miércoles, 22 de marzo de 2017
CAPITULO 45 (TERCER HISTORIA)
La encontró en la cocina principal sumida en plena actividad.
—Voy un poco retrasada —se justificó Paula—. No sigo un horario como Carla, pero…
Pedro se interpuso en su camino, la atrajo hacia sí y se recreó con un largo y cálido beso. Cuando notó que ella cedía el punto justo, se retiró.
—Hola.
—Ah, hola… ¿Te estaba contando algo antes de que mis neuronas se fundieran?
—Algo decías sobre tu horario.
—Ah, sí. He puesto a enfriar una botella de Sauvignon blanco. ¿Por qué no la descorchas y la probamos mientras voy acabando de preparar la cena?
—Me gusta que mi tarea principal sea descorchar el vino. ¿Qué problema ha habido durante el ensayo? —preguntó Pedro yendo a por la botella.
—Qué problema no ha habido, dirás. —Paula giró la cabeza y lo fulminó con sus ojos azul campanilla—. La novia ha sabido esta semana que está embarazada.
—Buf.
—Los dos se lo han tomado bien. De hecho, esta noticia inesperada no ha supuesto un problema para ellos, sino una sorpresa.
—Mejor así.
—Es cierto, pero eso ha añadido más presión… y la novia está más sensible y muy cansada. Se ha echado a llorar mientras los niños intentaban asesinarse entre sí. La MDNO ha terminado exhausta, y el calor la ha rematado. Quizá porque ya estaba agotada. Añade a todo eso un amigo del novio que ha empezado a celebrar la boda antes de la cuenta, y ya puedes imaginar cómo ha ido esta maravillosa jornada.
Paula puso a hervir el agua para la pasta, añadió aceite de oliva en una sartén y fue a coger los ingredientes de la ensalada que había preparado con la ayuda de la señora Grady.
—Menos mal que tenía la cena a medio hacer. De todos modos, esperaba escabullirme durante el ensayo, pero como no ha podido ser, falta trocear las verduras. —Pedro le pasó una copa de vino—. Gracias.
Paula tomó un sorbo y se puso a pelar y a laminar el ajo.
—Me siento culpable de que tengas que cocinar después de haber trabajado todo el día. ¿Quieres que te ayude? Soy bastante diestro con el cuchillo.
—No, todo está controlado.
Satisfecho por no tener que hacer nada, Pedro la observó mientras ella añadía el ajo y unas tiras de pimiento rojo al aceite.
—Esto es nuevo para mí.
—¿Eh?
—Verte cocinar. Cocinar para la cena, claro.
—Ah, de vez en cuando practico un poco. He aprendido cosas de la señora Grady, y también de haber trabajado en restaurantes. Es un cambio de ritmo bastante interesante. Cuando me sale bien.
—Parece que siempre estás a cargo de la cocina. Que conste que lo he dicho como un cumplido —aclaró Pedro al ver que ella fruncía el ceño.
—Supongo que sí, siempre y cuando eso no me sitúe en el mismo bando que a Julio.
—Estás en un bando completamente diferente. Y en otro terreno.
Paula añadió un poco de mantequilla al aceite y fue a buscar unas gambas.
—Bien, porque no suele gustarme, ni quiero, tener compañía en la cocina. De todos modos es raro que me dé por lanzar cuchillos. —Paula añadió las gambas al aceite y metió la pasta en el agua hirviendo.
—¿Te sabes de memoria los ingredientes y cuándo es el momento de añadirlos?
—A veces. ¿Quieres que te dé clases?
—Ni hablar. Los hombres de verdad se dedican a la barbacoa.
Paula se rió y, armada con una cuchara en una mano y un tenedor para la pasta en la otra, removió ambas cosas a la vez.
—Pásame el vino, por favor.
—Borrachina. —Y le pasó la botella.
Paula dejó el tenedor y vertió una copa de vino en la sartén.
Pedro esbozó una mueca de disgusto.
—Ese vino es muy bueno.
—Entonces también será bueno para cocinar.
—Sin duda. —Se fijó en sus manos, rápidas, eficientes, y pensó que nunca se había percatado de ese detalle—. ¿Qué hay para cenar?
—De segundo, linguine con frutos de mar. —Paulal hizo una pausa para tomar un sorbo de vino—. También hay ensalada verde, un pan a las finas hierbas recién hecho, para remojar, y de postre, crème brûlée aromatizada con vainilla en rama.
Pedro bajó la copa y observó a su Paula, con el pelo recogido con un pasador, como acostumbraba en el trabajo, y las manos actuando con rapidez y eficacia.
—Estás de broma.
—Sé que tienes debilidad por la crème brûlée —precisó ella alzando un hombro sin darle importancia mientras los aromas de la cena impregnaban el ambiente de la cocina—. Y he pensado que, puesta a cocinar, mejor elegir un menú que te guste.
Pedro pensó que debería haberle llevado flores, vino o… algún que otro obsequio. Comprendió que, llevado por la fuerza de la costumbre, no se le había ocurrido, que había ido a la finca como quien regresa a casa.
La próxima vez no lo olvidaría.
Cuando el vino comenzó a bullir, Paula bajó el fuego y tapó la sartén. Probó la pasta, consideró que ya estaba hecha y la escurrió. A continuación sacó una bandeja de aceitunas de la nevera.
—Ahí tienes un tentempié —dijo, y centró su atención en la ensalada.
—¿Sabes cuando antes te he dicho que siempre te veía metida en la cocina?
—Ajá.
—El hecho de que estés al mando te vuelve espectacular.
Paula alzó los ojos y parpadeó de la sorpresa. Pedro lamentó de nuevo no haberle llevado unas flores.
—Ya te he prometido la crème brûlée —acertó a decir ella.
—Eres preciosa. Siempre lo has sido. —Nunca se lo había dicho de esa manera—. Al cocinar se ve, del mismo modo que se le ve a un bailarín al bailar o a un atleta al practicar deporte. Nunca me había dado cuenta hasta ahora. Será porque me he acostumbrado a verte horneando a todas horas. Es como si lo diera por sentado. Tendré que andar con cuidado para no hacer eso.
—Entre tú y yo no hace falta andar con cuidado.
—Yo creo que sí. Sobre todo porque nos hemos acostumbrado el uno al otro.
Quizá la expresión no fuera ir con cuidado, sino cuidar del otro, pensó Pedro. ¿No era eso lo que estaba haciendo en esos momentos Paula? Estaba cuidando de él, preparando un menú a su gusto porque sabía que había tenido un día muy complicado. Eso sí era una novedad, y no tenía nada que ver con el hecho de que salieran juntos o se acostasen.
Al menos, no tendría que ser así.
Pedro ignoraba adónde les llevaría esa relación, pero en sus manos estaba empezar a prestarle más atención.
—¿Quieres que ponga la mesa? —le preguntó.
—Ya está puesta.
A Pedro le encantó notar cierto sofoco en Paula.
—He pensado que podríamos cenar en el comedor porque…
—Me parece perfecto. ¿Y Carla?
—Ha cumplido con su papel de buena amiga y esta noche ha decidido desaparecer.
—¡Qué simpática!
Paula se volvió, comprobó la salsa, añadió mantequilla y unas vieiras y exprimió un poco de limón.
—Huele de maravilla.
—No está mal. —Añadió unas hierbas, sal y pimienta, y removió un poco—. Tiene que cocer un par de minutos más y luego reposar. El plato es resultón.
—Tal como yo lo veo, es más que eso.
—Yo no sabría redactar un escrito legal, sobre todo porque no acabo de entender lo que es. Supongo que los dos hemos elegido unas profesiones seguras. —Paula cruzó la mirada con la de él mientras mezclaba la ensalada—. La gente siempre tendrá que comer, y necesitará abogados.
