miércoles, 1 de febrero de 2017
CAPITULO 3 (PRIMERA HISTORIA)
Trabajaba de noche porque durante el día tenia una cita tras otra. Y porque trabajar de noche le gustaba: sola, en su propio espacio, marcando su propio ritmo. Las mañanas eran para tomar café, sentir ese primer impacto que vivifica la sangre, y los días solían ser para los clientes, las sesiones y las entrevistas
De noche, en la Soledad de su estudio, podía concentrarse por entero en las imágenes, seleccionarlas, mejorarlas y realzarlas. A pesar de que trabajaba casi exclusivamente en formato digital, Pau tenía en mente el escenario de una cámara oscura cuando llegaba el momento de crear la copia.
Añadía filtros, iluminaba, ensombrecía, eliminaba imperfecciones o zonas confusas, y a partir de ahí elaboraba la copia maestra. Pulía entonces las áreas específicas, alteraba la densidad y añadía el contraste. Daba forma a la copia paso a paso, realzando ángulos o suavizándolos para adecuarla a su propio tono y crear una imagen que expresará un momento concreto en el tiempo, hasta que experimentara en carne propia lo que esperaba que experimentase el cliente
Luego, como hacía casi todas las mañanas, Pau se sentaba frente al ordenador para repasar los archivos con las imágenes en miniaturas de sus fotos y comprobar si su yo diurno coincidía con las decisiones de su yo nocturno
Se arrebujo en su pantalón de franela y sus calcetines gruesos; el pelo, de un vivo tono rojizo, era una maraña de puntas disparadas y mechones sueltos. Estaba sumida en el más absoluto de los silencios. En las bodas solía estar rodeada de gente, de conversaciones, de emociones. Y la opción era distanciarse de todo ello, o bien aprovecharlo para buscar el ángulo perfecto, el tono adecuado y el momento preciso.
Ahora, sin embargo, estaba sola con las imágenes, unas imágenes que podía lograr que fueran perfectas. Se tomó el café, comió una manzana para compensar la galleta rellena
de la otra mañana y examinó los varios centenares de imágenes que había captado el día anterior y las diversas docenas de fotos retocadas durante la sesión nocturna.
Su yo diurno felicitó a su yo nocturno por el trabajo bien hecho.
-Todavía me quedan cosas por hacer -musitó Pau. Cuando dispusiera de un material inigualable para someterlo a la consideración de sus clientes recién casados, volvería a repasarlo antes de reunirse con ellos para visionar las imágenes en formato diapositiva y elegir las definitivas.
Sin embargo, a eso se dedicaría otro día. Por si la memoria le jugaba una mala pasada, consultó la agenda primero y luego subió a ducharse y a vestirse para su primera cita.
Con unos tejanos y un jersey bastaría para hacer las instantáneas en el estudio, pero luego tendría que cambiarse para la consulta programada para esa misma tarde en la casa principal. La política de Votos exigía que asistieran con traje a las consultas de la clientela.
Pau revolvió en el armario en busca de unos pantalones negros y una camisa negra. Podría echarse por encima una chaqueta después de la sesión y cumpliría con la etiqueta.
Fue probándose distintas joyas hasta encontrar la que convenía a su estado de ánimo, se aplicó unos toques de maquillaje y valoró el efecto final.
En su opinión, el estudio necesitaba más atenciones que la fotógrafa.
«Elizabeth y Charles -se dijo mentalmente mientras empezaba a prepararlo todo para la sesión-. Fotografía de compromiso.›› Recordó que se habían mostrado intransigentes durante la consulta. Formales, simples, directos.
No entendía por qué no se habían buscado un amigo que les hiciera las fotos con una cámara compacta. Y recordó con una sonrisita que casi se le había escapado el comentario... pero que, por suerte, Carla le había leído el pensamiento y la había advertido con una mirada asesina
-El cliente manda -se recordó en voz alta mientras colocaba un telón de fondo-. Si quieren una sesión aburrida, será aburrida.
