Paula aparcó su coche detrás del automóvil de Pedro y cogió su enorme bolso.
Salió, abrió el maletero y sonrió al cargar con la bolsa de viaje.
—No quiero preguntarte qué demonios has metido aquí dentro. De hecho, creía que pesaría más.
—Me he contenido. Lo que no te he preguntado yo es a qué hora empiezas a trabajar mañana.
—Sobre las ocho. No tengo que madrugar.
Paula le cogió de la mano y balanceó el brazo.— Agradeceré tu hospitalidad preparándote el desayuno. Si tienes algo para
desayunar, claro.
—Es posible.
Subieron los escalones que conducían a la puerta trasera de su apartamento, situado en el piso superior de su despacho.
—Vivir donde trabajas hace que todo resulte más sencillo, ¿no te parece? Aunque a veces pienso que acabamos trabajando más que si lo hiciéramos fuera. Me encanta este
edificio. Tiene personalidad.
—Me enamoré de este lugar —dijo Pedro abriendo la cerradura.
—Te va como anillo al dedo. Una fachada con personalidad, tradicional, y en el interior, unas líneas diáfanas y una
distribución del espacio equilibrada — puntualizó Paula entrando en la cocina.
—Hablando de líneas diáfanas y de distribución del espacio, no tengo palabras para describir tu exhibición futbolística.
—Ese impulso probablemente hará que mañana vea las estrellas cuando accione mis cuádriceps.
—Creo que tus cuádriceps lo resistirán. ¿Te he contado que tengo debilidad por las mujeres que practican deporte?
Paula y Pedro cruzaron el apartamento hasta llegar al dormitorio.
—No hacía falta. Sé que tienes debilidad por las mujeres y debilidad por el deporte.
—Y si lo juntas todo, estoy perdido.
—Y te conviertes en un esclavo de la futbolista. —Paula se puso de puntillas y le dio un beso—. Tendrías que haberme visto con el equipo puesto.
—¿Aún lo tienes?
Paula rió, dejó la bosa de viaje encima de la cama y abrió la cremallera.
—En realidad, sí.
—¿Lo llevas ahí dentro?
—Me temo que no, pero lo que sí llevo es esto... —Paula sacó una prenda muy transparente, muy corta, muy negra—. Si te interesa.
—Creo que este día va a terminar siendo perfecto.
****
Por la mañana Paula preparó unas tostadas y unas rodajas de manzana crujientes y algo dulces.
—Esto es fantástico. Artista floral, campeona de fútbol y hechicera culinaria.
—Soy muchas cosas a la vez —confesó Paula sentada frente a él en el office que hacía las veces de comedor. Pensó que en ese espacio quedarían bien unas flores, algo atrevido y vivo, dentro de un jarrón de cobre —. Se han terminado los huevos y queda poca leche. Hoy voy a ir al supermercado. Si quieres que compre algo por ti...
Vio el respingo, el titubeo de Pedro antes de que este empezara a hablar.
—No, gracias. Tengo que ir a la compra dentro de unos días. ¿Qué tal tus cuádriceps?
—Muy bien. —Ella se obligó a no tomarse a la tremenda la reticencia con que Pedro había acogido su ofrecimiento de ir a comprarle un inofensivo cartón de huevos—. Supongo que la maldita bici elíptica cumple con su función. ¿Cómo te mantienes en forma?
— Voy al gimnasio tres o cuatro veces a la semana, juego al baloncesto... cosas así.
Paula lo miró entornando los ojos y con una expresión acusadora.
—Apuesto a que te gusta. Me refiero al gimnasio.
—Sí.
—A Carla también. A mí me parece que estáis enfermos.
—¿Mantenerse en forma es estar enfermo?
—No, lo es disfrutar con lo que implica mantenerse en forma. Yo hago ejercicio, pero me lo planteo como una obligación, un deber, un mal necesario. Como las coles de Bruselas.
Pedro adoptó una expresión divertida.
—¿Las coles de Bruselas son malas?
—Claro. Lo sabe todo el mundo, aunque nadie lo admita. Esas pelotitas verdes están llenas de maldad. Como las sentadillas, una forma de tortura concebida por gente que no
necesita practicarlas. Malnacidos.
—Encuentro fascinantes tus ideas sobre la preparación física y la nutrición.
—La sinceridad puede ser fascinante — recalcó Paula saboreando el último sorbo de su café—. Al menos, en pleno verano puedo usar la piscina, que es una actividad sensata y
divertida. En fin, más vale que suba a ducharme porque he estado trabajando delante de los fogones como una esclava mientras tú te arreglabas. Iré rápido para que no te retrases. —Echó un vistazo al reloj que había encima de esos mismos fogones—. Muy rápido, de hecho.
—Ah... oye, no hace falta que vayas con prisas. Cierra de golpe la puerta trasera cuando te marches.
Satisfecha, Paula sonrió.
—Entonces tomaré otra taza de café.
Eso le permitió demorarse un poco en el desayuno y la ducha. Se envolvió en una toalla, se puso crema corporal y se aplicó una hidratante en el cutis.
Empezaba a maquillarse cuando Pedro entró en el baño. Paula detectó cómo sus ojos se paseaban por los tubos y los tarros esparcidos sobre la superficie del lavabo.
Actuó como si tal cosa, pero la incomodidad de su expresión no dejaba lugar a dudas... y el dolor que ella sintió fue innegable.
—Tengo que irme. —Pedro le acarició con ternura el pelo mojado y la besó—. ¿Te veo luego?
—Claro.
Terminó de maquillarse y de arreglarse el pelo cuando él se hubo marchado. Luego se vistió y metió sus cosas en la bolsa de viaje.
Al acabar, volvió al baño y limpió a fondo el lavabo. Se entretuvo luego con la superficie, porque quería asegurarse de no dejar ni rastro de su presencia en ese espacio tan suyo.
—Así no te entrará un ataque de pánico, Pedro —farfulló—. Todo limpio. Todo tuyo.
Antes de salir le dejó una nota en el mármol de la cocina.
Pedro. Había olvidado que esta noche
tengo un compromiso. Ya hablaremos más
tarde. Paula.
Necesitaba un respiro.
Salió de la casa y se aseguró de haber cerrado bien la puerta trasera. Metió la bolsa en el maletero del coche y se sentó al volante.
Abrió el móvil y marcó el número de Carla.
—Hola, Paula. Estoy hablando por la otra línea con...
—Será solo un segundo. ¿Podemos organizar una reunión de chicas esta noche?
—¿Qué pasa?
—Nada. De verdad. Solo necesito pasar una noche con mis amigas.
—¿En casa o fuera?
—En casa. No quiero salir.
—Me encargaré de todo.
—Gracias. Llegaré dentro de un par de horas.Paula cerró el teléfono.
Las amigas, pensó. Las amigas nunca te defraudaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario