miércoles, 15 de febrero de 2017
CAPITULO 51 (PRIMERA HISTORIA)
No hubo ninguna juerga de borrachos ni se le brindó escapatoria alguna. Pau agradeció haber estado tan acertada al quedar con Pedro en casa de sus padres porque así podría conducir en soledad y disponer de tiempo para calmarse.
«Tirate a la piscina», se recordó. Era buena nadadora. En general. Siguió las indicaciones que Pedro le había dado, señalizadas con todo detalle, y llegó al hermoso y tranquilo vecindario.
Encontró exactamente lo que se esperaba: una casa genuina, estilo Nueva Inglaterra, típica de la clase media-alta; la nieve derritiéndose sobre el extenso césped; unos árboles crecidos, con carácter; los arbustos bien podados y las verjas inmaculadas.
Digno, pero sin ser estirado. Acomodado, pero no ostentoso.
¿Que diantre estaba haciendo allí?
Con el corazón en un puño, Pau aparcó a la izquierda del doble camino de entrada, tras el Volvo de Pedro. «Cuántos coches...>>, pensó. Le pareció terrible ver tantos coches aparcados junto a aquella recia casa de dos plantas con un porche bien cómodo para sentarse.
Balo la visera y se miró en el espejito por si tenía que retocarse el maquillaje- <<¿Y si hay alguien mirando? Le pareceré ridícula y cursi. Caray, Pau, sobreponte.>>
Salió del automóvil y cogió del asiento de atrás un cesto de de flores. había considerado ese simple gesto una media docena de veces. Regalar a la anfitriona las flores sobrantes de una boda, ¿era un detalle de mal gusto?
La votación se había inclinado a favor de que el detalle era dulce y considerado, pero...
Ya era demasiado tarde.
Pau subió los peldaños del porche deseando fugazmente haber comprobado su maquillaje y llamó a la puerta.
Tardó unos cuantos segundos (porque no estaba preparada), pero sintió un amago de alivio al ver el rostro familiar de Silvia.
-¡Hola! ¡Qué pasada, son preciosas! Mamá alucinará. Bienvenida al manicomio de los Alfonso. -Tiró de Pau para que entrara -. La Wii - aclaró Silvia gesticulando hacia el lugar de donde provenían los gritos-. ¿Conoces el juego? Se lo regalamos a papá por Navidad. Nico y Sam, que es mi cuñado, se enfrentan a los niños en un partido de béisbol. Espera, te aguanto esto mientras te quitas el abrigo. Casi todos están en el salón. ¡Oh, llevas los pendientes! ¿Verdad que son fabulosos? Dame el abrigo.
Silvia devolvió el cesto a Pau y se quedó con el abrigo. Pau, advirtiendo que todavía no había pronunciado ni una sola palabra, sonrió.
-Mamá se está agobiando con la cena. Está nerviosa. ¿Tú no? La primera vez que conocí a la familia de Nico yo estaba tan nerviosa que me escondí en el baño durante diez minutos. No se me ocurrió que Georgia, la madre de Nico, también estaría hecha un flan. Luego me contó que se había cambiado de vestido tres veces antes de que yo llegara. Eso me hizo sentir mejor. O sea, que mamá está nerviosa. Lo digo para que te tranquilices.
-Gracias. Me sirve.
Siguiendo a Silvia, Pau entrevió gente moviéndose en un espacio abierto y luminoso. Pedro estaba riendo con un hombre muy apuesto con el pelo blanco y la barba recortada.
De la cocina salía un aroma buenísimo a comida casera.
«Uno de esos momentos», acertó a pensar Pau. Un momento en familia. Nunca había vivido algo así, pero era capaz de reconocerlo cuando lo veía.
-Eh, hola a todos. Ha llegado Pau.
El movimiento se detuvo. Como una foto fija, pensó la joven, que acababa de convertirse en el centro de atención.
