miércoles, 1 de marzo de 2017
CAPITULO 40 (SEGUNDA HISTORIA)
—He exagerado.
Tras un duro día de trabajo, durante el cual había repasado mentalmente un montón de detalles sobre Pedro, Paula se encontraba con sus amigas en la sala del tercer piso de la
mansión.
—Ya juzgaremos eso nosotras —dijo Laura dándole un bocado a una porción de la excepcional pizza casera de la señora Grady.
—Pedro no ha hecho nada malo. Ni siquiera un comentario desacertado. Estoy enfadada conmigo misma.
—Vale, pero tú tiendes a enfadarte contigo misma en lugar de hacerlo con los demás. Aun cuando los demás lo merezcan.—Maca se sirvió una copa de vino y le pasó la botella a Laura.
—No. Estoy desintoxicándome de una descomunal cantidad de tequila. Tardaré varios días.
—Eso no es verdad —protestó Paula frunciendo el ceño ante su trozo de pizza—. Cualquiera diría que parezco una chiquilla.
—No pareces una chiquilla. Lo que pasa es que eres tolerante, y de natural compasivo. —Maca llenó la copa que Paula había levantado—. Por lo tanto, si te enfadas con alguien, es que va en serio.
—No soy una ingenua —replicó Paula.
—Que no seas tan mezquina como nosotras no significa que seas una ingenua — observó Laura.
—Puedo ser mezquina.
—Puedes —afirmó Maca dándole un golpecito en el hombro para animarla—. Tienes las armas para ello, y la capacidad
también. Solo que no te sale de dentro.
—Yo...
—Ser buena persona no es un defecto — las interrumpió Carla—. A mí me gusta pensar que todas nosotras somos buenas personas, de manera innata.
—Salvo yo —terció Laura alzando su Coca-Cola Light.
—Sí, salvo tú. ¿Por qué no nos cuentas qué es lo que te ha descolocado así, Paula?
—Parece una tontería, incluso una nimiedad. —Paula se demoró observando el vino y luego se miró las uñas de los pies, de color rosa caramelo, mientras sus amigas aguardaban—. Lo que ocurre es que Pedro protege mucho su espacio, su casa. No es que diga nada en realidad, pero noto una especie de límite invisible en ese tema. Y lo cierto es que ya lo dijo hace tiempo. Supongo que te acuerdas, Maca.
—Dame una pista.
—Cuando decidiste reorganizar tu dormitorio, el pasado invierno. Fue a propósito del armario. Estabas como loca porque Sebastian había dejado algunas cosas suyas en tu casa. Pedro apareció y se puso de tu lado. Habló de lo que ocurre cuando dejas que la persona con quien sales te acote el terreno.
—Hablaba en broma. Y tú te pusiste hecha una furia —recordó Maca—. Te marchaste por las buenas.
—Dijo que las mujeres empiezan dejando sus potingues encima del lavabo, luego quieren un cajón y antes de que te des cuenta, ya han tomado el control de tu vida. Como si por el hecho de dejarte el cepillo de dientes en su casa ya pretendieras entrar en Tiffany's.
—¿Se puso histérico porque querías dejar el cepillo de dientes en su casa? — preguntó Laura.
—No. Sí. No exactamente, porque yo nunca he hablado de un cepillo de dientes. Mira, la cosa es como sigue. Si salimos, siempre vamos a mi casa, aunque la suya nos pille más cerca. Anoche le pregunté si podía quedarme con él porque tenía que ir a la ciudad por la mañana, y Pedro... titubeó.
—A lo mejor su casa no estaba lista para una inspección femenina —apuntó Maca—. Tenía que pensar si se había dejado tirados por ahí los calcetines sucios o las revistas
guarras, o si había cambiado las sábanas durante los últimos diez años.
—No fue ese el motivo. Su casa siempre está inmaculada, y eso podría ser parte del problema. Le gusta que cada cosa esté en su sitio. Como a Carla.
—Oye...
—Es verdad —dijo Paula esbozando una sonrisa cariñosa a modo de disculpa—. Es su naturaleza. Lo que pasa es que a ti no te importaría que se quedara un tío a dormir en tu casa y se dejara el cepillo de dientes. Lo único que harías sería poner ese cepillo en el lugar apropiado.
