jueves, 2 de marzo de 2017

CAPITULO 43 (SEGUNDA HISTORIA)




Terminada la ceremonia y el convite, se relajaron un rato en el salón familiar.


Paladeando el momento, Paula se tomó la segunda copa de vino de la velada.


—No ha habido grandes complicaciones —puntualizó estirando los hombros y moviendo los dedos de los pies—. Y eso es lo que cuenta. Creo que los de esta boda estarán
contando las anécdotas de las resacas, las trifulcas de las madres y el falso aviso de parto durante semanas. Sin embargo, esta clase de historias son las que hacen que cada
celebración sea única.


—Nunca habría creído que hubiera alguien capaz de llorar sin pausa durante casi seis horas —comentó Laura metiéndose en la boca un par de aspirinas que bajó con un
sorbo de agua con gas—. Cualquiera diría que en lugar de la boda de su hijo se trataba de un funeral.


—Voy a tener que pasar por el Photoshop una cantidad inmensa de fotos de la MDNO. Y aun así... —Maca se encogió de hombros—. Creo que cualquier novia cuya futura suegra se pone a berrear en el momento de dar el «sí, quiero» merece el nombre de valiente.


Echando hacia atrás la cabeza, Maca estremeció a todos con una demostración exacta de los quejidos de la señora Carstairs.


—Mi cabeza —murmuró Laura—. Ay, mi cabeza...


Sebastian, sentado en el brazo del sofá, rió la gracia de Maca y dio unos golpecitos de consuelo a Laura en el hombro.


—No sé a vosotros, pero a mí esa mujer me ha asustado.


—Creo que en parte ha influido mucho el incidente con el nieto que espera. Lo de hoy ha sido demasiado para ella.


—Alguien habría tenido que suministrarle un Valium —le dijo Laura a Paula—. Y no bromeo. Casi esperaba verla abalanzarse sobre el pastel de boda... como quien se inmola en una pira funeraria.


—Caray, qué foto habría salido... — suspiró Maca—. Lástima.


—Sebastian, Pedro... —dijo Carla levantando su botellín de agua—. Vuestra ayuda ha sido inestimable. Si hubiera sabido que la MDNO era una llorona, habría tomado medidas, pero en el ensayo se comportó muy bien. Incluso estuvo dicharachera.


—Supongo que alguien la debía de haber drogado —apuntó Laura.


—¿Qué clase de medidas? —aventuró Pedro.


—Oh, en este negocio hay muchos trucos. —La sonrisa de Carla dejó entrever que todo eso caía en el dominio de los
secretos—. Puede que no haya conseguido que parara de lloriquear durante la ceremonia, pero he impedido que mareara a los novios mientras estos se cambiaban. Si Pete y Maggie no hubieran conservado la sangre fría, nos habríamos visto metidas en un buen fregado. Mantener ocupados a los que tienen un perfil extremadamente emocional asignándoles tareas sencillas en general funciona.


—Ahora comprendo lo que ha impedido que me eche a llorar —le dijo Pedro.


—Mañana tendremos que espabilar sin los refuerzos —comentó Maca dándole un leve puntapié a Sebastian desde su silla—. Nos abandonan por los Yankees.


—Hablando de mañana, creo que esta noche voy a caer rendida. A ver si estoy en condiciones cuando me levante —dijo Laura abandonando su asiento—. Buenas noches, chicos.


—Ahora nos toca a nosotros. Tomemos el portante, profesor. Uf, los pies me están matando.


Sebastian se volvió y le señaló la espalda.


Maca, con una carcajada, se puso en pie.


—Esto es amor —dijo ella plantándole un sonoro beso en la coronilla—. Me ofrece llevarme a caballito por amor, y yo, por amor, confío en que el profesor Patoso no irá a tropezar y a dejarme caer al suelo. Nos vemos mañana. ¡Arre!


—Qué monos son... —dijo Paula sonriendo mientras los seguía con la mirada—. Ni siquiera Lourdes la Espeluznante puede empañar el brillo que emiten.


—Ha llamado esta mañana a Maca —le contó Carla.


—Mierda.


