miércoles, 1 de febrero de 2017
PRÓLOGO (PRIMERA HISTORIA)
A los ocho años Paula Chaves se había casado catorce veces. Se casó con tres de sus mejores amigas (en calidad de novia y de novio), con el hermano de su mejor amiga (a pesar de sus protestas), con dos perros, tres gatos y un conejo.
Participó en innumerables bodas como dama de honor, madrina de la novia, padrino del novio, testigo y oficiante.
A pesar de disolverse todos de forma amistosa, ni uno solo de los matrimonios duraba más de una tarde. Para Pau no era ninguna sorpresa el carácter transitorio y provisional del matrimonio, pues tanto su padre como su madre tenían ya dos en su haber... hasta la fecha.
Aunque el «día de la boda» no era uno de sus juegos preferidos, le gustaba bastante hacer de sacerdote, de reverendo o de juez de paz. O bien, y después de haber asistido al bar mitzvah del sobrino de la segunda esposa de su padre, de rabino.
Además, le encantaban las magdalenas, las galletas con adornos y la gaseosa de limón que siempre servían en el convite.
El «día de la boda» era el juego favorito de Carla y siempre se celebraba en la propiedad de los Brown, con sus extensos jardines y preciosas arboledas y el estanque plateado. Durante los fríos inviernos de Connecticut la ceremonia se desarrollaba ante uno de los vivos fuegos que se encendían en el interior de la mansión.
Montaban desde bodas sencillas hasta muy sofisticadas: enlaces reales, fugas de enamorados, ceremonias con tema circense y en barcos piratas. Se estudiaba cualquier idea con la máxima seriedad y luego se votaba, por muy extravagantes que pudieran ser la temática y el vestuario.
No obstante, con catorce bodas a su espalda, Pau ya empezaba a estar harta del «día de la boda».
Hasta que vivió su momento crucial.
El padre de Paula, un hombre encantador que siempre estaba ausente, envió a la niña una cámara Nikon como regalo por su octavo cumpleaños. Pau nunca había manifestado el menor interés por la fotografía y al principio aparcó el obsequio junto con los demás objetos extraños que su padre, desde el divorcio, le había regalado o enviado. Sin embargo, la madre de Pau lo comentó a su propia madre, y la abuela se puso a refunfuñar contra «el irresponsable e inútil de Jorge Chaves», que se equivocaba regalando una cámara de adultos a una niña que se habría dado por satisfecha con una muñeca Barbie.
Por principio Pau acostumbraba a estar en desacuerdo con su abuela, así que le picó la curiosidad. Para fastidiar a la mujer, que había ido a pasar el verano con ellas en lugar de quedarse en la residencia para jubilados de Scottsdale, que era adonde ella pertenecía a criterio de la niña, iba a todas partes con la Nikon encima.
Jugaba con la máquina, experimentaba con ella. Sacaba fotos de su dormitorio, de sus pies, de sus amigas; hacía unas fotos borrosas y oscuras, y otras desenfocadas y quemadas. Visto el poco éxito y ante el divorcio inminente de su madre y su padrastro, el interés de Pau por la Nikon empezó a esfumarse.
Incluso años más tarde fue incapaz de determinar por qué una preciosa tarde de verano había ido a casa de Carla a jugar al «día de la boda» con la cámara encima.
Habían planificado hasta el último detalle una boda tradicional en el jardín. Emma, como la novia, y Laura, en el papel de novio, harían sus votos bajo el cenador con los rosales. Emma llevaría el velo y la cola de encaje que la madre de Carla les había confeccionado con un viejo mantel, mientras que Harold, el anciano y afable Golden retriever, la acompañaría por el sendero para entregarla.
Alinearon una amplia variedad de Barbies, Kens y muñecas
Repollo, además de Varios animales de trapo, junto al caminito, como si fueran los invitados.
-Es una ceremonia muy íntima -les anuncio Carla mientras se las veía y se las deseaba con el Velo de Emma-. Y luego hay un pequeño convite en el patio. A ver, ¿dónde está el padrino?
Laura, con la rodilla pelada, apareció de repente tras un trío de hortensias.
-Se ha escapado y ha subido a un árbol persiguiendo a una ardilla. No puedo hacer que baje.
Carla alzó los ojos al cielo.
-Ya me ocupo yo. Tú no tienes que ver a la novia antes de la boda. Trae mala suerte. Pau, hay que arreglar el Velo de Emma, y tráele el ramo. Laura y yo bajaremos al Señor Fish del árbol.
-Preferiría ir a nadar -dijo Pau tirando con aire ausente del Velo de Emma.
-Podemos ir cuando me haya casado.
-Supongo que sí. ¿No te aburre casarte tanto?
-Oh, me da igual. Además aquí huele muy bien. Todo es tan bonito...
Pau entrego a Emma un ramo de dientes de león y violetas silvestres, que eran las únicas flores que podían arrancar.
-Estás muy guapa.
Era Verdad, siempre lo estaba. Bajo el Velo de encaje, Emma lucia una reluciente melena oscura. Con un brillo en sus ojos color café, olía el ramito de flores silvestres. Pau pensó que su bronceado era muy bonito, casi dorado, y se enfurruño al recordar que ella tenia la piel blanca como la leche.
<<Es la maldición de las pelirrojas>>, le había dicho su madre, porque Pau había heredado el pelo rojizo del padre.
