Un rato después se dejaron caer sobre el césped para contemplar a unos adolescentes que acababan de improvisar un partido de fútbol. Carla, quitándose las sandalias, fue a sentarse con ellos no sin antes alisar la falda de su vestido veraniego.
—Fútbol nocturno —comentó Pedro—. No es lo acostumbrado.
—¿Juegas al fútbol? —le preguntó Paula.
—No es uno de mis deportes favoritos. Prefiero el bate, el balón, el aro... Pero me gusta ver partidos.
—Te gusta ver cualquier deporte que se practique con una pelota. —Maca se sentó a su lado y tiró de Sebastian para que se colocara junto a ella—. He comido demasiado. Me he
pasado. No consiguen despejarla.
—Oh, qué pena —murmuró Paula cuando interceptaron el balón—. ¿Crees que tiene ojos, que lleva incorporado un radar?
—¿Te gusta el fútbol?
Paula miró a Pedro.
—Jugaba en la selección femenina del colegio. Ámbito estatal.
—¿De verdad?
—Éramos co-capitanas —añadió ella señalando con el pulgar a Carla.
—Eran unas malvadas. —Laura se arrodilló junto a Carla—. Maca y yo solíamos ir a los partidos para compadecernos del
equipo contrario. Vamos —le dijo a Carla dándole un codazo—. Salid ahí y dadles una buena tunda.
—Mmm... ¿Te apetece? —le preguntó Paula a Carla.
—Pau, ha pasado una década.
Paula se hincó de rodillas y puso los brazos en jarras.
—¿Estás diciendo que somos demasiado mayores para enfrentarnos a esos debiluchos perdedores? ¿Estás diciendo que has perdido... el nervio?
—Al diablo. Les meteremos un gol.
—Marcaremos.
Imitando a Carla, Paula se quitó las sandalias.
Pedro, fascinado, observó a las dos mujeres acercarse al campo con sus preciosos vestidos veraniegos.
Hubo palabras encontradas, silbidos y abucheos.
—¿Qué pasa? —Maca se acercó despacio para no perder detalle.
—Paula y Carla les van a dar una paliza —le contó Laura.
—¿Bromeas? Esto promete ser interesante.
Tomaron posiciones en el campo, bajo los focos, mientras el equipo de Paula y Carla se preparaba para atacar. Las mujeres se miraron. Paula le hizo señales a Carla.
Carla rió y se encogió de hombros.
El balón empezó a rodar. Paula lo golpeó en dirección a Carla, que lo controló y, con pies ligeros, dribló a tres contrincantes.
Los que antes las habían abucheado empezaron a animarlas.
Giró sobre sí misma, hizo ademán de pasar en corto e hizo un cambio de juego al otro extremo del campo. Paula, de un salto, recibió y disparó a portería con tanto efecto que el gol dejó al portero boquiabierto.
Las dos mujeres alzaron los brazos al unísono y gritaron.
—Ese era su grito de guerra —explicó Maca al grupo—. Sin falsas modestias.¡Adelante, Robins!
—Era su equipo femenino de fútbol — explicó Sebastian—. Liga femenina, ámbito estatal.
Carla iba a marcharse del campo cuando Paula la agarró por el brazo. Pedro alcanzó a oír la palabra «otro».
Carla hizo un gesto de negación, pero Paula insistió. Entonces Carla se recogió la falda y dijo algo a la co-capitana, porque esta se echó a reír.
Practicaron un juego defensivo contra el equipo contrario, a quienes ya habían logrado infundir respeto. Se debatieron para cubrir, intimidar y empujar a sus oponentes.
Pedro sonrió abiertamente cuando Paula, con el hombro, cargó contra un jugador contrario. Vio que lo había hecho de
maravilla... e incluso con cierta furia. Una oleada de deseo le recorrió el vientre cuando ella arremetió contra el jugador que estaba en posesión del balón. Su dura entrada al adolescente que intentaba el pase interior (¡Dios, solo había que mirarla!) le hizo perder el equilibrio.
Carla, que estaba alerta, saltó al ver la patada alta de su compañera y, faldas al vuelo, le devolvió el balón con un cabezazo.
—Vaya, vaya... —murmuró Martin.
—¡Nuestra! —gritó Laura cuando Paula atrapó el balón—. ¡Uau!
Paula esquivó los intentos de los contrincantes por recuperar la pelota con rápidos recortes. Le pasó el balón a Carla
con un espectacular taconazo y esta lo lanzó decidida entre las piernas del portero.
Alzaron las manos, gritaron y Carla se abalanzó sobre Paula para abrazarla.
—¿Se acabó?
