miércoles, 1 de marzo de 2017
CAPITULO 37 (SEGUNDA HISTORIA)
El Cinco de Mayo las banderas mexicana y estadounidense ondeaban sus vivos colores en reconocimiento a la mezcla de culturas que representaban la madre mexicana y el padre
yanqui de Paula.
Cada año, en la extensa propiedad de los Chaves, se celebraban al aire libre partidas de bolos y de bádminton y se instalaban atracciones inflables y toboganes acuáticos.
Amigos, familiares y vecinos jugaban y competían entre sí mientras los demás se agrupaban junto a las mesas de picnic para abalanzarse sobre las bandejas de cerdo y pollo, las tortillas de maíz, los cuencos de frijoles rojos o de chile y el guacamole o la salsa picante, tanto que ardía en la garganta.
Se servían litros de limonada, de cerveza Negra Modelo y Corona, de tequilas y margaritas heladas para paliar la picazón.
Las veces que participaba de la fiesta del Cinco de Mayo, Pedro quedaba asombrado ante la cantidad de personas que los Chaves llegaban a alimentar y la variedad de alimentos donde elegir: fajitas y hamburguesas, frijoles
negros, arroz, ensalada de patata... y, de postre, flan o pastel de manzana.
Dedujo que la comida era un símbolo más de la perfecta armonía que reinaba entre Fernando y Lucía.
Pedro estaba tomando una cerveza mientras contemplaba a los invitados bailar al son de un trío de guitarras y marimbas. Daniel, a su lado, iba dando sorbos a la suya.
—Esta fiesta es un éxito rotundo.
—No escatiman esfuerzos.
—Dime, ¿qué sientes al pensar que este año vienes como noviete de la niña de la casa?
Pedro, por una cuestión de principios, iba a responder que lo mismo que otras veces, pero era Daniel quien le hacía la pregunta.
—Me siento un poco raro. Aunque hasta ahora, nadie ha ido a buscar una cuerda para ahorcarme.
—Todavía es pronto.
—Brown, eres todo un consuelo para mí. ¿Son imaginaciones mías o hay el doble de niños que el año pasado? —preguntó Pedro pensativo—. Que hace dos años, mejor dicho. El año pasado no pude venir.
—Puede ser. Aunque no creo que todos sean parientes. De todos modos, he oído decir que Celia vuelve a estar embarazada.
—Sí, Paula lo mencionó. ¿Has venido solo, a representar el papel de solterón de oro?
—Sí —respondió Daniel disimulando una sonrisa—. Nunca se sabe, ¿o no? Mira a esa rubia del vestido azul. Menudas piernas...
—Sí. Siempre he creído que Laura tiene unas piernas fantásticas.
Daniel casi se ahogó con la cerveza.
—Esa no es... oh —logró articular cuando ella se volvió riéndose y Dani la reconoció—. Supongo que no estoy acostumbrado a verla con un vestido. —Se giró deliberadamente para darle la espalda—. En cualquier caso, veo un montón de morenas seductoras y de estilosas rubias, y también un buen puñado de pelirrojas buenísimas. La mayoría, sin compromiso. Aunque supongo que los días de tantear el terreno ya han terminado para ti.
—Salgo con una mujer, no me he quedado ciego ni estoy muerto. —Esa idea le recorrió el espinazo como un escalofrío.
—¿Dónde está Pau?
—Ha ido a ayudar a no sé quién con la comida. No andamos todo el día pegados el uno al otro.
Dani enarcó una ceja.
—Comprendo.
—Ella tiene sus amigos y yo, los míos. También tenemos amistades comunes. No hay necesidad de ir cogidos de la mano cuando estamos en una fiesta.
—Como tú digas. —Dani tomó otro sorbo de cerveza con aire contemplativo—. ¿El tipo al que está besando en la boca es amigo suyo, amigo tuyo o amigo de los dos?
Pedro giró en redondo y vio que Paula acababa de darle un beso a un hombre que parecía un dios nórdico. Riendo y con un gesto expresivo, cogió a Thor de la mano y ambos se incorporaron a un grupo de conocidos.
—No parece amigo tuyo —comentó Dani.
—¿Por qué no te...? —Pedro se interrumpió cuando Lucía se plantó frente a ellos.
—Vosotros dos deberíais estar comiendo en lugar de quedaros aquí quietecitos como las estatuas de dos bellos dioses.
—Estaba valorando las alternativas —le contó Dani—. La elección es difícil. Uno no sabe si inclinarse por el pastel de manzana o por el flan.
—También hay tarta de fresa y empanadas.
—¿Lo ves? Es un asunto delicado que no hay que tomar a la ligera.
—Prueba un poco de cada y decide luego. ¡Mirad quién viene por allí! —Lucía, sonriendo de oreja a oreja, saludó a Maca y a Sebastian con los brazos abiertos—. Macarena,
has podido venir.
—Lamento llegar tan tarde. La sesión se alargó más de lo que esperaba —se excusó ella besando a Lucía en la mejilla.
—Estás aquí y eso es lo que vale. ¿Y tú, qué cuentas? —Lucía abrazó a Sebastian.
Sebastian la levantó unos centímetros del suelo, con un gesto cariñoso que llevaba años practicando con ella.
—Cuánto tiempo sin venir al Cinco de Mayo...
Sebastian sonrió.
—No recuerdo que asistiera tanta gente a la fiesta.
—Porque ahora somos más. Tus padres han venido con los hijos de Diane. Silvia y Nico también han llegado —dijo Lucía refiriéndose a su hermana pequeña—. Supongo que Diane y Sam pronto aparecerán. Maca, tu futura suegra me ha dicho que la organización de vuestra boda va muy bien.
—Todo está bajo control.
—Deja que vuelva a ver tu anillo. ¡Ah...! —Lucía, tras examinar el brillante que Maca lucía en el dedo, le guiñó el ojo a Sebastian sin dejar de sonreír—. Muy bien tallado. Ven, Celia todavía no lo ha visto. Sebastian —dijo mientras se llevaba a Maca consigo—, ve a servirte comida y bebida.
Sebastian prefirió quedarse con los hombres.
—Hacía que no venía a una de estas fiestas desde... debe de hacer unos diez años.Lo había olvidado. Es como un carnaval.
—La mejor del condado —observó Daniel —. Los Chaves o bien conocen a todo el mundo, o bien están emparentados con todos, incluido, según parece, nuestro mecánico y
compañero de póquer. Hola, Martin.
—Qué hay. —Martin se acercó a ellos. Iba con unas gafas oscuras, unos tejanos gastados y una camiseta negra. Agarraba dos cervezas por el cuello de la botella—. ¿Quieres una, Maverick? —le preguntó a Sebastian.
—Claro. No sabía que conocieras a los Chaves.— Llevan a revisar los coches al taller desde hace unos seis o siete meses. Lucía es de esas mujeres a las que, si te descuidas, acabarías contándole la historia de tu vida, pidiéndole que te cocinara tortillas de maíz y deseando que despachara a su marido para fugarse contigo a Maui.
—Esa es la pura verdad —dijo Pedro.
—Me dijo que viniera al Cinco de Mayo, a la fiesta que montan en el jardincillo, cuando terminara de trabajar. Imaginé que sería una comida al aire libre, de esas bien puestas, con cerveza mexicana y tortillas de maíz. —Martin hizo un gesto de incredulidad—. No veo que falte nadie.
—Creo que han venido todos.
—Siento haber tardado tanto —dijo Paula llegando apresurada con un margarita en la mano—. Estaba saludando a unos conocidos.
—Sí, me he fijado en uno de ellos.
Paula miró a Pedro desconcertada y luego se volvió hacia Martin.
—Hola, soy Paula.
—Eres la del Cobalt.
—Yo... —Paula se quedó perpleja y luego le dedicó una mirada afligida—. Sí. Tú debes de ser Martin.
—Si, ese soy yo —La miró de arriba abajo, examinándola—. Mira, vale más que sepas que tienes suerte de parecerte a tu
madre, con quien espero casarme algún día. De otro modo, te habría echado la misma bronca que le eché a tu amiga el día que la confundí contigo.
—Y me lo habría merecido. De todos modos, he aprendido la lección y ahora soy mucho más responsable. Hiciste un buen
trabajo. Eres un buen profesional. Me pregunto si te daría tiempo a revisar mi camioneta si te la llevo la semana que viene.
—Supongo que no tendrá tu mismo aspecto, ¿verdad?
Paula sonrió y le dio un sorbo a su margarita.
—Ve a buscar un plato y sírvete comida.
—¿Por qué no vienes conmigo y me enseñas a...? —Martin se interrumpió al captar la mirada de advertencia de Pedro y la manera desenfadada y territorial con que se puso a acariciar el pelo de Paula—. Vale, me parece que voy a ver si picoteo algo por ahí.
—Te acompaño —decidió Sebastian.
Daniel torció el gesto.
—Parece que me he quedado seco —dijo sacudiendo la botella de cerveza—. Pau, ¿quién es esa morena esbelta, la de la blusa rosa y los tejanos ajustados?
—Ah... Es Paige. Paige Haviller.
—¿Está soltera?
—Sí.
—Nos vemos luego.
—Tendría que haberme preguntado sitenía cerebro —comentó Paula mientras Dani se alejaba del grupo—. En menos de treinta minutos estará mortalmente aburrido.
—Depende de lo que hagan durante esos treinta minutos.
Paula estalló en carcajadas.
—Supongo que sí —respondió ella cogiéndole la mano—. Qué día más bonito, ¿verdad?
—Nunca entenderé la clave del éxito de tus padres.
—Llevan semanas preparándolo, y también contratan a un equipo para que monte los juegos y las actividades. Además, Carla colabora coordinándolo todo. Hablando de ella...
—¿Quién era ese tipo?
—¿Qué tipo? Hay muchos. Dame pistas.
—El que estabas besando hace un rato.
—Menuda pista.
La frase le puso furioso.
—El que parecía el príncipe de Dinamarca.
—El príncipe de... Ah, debes de hablar de Marshall. Ha sido una de las razones de mi retraso.
—Ya me he fijado.
Paula ladeó la cabeza y frunció ligeramente el ceño.
—Marshall ha llegado tarde. Con su esposa y su hijo recién nacido. Primero ha venido a saludarme y luego he entrado en casa para ir a hacerle unas carantoñas al bebé.¿Algún problema?
—No. —«Soy idiota», pensó—. Dani me ha estado pinchando y yo he caído en la trampa. Y en la metáfora. Rebobinemos. ¿Qué me ibas a contar?
—Marshall y yo salimos durante un tiempo, hace unos años. Luego le presenté a su mujer. Nos encargamos de organizar su boda hace unos dieciocho meses.
—Entendido. Discúlpame.
Paula sonrió.
—No puedo decir que me haya agarrado por el culo como cierta artista loca hizo contigo.
—Él se lo ha perdido.
—¿Vamos a mezclarnos con la gente y a mostrarnos sociables?
—Buena idea.
—Ah, por cierto... —exclamó Paula cuando se dirigían hacia un grupo de invitados —. Se me ha ocurrido una cosa. Como
mañana quiero hacer unos recados en la ciudad, si esta noche me quedara en tu casa, me ahorraría el desplazamiento. Carla me ha traído en coche, porque ambas queríamos llegar pronto para ayudar, pero ella puede regresar con Laura. Así no tendré que hacer dos viajes.
—¿Quieres quedarte en mi casa?
Paula enarcó las cejas y su mirada acusó cierta frialdad.
—Puedo dormir en el sofá si no te apetece tener compañía.
—No. Había dado por sentado que tendrías que regresar a casa. Por lo general, empiezas temprano.
—Mañana tengo que ir primero a la ciudad y no hará falta que me levante tan temprano, pero si eso representa un problema para ti...
—No. —Pedro se situó frente a ella—. Me parece muy bien. Perfecto. ¿Necesitas algo para mañana?
—Metí algunas cosas en el coche después de que se me ocurriera la idea.
—Entonces ya está todo arreglado. —Se inclinó para besarla.
—Me parece que vas a necesitar otra cerveza.
Pedro dio un respingo al oír la voz del padre de Paula.
Fernando le sonrió. De una manera desenfadada, a juzgar por las apariencias, pensó. Si no fuera porque él era el tipo que acababa de montarse la noche con su hija.
—Negra Modelo, ¿verdad? —le preguntó Fernando ofreciéndole una cerveza.
—Sí, gracias. Una fiesta fantástica, como siempre.
—Para mí es la mejor del año. —Fernando rodeó a Paula con un brazo. De un modo natural y afectuoso, territorial también—. La tradición empezó la primavera que Lucía estaba embarazada de Mateo. Éramos los amigos, la familia y los niños. Ahora nuestros hijos son mayores y ya han formado su propia familia.
— Te estás poniendo sentimental —dijo Paula alzando el rostro y dándole un beso a su padre en la mandíbula.
—Todavía te veo correteando por el césped con tus amigos para ganar premios lanzando anillas o rompiendo piñatas. Como le ocurre a tu madre, aportas color y sentido a la vida.
—Papá...
Fernando miró a Pedro directamente a los ojos.
—Y el hombre a quien ofrezcas ese color y esa vida será afortunado, y sabio también, porque sabrá valorarlo.
—Papá... —repitió Paula con un tono de advertencia en esa ocasión.
—Solo un hombre puede recibir tantos tesoros —dijo él dándole unos golpecitos cariñosos en la nariz—. Voy a vigilar la barbacoa. No me fío demasiado de tus hermanos ni de tus tíos. Hasta luego, Pedro — añadió con un gesto de asentimiento, y luego se marchó.
—Lo siento. No puede evitarlo.
—No pasa nada. ¿He sudado la camisa?
Riendo, Paula cogió a Pedro por la cintura.— No. ¿Enseñamos a esos niños a romper una piñata?
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