A los ocho años era alta para su edad, delgada como el palo de una escoba y llevaba unos odiosos aparatos que le aprisionaban los dientes.
A su lado, pensó, Emma parecía una princesa gitana.
Carla y Laura regresaron entre risas. La primera agarraba al felino entre sus brazos para que hiciera de padrino.
-Todas a sus puestos. -Carla coloco el gato en brazos de
Laura-. Pau, ¡a vestirte! Emma...
-No quiero ser dama de honor. -Pau contemplaba un vestido de Cenicienta muy cursi que habían dejado sobre un banco del jardín-. Pica y da Calor. ¿Por qué no puede el Señor Fish ser dama de honor y yo hago de padrino?
-Porque ya lo habíamos organizado así. Siempre hay nervios antes de una boda. -Carla se echo hacia atrás las dos largas coletas color castaño y cogió el vestido para comprobar si la tela estaba manchada de lágrimas o de cualquier otra cosa. Satisfecha con el resultado, endoso el traje a Pau-. Todo ira bien. Será una ceremonia preciosa: se amaran, serán felices y comerán perdices.
-Mi madre dice que lo de ser felices y comer perdices es una burrada.
Nadie respondió a las palabras de Pau. La palabra <<divorcio>>, aun sin ser pronunciada, parecía flotar en el ambiente.
-A mi no me lo parece. -Carla, con una mirada cálida, le acaricio un brazo.
-No quiero ponerme el vestido. No quiero ser dama de honor. No...
-De acuerdo, vale. Nos inventaremos que hay una dama de honor. A lo mejor podrías sacarnos fotos.
Pau miro la cámara que había olvidado que llevaba colgada al cuello.
-Nunca me salen bien.
-A lo mejor ahora si. Será divertido. Te convertirás en la fotógrafa oficial del enlace.
-Sácanos una al Señor Fish y a mi- insistió Laura acercando su cara al gato-. ¡Sácanos una, Pau!
Con escaso entusiasmo, Pau ajusto la cámara y apretó el disparador.
-¡Cómo no se nos había ocurrido! Puedes encargarte de los retratos oficiales de los novios e ir sacando fotos durante la ceremonia. -Entusiasmada con la idea que se le acababa de ocurrir, Carla colgó el vestido de Cenicienta sobre el arbusto de hortensias-. Es una buena idea y será divertido. Tienes que caminar por el sendero con la novia y con Harold. Intenta que te salgan bien. Yo esperaré un rato, y luego pondré la música. ¡En marcha!
Habría magdalenas y limonada, se recordó Pau. Y luego irían a nadar y se divertirían. Daba igual que las fotografías fueran ridículas; daba igual que su abuela tuviera razón y que ella fuera demasiado pequeña para esa cámara.
Daba igual que su madre volviera a divorciarse o que su padrastro, que era un buen hombre, se hubiera marchado de casa.
Daba igual que el tópico de ser felices y comer perdices fuera una burrada, porque todo aquello era mentira.
Se puso a sacar fotos de Emma y del voluntarioso Harold; imagino que le devolvían el carrete revelado y, como siempre, se encontraba con que las figuras habían salido borrosas y se veían las huellas de su dedo pulgar.
Cuando empezó a sonar la música, se arrepintió de no haberse puesto el Vestido que picaba para hacer de dama de honor de Emma solo porque su madre y su abuela la habían puesto de mal humor. Para arreglarlo, se situó detrás de los novios, a un lado, y procuro sacar un buen retrato de Harold paseando con Emma por el sendero del jardín.
Se dio cuenta de que, al enfocar para mirar a través de la lente, el rostro de Emma y el Velo sobre el cabello resultaban diferentes. Y los destellos del sol al traspasar el encaje eran preciosos.
Fue sacando fotografías mientras Carla empezaba el <<Nos hemos congregado aquí>> en su papel de reverendo Whistledown, Emma y Laura se daban la mano y Harold se aovillaba para ponerse a roncar a sus pies.
Se fijó en el brillo del cabello de Laura, en el reflejo del sol recortándole el perfil bajo el sombrero de Copa negro del novio, en el temblequeo de los bigotes del señor Fish cuando este bostezo.
Cuando sucedió, sucedió tanto en el interior de Pau como fuera. Sus tres amigas se habían agrupado bajo el exquisito arco blanco del cenador formando un triangulo de hermosas niñas.
Por instinto, Pau cambió de posición, tan solo un poco, y ladeo la cámara. No sabia que aquello era una composición, solo que a través de la lente la imagen resultaba mas bella.
Una mariposa azul revoloteo dentro de su Campo de visión y se poso sobre un diente de león amarillo pálido del ramo de Emma. La sorpresa y el placer se reflejo a la vez en las tres caras situadas triangularmente bajo las rosas blancas.
Pau apretó el disparador.
Y lo supo, supo que la fotografía no saldría borrosa ni oscura, que no estaba desenfocada ni quemada. Supo que el pulgar no había obturado la lente. Adivinó exactamente la imagen definitiva, y comprendió que su abuela se había equivocado.
Quizá lo de ser felices y comer perdices era una solemne burrada, pero Pau tuvo la certeza de que quería fotografiar momentos que fueran felices porque, de ese modo, serian felices para siempre.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario