miércoles, 22 de marzo de 2017
CAPITULO 44 (TERCER HISTORIA)
Como era de esperar, para una vez que Paula necesitaba que el ensayo discurriera con tranquilidad y rapidez, se encontró con un circo ambulante que presentaba los números de la novia llorona (por el baile de hormonas quizá), de la MDNO mareada por el calor y del acompañante del novio, achispado por haber ensayado un poco más de la cuenta la celebración. Por si fuera poco, la niña que llevaba las flores y el niño de los anillos, que además eran hermanos, habían elegido la ocasión para hacer gala de su rivalidad fraternal.
Con los dos niños corriendo y gritando, la novia cediendo a un ataque de llanto en brazos de su madre y la MDNO abanicándose a la sombra, Paula no pudo escabullirse como tenía planeado.
Carla manejó muy bien la situación; todas estuvieron a la altura, pero Carla parecía estar en todas partes a la vez. Se apresuró a servirle agua a la MDNO, café con hielo al amigo del novio, controló a los niños y distrajo al novio.
La DDH, que era la madre de los niños guerreros, hizo lo que pudo para restablecer el orden. Sin embargo, Paula, que estaba sirviendo té frío a los clientes, se dio cuenta de que esos chiquillos la superaban.
—¿Dónde está el padre? —le preguntó en voz baja a Emma.
—En viaje de negocios. Su avión se ha retrasado. Está de camino. Me encargaré de la niña, a ver si puedo entretenerla enseñándole a hacer un ramillete de flores. Quizá podrías ocuparte tú del niño…
—Sebastian es el profesor. Él es la persona indicada.
—Está atareado con el amigo borrachín. Creo que a la DDH le iría bien un descanso. Podría echarle un cable a la MDNA y ayudarnos a consolar a la protagonista. Maca y Carla se encargarán del resto.
—Muy bien, de acuerdo.
Emma fue a calmar a la madre y Paula dejó encima de la mesa el té helado y los vasos, y se acercó al niño.
—Ven conmigo.
—¿Por qué?
—Porque sí.
El niño pareció entender la respuesta, aunque frunció el ceño con expresión rebelde. Siguió a Paula arrastrando los pies y mirando a su hermana con cara de pocos amigos.
—No quiero llevar esmoquin.
—Yo tampoco.
El chiquillo soltó un bufido despreciativo.
—Las chicas no van con esmoquin.
—Si quieren, sí. —Paula lo miró fijamente. Dedujo que tendría unos cinco años y que era muy listo, cualidad que se le notaría si no estuviera agotado, nervioso y enfurruñado—. Mañana todos los hombres irán con esmoquin. Claro que… a lo mejor eres demasiado pequeño para ponerte uno.
—¡No soy pequeño! —exclamó el niño sintiéndose insultado—. Tengo cinco años.
—¡Qué alivio! —dijo Paula llevándolo al estanque—. Las cosas se complicarían si tuviéramos que buscar a otra persona para que mañana se encargara de los anillos. Los novios no pueden casarse sin anillos.
—¿Por qué?
—Porque no. Tendremos problemas si hay que buscar a otro. Tu trabajo es muy importante.
—¿Más que el de Tissy?
Paula comprendió que ese era el nombre de su hermana.
—Su trabajo también cuenta, pero es un trabajo de niñas. El tuyo es de chicos. Ella no puede llevar esmoquin.
—¿Aunque quiera?
—Ni siquiera así. Mira eso —dijo señalando una hoja de lirio que había en la orilla y servía de balsa a una rana de vientre hinchado.
Pedro llegó a la finca en ese momento y la vio junto al estanque, cerca de las ramas caídas del sauce llorón, asiendo de la mano a un niño de pelo rubio y claro como el suyo.
Esa imagen lo tomó por sorpresa, y sintió un vahído en el estómago. La había visto con niños otras veces. En general siempre había algún que otro crío en las bodas, pero… la escena que se desarrollaba ante sus ojos le resultó extraña, como si fuera un sueño. El niño y ella junto al estanque, cogidos de la mano, sus rostros difusos a causa de la distancia, y sus cabellos bañados por la luz del sol.
Vio que tomaban el camino de regreso mirándose a los ojos.
—Eh, Pedro.
Salió de esa extraña ensoñación y se volvió hacia Sebastian.
—Hola, ¿qué tal va?
—Ahora bien, por lo que parece. Hace diez minutos la situación era crítica. Estamos a punto de empezar. Otra vez.
—¿Hoy tocaba un ensayo difícil?
—Te aseguro que sí. Creo que Paula… Ah, ahí está.
Paula se detuvo para charlar con una mujer que llevaba a una niña pequeña subida a la cadera. Intercambió con ella unas risas y luego se inclinó hacia el chiquillo para murmurarle algo al oído. El pequeño sonrió como si acabara de prometerle que le regalaría galletas durante toda su vida.
Pedro fue a su encuentro.
—¿Has hecho un nuevo amigo?
—Eso parece. Vamos retrasados.
—Me lo han dicho.
—Carla reconducirá la situación —afirmó ella al oír que su amiga invitaba a los presentes a ocupar sus puestos.
Pedro y Sebastian se retiraron de la escena, y Carla empezó a dar instrucciones mientras las demás se ocupaba de colocar a clientes y familiares.
Al ver que todos sonreían, Pedro pensó que aquello iría como la seda. No se le escapó la fugaz sonrisa que Paula intercambiaba con el pequeño mientras este caminaba hacia la pérgola.
Unos momentos después, Paula le hizo señas a Pedro y se metió en la casa.
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