—¿De qué tío hablas? ¿Me das el nombre, la dirección y la fotografía?
Paula se relajó y se echó a reír.
—Era un decir. En fin, al terminar el desayuno mencioné que pasaría por el supermercado, y como le faltaban huevos y
leche, me ofrecí a llevárselos. Entonces volvió a pasar. Uy, uy, uy y luego no, muchas gracias. Lo peor de todo fue cuando subió al baño. Yo estaba maquillándome y, mea culpa, dejé las pinturas en el mármol del lavabo. Me miró de una manera... entre molesto y... receloso. Ya os he dicho que os parecería una idiotez.
— En absoluto —la corrigió Carla—. Hizo que te sintieras como una intrusa, como si no fueras bienvenida.
—Sí —confesó Paula cerrando los ojos —. Exactamente. No creo que lo hiciera aposta, ni siquiera que fuera consciente de eso, pero...
—No importa. De hecho, un desaire inconsciente es peor.
—¡Sí! —repitió Paula mirando con agradecimiento a Carla—. Gracias.
—¿Qué hiciste? —preguntó Laura.
—¿Qué hice?
—Sí, ¿qué hiciste, Paula? Me refiero a si le dijiste que se controlara, que solo era un cepillo de dientes o un tubo de máscara para las pestañas.
—Cuando se fue a trabajar me pasé media hora procurando que no quedara ni un grumo de esa máscara en su precioso espacio.
—Muy bien, eso le servirá de lección — aventuró Laura—. Yo me habría quitado el sujetador, lo habría dejado colgando de la ducha y le habría escrito con pintalabios una nota de amor sarcástica en el espejo. Ah... y habría salido a comprar una caja de tampones tamaño económico para dejarlos olvidados en el lavabo. Con eso habría captado el mensaje.
—¿No le estarías dando la razón?
—No, porque no la tiene. Vosotros dos os acostáis. Y estéis en la cama que estéis, el otro necesita tener a mano unos cuantos artículos de primera necesidad. ¿A ti te saca de quicio que él se deje el cepillo de dientes o la maquinilla de afeitar en tu casa?
—Eso nunca ha pasado. Jamás.
—Bah, venga ya... No me digas que nunca se olvida...
—Nunca.
—Uf, qué fuerte... —exclamó Laura echándose hacia atrás—. ¿Tan obsesivo es?
Maca alzó la mano y sonrió a modo de disculpa.
—Os diré que yo también era así. No tan... obsesiva, claro. Olvidaba o dejaba mis cosas en casa de Sebastian, y él en la mía. Y precisamente eso es lo que me puso furiosa el día del que me hablabas antes, Pau. Su chaqueta, sus cosas de afeitar... mezcladas con mis cosas. Y no era por los objetos en sí, sino por lo que eso significaba. Él está aquí, es una realidad, y no se trata solo de sexo. No es algo sin importancia. Es de verdad. —Maca se encogió de hombros y alzó las manos—. Me entró el pánico. Ese hombre maravilloso se había enamorado de mí y yo estaba asustada.Es posible que a Pedro le pase algo parecido.
—Yo no he hablado de amor.
—A lo mejor tendrías que hacerlo. — Carla cambio de postura y se sentó encima de las piernas—. Es más fácil saber jugar las cartas si están encima de la mesa. Si él ignora lo que sientes, Paula, ¿cómo va a tomar en consideración tus sentimientos?
—No quiero que se plantee cuáles son mis sentimientos. Quiero que actúe como le sale del corazón, a su manera. Si no fuera así, si no hubiera sido así, para empezar no me
habría enamorado de él. —Suspiró y dio un sorbo de vino—. ¿Por qué siempre había creído que estar enamorada era maravilloso?
—Eso viene luego, cuando has superado todos los obstáculos —le dijo Maca.
—Parte del problema es que lo conozco tan bien que pillo los pequeños... —Paula suspiró y siguió bebiendo de su copa—. Creo que tengo que dejar de ser tan sensible y
romántica.
—Tienes que dejarte llevar por tus sentimientos y actuar en consecuencia.
