celebren una boda triple. Eso sí sería especial.
—Hilly, el chico le ha dado un beso. No se van a poner a elegir la vajilla… Vamos, saca la ensalada de patata de la nevera que hay ahí detrás.
—Sí, claro. Kay, este debe de ser tu chico, Martin. ¡Cómo ha crecido también! Y veo que sale con Carla. ¡Qué bonito!
Martin tomó la palabra sin apartar la mirada de Carla.
—Esta mujer ha luchado a brazo partido lanzando bolas directas y elevadas, pero no he tenido tiempo de besarla. Todavía.
—En realidad Martin no sale…
La mirada furibunda de Carla enmudeció a su hermano.
Sabiendo que Pedro la estaba mirando, se acercó a Martin, lo asió por la nuca y le dio un beso lento, pausado, sabroso.
Luego se apartó de él y paladeó la sensación.
—Con esto bastará.
Martin la tomó por la cadera.
—Creo que se impone un doble juego.
Carla le dedicó una sonrisa escueta, miró con frialdad a Pedro y fue a sacar la comida de las cestas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Pedro acercándose a ella y agachándose a su lado—. ¿Qué demonios has hecho?
—¿Qué? Ah, eso… Intentaba crear una atmósfera bonita para que el grupo quede compensado. ¿No era lo que querías, hermanito?
—Por Dios, Carla, yo solo… Martin es amigo mío, ¿no puedo pedirle que venga? Además dijiste que eras la única que estaba sin pareja.
—Y te agradezco el detalle de que me hayas buscado una sin preguntarme siquiera si me apetecía. —Carla le dio unos golpecitos en el brazo mientras hablaba—. Vale más que no te entrometas en mis asuntos personales o me acostaré con él y tu vida será un infierno.
Pedro palideció visiblemente.
—No te atreverás.
—No me pongas a prueba, Pedro —dijo ella pinchándole con un dedo—. No me tientes.
—Hora de dar un paseo —terció Paula tirándole del brazo—. Hablo en serio. Es hora de pasear. Hay cosas en las que ni siquiera tú deberías meterte —musitó la joven llevándose a Pedro.
—¿Qué le pasa?
—Se ha cabreado contigo, claro. Te lo dije.
Pedro se apartó del trayecto de un disco volador y se detuvo.
—No se habría cabreado si tú no se lo hubieras dicho. ¿Por qué lo has hecho?
—Porque es amiga mía, y yo estaba furiosa contigo antes que ella incluso. Pero eso ya no tiene importancia. No puedes sacarte de la manga una pareja sin decírselo, Pedro, porque si no, se lo diré yo.
—Ya hemos topado con otra norma. Quizá Carla tendría que enviarme un memorando.
Paula lo tenía cogido de la mano y le dio un tirón.
—Tendrías que habértelo figurado.
—¿Figurármelo yo? Es ella quien ha agarrado a Martin y lo ha besado delante de todo el mundo.
—Debería haberlo arrastrado hasta los arbustos y haberle dado un morreo en privado, pero ya conoces a Carla. Es una descarada.
—¿Lo encuentras divertido? —Pedro se quedó mirándola—. Se ha puesto en evidencia. Está furiosa conmigo, y ahora me tocará hablar con Martin. Yo no lo encuentro divertido.
—No, no hables con él. Déjalo, señor Arreglalotodo. Ya son mayorcitos.
—Tú tienes tus reglas, yo las mías.
—A veces no sé lo que… —Paula desvió la mirada, y luego volvió a mirarlo a la cara—. ¿Con cuántos chicos hablaste y/o aconsejaste en mi caso?
Pedro se metió las manos en los bolsillos.
—El pasado, pasado está.
—Es contigo mismo con quien deberías tener una charla.
—Ya lo he hecho, créeme, y no me ha servido de mucho. Ahora prefiero saborearte.
—¿Saborearme?
—Sí. Tú que entiendes de sabores sabrás que algunos son irresistibles. El tuyo, por ejemplo.
Paula soltó un breve suspiro y le acarició el rostro.
—Casi estás perdonado. Vayamos por el camino largo. Nos abrirá el apetito
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