—Tanto si quieren como si no, tendrán que vérselas con los abogados.
Paula se echó a reír.
—Yo no he dicho eso. —Abrió un cajón y sacó un encendedor—. Es para las velas —le dijo—. Ve a encenderlas, y llévate la ensalada
Pedro la notó un poco nerviosa cuando se llevó la ensaladera al comedor. Pensó que quizá ella no se habría dado cuenta. Se fijó en que había puesto la vajilla buena, unos candelabros estilizados para las velas y un jarrón de cristal azul con unos girasoles esplendorosos. Las mujeres de su vida tenían el talento y la vocación de embellecer las cosas. Le hacían la vida agradable a uno cuidando de pequeños detalles que, combinados entre sí, creaban el escenario perfecto.
Podía considerarse un hombre afortunado.
Muy afortunado, pensó un momento después cuando se sentaron frente a la ensalada, el pan recién horneado y el vino.
—Cuando estemos en la playa… —Pedro se interrumpió al oír que ella gemía—. ¿Qué pasa?
—Lo siento, siempre tengo un orgasmo cuando pienso en las vacaciones.
—¿De verdad? —Divertido ante la respuesta, la observó mientras se llevaba un poco de ensalada a la boca, percibió un destello en su mirada—. Pronunciaré la palabra a menudo. Decía que cuando estemos en la playa te asaré un filete en la barbacoa que te chuparás los dedos. De hecho, voy a proponer a los hombres que organicemos en serio una comida. Lo único que os pediremos es que comáis.
—Me apunto. En mi despacho he colgado un calendario en el que voy tachando los días que faltan. Como hacía de pequeña cuando esperaba que llegaran las vacaciones escolares. Así es como me siento ahora: como una niña suspirando por el verano.
—La mayoría de las niñas no tienen orgasmos cuando piensan en las vacaciones. Al menos, que yo sepa.
—Veo que a ti te gustaba más la escuela que a mí —apostilló Paula bebiendo un poco de vino, al tiempo que él reía—. Yo lo paso mejor con mi trabajo actual que cuando estudiaba, y aun así estoy dispuesta a largarme un par de semanas. Tengo ganas de dormir hasta el mediodía, de holgazanear y leer sin pensar que tendría que estar haciendo otra cosa, de olvidarme del traje chaqueta, de los tacones y las reuniones. ¿Y tú?
—Secundo lo último, salvo en lo de los tacones. Me apetece no tomar decisiones, plantearme sólo si me tomo una cerveza o me echo una siesta. Me sentará bien.
—Ay, las siestas… —Paula suspiró y cerró los ojos.
—¿Otro orgasmo?
—No, un cosquilleo íntimo. Estoy impaciente. ¡Qué sorpresa tan agradable nos dio Carla cuando nos dijo que habíais comprado la casa! ¿No es fantástico?
—Me siento satisfecho. Carla confió en mí sin haberla visto. Solo le enseñé un par de fotografías. Es una buena inversión, sobre todo teniendo en cuenta cómo va ahora la economía del país. Hemos hecho una buena operación.
—Ahora habla el abogado. ¿Es bonita?
—En los dormitorios se oye el mar, y se ve desde las ventanas delanteras. Hay un estanque, y se respira calma y tranquilidad.
—Vale, no hace falta que me cuentes nada más. No podría soportarlo. —Paula se estremeció y se levantó para retirar los platos de la ensalada—. Ahora vuelvo.
—Puedo…
—No, me encargo yo. ¿No habías dicho que era yo quien estaba al mando?
Pedro le llenó la copa y se reclinó en su silla para paladear el vino. En ese momento ella regresó con el segundo plato. Había aderezado la pasta con unas ramitas de romero y albahaca.
—Paula, esto tiene una pinta increíble.
—Nunca subestimes el poder de una buena presentación —dijo ella sirviéndole.
—¡Está riquísima! Tanto, que ya no me siento culpable —exclamó Pedro tras el primer bocado—. Bueno, lamento que Carla se lo haya perdido.
—Le he dejado una ración en la cocina. Bajará de puntillas a buscarla.
—Se acabó la culpabilidad —dijo Pedro tomando otro bocado—. Ahora que ya te has estrenado, te pediré que prepares más cenas como esta.
—Si tú te encargas de la barbacoa de vez en cuando.
—Trato hecho.
—¿Sabes? Ayer estuve a punto de llamarte. Me apetecía organizar una cena al aire libre, pero tuve un encontronazo con Lourdes y…
—¿Un encontronazo?
—Carla se había ido a una reunión, y como yo había terminado la jornada decidí ir a buscar a Emma para preguntarle si le apetecía nadar un rato. De camino vi a Lourdes frente a la puerta de casa de Maca, dispuesta a entrar, a pesar de que ellos no estaban. Eso me enfureció.
Pedro entornó los ojos de rabia.
—Carla le dijo que no volviera a poner los pies en la finca.
—Sí, y a Lourdes le entró por un oído y le salió por el otro. En fin, hubo una escena muy desagradable y terminé echándola.
—¿Qué escena?
Paula se reprimió y no le contó lo que había pasado.
—Lourdes es especialista en montar escenas. Lo importante es que salí ganando.
—¿Qué te dijo?
—Me dijo que no tenía autoridad suficiente para echarla y cosas así… Me asombra que alguien como esa mujer haya tenido algo que ver con el nacimiento de Maca. No sé si llegará a entender algún día que su hija no lo dejará todo para hacer su santa voluntad.
Pedro advirtió que rehuía el tema y la tomó de la mano para manifestarle su apoyo.
—Te dio un disgusto.
—Claro que sí. Es Lourdes. Da disgustos solo por el hecho de existir. Oye, ¿no podríamos conseguir una orden de alejamiento? Podríamos alegar que esa mujer es un coñazo.
—¿Por qué no me llamaste?
—¿Para qué? Conseguí que se marchara.
—Pero te disgustaste.
—Pedro, si te llamase cada vez que me pasa eso, siempre andaríamos colgados del teléfono. Lourdes se marchó, y Emma y yo fuimos a nadar, aunque se me quitaron las ganas de cenar al aire libre. No dejemos que ahora nos estropee los linguine.
—No podría, pero si vuelve, quiero saberlo.
—Muy bien.
—Prométemelo. Si vuelve, me encargo yo, pero tengo que saberlo antes.
—Me parece bien. Te lo prometo. ¿De verdad no puedes conseguir una orden de alejamiento alegando que es un coñazo?
—Hay otras maneras de pararle los pies a Lourdes. Maca nunca quiso que me ocupara, pero ahora las cosas han cambiado.
—¿Puedo hacerte una consulta legal? Ella cometió allanamiento de morada técnicamente. Si yo la echo a patadas, ¿podría denunciarme por agresión?
Pedro sonrió porque comprendió que ella estaba esperando ese gesto.
—Zona turbia. Pero te sacaría del apuro.
—Me alegro de saberlo, porque la próxima vez no seré tan educada. Bueno, hablemos de cosas más alegres. Me reuní con Silvia Maguire y su novio para hacer la degustación y aprobar el diseño del pastel. Me divertí muchísimo.
La cena transcurrió entre comentarios desenfadados y novedades sobre las amistades mutuas. Sin embargo, Pedro seguía preguntándose qué habría dicho Lourdes para disgustar tanto a Paula.
Tras la cena, y antes de dar un paseo, encontraron en la cocina una divertida nota de Carla.
Felicidades a la chef.
En agradecimiento a sus esfuerzos, lavaré yo los platos. Ni os atreváis a contradecirme.
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