—Le ha dicho que ha cambiado de idea y que espera que Maca y Sebastian vayan a Italia para asistir a su boda la semana que viene. Y luego lo de siempre: al ver que Maca le decía que le resultaba imposible volar a Italia de una manera tan imprevista, le ha montado el gran número para que se sintiera culpable.


—Ella no me ha contado nada.


—No quería que interfiriera con el evento. Lourdes como era de esperar, ha llamado cuando Maca estaba organizando el
material para la boda de esta mañana. Sin embargo, lo importante es que tienes razón: no puede empañar el resplandor que emiten. Antes de que Sebastian hubiera entrado en su vida, una llamada como esa la habría dejado hecha polvo. No ha sido agradable, pero lo ha superado, ha conseguido apartar la escena de su mente.


—El poder de Sebastian vence al poder de Lourdes. Le debo un beso enorme.


—Mañana lo veré. Lo digo por si quieres dármelo a mí —propuso Pedro.


Paula se inclinó hacia él y le dio un besito recatado.


—Un poco tacaña.


—Es para un amigo. Bueno, en marcha. Nos vamos a casa.


—Mañana reunión de repaso a las ocho —le recordó Carla.


—Sí, sí —contestó ella disimulando un bostezo—. ¿Qué te parecería llevarme a cuestas? —preguntó a Pedro.


—Prefiero llevarte de esta manera. — Pedro, con un gesto deliberadamente teatral, la cogió en brazos.


—Uau. Yo también. Buenas noches, Carla.


— Buenas noches. —Carla, con cierta nostalgia, contempló cómo Pedro se llevaba a Paula del salón a lo Rhett Butler.


—¡Qué gran salida! —Encantada, Paula besó a Pedro en la mejilla—. No tienes que llevarme en brazos todo el camino.


—¿Crees que voy a dejar que Sebastian me haga quedar mal?  Entonces es que no tienes ni idea de lo que es competir a sangre y fuego. Me encanta ver a Maca tan contenta —añadió —. He presenciado algún numerito de Lourdes. Difícil de digerir.


—Lo sé. —Paula le acarició el pelo castaño claro con un gesto indolente—. Es la única persona que me cae mal de verdad, sin que tenga que esforzarme demasiado. Antes solía disculparla, pero me di cuenta de que no había excusa que valiera para su comportamiento.


—Una vez me tiró los tejos.


Paula se sobresaltó. 


—¿Qué? ¿La madre de Maca te tiró los tejos?


—Hace mucho tiempo. Aunque, en el fondo, no fue la única vez, y no hace tanto de la última. Me tiró los tejos dos veces. La primera fue cuando yo todavía estudiaba en la facultad y vine a pasar un par de semanas durante las vacaciones de verano. Un día íbamos todos a una fiesta y me ofrecí a ir a
recoger a Maca. Por aquel entonces ella no tenía coche. Salió a abrirme su madre, me pegó un repaso como a ninguna madre se le ocurriría y me acorraló en un rincón hasta que Maca bajó. Fue... interesante, y confieso que terrorífico. Lourdes la Espeluznante. Buen nombre.


—¿Cuántos años tenías, veinte? Qué vergüenza. Habrían tenido que detenerla, arrestarla, lo que fuera... Ahora todavía me cae peor. Si es que eso es posible.


—Sobreviví. Pero si vuelve a intentarlo, cuento contigo para que me protejas. Y espero que lo hagas mejor que el día que te presenté a Kellye la Espeluznante.


—Un día de estos le diré lo que pienso de ella. Hablo de Lourdes, no de Kellye. Y si se atreve a presentarse en la boda de Maca para montar una gorda, te prometo que le saltaré a la yugular.


—¿Me dejarás mirar?


Paula apoyó la cabeza en su hombro.


—Mañana llamaré a mi madre para decirle que es fantástica. —Y volvió a darle otro beso en la mejilla—. Y tú también lo
eres. Es la primera vez que me llevan en brazos a la luz de la luna.


—En realidad, está nublado.


Paula sonrió.


—No donde yo estoy.



****


Pedro estudió su mano de póquer. Se le estaba dando bien esa noche, pero su pareja de dos no auguraba el éxito. Pasó y esperó a que la apuesta diera la vuelta a la mesa.


Cuando llegó el turno de Rod, el médico, este apostó veinticinco. Martin, sentado junto a él, no fue. Del lanzó sus fichas. Frank, el paisajista, hizo lo mismo. Henry, el abogado, no fue.


Pedro se lo pensó durante unos instantes, pero soltó sus veinticinco.


Dani descartó la carta superior y luego mostró las tres primeras cartas comunitarias: el as de tréboles, el diez de diamantes y el cuatro de diamantes.


Posible color, posible escalera. Y tenía una maldita pareja de doses.


Pasó.


Rod subió a otros veinticinco.


Sebastian no fue, pero Daniel y Frank vieron la apuesta.


Era estúpido, pensó Pedro, pero tenía una premonición. A veces valía la pena arriesgar veinticinco por una premonición.


Añadió sus fichas al bote.


Daniel sacó una carta del tope del mazo y descubrió la siguiente. El dos de diamantes.


La jugada se ponía interesante. De todos modos, sabiendo cómo jugaba Rod, pasó.


Rod apostó otros veinticinco dólares y Daniel aumentó la apuesta veinticinco más.


Frank no fue. Pedro pensó en un trío de doses. Sin embargo, seguía teniendo una corazonada.


Echó al bote cincuenta dólares.


—Me alegro de no haberte asustado. Voy a apuntarme el tanto. Necesito que aumente el bote —dijo Rod sonriendo—. Acabo de comprometerme.


Daniel se quedó mirándolo.


—¿De verdad? Vamos cayendo como moscas.


—Felicidades —dijo Sebastian.


—Gracias. Subo con cincuenta más. Supongo que pensé que no tenía ningún sentido seguir esperando, y di el gran paso. Shell insiste en ir a pedir información a la empresa de tu hermana. A lo mejor puedes conseguir que me apliquen un descuento por ser colega del póquer.


—Imposible. —Dani contó sus fichas—. Pero veo tus cincuenta, ya que imagino que para ti se acabarán las noches de póquer y puros.


— Joder, Shell no es así. Te toca apostar, Pedro.


Pareja de ases, probablemente. Rod nunca se echaba un farol, y si lo hacía, la pifiaba tanto que se le notaba a la legua.


Pareja de ases o una pareja de hermosos diamantes. De todos modos...


—Los veo. Considéralo un regalo de compromiso.


—Te lo agradezco. Estamos pensando en casarnos el próximo junio. Shell quiere una boda a lo grande. Yo creía que tomaríamos un avión e iríamos a alguna isla durante el
invierno, a tomar el sol, practicar el surf y, de paso, casarnos. Pero ella quiere celebrarlo por todo lo alto.


—Así empiezan —dijo Martin en tono fúnebre.


—Tú también te casarás por todo lo grande, ¿verdad, Sebastian?


—Maca está en el ramo. Lo bordan. Organizan bodas muy especiales, personalizadas.


—No hace falta que te agobies —le comentó Martin a Rod—. De todos modos, no te dejarán abrir la boca. Solo tienes que aprender a repetir «sí, cariño» cada vez que ella te pregunte si te gusta alguna cosa, si quieres algo, si colaborarás de alguna manera.


—Sabes mucho para no haber pasado por la experiencia.


—Estuve a punto. Ahora bien, no dije «sí, cariño» las suficientes veces. —Martin examinó la punta de su puro—. Por suerte.


—A mí me apetece estar casado. —Rod se subió las gafas con el índice—. Apalancarme, sentar la cabeza. Supongo que a ti te pasará lo mismo, Pedro.


—¿Qué?


—Hace tiempo que sales con esa florista que está tan buena. Has salido del mercado.


Dani mordió su puro.


—¿Vamos a jugar al póquer o nos ponemos a hablar del registro donde Rod piensa inscribirse? Van tres jugadores a la quinta carta.


Daniel descubrió la última carta, pero Pedro estaba tan ocupado observando a Rod que no se fijó.


— Apuesto, y apuesto todo lo que tengo.


—Interesante, Rod. —Dani, inexpresivo, echó una bocanada de humo—. Cubro la apuesta. ¿Y tú, Pedro? ¿La ves, no vas...?