Elevó las luces y colocó un filtro; que las fotos fueran aburridas no significaba que no pudieran ser bonitas. Sacó el trípode, pensando, mas que nada, que los clientes querrían verla rodeada de un gran equipo. Cuando hubo elegido los objetivos, comprobado la luz y cubierto un taburete con una tela, los clientes llamaron a la puerta
-Justo a tiempo. -Pau invitó a entrar a la pareja y cerró la puerta para impedir que se colara una corriente glacial-. Hoy hace un frío terrible. Dadme los abrigos
Su aspecto era perfecto, pensó. Una Barbie y un Ken de clase alta. La rubia moderna, de peinado impecable, y el héroe guapo, refinado y agobiado
Una parte de ella deseaba despeinarlos un poco para que parecieran más humanos
-Oh, no, pero gracias -respondió Elizabeth obsequiándola con una sonrisa-. Nos gustaría entrar ya en materia. Hoy tenemos un día muy apretado. -Mientras Pau guardaba la ropa la ropa de abrigo de sus clientes, Elizabeth echó un vistazo al estudio-. ¿Esto era la caseta de la piscina?
-Exacto.
-Es... interesante. Supongo que esperaba algo más sofisticado. De todos modos, está bien. -Dio un par de vueltas para examinar unas fotos enmarcadas que había en la pared-. La boda de la prima de Charles se celebró aquí en noviembre y fue maravillosa. No para de deshacerse en elogios hablando de ti y de tus socias, ¿verdad, Charles?
-Sí. Eso nos decidió a elegir vuestra empresa.
-La organizadora del enlace y yo trabajaremos juntas durante los próximos meses. ¿Hay algún lugar donde pueda retocarme antes de empezar? -preguntó Elizabeth.
-Por supuesto.
Pau la acompañó al tocador que había junto al estudio preguntándose qué querría retocar esa mujer. Luego regresó.
-Dime, Charles -Pau le aflojó mentalmente el impoluto nudo Windsor de la corbata-, ¿qué compromisos tenéis hoy?
-Tenemos una reunión con la organizadora de la boda para formalizar el trámite. Luego Elizabeth se reunirá con un par de diseñadoras de vestidos que tu socia nos ha recomendado.
-Eso es fantástico -comentó Pau. «Se te ve tan entusiasmado como si tuvieras que ir a una revisión dental. >>
-Hay mil y un detalles. Supongo que tú debes de estar acostumbrada.
-Cada boda es única. ¿Te importa colocarte detrás del taburete? Comprobaré la luz y el enfoque mientras Elizabeth se arregla.
Charles se desplazó obediente, tieso como un palo.
-Relájate -dijo Pau-. Esto va a ser más fácil y rápido de lo que crees, y seguramente más divertido también. ¿Qué tipo de música te gusta?
-¿Música?
-Sí, pongamos música. -Pau se acercó a la cadena musical y eligió un disco-. Natalie Cole cantando baladas. Romántico, clásico. ¿Qué te parece?
-Bien. Muy bien.
Pau lo pilló consultando el reloj a escondidas en el momento en que se daba la vuelta para fingir que ajustaba la cámara.
-¿Habéis decidido adónde iréis de luna de miel?
-Nos inclinamos por París.
-¿Hablas francés?
Por primera vez, Charles sonrió espontáneamente.
-Ni una palabra.
-A eso lo llamo yo lanzarse de cabeza a la piscina -dijo
Pau mientras Elizabeth regresaba con el mismo aspecto de mujer perfecta que ya tenía al marcharse.
El traje debía de ser de Armani, un sastre de corte impecable.
El color azul añil le favorecía, y Pau se imaginó que Elizabeth había elegido el gris pizarra de Charles para que resaltara a su lado. Creo que empezaremos contigo sentada, Elizabeth, y Charles detrás de ti. Un poco hacia la izquierda, Charles. Elizabeth, gírate hacia la ventana, un poquito más. Apóyate en Charles... y relájate. Charles, ponle la mano en el hombro izquierdo. Y tú apoya encima la tuya. Enseñaremos ese espectacular anillo de compromiso. -Pau hizo un par de fotos para romper el hielo inicial.
-Inclina la cabeza.
-Apoya el peso del cuerpo en el pie de atrás.
-Cambia los hombros de posición.
Tímido, advirtió. Tímido como persona, tímido con la cámara y un poco con la gente. Y ella tenía un miedo espantoso a hacer el ridículo, a no dar con la imagen perfecta.
Pau intentó que se sintieran cómodos y les pidió que le explicaran cómo se habían conocido y prometido... aunque les había hecho esas mismas preguntas el día que la llamaron para pedir hora. Los novios respondieron lo mismo que la vez anterior.
No logró sacarlos de su caparazón.
Podría dejarlo correr, que se salieran con la suya si eso era lo que querían, pensó. Pero no era lo que les convenía.
Pau se alejó de la cámara. Los novios aflojaron la tensión y entonces Elizabeth se volvió y sonrió a Charles. Charles le guiño un ojo.
