jueves, 2 de marzo de 2017

CAPITULO 42 (SEGUNDA HISTORIA)





—¡Alerta roja! —Paula, en lo alto de la escalerilla y ocupadas las manos con unas delicadas guirnaldas, estiró el cuello para leer el mensaje del busca que llevaba colgado de los pantalones—. Mierda. Mierda. Alerta roja. Beach, vas a tener que terminar la guirnalda. Tiff, tú a las banderolas. Tink, diriges el equipo.


Bajó a toda prisa y Pedro se le acercó.


—Ve con cuidado. No es una alerta nacional.


—Lo es si Carla envía la señal. Ven conmigo. A veces un par de manos extra, sobre todo de un hombre, pueden venirnos
bien. Si es cosa de chicas, podrías volver y ayudar a cargar con las sillas. Maldita sea.Todo iba según lo previsto.


—Lo conseguirás.


Paula salió disparada como un rayo, cruzó la terraza, subió la escalinata, que todavía tenía que adornar, y salió al pasillo
que daba a la suite de la novia.


La escena que vio la dejó atónita.


Un grupo histérico y a medio vestir se abigarraba en el descansillo. Sus voces alcanzaban un registro que solo era audible para los perros. Las lágrimas corrían como el vino.


En medio del fragor, Carla permanecía de pie como un islote de calma en un mar embravecido. Sin embargo, Paula reconoció en su actitud los trazos de la desesperación.


—¡Presten atención, por favor! Todo saldrá bien, pero tienen que calmarse y escucharme. Por favor, señora Carstairs,
siéntese aquí. Siéntese ya, y respire hondo.


—Mi niña, mi niña...


Sebastian se abrió paso a codazos (valiente como pocos) y tomó a la mujer llorosa por el brazo.— Venga, siéntese.


—Hay que hacer algo, hay que hacer algo...


Paula reconoció a la madre de la novia.


Aunque todavía no lloraba, estaba colorada como la grana. 


En el momento en que Paula iba a hacerse cargo de ella, o de quien lo necesitara más, para liberar de tanta responsabilidad a Carla, un silbido agudo cortó el aire y dejó a la concurrencia atónita y en silencio.


—Bien, atención todo el mundo. ¡Basta he dicho! —ordenó Laura, vestida con un delantal de peto blanco que se había
manchado con una sustancia parecida a la salsa de mora.


Carla sacó partido de la brecha que se había creado.


—Señor Carstairs, ¿por qué no se sienta un rato con su mujer? Si el novio y sus acompañantes quieren regresar a su suite, Sebastian los acompañará. Señora Princeton,Laura les enseñará la cocina y podrán tomar un té con comodidad. Denme quince minutos.Pedro, ¿puedes acompañar a Laura? Los señores Carstairs tomarán el té aquí mismo.


—¿Puedo tomar un whisky? —preguntó el señor Princeton.


—Por supuesto. Pídale a Pedro lo que quiera. Paula, te necesitaré en la suite de la novia. Les ruego a todos que me concedan quince minutos. Intenten tranquilizarse.


—¿De qué va la historia? —preguntó Paula.


— Te pongo al día rápidamente. Hay dos damas de honor con una resaca como un piano. Hace un rato una de ellas vomitaba heroicamente en el baño. La MDNO ha perdido el control cuando ha entrado en la suite para ver a su hijo, y eso mismo ha contrariado a la MDNA (esas dos no se llevan
muy bien). Las mujeres han discutido y han perdido los nervios. La cosa se ha complicado todavía más cuando ambas han forcejeado para entrar en la suite de la novia. Parece ser que la escena ha afectado tanto a la DDH, encinta de ocho meses, que esta ha empezado a tener contracciones.


—Dios mío... ¿Tiene contracciones? ¿Ahora?


—Es una falsa alarma. —La expresión de Carla era fiel reflejo de su determinación y su voluntad de hierro—. Será una falsa alarma. Su marido ha llamado al médico, pero la madre de la DDH lo ha convencido de que, de momento, nos deje cronometrarle las contracciones. Maca, la novia y el resto de los invitados que no están vomitando o lloriqueando le hacen compañía. Ella y la novia son las únicas que conservan la serenidad. Además de Maca. Eso es todo.


Carla respiró hondo y abrió la puerta de la suite de la novia.


La DDH estaba echada en el pequeño sofá, pálida pero tranquila en apariencia al ver que la novia (vestida con el corsé y las ligas y con el batín de peluquería por encima) estaba arrodillada junto a ella. En el otro extremo de la habitación, Maca le tendía una compresa fría a otra de las damas.


—¿Qué tal va? —preguntó Carla acercándose deprisa a la embarazada—.¿Quieres que avise a tu marido?


—No. Deja que se quede con Pete. Estoy bien, de verdad. Hace diez minutos que no tengo contracciones.


—Casi doce —le dijo la novia mostrando el reloj.—Maggie, lo siento mucho.


—Quita, mujer. —La novia le hizo un gesto cariñoso a su amiga en el hombro—. Todo saldrá bien.


—Tendrías que terminar de arreglarte el pelo y de maquillarte. Deberías...


—Eso puede esperar. Todo puede esperar.


—De hecho, es una buena idea —dijo Carla modulando la voz para que sonara decidida, profesional y alegre a la vez—. Si aquí no estás cómoda, Jeannie, podemos trasladarte a mi dormitorio. Es más tranquilo.


—No, estoy bien aquí, en serio. Prefiero quedarme a mirar. Creo que el niño se ha vuelto a dormir —afirmó tocándose el vientre —. De verdad. Jan está peor que yo.


—Soy una imbécil. —Una de las damas, la del cutis pálido y amarillento, cerró los ojos —. Maggie, pégame un tiro.


—Voy a decir que nos suban un té y unas tostadas. Nos irá bien. Mientras tanto,Paula y Maca han venido para ayudar.
Regreso en un par de minutos. Si hay más contracciones —le avisó Carla a Paula en un aparte—, mándame un mensaje por el busca.


— Te lo prometo. Vamos, Maggie. Te pondremos preciosa. —Paula ayudó a Maggie a ponerse en pie y la acompañó hacia donde estaba la peluquera. Con el reloj en la mano, se instaló luego junto a la futura madre —. Dime, Jeannie, ¿es un niño?


—Sí, será el primero. Me quedan cuatro semanas. El jueves fui a revisión y todo estaba correcto. Los dos estamos bien. ¿Qué tal mi madre?


Paula tardó unos instantes en recordar que Jeannie era la hermana del novio.


—Muy bien. Excitada y emotiva, claro, pero...— Es una histérica —la interrumpió Jeannie riendo—. Solo de ver a Pete vestido con el esmoquin, ha perdido los papeles. Desde aquí se oían los sollozos.


—Y eso, evidentemente, ha sacado a mi madre de quicio —apuntó Maggie desde la butaca del saloncito—. Luego se han enzarzado en una discusión espantosa. Jan ha ido al baño a vomitar y Shannon, de un retortijón, se ha quedado doblada en dos.


—Ya estoy mejor. —Shannon, una morena bajita que estaba sentada e iba bebiendo lo que parecía ser una soda, las
saludó con un gesto de la mano.


—Chrissy se encuentra bien y se ha llevado a los niños a pasear. No tardará en volver.


Paula, que comprendió que las cosas estaban bajo control en su zona, miró a Maggie.


—Parece ser que hemos superado la marca de los quince minutos por lo que respecta al bebé. Si a Shannon le parece bien, ella puede encargarse del cronómetro y yo iré a buscar a Chrissy y a los niños, que son la otra dama, la niña de las flores y la que llevará los anillos, ¿verdad?


—Sí, te lo agradezco mucho. Esto es una locura.—
Hemos tenido otras bodas mucho más locas —respondió Paula entregándole el reloj a Shannon y fijándose en que Jeannie había recuperado el color. Al menos, parecía serena
—. Maca, ¿te encargas de vigilar el fuerte?


—Cuenta con ello. ¡Eh, hagamos unas fotos!


—Qué mujer más cruel... —musitó Jan.


Paula salió como una centella. Vio a la MDNO en la terraza, que sollozaba con un pañuelo en la mano mientras su marido le daba unos golpecitos en el hombro para consolarla y le decía:
—Vamos, Edie, contrólate, por favor. 


Se desvió y se dirigió hacia la escalera principal. Carla entró a la carga.


—¿Seguimos en alerta roja?


—Creo que hemos pasado a alerta amarilla. No hay más contracciones, la resaca va menguando y el otro caso... cuesta de decir. La novia está con la peluquera y yo voy
a reunir a la última dama y a los niños.


—Los encontrarás en la cocina, merendando leche y galletas. Ve a buscar al PDNO y al niño de los anillos, y dile a la dama que tendría que subir. La señora Grady está preparando té y unas tostadas. Quiero comprobar qué tal se encuentra el novio y decirle al futuro padre que todo está controlado.


—Voy ahora mismo. La MDNO está en la terraza, llorando desconsoladamente.


Carla apretó la mandíbula.


—Me encargaré de ella.


—Buena suerte. —Paula se alejó a toda prisa y, al doblar hacia la cocina, se cruzó con Pedro, que venía del salón principal.


—Dime que no hay nadie que esté de parto.— Esa crisis ya está superada.


—Bien, gracias a Dios.


—¿Y los PDNA?


—¿Cómo?


—Los padres de la novia.


—Sebastian está con ellos. Resulta que es profesor de un sobrino de la pareja. La madre se está retocando el maquillaje o algo por el estilo.


— Bien. Tengo que ir a buscar a la dama que nos falta, decirle que suba y encargarme del PDNO y del niño de los anillos.


Pedro frunció el ceño y renunció a seguir adivinando el código.


—No sé qué has dicho, pero me parece bien.


Paula se quedó mirándolo.


—Creo recordar que los niños se te dan bien.


—Sí. Solo son personas bajitas.


—Si puedes entretener al paje que llevará los anillos, que tiene cinco años, durante un cuarto de hora, serías de gran ayuda. Luego lo llevas a la suite del novio, cuando todo esté despejado. Yo me encargo de subir a la niña y de vestirla. —Paula echó un vistazo al busca y sintió que se le alteraba el pulso al ver que daba señal. Al cabo de un segundo, suspiró aliviada—. Alerta amarilla, y constante. Bien.


—¿Dónde están los padres de esos niños? —preguntó Pedro siguiéndola hacia la cocina.— En el séquito de los novios. Los niños son hermanos gemelos. La dama que va con ellos es la madre. El padre es testigo del novio.
O sea, que te encargas tú de subir al niño dentro de diez o quince minutos. Démonos unos minutos más de margen para que las cosas se calmen. Cuando tenga instalado al PDNO, tendré que salir para terminar de arreglar las zonas exteriores.


Paula, no sin antes esbozar una franca sonrisa de alegría, desapareció en la cocina.


Al cabo de una hora, la novia y sus damas estaban arregladas, bellas, y el novio y sus testigos, impecablemente vestidos.


Mientras Maca organizaba los distintos grupos por separado para las fotos formales y Carla mantenía a una distancia prudencial a ambas madres, Paula terminó la decoración exterior.


—¿Quieres un empleo? —le preguntó a Pedro al verlo colocar la última hilera de sillas.


—Ni hablar. No entiendo cómo podéis hacer esto cada fin de semana.


Paula colocó en ciertas sillas unos cucuruchos de peonías de un rosa extremadamente pálido.


—Nunca nos aburrimos. Tink, tengo que ir corriendo a casa para cambiarme. Los invitados van a llegar de un momento a otro.


—Seguiremos nosotras.


—Carla ha calculado que solo nos retrasaremos diez minutos, lo cual es un milagro. Hay comida para todos en la cocina, cuando terminéis el trabajo. Vuelvo dentro de quince minutos. Pedro, ve a tomar algo.


—Era lo que pensaba hacer.


Regresó al cabo de doce minutos. Había sustituido su ropa de trabajo por un discreto traje de chaqueta negro. Cuando la voz de Carla sonó en su auricular, estaba colocándoles a todos unas flores en el ojal.


—En la suite de la novia estamos a punto de terminar. Que suene la música. Que empiecen a sentar a los invitados.


Paula iba oyendo la cuenta atrás mientras repasaba solapas y bromeaba con el novio. Vio que Carla estaba con los padres y que Maca se colocaba en posición para tomar fotos.


Dedicó unos momentos, apenas un breve instante, a admirar la vista exterior. Las blancas y almidonadas fundas de las sillas eran un telón de fondo perfecto para las flores. Los
verdes y los rosados, desde los pálidos a los intensos, resaltaban sus inflorescencias contra el brillo del tul y el encaje.


Pasó el momento, el novio ocupó su lugar y las madres (una llorosa y la otra quizá un poco achispada por el whisky) fueron conducidas a sus asientos.


Paula recogió los ramos y empezó a repartirlos mientras Carla alineaba a las señoras.


—Estáis todas preciosas. ¿Resistes bien, Jeannie?


—El niño se ha despertado, pero se comporta.


—Maggie, estás impresionante.


—Oh, no digas eso —protestó la novia desentendiéndose con un gesto de la mano—. No sabía que podría quedarme muda de la emoción; estoy a punto. Voy a hacerle sudar tinta a mi futura suegra.


—Inspira, expira —le ordenó Carla—. Despacio y con calma.


—Vale, vale. Carla, si alguna vez necesito declararle la guerra a alguien, serás mi general. Paula, las flores son... Inspira, expira. Papá...


—No empieces —la cortó su padre apretándole la mano—. ¿Quieres que te acompañe hasta el altar balbuceando como un bebé?


—Ven aquí —intervino Carla levantándole el velo y enjugándole con cuidado unas lágrimas—. La cabeza bien alta y sonriendo. Bien, número uno, tú sales ya.


—Te veo en el otro lado, Mags. —Jan, todavía algo pálida aunque sonriendo, empezó a desfilar.


—Y dos... adelante.


Habiendo concluido su trabajo por el momento, Paula se retiró unos pasos mientras Carla dirigía la función.


—Tengo que admitir que no creía que lo lograríais —confesó Pedro, que se había puesto a su lado—. Y mucho menos con tanta elegancia. No es que esté impresionado, es que no tengo palabras.


—Hemos vivido cosas peores.


—Vaya... —exclamó Pedro al ver que a Paula se le llenaban los ojos de lágrimas.


—Ya lo sé. A veces me impresionan. Creo que ha sido por el modo en que se ha comportado la novia a lo largo de estas
sucesivas crisis, y porque en el momento de la verdad, casi se desmorona. Pero resiste. Mira cómo sonríe. Y fíjate cómo la mira él. — Paula suspiró—. A veces me impresionan — repitió.


Creo que te la has ganado —dijo Pedro ofreciéndole una copa de vino.


—¡Tú lo has dicho! Gracias, guapo.


Paula lo cogió del brazo, apoyó la cabeza en su hombro y contempló la boda.




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