—¿Qué?


—Te toca apostar, tío.


—Claro. —¿Había salido del mercado? ¿A qué se refería? 


Pedro dio un sorbo a su cerveza y se obligó a concentrarse. Entonces vio que la última carta era el dos de corazones.


—Voy.


—Tengo tres ases.


—Y yo te supero —le dijo Daniel descubriendo sus cartas—, porque tengo dos diamantes preciosos como el que lleva tu
novia en el dedo. Color al rey.


—Hijo de perra. Imaginaba que tendrías escalera real.


—Has fallado. ¿Y tú, Pedro?


—¿Qué?


—Joder, Pedro, enseña las cartas o abandona.


—Lo siento —dijo Pedro volviendo en sí —. Lo lamento por tu jugada de diamantes, pero tengo dos doses que con este otro par suman cuatro. Creo que el bote es mío.


—¿Has vuelto a sacar un dos doble en la última? —exclamó Rod atónito—. Jodida suerte la tuya.


—Sí, jodida suerte la mía.


Tras la partida, después de que Pedro se embolsara el premio de los cincuenta dólares por cabeza que aportaba cada jugador, los dos amigos salieron a charlar a la terraza.


—Te estás bebiendo otra cerveza — apuntó Daniel—. Deduzco que piensas pasar aquí la noche.


—Lo estaba considerando —afirmó Pedro.


—Te tocará preparar el café mañana.


—Tengo una reunión temprano, o sea que el café estará listo a las seis.


—Me parece bien. Mañana me toca una vista de divorcio. Tío, me repatea que las amigas me presionen para que les lleve su divorcio. Odio esos casos.


—¿De qué amiga se trata?


—No la conoces. Salimos cuando íbamos al instituto. Terminó casándose con otro y se mudó a New Haven hace cinco años. Tiene dos hijos.


Daniel hizo un gesto de aflicción y bebió un sorbo de cerveza.


—Parece ser que el matrimonio ha decidido que la situación es inaguantable. Ella ha vuelto a casa de sus padres, hasta que tenga claro lo que va a hacer. Él está cabreado porque su mujer quiere vivir aquí y eso complica el régimen de visitas. —Daniel inclinó la botella hacia la izquierda—. Ella está cabreada porque abandonó su profesión para dedicarse
a ser madre. —Y ladeó la botella hacia la derecha—. Él no ha sabido valorarla, y ella no ha entendido la presión que soporta él. Lo normal.


—Pensaba que ya no te ocupabas de los casos de divorcio.


—Cuando has acariciado los pechos de una mujer y al cabo de los años ella viene a tu despacho pidiendo ayuda, cuesta decir que no.


—Es cierto. No suele ocurrir eso en mi profesión, pero es cierto.


Daniel le lanzó una sonrisita de complicidad y bebió otro sorbo de cerveza.


—A lo mejor he acariciado más pechos que tú.


Podríamos hacer un concurso.


—Si eres capaz de recordar todos los pechos que has tenido en las manos, es que han sido pocos.


Pedro se rió e inclinó hacia atrás la silla en la que estaba sentado.


—Tendríamos que ir a Las Vegas.


—¿A buscar otros pechos?


—No, a disfrutar de Las Vegas. Podemos ir un par de días, dar una vuelta por los casinos y entrar en bares de tías
despelotadas. Sí, supongo que aquí también entrarían los pechos. Vámonos un par de días.


—Odias Las Vegas.


—Odiar es una palabra muy fuerte. Espera, se me ocurre algo mejor... Podríamos ir a St. Martin, a St. Bart o a algún lugar por el estilo. Jugamos en las mesas, oteamos la playa, hacemos pesca de fondo...


Daniel enarcó las cejas.


—¿Quieres pescar? Que yo sepa, nunca has tenido una caña de pescar en las manos.


—Siempre hay una primera vez.


—¿Estás inquieto?


—Estaba pensando en tomarme unos días libres. Pronto llegará el verano. Me he pasado el invierno encerrado y hasta las cejas de trabajo, y mi semana de esquí en Vail
quedó reducida a tres días. Podríamos tomarnos la revancha.