Vale, vale, pensó Pau. Eran humanos, después de todo.
-He hecho unas cuantas fotografías formales, muy bonitas. Ya sé que esto es lo que os gusta, pero querría pediros un favor.
-Tenemos la agenda muy llena -empezó a justificarse
Charles.
-No nos llevara más de cinco minutos. Levántate, Elizabeth. Deja que mueva el taburete. -Pau arrastro el mueble y cogió la cámara, que descansaba sobre el trípode-. ¿Qué tal un abrazo? A mi no, entre Vosotros.
-No me parece que...
-Abrazarse es legal en Connecticut, aunque no estéis prometidos. Haremos un pequeño experimento, y al cabo de un par de minutos podréis marcharos. -Pau agarro el fotómetro, lo comprobó y lo ajusto-. Elizabeth, pon la mejilla derecha en su pecho, pero haz como si me miraras. Vuelve la cara hacia mí. Mírame. Charles, inclina la cabeza hacia ella, pero con el mentón apuntando a la cámara. Respirad hondo y soltadlo todo, dejaos ir. Estáis abrazados a la persona que amáis, ¿no? Disfrutadlo. Los ojos hacia mí, mirándome directamente. Pensad en lo que sentisteis la primera vez que os besasteis.
¡Eso era!
Esbozaron una sonrisa espontánea. Dulce la de Elizabeth, incluso un poco tímida, y encantada la de él.
-Una mas, solo una más. -Pau saco tres antes de que la pareja volviera a ponerse tensa-. Ya esta. Tendréis copias para revisar antes de…
-¿No podríamos verlas ahora mismo? Son digitales, ¿verdad? -pregunto Elizabeth presionándola-. Me gustaría tener una idea de como serán.
-Claro. -Pau se fue con la cámara hacia el ordenador para enseñarles las fotografías-. Están sin retocar, pero se ve lo fundamental.
-Si. -Elizabeth frunció el entrecejo para mirar la pantalla y Pau dio comienzo a la sesión de visionado-. Si, son buenas. Esta...
Pau detuvo el pase en una de las fotos formales.
-¿Esta?
-Es lo que tenia pensado. Es muy buena. Los dos salimos bien y me gusta el ángulo. Creo que elegiré esta.
-Lo anotaré. Vale más que veáis el resto para estar seguros.-Pau siguió pasando las fotos restantes.
-Sí, lo cierto es que son muy buenas. Mucho. Creo que la que he elegido es... -Elizabeth se quedo sin habla cuando la toma en la que los dos se abrazaban apareció en la pantalla-. Oh, vaya... es preciosa. ¡Qué maravilla!
-A mi madre le gustara la que habías elegido antes. -Charles que estaba detrás de su prometida, le acaricio los hombros.
-Si, desde luego. Nos la quedaremos y la enmarcaremos para regalársela, pero... -Elizabeth se dirigió a Pau- Tenias razón tú; yo me equivocaba. Esto es lo que quiero, así quiero salir en mi fotografía de compromiso. Recuérdamelo en septiembre cuando intente decirte como tienes que hacer tu trabajo.
-Lo haré. Yo también estaba equivocada. Creo que será un placer trabajar contigo después de todo.
Elizabeth tardo unos segundos, pero luego estalló en carcajadas.
Los mando a ver a Carla pensando que ahora su amiga le debía una. Le enviaba unos clientes que, al menos por el momento se mostrarían más receptivos a aceptar ideas y consejos.
Pau decidió terminar los paquetes que tenia que mandar a diversos clientes. En uno puso un juego de pruebas y en los restantes, las versiones definitivas presentadas en los álbumes. Para los novios, para la MDNA y para la MDN, y las fotos adicionales que habían pedido varios miembros de ambas familias y los acompañantes de los novios.
Cuando lo hubo empaquetado todo, Pau decidió que le quedaba tiempo suficiente para comer rápidamente una ensalada de pasta que le había sobrado antes de cargar los paquetes en una carretilla para llevarlos a la casa principal.
Comió un par de bocados de pie, delante del fregadero. El
Gélido país de las hadas, pensó mirando por la ventana.
Todo inmóvil, perfecto.
Tomó su vaso de Cola-Cola Light y, cuando iba a beber, un cardenal impactó de lleno contra la ventana con un ruido sordo y un destello de color rojo. El refresco que tenía en la mano saltó por los aires como una erupción y le manchó la blusa.