—Oh, desde luego que se acabó. — Paula respondió jadeando—. Ya no tengo diecisiete años, pero aguanto. Un resultado justo.
—Marchémonos victoriosas.
Unieron las manos, las levantaron en señal de triunfo y agradecieron los aplausos.
Luego abandonaron el campo.
—Cariño —dijo Pedro tirando de Paula para que se sentara en la hierba—, estás hecha una furia.
—Claro. —Paula aceptó el botellín de agua que Maca le ofreció. Sin embargo, antes de poder dar el primer sorbo, se encontró con la boca de Pedro entre los labios.
El beso mereció un nuevo aplauso.
—Soy el esclavo de una mujer que sabe hacer un pase de tacón de manera impecable —murmuró él sin separarse de sus labios.
—¿De verdad? —preguntó ella rozándole el labio superior con los dientes—. Tendrías que ver mi lanzamiento a balón parado.
—Cuando quieras y donde quieras.
Martin, en el otro extremo del campo, se cruzó con Carla para ofrecerle una de las dos cervezas que traía.
—¿Te apetece?
—No, gracias.
Carla lo esquivó y tomó un botellín de agua de una de las cubiteras.
—¿A qué gimnasio vas, Piernas?
Carla abrió el botellín.
—Al mío.
—Me lo figuro. Menudos pases. ¿Practicas algo más?
Carla dio un sorbo de agua lentamente.
—Piano.
Mientras ella se alejaba, Martin echó un distraído trago a su cerveza sin dejar de mirarla.
***
Un rato después Laura estaba sentada en los peldaños del porche principal de los Chaves, con los brazos cruzados a la espalda y los ojos entornados. Se había dejado seducir por el silencio, y también por la fragancia del césped y del jardín delantero. El cielo primaveral estaba tachonado de estrellas.
Oyó unos pasos, pero mantuvo los ojos cerrados esperando que el espontáneo en cuestión pasara de largo y la dejara disfrutar de la soledad.
—¿Te encuentras bien?
No tuvo esa suerte. Abrió los ojos y vio a Dani.
—Sí, solo quería sentarme un rato.
—Ya lo veo.
Daniel se acomodó junto a ella.
—Ya me he despedido. Carla sigue dentro, o fuera, pasando revista para asegurarse de que no queda nada más por
hacer. Yo he tomado demasiado tequila para preocuparme por algo así.
Daniel la observó con atención.
—Te llevaré a casa.
—Le he dado las llaves de mi coche a Carla. Ella conducirá. No necesito que vengan a salvarme, caballero.
—Vale. He oído decir que las Robins han regresado. Siento habérmelo perdido.
—Se impusieron, como siempre. Supongo que debías de estar ocupado. — Laura volvió la cabeza hacia atrás y hacia los lados exagerando sus movimientos—. ¿Estás solo, Daniel? ¿Con tanto ganado para ligar como había hoy? No puedo creer que las Robins metieran dos goles y tú no te anotaras ningún tanto.
—No he venido a anotarme tantos.
Laura emitió un bufido socarrón y lo empujó.
Daniel torció el gesto y sonrió con reticencia.
—Guapísima, has bebido por un tubo.
—Sí. Ya me cabrearé mañana. Hoy por hoy, me siento de fábula. No recuerdo la última vez que me pasé con el tequila o con lo que sea. Coulda marcó.
—¿Cómo dices?
—Y no me refiero al fútbol. —Laura se levantó con dificultad y le dio otro empellón —. Un tipo muy listo que se llamaba... no sé cómo hizo la jugada. Pero yo estoy en morit... mora... espera. En una mo-ra-to-ria sexual — dijo pronunciando sílaba por sílaba.
Sin dejar de sonreír, Daniel le colocó un mechón de su pelo rubio tras la oreja.
—¿Ah, sí?
—Sí. Estoy borracha y estoy... en eso que acabo de pronunciar y que no volveré a repetir. —Se sacudió el mechón que él acababa de arreglarle y le sonrió achispada—. No estarás pensando en hacerme una jugada, ¿verdad?
A Dani se le heló la sonrisa.
—No.
Laura lanzó un bufido sarcástico, se apoyó y lo despachó con un gesto de la mano.
—Largo.
—Me quedaré aquí hasta que salga Carla
— Señor Brown, Daniel Brown, ¿no te cansas nunca de salvar a los demás?
—No he venido a salvarte. Solo me sentaré un rato a charlar contigo.
Sí, claro, pensó ella, a sentarse un rato.
En una preciosa noche de primavera, bajo una lluvia de estrellas, con el aroma de las primeras rosas perfumando el aire.
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