—Quizá pueda organizarme para tener una semana libre.


—Bien. Lo montamos. —Pedrosatisfecho, dio otro sorbo de cerveza—. Qué curioso lo de Rod.


—¿Qué?


—Se ha comprometido. Así, sin más.


—Lleva un par de años con Shelly. Eso de sin más...


—Ese no es de los que piensan en casarse —insistió Pedro—. Nunca habría dicho que fuera de esa pasta. Me refiero a que un tipo como Sebastian, sí da la talla. Sale del trabajo, regresa a casa todas las noches y se calza las pantuflas.


—¿Las pantuflas?


—Ya sabes lo que quiero decir. Llegar a casa, preparar la cena, acariciar al gato de tres patas, ver la tele y, a lo mejor, un polvete con Maca si se tercia.


—Mira, prefiero que las palabras «Maca» y «polvete» no estén en la misma frase.


—Y a la mañana siguiente, a levantarse... y vuelta a empezar —Pedro empleó un tono monótono—. Añádele un par de críos por el camino y quizá un perro tuerto para que vaya a juego con el gato de tres patas. Follas menos, porque ahora hay niños correteando por ahí. La pesca en alta mar y las copas en bares de tías en pelotas pasan a formar parte
del pasado, porque ahora se imponen unos viajes de pesadilla a los centros comerciales, has contratado una asistenta, tienes un monovolumen espantoso y hay que ahorrar para la universidad. —Pedro alzó las manos—. ¡Joder! Llegas a los cuarenta, estás entrenando en la liguilla infantil y quizá te ha salido tripa, porque ¿quién carajo va a tener tiempo de ir al gimnasio cuando hay que pasar por el supermercado para comprar pan y leche? En un abrir y cerrar de ojos te plantas en los cincuenta y empiezas a quedarte dormido en una butaca reclinada mirando las reposiciones de Ley y orden.


Daniel se quedó en silencio durante un rato y se dedicó a examinar la expresión de Pedro.


—Acabas de hacer un interesante resumen de la vida de Sebastian durante los siguientes veinte años. Espero que le pongan mi nombre a uno de los niños.


—Así están las cosas, ¿no te parece? — ¿Qué era ese pánico, esa llamarada que le nacía en el pecho? Pedro no quiso planteárselo —. Lo bueno es que Maca no irá a verte para que le lleves el divorcio, porque seguramente a ellos les saldrá bien. No es de las que se ponen como una moto porque su marido se va a jugar al póquer una vez a la semana o lo agobia con el consabido «nunca me llevas a
ninguna parte».


—¿Paula es así?


—¿Qué? No, pero no estoy hablando de Paula.


¿Ah, no?


—No. —Pedro respiró hondo y descubrió, para su sorpresa, que estaba farfullando—. Me va bien con Paula. Muy bien, en realidad. Hablaba en general.


—¿En general el matrimonio consiste en comprarte butacas reclinadas y monovolúmenes y dar por zanjada la vida que
llevamos ahora?


—Elige una mecedora y un coche familiar, si quieres. Creo que van a volver a ponerse de moda. Lo que quiero decir es que a Maca y a Sebastian les sienta bien el papel. Bueno, me alegro por ellos. No todos son capaces de hacerlo.


—Depende de la dinámica, más que nada.


—La dinámica cambia.


Sus padres habían cambiado esa dinámica de la noche a la mañana, a su juicio.


Un buen día eran una familia y, al instante siguiente, la pareja se había separado. Sin ninguna razón en particular, sin sentido. Y eso sucedía a menudo. Una vez sí y otra no.


—Por eso mañana presentarás una demanda de divorcio —precisó Pedro, que, más calmado, se encogió de hombros—. La gente cambia, y los elementos, las circunstancias y las situaciones también se transforman.


—Sí, es verdad. Y los que lo desean cultivan la relación mientras esta se va transformando.


Atónito, inexplicablemente molesto, Pedro frunció el ceño.


—¿Ahora eres un defensor del matrimonio?