Pedro fue el primero en moverse. Se alejó del mármol donde estaba apoyado y fue a saludarla.
-Has venido. -Le dio un beso por encima de los fragantes lirios de agua y de las rosas Bianca. Como ella asía el cesto con ambas manos, Pedro le pasó un brazo por los hombros y se volvió-. Mamá, te presento a Paula.
La mujer que se le acercó desde los fogones tenía una expresión grave y unos ojos claros. Su sonrisa era educada, cálida, con un deje de reserva, según le pareció observar.
-Encantada de conocerte, finalmente.
-Gracias por haberme invitado, señora Alfonso -dijo Pau ofreciéndole el cesto- son unas flores de la celebración de hoy. Emma, ya conoce a Emma, es quien hace los arreglos. Hemos pensado que le gustarían.
-Son impresionantes -dijo Pamela inclinándose para olerlas-. Y deliciosas. Gracias. Silvia, ponlas en la mesita de centro, ¿quieres hacer el favor? Las disfrutaremos todos. ¿Te apetece una copa de vino?
-Me encantaría.
-Diana, sirve a Pau un poco de vino
-Es mi hermana Diana -dijo Pedro.
-Hola. ¿Cabernet o Pinot? Tomaremos pollo.
-Ah, Pinot, gracias.
-Mi padre, Mauricio Alfonso. Papá. ..
-Bienvenida. -El padre de Pedro estrechó con fuerza la mano de Pau-. Irlandesa, ¿verdad?
-Ah, una parte de mí lo es.
-Mi abuela tenía el pelo como tú. Luminoso como una puesta de sol. Así que eres fotógrafa.
-Sí. Gracias- dijo Pau cuando Diana le ofreció una copa de vino-. Mis socias y yo tenemos una empresa que organiza bodas y celebraciones. Bueno, eso ya lo sabe usted porque estamos preparando la boda de Silvia.
Mauricio esbozó una sonrisa burlona.
-Como padre de la novia, acabo de recibir las facturas.
-Oh, papá. ..
Mauricio guiñó un ojo a Pau mientras Silvia ponía cara de circunstancias.
-Enviamos una petaca con la última factura.
La carcajada que él soltó fue estentórea, franca.
-Me gusta tu chica, Pedro.
-A mí también.
Cuando se sentaron a cenar, Paula ya se había hecho una composición de lugar. Mauricio Alfonso era risueño, adoraba a los suyos y era adorado por su familia. A pesar de ser médico, era su esposa quien tomaba el pulso a los demás.
En su opinión, funcionaban como un equipo, un equipo que parecía sólido. Pero en las cuestiones de importancia, era Pamela quien dirigía la función.
Silvia era la pequeña, un torrente de energía y diversión, una mujer segura, afectuosa y enamorada. Su prometido se comportaba, y era tratado, como si fuera un hijo. Supuso que la adoración que sin duda él sentía por Silvia le había hecho ganar muchos puntos.
Diana, la mayor, era del tipo mujer mandona. La maternidad era su especialidad, y a los niños se les veía contentos, pero ella parecía algo insatisfecha. No era joven ni empezaba la vida como Silvia, pero tampoco se la veía complacida y cómoda como a su madre. Su marido era un hombre tranquilo que gastaba buen humor con los niños. Pau tuvo la sensación de que su temperamento calmado a menudo la desquiciaba.
Comprendió las relaciones que existían entre ellos, sus personalidades, la manera en que estas creaban y recreaban imágenes distintas. Aquella era la viva estampa de la tradición, la conversación de los domingos cenando en familia, fragmentos de sus vidas que se intercambiaban alrededor del puré de patatas.
Ella era el factor X. El elemento externo que, al menos por el
momento, distorsionaba la imagen.
-Durante los fines de semana debe de ser cuando tienes más trabajo -comento Pamela.
-Casi siempre. También hay muchas celebraciones entre semana, por la noche.