Paula parpadeó ante las palabras que acababa de dirigirle Carla.
—Supongo que eso ya lo hago, ¿no? Y supongo también que tendría que hablar con Pedro del tema.
—Prefiero la caja de tampones tamaño económico. Sobran las palabras. —Laura se encogió de hombros—. Pero si quieres actuar como una mujer madura...
—En realidad, no quiero, pero me he cansado de pasarme casi toda la jornada enfurruñada. Vale más que compruebe si una conversación razonable da sus frutos.Supongo que lo dejaré para la semana que viene. Puede que a los dos nos venga bien recuperar nuestro propio espacio.
—Tendríamos que convocar una vez al mes una velada sin hombres y sin trabajo.
—Ya lo hacemos —le recordó Maca a Laura.
— Porque se da la circunstancia, y eso es bueno. Sin embargo, ahora que la mitad del grupo vive colgada de un hombre, tendríamos que formalizarlo. Salir en rescate de los
estrógenos.
—Sin hombres y sin trabajo —repitió Paula asintiendo—. Eso tiene una pinta...
En aquel momento sonó un teléfono y Carla consultó la pantalla de su móvil.
—Willow Moran, primer sábado de junio. No me llevará mucho tiempo. ¡Hola, Willow! —exclamó animada levantándose y dirigiéndose hacia la puerta—. No, no será
ningún problema. Para eso estoy aquí.
—Bueno, sin trabajo... casi. Más pizza para mí —dijo Laura tomando una segunda porción.
A pesar de las escasas interrupciones, Paula pensó que la velada había transcurrido exactamente como deseaba: rescatando su propio espacio y pasando tiempo con las amigas. Cuando entró en su casa estaba cansada, pero la sensación era agradable. Al subir repasó la programación de los siguientes días. Apenas tendría tiempo de respirar. Y
eso, por otro lado, le iría de perlas.
Cruzó el dormitorio para recoger el móvil que no se había llevado deliberadamente y vio que tenía un mensaje de voz de Pedro. El subidón le puso de buen humor. «Pero ha sido un subidón», se dijo volviendo a dejar el teléfono. No debía de ser nada urgente, porque en ese caso la habría llamado a la casa principal.
Fuere lo que fuese, podía esperar a la mañana siguiente.
Bah, ¿a quién iba a engañar?
Se sentó en la cama y se dispuso a escuchar el mensaje.
Hola. Siento no haberte encontrado. Dani y yo vamos a perfeccionar nuestra táctica para corromper a Sebastian. Planeamos arrastrarlo al partido del domingo. He pensado que podría pasar por tu casa el sábado y, a lo mejor, echarte una mano. Te devolvería el favor de esta mañana y te prepararía el desayuno antes de raptar a Sebastian. Llámame cuando puedas. Voy a trabajar en unos dibujos que he pensado para tu casa y... en fin, pienso en ti.
¿Qué llevas puesto?
Paula se echó a reír. Ese hombre siempre le hacía reír, pensó. El mensaje era bonito. Era atento, cariñoso, divertido...
¿Qué más quería?
Todo. Tuvo que admitir que lo quería todo.
Esperaría. Paula se dijo que estaba demasiado ocupada para mantener una conversación seria. Durante el mes de mayo la programación de bodas, de despedidas de soltera y de celebraciones del día de la Madre siempre estaba completa. Cuando no estaba metida de lleno con las flores, estaba planeando el siguiente diseño.
Teniendo en cuenta su horario, lo más sensato era que Pedro fuera a su casa, si a los dos les convenía. Se dijo a sí misma que tenía que dar las gracias por estar con un hombre que no se quejaba de que ella trabajara los fines de semana, de que sus jornadas fueran tan largas... y con cuya ayuda podía contar si lo pillaba cerca.
Una tormentosa tarde de mayo estaba trabajando sola. Se sentía en el séptimo cielo.
En sus oídos podría haber resonado el eco de la charla de Tink y Tiffany, pero el retumbar de los truenos y el azote de la lluvia y el viento lo amortiguaban.
Terminó el ramo de una dama de honor y se levantó para hacer unos estiramientos. Al volverse, reconoció a Pedro y se sobresaltó.
