viernes, 17 de marzo de 2017

CAPITULO 27 (TERCER HISTORIA)




Al cabo de quince minutos Paula decidió que entre los dos conocían a demasiada gente. Quisieron pasear por el parque, y el paseo consistió en ir saludando y soportando la curiosidad indiscreta de los que por primera vez los veían como pareja. Los rumores eran persistentes como el zumbido de un mosquito.


—Al menos la señora Babcock lo ha preguntado directamente —comentó Paula mientras daban media vuelta para desandar el camino.


—¿El qué? —dijo Pedro mirándola fijamente.


—«¿Qué pasa entre estos dos? ¿Salen juntos? ¿Se acuestan? ¿Qué hace Pedro Alfonso con Paula Chaves? ¿Desde cuándo están juntos? ¿Van en serio?» Tengo la sensación de que debería haber tenido redactado una declaración de objetivos.


—A la gente le gusta meter baza en la vida de los demás, sobre todo cuando existe la posibilidad de destapar un escándalo o parece que hay sexo de por medio.


—Noto miraditas a mi espalda. —Paula movió los hombros como si quisiera sacudírselas de encima—. ¿A ti no te molesta?


—¿Por qué? De hecho pienso que es mejor darles algo de que hablar. —Pedro la tomó al vuelo y le dio un beso apasionado—. Ya está. La respuesta a sus preguntas. Vayamos a comer esa ensalada de patata.


A él le resultaba sencillo porque trataba a la gente con naturalidad, pensó Paula. Además, era Pedro Alfonso, de los Alfonso de Connecticut, y eso significaba mucho en Greenwich. A Paula no le importaba, y sospechaba que él solo recurría a su nombre cuando era estrictamente necesario. Sin embargo, era un dato relevante para los demás.


Pedro no solo tenía nombre, sino posición social y económica. En su primera salida en público como pareja, Paula tomó conciencia de que el papel de Pedro implicaba otras facetas aparte de la de amigo de infancia y amante potencial.


Sexo y escándalo, pensó. Bien, en su familia había habido bastante de eso. Dedujo que la gente le echaría en cara el pasado y que sería la comidilla de las fiestas y los clubes de tenis. Todos se dedicarían a especular sobre los motivos que la habían llevado a fijarse en Pedro. Pero le daba igual. No permitiría que los cotilleos le afectaran. A menos que eso influyera en él o en Carla.


—Le estás dando a la mollera —dijo Maca acercándose para darle un codazo cariñoso—. No está permitido comerse el coco en un día de fiesta nacional.


—No pensaba nada… —Aunque aprovechando la ocasión…—. ¿Alguna vez te has preguntado qué hacemos aquí tú y yo?


Maca tenía los dedos pringados de glaseado y se los lamió.


—¿Es un pensamiento zen?


—No, eso sí sería darle a la mollera. Hablo de ti y de mí en concreto, de las dos niñas que fueron a la escuela pública y vivieron una infancia accidentada con una familia de pena.


—Mi infancia fue más turbulenta que la tuya.


—En eso me ganaste.


—Sí… —Maca se quedó observando su vaso de limonada—. Hablando de baches en el camino, Lourdes regresó ayer.


—No nos habías dicho nada.


Maca se encogió de hombros.


—Ese tema ya no me preocupa. Vive en Nueva York con su nuevo marido y sigue martirizándome, aunque a una distancia prudente.


—Esperemos que siga así.


—Me da igual, porque el premio gordo lo tengo en casa —dijo Maca mirando a Sebastian, que estaba hablando con un par de alumnos que había encontrado entre el gentío.


—Sebastian es fantástico —comentó Paula—. ¿Tuvimos algún profesor tan mono como él?


—El señor Zimmerman, que nos dio Historia de Estados Unidos. Era monísimo.


—Ah, sí. El profe Zim. Muy mono pero gay.


Con los ojos verdes abiertos como platos, Maca bajó el vaso de limonada.


—¿Era gay?


—Por supuesto. Debías de estudiar en la academia cuando saltó la noticia.


—Me perdí muchas cosas buenas de tanto ir arriba y abajo. En fin, gay o hetero, fue el protagonista de mis sueños adolescentes. Por el profe Zim.


—Por el profe Zim —repitió Paula entrechocando su lata con el vaso de Maca.


—Bueno —concluyó Maca retomando la palabra—, hablabas de ti y de mí.


—Prefiero hablar de Emma. Nació en una familia estructurada. Aunque son muchos, son firmes como una roca. Eso es un privilegio. Luego viene Carla. Los Alfonso son el no va más de Greenwich. A continuación estás tú, que con una madre loca y un padre irresponsable nunca sabías por dónde andabas. Y por último yo, con un padre que se mete en problemas con Hacienda y se lía con una amante. Mi familia se arruina y todos dejan de hablarse. Conservamos la casa por los pelos, y a mi madre le sienta peor tener que despedir al servicio que enterarse de la existencia de una amante. ¡Qué época más extraña!


Maca le dio un codazo en el brazo en señal de solidaridad.


—Eso está superado.


—Es cierto, y aquí estamos. Pensaba que no lo conseguiría, sobre todo mirando el pasado. Me sentía avergonzada, y estaba confusa y furiosa. Imaginaba que me largaría al cumplir los dieciocho.


—Estudiaste en Nueva York y te buscaste la vida. Fue tan divertido… sobre todo para mí. Tener una amiga con piso en Nueva York… joven, soltera y con su sueldecillo… Lo pasamos muy bien, cuando no nos deslomábamos a trabajar.


Paula encogió las piernas y apoyó la mejilla en ellas. Seguía mirando fijamente a Maca.


—Tú y yo siempre hemos tenido que trabajar. No quiero decir que Emma y Carla se tumbaran al fresco, pero…


—Tenían un colchón —terció Maca asintiendo—. Tú y yo, no. Pero las teníamos a ellas.


—Es verdad. Ellas fueron nuestro colchón.


—Por eso tampoco me preocupa tanto. Aquí estamos, y eso es lo que cuenta. Mira, veo un bonito premio por ahí, y dedicado a ti.


Paula levantó la cabeza y se quedó mirando a Pedro.


—No lo he reclamado aún.


—Sé que hay dinero en juego, Chaves, pero he de preguntártelo: ¿cómo te explicas que aún no lo hayáis hecho?


—No me lo explico.





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