-Y entre semana también hay mucho trabajo -apuntó Pedro-. Pau lo planifica todo. No es solo ir por ahí con la cámara, sino lo que viene después. He visto un par de paquetes, que son los álbumes que hace Paula. Una obra de arte.
-Ahora todo es digital comento Diana- encogiéndose de hombros mientras pinchaba un trozo de pollo.
-básicamente. Aunque de vez en cuando todavía uso película. La cena esta buenísima, señora Alfonso. Le debe de gusta mucho cocinar.
-Me encanta elaborar y presentar una gran comida. Y llámame Pamela. Y también me gusta la idea de que cuatro mujeres, cuatro amigas, funden y lleven una empresa juntas. Gestionar tu propia empresa implica mucho aguante, mucha dedicación, por no hablar de la creatividad que hay que echarle
-Es un negocio tan alegre… intervino Silvia- Es como estar siempre de fiesta. Flores, vestidos preciosos, música, champán…
-Las bodas cada vez se complican mas. Tiempo, nervios y mucho gasto para un solo día. -Diana alzo un hombro torciendo el gesto- A la gente le preocupa mas sentar a los invitados o elegir el color de una cinta que lo que representa el matrimonio. Y los que se casan terminan tan cansados y estresados por estas cosas que el recuerdo de ese día acaba siendo confuso.
-Tu disfrutaste de tu día, Di- protesto Silvia con la mirada a encendida-. Ahora me toca a mí disfrutar.
-Lo único que digo es que cuando llegue al altar, estaba tan agota a que casi no recuerdo cómo dije «Sí quiero»
-Pues lo dijiste -comentó su marido sonriéndole-. Y fue muy bonito.
-Aunque fuera así…
-Tienes toda la razón- la interrumpió Pau- Puede ser agotador, y en este sentido el día más intenso e importante de un vida puede convertirse en todo lo contrario, incluso en algo aburrido. Nosotras estamos ahí para evitarlo. Créeme, si hubieras contado con mis socias cuando planeabas tu boda, ese día no te habría quedado borroso.
-No quiero criticar lo que hacéis, de verdad. Solo digo que si los que tienen que celebrar algo así no se sintieran obligados a hacer un montaje tan exagerado, en fin… no necesitarían empresas como la vuestra que se encargaran de todo
-Es posible- dijo Pau alegremente-. De todos modos, aunque la novia se agobie y se preocupe, puede dejarnos a nosotras los detalles. Todos los que le apetezcan. Ella… lo siento Nico- añadió Pau con una sonrisa-, ella es el centro de atención ese día, y para nosotras incluso desde unos meses antes, cuando empezamos a ocuparnos. Es nuestro trabajo.
-Estoy segura de que sois muy buenas. De hecho, esto es lo que he oído, tanto de vosotras como de vuestra empresa. Lo que pasa es que yo soy de las que piensan que menos es mas.
-Todo es cuestión de gustos y de personalizar, ¿no? Dijo Pamela cogiendo la cesta de los panecillos-. ¿Quieres mas pan?
-Yo no quiero algo tan simple. Quiero divertirme.
-Eso nos quedo muy claro.- Pau dedico una fugaz sonrisa a Silvia-. De todos modos, lo de menos es mas siempre depende de los gustos y de como lo personalicemos. Lo simple también implica cuidar el detalle. Hoy hemos celebrado una boda pequeña, simple. A ultima hora de la mañana. La hermana de la novia era la única dama. La novia llevaba un ramo pequeño, atado a mano, y unas flores en el pelo en lugar de velo. Luego, almuerzo con champán y un trío de jazz para bailar. Ha sido precioso. Ella estaba radiante. Y calculo que Votos ha dedicado unas ciento cincuenta horas a asegurarse de que todo fuera perfecto para ella. Estoy segura de que recordara cada minuto de este día.
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Excelentes los 5 caps. Qué vieje insoportable Lourdes. Y qué mala onda Diana.
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