Su exclamación de asombro se fundió en una carcajada y se llevó la mano al pecho.
—¡Ostras, me has asustado!
—Lo siento, lo siento mucho. He llamado, he estado dando voces... pero es difícil hacerse oír ante la cólera de Dios.
—Estás empapado.
—A lo mejor la lluvia tiene algo que ver. —Se pasó la mano por el pelo y salpicó de agua el suelo—. He terminado la última visita de obra y he pensado que podía aprovechar para venir a verte. Es bonito —añadió señalando el ramo.
—¿Verdad que sí? Iba a meterlo en la cámara para empezar con el de la novia. ¿Por qué no te sirves un café y te secas un poco?
—Eso es exactamente lo que estaba esperando que me dijeras. —Pedro se acercó a ella para besarla y le hizo una caricia en la espalda—. He traído los dibujos para que los
veas. Cuando tengas ocasión. Si el tiempo lo permite, empezarán en casa de Maca el lunes por la mañana. Temprano. Tenlo en cuenta.
—Es fabuloso. ¿Ya lo saben?
—He ido a su estudio primero. ¿Quieres un café?
—No, gracias.
Paula fue a buscar más flores a la cámara frigorífica y se instaló con sus herramientas. Podía ver mentalmente el
diseño que iba a elaborar.
Alzó los ojos cuando Pedro entró.
—Nunca te había visto trabajar en esta zona del taller —dijo él—. ¿Te molesto?
—No. Siéntate. Cuéntame cosas.
—Hoy he visto a tu hermana.
—¿Ah, sí?
—Nos hemos encontrado por casualidad en la ciudad. ¿No usas ningún dibujo o esbozo?
—En general, sí, pero con este ramo... —Paula se tocó la sien—. Rosas blancas de ramillete, un viburnum pálido para darle cierto carácter, la estructura en cascada, que quedará
delicada y romántica cuando convenza a estas mayólicas de que se abran completamente.
Pedro la observaba mientras ella cortaba las flores y las ataba con un alambre entre el retumbar de truenos.
—Creía que habías dicho que era el ramo para la novia.
—Lo es.
—¿Por qué lo pones en un jarrón?
—He empapado la espuma y he colocado el soporte. ¿Ves este trozo de aquí? —le indicó ella ladeando el jarrón—. He pegado esto en el jarrón para poder trabajar las flores desde dentro y así darles forma, el punto justo de inclinación.
—¿Qué haces cuando trabajas con las demás?
—¿Eh?
—Dime, ¿os ponéis en fila? ¿Hacéis una cadena de montaje?
—Sí y no. Nos ponemos más o menos en fila, pero cada una trabaja en el arreglo que asigno yo. No creas que empiezo un ramo y luego se lo paso a Tink.
Paula trabajaba en silencio, mecida al son de los truenos y la lluvia.
—Te haría falta una mesa de trabajo en forma de L —apuntó Pedro fijándose con detenimiento en el espacio, las herramientas y las cubetas—. Quizá incluso en forma de U.
Con unos cubos encima y debajo de la mesa, y cajones también. Cuando diseñé este espacio para ti, prácticamente trabajabas sola. Tu departamento ha crecido. Además,
necesitas espacio debajo para meter un cubo con ruedecillas, el compost y los desperdicios no biodegradables. ¿Vienen los clientes aquí cuando trabajas sola o cuando trabaja alguna de tus ayudantes?
Paula se chupó el pulgar, que, en un descuido, se había pinchado con una espina.
—A veces sí, claro.
—Bien.
Pedro se levantó y Paula frunció el ceño.
Al cabo de un rato, empapado de nuevo, regresó con una libreta que ella supuso debía de haber ido a buscar al coche.
—Sigue trabajando —le dijo él—. Solo quiero hacer unos bocetos para completar lo que ya he diseñado. Será preferible que traslademos esta pared.
—¿Trasladar la pared? —Paula centró en él su atención—. ¿La pared?
—La echamos abajo y abrimos las zonas de trabajo y exposición. Quedarán mejor comunicadas, y tu espacio de trabajo ganará en eficiencia. Es demasiado trabajo para uno
solo, pero... Lo siento —se excusó Pedro levantando la vista de su dibujo—. Pensaba en voz alta. Te molesto.