Con el corazón en un puño, contempló a aquel pájaro idiota que ahora volvía a emprender el vuelo. Y entonces se miró la camisa.
-Maldita sea.
Se la quitó y la dejó sobre la lavadora-secadora que había empotrada en el office. Vestida solo con el sujetador y los pantalones negros, limpió el líquido que había caído sobre el mármol y, enfadada, agarró el teléfono al oír que sonaba. El visor le indicó que se trataba del móvil de Carla y respondió de mal humor.
-¿Qué pasa?
-Ha venido Patty Baker a recoger sus álbumes.
-Bueno, pues se ha adelantado veinte minutos. Iré enseguida, y ellas también irán… cuando sea la hora. Entretenla -ordenó Pau sin dejar de moverse de un lado a otro-. Y no me fastidies más. Cortó la comunicación y se dio la vuelta.
Y se quedó mirando al hombre que había en su estudio. El desconocido, con ojos desorbitados y ruborizado, dejó escapar un grito ahogado. Giró en redondo y, con un estrépito parecido a un disparo, se golpeó contra el marco de la puerta.
-¡Caray! ¿Te has hecho daño? -Pau soltó el teléfono, que fue a dar contra la mesa, y se precipitó hacia el tambaleante personaje.
-Sí. Muy bien. Lo siento.
-Estás sangrando. Uau, menudo trompazo te has dado en la cabeza. Será mejor que te sientes.
-Puede que sí. -Con la mirada confusa y algo perdida, el joven, que estaba apoyado en la pared, se deslizó hasta el suelo.
Pau se agachó, le apartó el pelo castaño que le caía sobre la frente y vio que le salía sangre por un rasguño que empezaba a hincharse hasta convertirse en un impresionante chichón.
-Bueno, no hay corte. Te has librado de los puntos. Menudo castañazo. Parecía que le hubieras dado a la pared con un martillo. Te iría bien un poco de hielo, y luego...
-Perdón. Eh, no estoy seguro de si te has dado cuenta... Me pregunto si no deberías...
Pau vio que la mirada de él apuntaba hacia abajo, y bajó a su vez la vista. Entonces se fijó, mientras intentaba priorizar, en que sus pechos, apenas cubiertos por el sujetador, estaban a punto de incrustarse en la cara del recién llegado.
-Uy... Lo había olvidado. Siéntate y no te muevas. –Pau se levantó de un salto y salió disparada.
El joven no estaba seguro de poder moverse. Desorientado y desconcertado, se quedó donde estaba, con la espalda apoyada en la pared. De todos modos, aun sintiéndose como si unos pajaritos de dibujos animados revolotearan alrededor de su cabeza, tuvo que admitir que esos pechos eran muy hermosos. Era inevitable fijarse en ellos.
Sin embargo, no acababa de estar seguro de lo que tenía que decir o hacer en esa situación. Y quedarse sentado ahí mismo, como ella le había dicho, le pareció lo mejor.
Cuando la chica regresó con una bolsa de hielo, llevaba puesta blusa. Y, aunque no fuera muy correcto por su parte, sintió un amago de decepción. Ella volvió a agacharse y,
ahora que no lucía sus pechos, él se fijó en que tenía las piernas muy largas.
-Toma, prueba con esto. -Pau le puso el hielo en la mano y se la guió hasta la dolorida frente. Luego se sentó en cuclillas, como un receptor en el campo de béisbol. En sus ojos esmeraldas fluía un mar de magia-. ¿Quién eres?
-¿Qué?
-Hum… ¿Cuántos dedos ves? -Pau le mostró un par de dedos.
-Doce
Pau sonrió. Su sonrisa le dibujó unos hoyuelos en las mejillas. El joven notó que se le volvía a desbocar el corazón.
-No. Probemos de otra manera. ¿Qué estás haciendo en mi estudio... o qué estabas haciendo antes de que terminaras metido entre mis tetas?
-Ah. Tengo una cita... o es Silvia quien la tiene. Silvia Alfonso. -Vio que la sonrisa de la joven se difuminaba y sus hoyuelos desaparecían.
-Bueno, pues te has equivocado. Tú lo que buscas es la casa principal. Yo soy Paula Chaves y cubro la parte fotográfica del negocio.
-Ya lo sé. Quiero decir que sé quién eres. Silvia no me ha explicado muy bien adónde tenía que ir, cosa muy habitual en ella.
-Y tampoco te ha explicado cuándo, porque no teníais cita hasta las dos.