—Nunca he sido un detractor. Procedo de un largo linaje de parejas casadas. Supongo que hay que tener agallas o una confianza ciega para meterse ahí, y mucho esfuerzo y una flexibilidad importante para seguir en ello. Teniendo en cuenta cómo son Maca y Sebastian, y sus historias personales, yo diría que la que le pone agallas es ella, y él es el de la confianza ciega. Resulta una buena combinación.


Daniel se quedó pensativo, contemplando la cerveza.


—¿Estás enamorado de Paula?


El pánico volvió a asaltarlo, pero se lo bajó por la garganta con un sorbo de cerveza.


—Te he dicho que todo esto no tiene nada que ver con ella, con nosotros o con cualquier cosa que se le parezca.


—Qué gilipollez, Pedro. Estamos aquí tomándonos la última cerveza después de una noche de triunfo para ti y de fracaso total para mí y, en lugar de tomarme el pelo, me hablas
de matrimonio y de ir a pescar a alta mar, cosas que nunca te han interesado especialmente.


—Vamos cayendo como moscas. Tú mismo lo has dicho.


—Claro que sí. Porque es cierto. Tony cayó hace tres o quizá cuatro años. Frank se tiró de cabeza el año pasado y Rod se acaba de comprometer. Añade a Sebastian en la combinatoria. Yo no estoy liado con nadie en especial, hoy por hoy, y, por lo que sé, Martin tampoco. Solo quedáis Paula y tú. Por eso me sorprendería mucho que la noticia de Rod no te haya puesto en marcha los engranajes.


—Estoy empezando a plantearme qué esperará ella de todo esto, nada más. Paula trabaja con parejas casadas.


—No, trabaja organizando bodas.


—Diana. Paula pertenece a una gran familia, una familia en apariencia feliz y unida. Ya sé que las bodas y los matrimonios son dos cosas distintas, pero una lleva a la otra. Una buena amiga de la infancia se casa. Sabes cómo son estas cosas, Dani. Estas mujeres son como un puño. Aunque los dedos se muevan individualmente, todos pertenecen a la misma mano. Has dicho que Martin y tú aún correteáis por ahí y, por lo que sé, Laura y Carla también. Ahora bien, ¿qué pasa con Maca? Eso ya es diferente. Por otro lado, uno de los amigos que viene a jugar al póquer va a
montar su boda con ellas. Las cosas cambian.


Pedro gesticulaba con la cerveza en la mano.


—Si todo esto lo llevo en la cabeza, apuesto lo que sea a que ella también.


—Podrías actuar de manera radical y sacar tú el tema de conversación.


—Si haces eso con ella, das un paso adelante.


—O un paso atrás. ¿En qué dirección quieres avanzar, Pedro?


—¿Lo ves? Me lo estás preguntando. — Pedro, contundente, lo apuntó con el dedo—. Y ella también se lo debe de estar preguntando, seguro. ¿Qué tendría que responder yo?


—Sé radical. ¿Qué tal si le dices la verdad?


—No sé cuál es la verdad. —«Bien», pensó Pedro, por eso tengo miedo—. ¿Por qué crees que estoy aterrado?


—Supongo que tendrás que adivinarlo tú. De hecho, no te has planteado la pregunta fundamental: ¿estás enamorado de ella?


—¿Cómo diantre voy a saberlo? Es más, ¿cómo se sabe cuándo eso es definitivo?


—Valentía, confianza ciega... Las tienes o no las tienes. Ahora bien, desde mi punto de vista, tío, la única persona que te está presionando eres tú mismo. —Daniel se cruzó de
piernas y dio cuenta de su cerveza—. Ya tienes algo en lo que pensar.


—No quiero hacerle daño. No quiero decepcionarla.


«Si pudieras escucharte a ti mismo — pensó Dani—, te darías cuenta de que estás colado y todavía no te has enterado.»


—A mí tampoco me gustaría que pasara eso —dijo Dani como quien no quería la cosa —, porque me disgustaría tener que patearte el culo.


— Más te disgustaría que te lo pateara yo a ti.


Y a continuación, mientras apuraban la última cerveza, se lanzaron mutuamente una buena tanda de insultos.



1 comentario:

  1. Espectaculares los 6 caps de ayer y los 3 de hoy. Imposible aburrirse con esta historia jajajaja

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