domingo, 19 de febrero de 2017

CAPITULO 3 (SEGUNDA HISTORIA)




Un rato después Paula despidió a la excitada novia y, cansada aunque relajada, se instaló en su despacho con una cafetera pequeña a mano. Miranda tenía razón, pensó
mientras introducía todos los detalles en el ordenador. Su boda sería espectacular. Con muchísimas flores, de estilo moderno y con unos toques románticos. Velas y el brillo satinado de las cintas y la gasa. Rosados y blancos con notas de atrevidos azules y verdes para contrastar y potenciar el efecto. Plata bruñida y cristal transparente para matizar.


Líneas alargadas y el capricho de unas luces de colores.


Mientras escribía el borrador con todos los detalles del contrato, se felicitó por el día tan productivo que había tenido. Y como al día siguiente tenía que trabajar en los arreglos de la celebración que tocaba por la noche entre semana, decidió que se acostaría temprano.


Resistiría la tentación de ir a ver lo que la señora Grady había hecho para cenar y se prepararía una ensalada, o puede que un poco de pasta. Se acurrucaría luego para ver una película u hojear un montón de revistas y llamaría a su madre. De ese modo tendría tiempo de terminarlo todo, pasar una velada descansada y estar en la cama antes de las once.


Estaba sacando una impresión de prueba del contrato, cuando su teléfono sonó con los dos timbrazos rápidos de su línea particular.


Echó un vistazo al visor y sonrió.


—Hola, Samuel.


—Hola, preciosa. ¿Qué haces en casa cuando deberías estar conmigo?


—Trabajar.


—Son más de las seis. Déjalo todo, cariño. Adam y Vicki dan una fiesta. Podríamos ir primero a picar algo. Te recogeré dentro de una hora.


—Uau, espera. Le dije a Vicki que esta noche no me iba bien. Hoy he tenido un montón de entrevistas y todavía me queda otra hora más antes de...


—Hay que comer, ¿o no? Y si has estado trabajando todo el día, mereces salir a jugar un rato. Ven a jugar conmigo.


—Eres un encanto, pero...


—No querrás que vaya a la fiesta solo. Nos dejamos caer por ahí, tomamos una copa, nos echamos unas risas y nos marchamos cuando quieras. No me partas el corazón.


Paula alzó los ojos mientras veía esfumarse su plan de acostarse temprano.


—No puedo salir a cenar, pero nos encontraremos allí sobre las ocho.


—Puedo pasar a recogerte a las ocho. 


«Y entonces querrás entrar cuando me acompañes de vuelta a casa —pensó ella—. Y eso no va a ocurrir.»


—Nos veremos allí. De ese modo, si quiero marcharme y tú te estás divirtiendo, no tendrás que acompañarme.


—Me conformo con eso. Te veré allí.





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