—No, no pasa nada. —Qué extraño, pensó ella, estar los dos trabajando juntos en una tarde de lluvia.
Se aplicaron en silencio durante un tiempo, aunque Paula descubrió que Pedro no paraba de murmurar lápiz en mano.
No le importó, y le sorprendió descubrir cosas de él que todavía no sabía.
Cuando terminó, alzó el ramo y lo fue girando para estudiarlo desde todos los ángulos. Y entonces se fijó en que la estaba
mirando.
—Quedará más lleno y delicado cuando las rosas se abran.
—Trabajas deprisa.
—Los ramos de este tipo no exigen una gran dedicación. —Se levantó y se volvió hacia el espejo de cuerpo entero—. El vestido está muy elaborado, es un tanto barroco. Por eso este ramo sencillo y fino le irá de maravilla. Sin cintas, sin nada que cuelgue, tan solo en cascada. Se sostiene así, a la altura de la cintura, con las dos manos. Voy a...
Sus ojos se cruzaron en el espejo y Paula captó su mirada enfurruñada.
—No te preocupes, Pedro. No estoy practicando.
—¿Qué?
—Tengo que guardar las flores.
Paula colocó las flores en la cámara y Pedro le habló desde el umbral.
—Estaba pensando que el blanco te sienta bien o... ¿tendría que decir que te queda bien? Como quieras. Las dos frases me valen. He pensado que nunca llevas flores. Quizá sea
algo demasiado trillado para ti. Por eso puede que haya cometido un error.
Paula se incorporó, envuelta en las fragancias florales.
—¿Un error?
—Sí. Vuelvo en un minuto.
Paula hizo un gesto de incredulidad cuando Pedro se marchó. Salió de la cámara y cerró la puerta. Tenía que ordenar su zona de trabajo y luego repasar las notas para el día siguiente.
—Siempre pruebo los ramos —le explicó a Pedro al oír que este regresaba—. Me aseguro de que no cueste sostenerlos, que la forma, los colores y la textura funcionen.
—Claro. Lo comprendo. Cuando estoy en una obra, cojo un martillo al menos una vez, para captar la sensación que me inspira el edificio. Lo entiendo, Paula.
—Vale, solo quería... —Ella se interrumpió al volverse y ver que él le ofrecía una caja alargada y plana—. ¡Oh!
—He ido a la ciudad, a una reunión, y he visto esto. Ha sido como si me gritara desde el escaparate: «Eh, Pedro. Paula me necesita.» Y he pensado que era cierto. Así que...
—Me has traído un regalo —dijo ella aceptando el paquete.
—Dijiste que te gustaba que te regalaran flores.Paula abrió la caja.
—¡Oh, Pedro...!
Una pulsera de piedras preciosas, de atrevidos colores, destelló en el interior. Cada una era una pequeña rosa tallada a la perfección.
—Nunca llevas flores.
El rostro de Paula reflejó sorpresa y satisfacción, y ella alzó los ojos.
—A partir de ahora, sí. Es preciosa, francamente preciosa. —Tomó la pulsera y se la puso encima de la muñeca—. Estoy anonadada.
—Conozco esa sensación. Mira, el joyero me enseñó a abrirla. El cierre se desliza hacia dentro y no queda a la vista.
—Gracias. Es... Oh, mira qué manos tengo.
Pedro le cogió las manos, sucias y arañadas tras la jornada, y se las llevó a los labios.— Ya las veo. Las miro mucho.
—Yo te grito y tú me regalas flores. — Paula se acurrucó entre sus brazos—. Tendré que gritarte más a menudo. —Suspiró y cerró los ojos—. Ha dejado de llover —murmuró
apartándose de él—. Necesito lavarme un poco. Luego tengo que participar en el ensayo de esta noche. Pero después podríamos tomar una copa, quizá podríamos cenar algo fuera, en el patio. Si quieres quedarte.
—Quiero quedarme. —Una repentina intensidad le ofuscó los ojos al pasear la mirada por el rostro de ella—. Paula, creo que no te he dicho todavía que me importas mucho.
—Eso ya lo sé. —Ella se levantó para besarlo—. Lo sé.
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