miércoles, 1 de marzo de 2017

CAPITULO 36 (SEGUNDA HISTORIA)





Paula, sentada en su despacho, puso al día sus asuntos mientras dejaba actuar una mascarilla facial que limpiaba e hidrataba a fondo. ¿Cuántas mujeres tenían la suerte de poder dedicarse al cuidado facial y al mismo tiempo hacer pedidos? ¿Y de hacerlo descalzas y con Norah Jones sonando en los altavoces?


¿Cuántas de las afortunadas habían practicado la noche anterior, por dos veces, un sexo enloquecido y salvaje con un hombre increíble?


No muchas, ¿verdad? Pues no, no muchas.


Mientras la mascarilla obraba milagros, preparó un pedido a sus proveedores encargando espuma para arreglos florales,
cintas de plástico, alambre y piedras transparentes de colores. A continuación navegó por la página web para ver si se vendía algo interesante que estuviera en oferta, y añadió a su pedido espray de espuma de poliuretano, varias láminas de espuma y tres docenas de bases finas.


Con eso tendría bastante material por el momento, pensó. Envió el pedido y se conectó con su proveedor de velas al por mayor para ver si este tenía algo que ofrecerle.


—¡Toc, toc! ¡Paula! ¿Estás en casa?


—¿Mamá? Estoy aquí arriba. —Paula archivó el carrito de la compra, se levantó del escritorio y se encontró con su madre en la escalera—. ¡Hola!


—Hola, cariño. Tienes la cara muy rosa.


—Yo... Ay, lo había olvidado. —Paula, riéndose, se toqueteó la mejilla—. Tengo que quitarme esto. Me he puesto a comprar velas y se me ha ido el santo al cielo. —Se marchó al baño para lavarse la mascarilla—. ¿Has hecho novillos?


—He trabajado esta mañana y ahora estoy libre como un pajarillo. Por eso he decidido que iría a ver a mi hija antes de
regresar a casa. —Lucía tomó el tarro de la mascarilla—. ¿Es buena?


—Yo qué sé. Es la primera vez que la pruebo. —Paula terminó de lavarse con agua fría y luego se secó con esmero.


Lucía torció el gesto.


—Eres tan bonita que no sé si el resultado se debe a los afortunados genes que te pasé o a este potingue.


Paula sonrió. Estudió su imagen en el espejo del lavabo y se pasó el dedo por las mejillas y el mentón.


—Refresca la piel. Y eso siempre va bien.


—Estás resplandeciente —dijo Lucía mientras Paula vaporizaba tónico sobre su piel y se ponía crema hidratante—. Por lo que he oído, no es debido al potingue.


—¿A los genes afortunados?


—A una fortuna de otra clase. Tu prima Dana ha venido a la librería esta mañana. Parece ser que su gran amiga Liwy... Conoces a Liwy, creo.


—Sí, un poco.


—Liwy estaba cenando con su nuevo novio y adivina a quién vio sentadita en un tranquilo rincón, en el otro extremo del
restaurante, compartiendo vino, pasta y una conversación íntima con un arquitecto guapísimo.


Paula parpadeó.


—¿Cuántas oportunidades tengo?


Lucía enarcó las cejas.


—Bajemos a tomar algo. ¿Te apetece un café o prefieres algo frío?


—Algo frío.


—Pedro y yo fuimos a la inauguración de una exposición de arte. —Paula empezó a contarle la historia mientras bajaba la escalera —. Fue horrible, aunque, de hecho, la historia
no tiene desperdicio.


—Ya me la contarás luego. Prefiero que me expliques lo del vino y la pasta.


—Cenamos pasta y tomamos vino al salir de la inauguración. —Paula entró en la cocina y llenó un par de vasos con hielo.


—Andas con evasivas.


—Sí. —Paula se echó a reír y cortó unas rodajas de limón—. Es una tontería, porque ya debes de haber imaginado que Pedro y yo estamos saliendo juntos.


—¿Escurres el bulto porque crees que no lo aprobaré?


—No. Quizá. —Paula abrió una botella de agua con gas de la marca que le gustaba a su madre, llenó ambos vasos y echó dentro unas rodajas de limón.


—¿Eres feliz? Ya veo la respuesta en tu cara, pero puedes responder sí o no.


—Sí.


—¿Por qué iba a desaprobar yo algo que te hace feliz?


—Porque es un poco raro, ¿no? Después de tanto tiempo...


—Hay cosas que requieren tiempo y otras que no. —Lucía fue a la sala y se sentó en el sofá—. Me encanta esta salita. Los colores, los aromas... Sé que este lugar te hace feliz.


Paula fue a sentarse junto a su madre.


—Es verdad.


—Eres feliz con tu trabajo, con tu vida y en tu casa. Y eso hace que una madre, incluso una madre mayor como yo, duerma bien por las noches. Si además sales con un hombre que resulta que me cae muy bien, más feliz me haces. Tráelo a casa a cenar.


—Oh, mamá. Solo... salimos juntos.


—Lo has invitado otras veces.


—Sí, sí... Pedro, en calidad de amigo de Dani, ha venido a cenar, a nuestros almuerzos al aire libre, a las fiestas que hemos celebrado en casa... pero ahora no me estás pidiendo
que traiga al amigo de Dani a cenar.


—O sea que, de repente, Pedro no puede probar mis guisos ni tomarse una cerveza con tu padre. ¿Entiendes, niña mía, que, para el caso que nos ocupa, comprendo lo que significa la expresión «salir juntos»?


—Sí.


—Dile que venga a la fiesta del Cinco de Mayo. Que vengan todos tus amigos. Te prometo que lo que asaremos en la barbacoa será un cerdo, no a Pedro.


—De acuerdo. Mamá, estoy enamorada de él.


—Sí, cariño. —Lucía la atrajo hacia sí y la abrazó—. Conozco la expresión de tu cara.


—Pero él no está enamorado de mí.


—Será que no es tan listo como yo creía.


—Le gusto mucho, eso sí. Se preocupa por mí y existe una enorme atracción. Por parte de los dos. Pero no está enamorado de mí. Todavía.


—Así se habla, cariño —sentenció Lucía.


—¿Crees que... es poco honesto proponerte deliberadamente que alguien se enamore de ti?


—¿Tienes la intención de mentir, de fingir que eres otra persona distinta, de engañar, de hacer promesas que no piensas cumplir...?


—No, claro que no.


—Entonces, ¿por qué ha de ser poco honesto? Si yo no hubiera conseguido que tu padre se enamorara de mí, ahora no estaríamos sentadas en tu preciosa salita.


—Tú... ¿de verdad?


—Oh, estaba enamoradísima. Sin esperanza alguna, o eso creía yo. Era tan guapo, tan amable, tan dulce y tan gracioso
con su hijo pequeñito... Se sentía muy solo. Me trataba bien, con respeto, con dignidad... y a medida que nos fuimos conociendo, nació la amistad. Yo quería que se me llevara en volandas, que me viera como una mujer, que me metiera en su cama, aunque solo fuera por una noche.


Paula sintió que su romántico corazón casi no le cabía en el pecho.


—Oh, mamá...


—¿Qué? ¿Crees que eres tú quien ha inventado eso? ¿Crees que has inventado la necesidad, el deseo? Yo era joven y él pertenecía a una clase social más alta que la mía. La riqueza, la posición... todo eso eran obstáculos, o al menos eso era lo que yo creía. Ahora bien, por soñar, no pasaba nada. »Y por ponerse manos a la obra, tampoco —añadió Lucía con un amago de sonrisa—. Intentaba cuidar mucho mi aspecto, cocinar sus platos favoritos y escuchar sus confesiones cuando necesitaba a una amiga. Eso se me daba bien. Además, solía asegurarme de comprobar que llevara la corbata bien puesta antes de salir de casa, aunque no fuera necesario, para poder arreglársela personalmente. Y he mantenido la costumbre —murmuró—. Me gusta ese rito. »Sabía que existía algo entre los dos, lo notaba, lo podía ver en sus ojos. Reconocí que, aparte de unirnos el niño que ambos adorábamos, existía algo más que no era exactamente amistad y respeto. Lo único que podía hacer era demostrarle, con pequeños detalles, que yo era suya.


—Mamá, eso es tan... Nunca me lo habías contado.


—Porque no fue necesario. Tu padre era muy cauto conmigo. Tenía la precaución de no rozar mi mano, de no sostenerme la mirada. Hasta el día en que yo estaba bajo el cerezo en flor y vi que se acercaba. Vi que venía hacia mí, y leí lo que estaba escrito en sus ojos. Era mi corazón. —Lucía se llevó la mano al pecho—. ¡Ay, caí rendida a sus pies! ¿Cómo iba él a ignorar eso? Cuando al fin se dio cuenta, se entregó a mí.


—Eso es lo que yo quiero.


—Claro.


Paula tuvo que enjugarse las lágrimas.


—No creo que ajustando la corbata a Pedro lo logre.


—Lo que cuentan son los pequeños detalles, Paula, los gestos, los momentos. Y lo importante. Le mostré mi corazón. Se lo entregué, aun cuando yo creía que él no podría o no querría tomarlo. Se lo di de todos modos, como un regalo. Aunque fuera a rompérmelo. Actué con valentía. El amor es muy valiente.


—Yo no lo soy tanto como tú.


—Creo que te equivocas. —Lucía le pasó el brazo por el hombro y la estrechó contra ella—. Estás muy equivocada. De todos modos, piensa en tu amor como un recién nacido. Es un amor nuevo, radiante y feliz. Disfrútalo.


—Eso hago.


—Y tráelo a la fiesta.


—De acuerdo.


—Ahora regreso a casa para que puedas trabajar. ¿Sales hoy?


—Esta noche, no. Hemos tenido una consulta larguísima: la boda de los Seaman.


A Lucía se le iluminaron los ojos.


—Ah, la gran boda.


—La gran boda. Además, esta noche tengo que trabajar en el despacho, ordenar, planificar... y mañana la jornada será dura. Pedro tiene una reunión mañana por la noche, pero cuando termine, intentará venir y...


—Ya sé lo que significa ese «y» —dijo Lucía con una carcajada—. Vale más que duermas bien esta noche. —Le dio unos golpecitos cariñosos en la rodilla y se levantó.


—Me alegro de que hayas venido a verme. —Paula se puso en pie y le dio un gran abrazo a su madre—. Dale un beso a
papá de mi parte.


—De tu parte y de la mía. Creo que esta noche me llevará a cenar, y charlaremos en la intimidad ante un plato de pasta y una botella de vino. Es un modo de demostrarnos que aún
no hemos perdido ese toque especial.


—Como si lo hubierais perdido alguna vez.


Paula despidió a su madre apoyada en la jamba de la puerta. Sin embargo, en lugar de entrar a trabajar, dejó abierto para que circulara el aire primaveral y se fue a pasear por los jardines.


Capullos cerrados, flores frescas, brotes tiernos... El comienzo de un nuevo ciclo, pensó. Paseó hasta los invernaderos y se recreó con el fruto de su trabajo. Las semillas que había plantado en invierno se habían convertido en pequeñas plantas que iban creciendo a buen ritmo. Decidió que empezaría a aclimatarlas durante los días siguientes.


Dio una vuelta y se detuvo para llenar los comederos de pájaros que compartía con Maca. Empezaba a refrescar cuando regresó a su casa. Al ponerse el sol, haría frío.


Siguiendo un impulso, sacó una olla.


Troceó, cortó y echó dentro unas verduras del verano anterior que tenía congeladas. Dejó que hirviera el caldo y atendió sus quehaceres.


Una hora después regresó para controlar el caldo y, al oír un coche, echó un vistazo por la ventana. Sorprendida y contenta, corrió a saludar a Pedro.


—¡Hola!


—Tenía una reunión y he conseguido despachar pronto. Me he vuelto a dejar la chaqueta y se me ha ocurrido que podría
pasar a recogerla de camino a casa. ¿Estás cocinando?


—He ido a dar un paseo y, como he cogido un poco de frío, me ha apetecido preparar una sopa casera de verduras. Hay de sobra, si te apetece.


—En realidad iba a... Esta noche dan un partido, así que...


—Tengo tele —dijo Paula acercándose a él y arreglándole la corbata con un amago de sonrisa—. Y no está prohibido ver partidos en casa.


—¿De verdad?


Paula le dio un tirón.


—Te dejaré probar la sopa. Si no está rica, te devuelvo la chaqueta y te vas a casa a ver el partido.


Paula fue a la cocina a remover la sopa.


Pedro fue tras ella.


—Ven y abre la boca —dijo ella volviéndose apenas hacia él.


Pedro hizo lo que le pedía y se encontró con una cuchara frente a los labios.


—Está buena —dijo él enarcando las cejas con asombro—. Buenísima. ¿Por qué no me había enterado yo de que preparabas una sopa tan buena?


—Nunca habías venido a recoger tu chaqueta cuando una reunión terminaba antes de lo previsto. ¿Quieres quedarte a cenar?


—Sí, gracias.


—Falta una hora todavía. ¿Por qué no abres una botella de cabernet?


—Vale. —Pedro se inclinó para besarla.Se demoró y luego volvió a darle otro beso, con suavidad, lentamente—. Me alegro de haber venido.


—Yo también.




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