jueves, 2 de marzo de 2017
CAPITULO 41 (SEGUNDA HISTORIA)
Más tarde, cuando Paula se marchó a la casa principal, Pedro revolvió en la despensa y encontró ingredientes suficientes para preparar una cena rápida para los dos. Pensó que sabía cocinar si la ocasión lo requería, y que no iba a esperar que siempre fuera ella quien se pusiera delante de los fogones cuando se quedaban en casa.
Como sucedía cada vez con mayor frecuencia, advirtió.
Incluso era capaz de preparar una cena fantástica para ambos, cosa que tenía que agradecer a una antigua novia suya, ayudante de chef.
Con un poco de ajo y aceite de oliva, unas hierbas y tomate troceado, prepararía un plato de pasta. Nada del otro mundo.
Ya le había hecho el desayuno alguna vez, ¿o no?
Una vez, sí.
¿Por qué entonces tenía la sensación de que estaba aprovechándose de ella, de que no sabía valorarla, como a menudo pensaba que hacían los demás?
Sabía la razón. Lo sabía perfectamente, admitió ante sí mismo mientras cortaba y troceaba los alimentos.
La mirada de Paula cuando sus ojos se cruzaron en el espejo había sido una mirada dolida, durante una fracción de segundo.
Luego había cedido el paso a la irritación.
«No estoy practicando», le había dicho ella.
Pedro estaba pensando en las flores, en la pulsera. Pero ella no se había equivocado demasiado al aguzar el instinto. En cierto modo se había sentido incómodo o... Al diablo, si lo adivinaba. Sin embargo, tuvo que admitir que verla con el ramo en la mano lo había sobresaltado. Durante un segundo.
La había herido, había lastimado sus sentimientos. Y eso era lo último que quería.
Paula lo había perdonado, había dejado correr eso, lo había apartado de su mente. No a causa de la pulsera, pensó. Ella no era de las que andan buscando regalos o se enfurruñan
por un desaire.
Era... tal como era Paula.
Quizá de vez en cuando no había sabido valorarla como era debido, pero eso cambiaría, porque ahora se había dado cuenta.
Iría con más cuidado y ya está. Solo porque hubieran estado saliendo durante... Del sobresalto, se cortó en un dedo. Siete
semanas. No, casi ocho, lo cual equivalía a dos meses. Y eso era prácticamente una estación del año.
La cuarta parte de un año entero.
Hacía mucho que no llevaba meses saliendo con una sola mujer.
Al cabo de un par de semanas habría terminado la primavera y entrarían en el verano. Juntos.
Les iba bien. Mejor aún, les iba muy bien. Pedro no habría querido estar con ninguna otra mujer.
Le sentaba bien esa relación. Significara eso lo que significase, le gustaba pensar que ella no tardaría en volver y que cenarían juntos en el patio.
Se sirvió una copa de vino y se puso a saltear el ajo.
—Por lo que queda de la primavera — dijo alzando la copa—, y por el verano también.
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