domingo, 19 de febrero de 2017
CAPITULO 4 (SEGUNDA HISTORIA)
«Me gustan las fiestas», se repitió Paula. Le gustaba la gente y la conversación.
Disfrutaba eligiendo el vestido que se pondría, maquillándose y peleándose con su pelo.
Era una chica.
Le gustaban Adam y Vicki... De hecho, fue ella quien hizo las presentaciones cuatro años antes, cuando le quedó claro que Adam resultaba mejor como amigo que como amante.
Votos había organizado su boda.
Le atraía Sam, pensó con un suspiro mientras aparcaba frente a un moderno edificio de dos plantas y bajaba el parasol para comprobar su maquillaje en el espejo.
Le gustaba salir con él a cenar, ir a una fiesta o a un concierto. El problema era el chispómetro. El día que lo conoció, marcó un siete en firme, un siete alto. Además, lo encontró listo y divertido, y le encantó su físico y su seguridad. Sin embargo, el beso de la primera cita desplomó el chispómetro a un miserable dos.
No había sido culpa de él, admitió Paula mientras salía del coche. Lo que pasaba era que faltaba «eso». Había probado con unos cuantos besos más (besar era una de sus actividades favoritas). Sin embargo, nunca superaron el dos... y eso, siendo generosa.
No era fácil decirle a un hombre que no tenías intención de acostarte con él. Entraban en juego los sentimientos y los egos; pero lo había hecho. El problema, tal como lo veía
Paula, era que él en realidad no se lo creía.
Quizá en la fiesta encontraría alguien a quien presentarle.
Entró en la casa, la envolvieron la música, las voces, las luces... y no tardó en ponerse de buen humor. Le encantaban las fiestas.
Echó un vistazo rápido y vio que conocía a una docena de personas.
Fue repartiendo besos y abrazos sin dejar de avanzar hacia los anfitriones. A cierta distancia reconoció a una prima política y la saludó con la mano. Adriana, pensó, y le hizo
un signo de que iría luego a hablar con ella.
Soltera, divertida, espectacular; sí, Adriana y Samuel se caerían bien.
Se aseguraría de presentarlos.
Encontró a Vicki en la moderna y amplia cocina hablando con unos amigos y llenando una bandeja de comida para la fiesta.
—¡Paula! Pensaba que no podías venir.
—Solo me quedo un rato. Estás fantástica.
—Y tú también. ¡Oh, gracias! —Vicki cogió el ramo de tulipanes veteados que Paula le ofreció—. Son preciosos.
—Siguiendo la onda del «Mira por dónde, ya ha llegado la primavera», te he traído estas flores. ¿Te echo una mano?
—Ni hablar. Te daré una copa de vino.
—Media. He venido en coche y, de verdad, no puedo quedarme mucho rato.
—Pues media copa de cabernet. —Vicki dejó las flores sobre la encimera para tener las manos libres—. ¿Has venido sola?
—En realidad, he quedado con Samuel.
—¡Aaah! —exclamó Vicki arrastrando la sílaba.
— De hecho, no va por ahí.
—Oh.
—Mira... Dame, eso lo haré yo —dijo cuando Vicki sacó un jarrón para poner las flores. Se puso a arreglar el ramo y bajó la voz —: ¿Qué te parecen Adriana y Samuel?
—¿Están juntos? No me había dado cuenta...
—No, solo barruntaba. Creo que se gustarían.
—Claro. Supongo. Hacéis muy buena pareja. Tú y Samuel.
Paula dejó escapar un suspiro esquivo.
—¿Dónde está Adam? No lo he visto entre la gente.
—Estará en la terraza tomando una cerveza con Pedro.
—¿Pedro está aquí? —Paula procuró mantener las manos ocupadas y cuidó el tono de voz para que sonara despreocupado—. Tendré que ir a decirle hola.
—Estaban hablando de béisbol hace un rato. Ya sabes cómo son.
Vaya si lo sabía. Conocía a Pedro Alfonso desde hacía más de una década, desde que él y el hermano de Carla, Daniel,
compartieron habitación en Yale. Y Pedro había pasado mucho tiempo en la propiedad de los Brown. Hacía poco se había mudado a Greenwich y había abierto un pequeño
despacho de arquitectura muy exclusivo.
Había sido un punto de apoyo para Carla y Dani cuando sus padres murieron en un accidente en su avioneta particular. Y fue como un salvavidas cuando las chicas decidieron empezar el negocio, porque diseñó las remodelaciones de la casa de la piscina y la casa de invitados para adecuarlas a las necesidades de la empresa.
Prácticamente era de la familia.
Sí, se aseguraría de saludarlo antes de irse.
Con la copa de vino en la mano, se volvió en el momento en que Samuel entraba en la sala. Qué guapo era, pensó. Alto y
corpulento, con un brillo perenne en los ojos.
Quizá un poquito estudiado, con el corte de pelo siempre impecable y la ropa siempre adecuada, pero...
—Ahí está. Hola, Vic. —Samuel le entregó a Vicki una botella de un buen cabernet (el detalle perfecto... como siempre), le dio un beso en la mejilla y le dedicó a Paula una
sonrisa muy cálida—. Precisamente quien andaba buscando. —Y atrapó a Paula en un entusiasta beso que apenas alcanzó el nivel de agradable en la escala de la joven.
Paula se las arregló para zafarse unos centímetros y ponerle una mano en el pecho por si a él se le hubiera metido en la cabeza besarla de nuevo. Luego le sonrió y añadió a su gesto una carcajada amistosa.
—Hola, Samuel.
En ese momento Pedro, con el pelo rubio oscuro alborotado por la brisa nocturna y una chaqueta de piel abierta sobre unos tejanos desgastados, entró por la puerta de la terraza.
Arqueó las cejas al ver a Paula y sus labios dibujaron una sonrisa.
—Hola, Pau. No quería interrumpir.
—Pedro. —Paula le dio un pequeño codazo a Samuel para apartarse aún más de él—. Conoces a Samuel, ¿verdad?
—Claro. ¿Qué tal?
—Bien. —Samuel cambió de posición y cogió a Paula por el hombro—. ¿Y tú?
—No puedo quejarme. —Pedro tomó una patata frita y la mojó en una salsa—. ¿Qué tal las cosas en la granja? —le preguntó a Paula.
—Estamos liadas. En primavera tocan bodas.
— En primavera toca béisbol. Vi a tu madre el otro día. Sigue siendo la mujer más hermosa que haya existido jamás.
La espontánea sonrisa de Paula fue cálida como un rayo de sol.
—Es verdad.
—Sigue negándose a abandonar a tu padre por mí, pero no he perdido la esperanza. En fin, os veré luego. Samuel.
Cuando Pedro se alejó, Samuel volvió a cambiar de postura. Paula, que conocía de sobra la danza, también se movió.
No quería quedarse atrapada entre él y la encimera.
—Había olvidado cuántos amigos comunes tenemos Vicki, Adam y yo. Conozco a muchos de los que han venido a la fiesta. Tendré que recorrer unas cuantas bases. Ah, hay una persona que me gustaría mucho que conocieras.
Paula tomó a Samuel de la mano con un gesto alegre.
—No conoces a mi prima Adriana, ¿verdad?
—No lo creo.
—No la he visto desde hace meses. Vayamos a buscarla y te la presentaré.
Paula lo arrastró hacia el tumulto.
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