-Me ha dicho que creía que era a la una y media, lo que quiere decir que llegará a las dos. Habría tenido que guiarme por la hora local de Silvia, o bien llamar para confirmarlo. Lo siento, de verdad.
-No pasa nada. -Pau inclinó la cabeza. Los ojos de ese hombre, unos ojos muy bonitos, volvían a enfocar correctamente-. ¿De qué me conoces?
-Ah, fui a la escuela con Daniel, Daniel Brown, y con Carla. Bueno, Carla iba un par de cursos por detrás. Y tú más o menos también. Durante un tiempo.
Pau cambió de posición y lo miró con mayor detenimiento.
Tenía el cabello castaño, espeso, rebelde, y necesitaba a todas luces un corte y un buen estilista. Unas frondosas pestañas enmarcaban sus ojos azules y nítidos. Tenía la nariz recta, la boca firme y el rostro alargado.
Pau era muy buena reconociendo caras. ¿Por qué no lograba situar la suya?
-Conocí a la mayoría de los amigos de Dani, creo.
-Ya, bueno... no nos movíamos en los mismos círculos precisamente, pero le di clases una vez, cuando estudiábamos Enrique V.
Y ese fue el dato que Paula necesitaba.
-Pedro-dijo señalándolo-. Pedro Alfonso. No te casaras con tu hermana, ¿verdad?
-¿Qué? ¡No! Sustituyo a Nico. Ella no quería hacer la entrevista sola y él tenía un compromiso. Yo solo... no sé qué demonios hago aquí, la verdad.
-Ser un buen hermano -dijo Pau dándole unos golpecitos en la rodilla-. ¿Crees que podrás levantarte?
-Sí.
Pau se puso de pie y le ofreció la mano para ayudarlo.
A Pedro volvió a darle un vuelco el corazón cuando se rozaron. Y cuando se levantó, la cabeza le martilleaba al mismo ritmo.
-¡Au!
-Y que lo digas. ¿Quieres una aspirina?
-Bueno, si no es pedir demasiado.
-lré a buscarla. Mientras tanto, siéntate en algún otro lugar que no sea el suelo.
Pau regresó a la cocina; Pedro ya iba a sentarse cuando le llamaron la atención las fotografías que había colgadas en la pared. Advirtió que eran fotos de revistas, y supuso que las habría hecho ella: novias hermosas, novias sofisticadas, novias sexis y novias risueñas.
Unas eran en color, otras en blanco y negro para crear una atmósfera determinada. Algunas incluían ese extraño atractivo trucaje informático que permite dejar una mancha de un color intenso en una fotografía en blanco y negro.
Pedro se volvió cuando notó que Pau se acercaba y le asaltó el fugaz pensamiento de que el pelo de esa mujer también era una mancha intensa de color.
-¿Haces otro tipo de fotografías además de las de novias?
-Sí -respondió Pau dándole tres comprimidos y un vaso de agua-, pero las novias son el tema central y más comercial en toda empresa que organiza enlaces.
-Son preciosas... creativas y personalizadas, pero esta es la mejor. -Pedro se acercó y señaló una fotografía enmarcada de tres niñas y una mariposa azul posada sobre un diente de león.
-¿Por qué?
-Porque es mágica.
Pau le observó atentamente durante lo que pareció una eternidad.
-Exacto. Bien, Pedro Alfonso, voy a recoger el abrigo y nos iremos caminando a la reunión. -Pau le quitó la bolsa de hielo de la mano al ver que estaba derritiéndose-. Nos darán más hielo en la casa principal.
«Es mono -pensó mientras iba por el abrigo y la bufanda-
Muy, muy mono.›› ¿Se había dado cuenta de que era mono en el instituto? Quizá Pedro había tardado en madurar. Pero había madurado muy bien. Tanto que incluso había sentido cierta decepción al confundirlo con el novio.
Pero un HDNA (o hermano de la novia)... aquello era harina de otro costal.
Si es que estaba interesada, claro.
Se puso el abrigo, se lió la bufanda al cuello y, al recordar la ráfaga de viento que se había colado antes, se encasquetó un gorro. Cuando bajó, Pedro estaba dejando el vaso de agua en el fregadero, como un niño bueno.
Pau recogió una bolsa de ropa enorme que contenía álbumes y se la tendió.
-Nos vamos. Lleva esto. Pesa mucho.
-Sí. Sí que pesa.
-Yo llevaré esta otra -dijo Pau cogiendo una segunda bolsa y otra tercera mas pequeña-. Tengo una novia que está esperando mis álbumes terminados y otra a la que debo entregarle unas pruebas. En la casa principal, donde celebraremos la reunión.
-Quiero disculparme por haber entrado en tu estudio. Llamé pero no contestó nadie. Oí la música y pasé, y entonces…
-El resto es historia.
-Sí. Eh... ¿no apagas la música?
-Ah, sí. No me había dado cuenta. -Pau agarró el mando a distancia, apagó la cadena y lo soltó.
Cuando ya se dirigía a la puerta, Pedro se adelantó y la abrió por ella.
-¿Vives todavía en Greenwich? -preguntó Pau con un hilo de voz al notar el latigazo del frío
-Más que todavía… diría que de nuevo. He vivido un tiempo en New Haven
-Te refieres a Yale.
-Sí. Hice allí un posgraduado y también enseñe durante un
par de años
-En Yale
Pau aguzó la mirada para observarlo mientras caminaban por el sendero
-¿En serio?
-Pues sí… Hay gente que se dedica a dar clases en Yale. Es muy aconsejable por los estudiantes que van allí. Digamos que eres como un catedrático.
-Soy como un catedrático, solo que ahora doy clases aquí en la academia Winterfield
-Regresaste para dar clases en el instituto que es tu alma máter. Qué bonito…
-Echaba de menos este lugar Y enseñar a los adolescentes es interesante
Pau pensó que más bien debía de ser imprevisible, aunque quizá ahí radicaba el interés
-¿De que das clases?
-De literatura inglesa y de escritura creativa.
-Enrique V
-Exacto. La señora Brown me enseño el Jardín un par de veces cuando trabaje con Dani. Sentí mucho lo del accidente. Era una mujer fantástica.
-La mejor. Vayamos por aquí. Hace demasiado frío para dar toda la vuelta.-Pau le hizo pasar al caldeado cuarto de los abrigos, donde ya se notaba la calefacción-Deja aquí tus cosas. Es muy temprano todavía. Tomaremos un café para hacer tiempo. -Pau se quitó el abrigo, la bufanda y la gorra sin dejar de hablar ni de moverse-. Hoy no hay celebraciones, así que la cocina principal está libre.
Volvió a tomar las bolsas mientras Pedro colgaba con esmero su abrigo; nada que ver con la manera en que la joven había lanzado el suyo, apuntando hacia el colgador.
Pau bullía de actividad, de pie, inmóvil, esperando que él volviera a tomar la bolsa grande.
-Buscaremos un lugar donde puedas... -Se interrumpió al ver que Emma entraba en la cocina principal.
-¡Aquí estas! Carla estaba a punto de... ¿Pedro?
-Hola, Emma, ¿cómo estás?
-Muy bien. Bien, sí. ¿Cómo...? Silvia. No había caído en que ibas a venir con Silvia.
-No estaba tan claro -intervino Pau-. El te lo explicará. Dale un café, por favor, y un poco de hielo para la frente. Tengo que entregar esto a una novia. -Agarró la bolsa pesada que sostenía Pedro y se marchó.
Emma frunció los labios mientras examinaba el rasguño.
-Au. ¿Cómo te lo has hecho?
-Me he dado contra una pared. Deja correr lo del hielo, no hace falta.
-Bueno, pero entra, Siéntate y toma un café. He vuelto para preparar unas cosas para la entrevista. -Emma lo precedió y le señaló un taburete que había frente a un largo mostrador color miel-. ¿Has venido para dar apoyo moral a los novios?
-Represento al novio. Ha tenido una urgencia.
Emma asintió mientras iba a buscar una taza y un platito.
-Es lo que pasa con los médicos. Y tú eres el hermano valiente.
-He agotado las excusas para no venir, pero no ha servido de nada. Gracias -dijo Pedro cuando Emma le sirvió el café.
-Tranquilo. Solo tendrás que quedarte sentado y comer galletas.
Pedro se echó un poco de crema de leche en el café.
-¿Me lo pones por escrito?
Emma se rió y empezó a llenar una bandeja con galletas.
-Confía en mí. Además, te apuntarás un buen tanto como
hermano. ¿Cómo están tus padres?
-Bien. Vi a tu madre la semana pasada, en la librería.
-Le encanta ese trabajo -dijo Emma pasándole una galletas-. Pau debe de estar a punto de terminar con su cliente. Voy a entrar los dulces y regreso a buscarte.
-A lo mejor podría quedarme aquí escondido, pero supongo que perdería el título de hermano valiente.
-Lo perderías. Ahora vuelvo.
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