domingo, 19 de febrero de 2017
CAPITULO 1 (SEGUNDA HISTORIA)
Eran tantos los detalles, la mayoría confusos, que poblaban su mente que Paula se puso a revisar la agenda con la primera taza de café. Tener una consulta tras otra le daba
el mismo subidón que un café cargado y dulce. Deleitándose en ello, se retrepó en la silla de su precioso despacho para repasar las notas de cada cliente que había ido añadiendo
al margen.
Por experiencia sabía que la personalidad de la pareja (o mejor dicho, de la novia) era algo muy útil para determinar el tono de la consulta, la intención que tenían los novios.
En opinión de Paula, las flores eran el alma de toda boda. Elegantes o divertidas, elaboradas o simples, las flores simbolizaban el amor.
Su trabajo consistía en obsequiar a los clientes con todo el amor y toda la pasión que deseaban.
Suspiró, se desperezó y sonrió al ver el jarrón con rosas de pitiminí que había en su escritorio. No había nada como la primavera, pensó. La temporada de bodas había empezado a tope; eso significaba jornadas de días intensos y noches largas diseñando, arreglando y creando no solo para las bodas de esa misma primavera, sino también para las de la siguiente temporada.
Le encantaba la continuidad tanto como el trabajo en sí.
Eso era lo que Votos les había dado, a ella y a sus tres amigas íntimas: continuidad, un trabajo satisfactorio y la sensación de realizarse. Además podía dedicarse a combinar flores, vivir con flores y, prácticamente, nadar entre flores a diario.
Se examinó las manos con aire reflexivo, los pequeños rasguños y diminutos cortes que había en ellas. Unos días se figuraba que eran heridas de guerra, otros, en cambio, le
parecían medallas al valor. Esa mañana tan solo deseaba poder acordarse de que tenía que buscar el momento de hacerse la manicura.
Echó un vistazo al reloj y calculó.
Espoleada por un nuevo pensamiento, se levantó de golpe. Fue primero al dormitorio, eligió una sudadera escarlata con capucha y se la abrochó sobre el pijama. Tenía tiempo de pasarse por la casa principal antes de vestirse y arreglarse para el día. La señora Grady ya debía de estar preparando el desayuno, así que Paula podría ahorrarse cocinar o picotear cualquier cosa.
Mientras bajaba a paso ligero por la escalera, pensó que en su vida todo eran ventajas.
Cruzó la sala de estar que utilizaba como área de recepción y consulta y echó un rápido vistazo antes de salir.
Humedecería las flores expuestas antes de la primera entrevista y... ah, ¡qué hermosos eran esos lirios orientales recién abiertos!
Salió de la que había sido la casa de invitados de la propiedad de los Brown, y que ahora era su hogar y la sede de Centros Florales (su parte de Votos), inspiró hondo
para notar el aire primaveral... y se echó a temblar.
Maldita sea, ¿por qué no podía hacer más calor? Estaban en abril, caray; en la época de los narcisos. Si incluso los
pensamientos que había plantado estaban preciosos, pensó negándose en redondo a aceptar que una mañana gélida (en la que, encima, empezaba a lloviznar) le pusiera de mal humor.
Se arrebujó en la sudadera, asió con fuerza la taza de café, metió la mano que le quedaba libre en el bolsillo y se marchó caminando hacia la casa principal.
A su alrededor, todo despertaba de nuevo a la vida. Por poco que se fijara, podía adivinar la promesa del follaje en los árboles, los indicios de lo que serían las delicadas inflorescencias del cornejo y el cerezo. Esos narcisos querían abrirse, y el azafrán ya lo había hecho. Quizá caería otra nevada primaveral, pero lo peor ya había pasado.
Pronto llegaría la época de cavar la tierra y sacar algunas de sus preciosidades del invernadero para dejarlas a la vista. Añadiría ramos, festones y guirnaldas, pero nada superaba a la madre Naturaleza cuando se trataba de crear el paisaje más cautivador para una boda.
Y en su opinión, también, nada superaba a la propiedad de los Brown cuando se trataba de brindar el marco más adecuado para ello.
Los jardines, que incluso entonces ya eran de exposición, pronto estallarían en colores, flores, aromas... e invitarían a pasear por los sinuosos senderos, a sentarse en un banco y relajarse al sol o a la sombra. Carla la había dejado al cargo de todo (en la medida en que Carla podía dejar a alguien al cargo) y cada año tenía que hacer combinaciones, plantar algo nuevo o supervisar a los paisajistas.
Las terrazas y los patios conformaban hermosos espacios habitables al aire libre que resultaban perfectos para bodas y
celebraciones: recepciones junto a la piscina y en las terrazas, ceremonias en el cenador de rosas o en la pérgola, o quizá un poco más lejos, junto al estanque que había bajo el sauce llorón.
«Lo tenemos todo», pensó Paula.
¿Y qué decir de la casa? ¿Cabía la posibilidad de que fuera más grácil, más bella?
El maravilloso azul tenue, los cálidos toques de amarillo y crudo... Los diversos perfiles del tejado, las ventanas en arco y los balcones forjados se sumaban a su elegante encanto. En realidad, el pórtico de la entrada estaba concebido para que lo invadieran un verdor exuberante o sofisticados colores y texturas.
De niña pensaba que se encontraba en el país de las hadas, coronado incluso con un castillo.
Ahora era su hogar.
Se desvió hacia la casita de la piscina, donde su socia Maca vivía y tenía el estudio de fotografía. Al acercarse a la entrada vio que la puerta se abría. Paula esbozó una sonrisa y saludó con un gesto al larguirucho de pelo alborotado y chaqueta de tweed que salía en ese momento.
—¡Buenos días, Sebastian!
—Hola, Paula.
La familia de Sebastian y la suya eran amigas desde que le alcanzaba la memoria.
Ahora, Sebastian Maguire, antiguo profesor de Yale y actual catedrático de literatura en su instituto de toda la vida, se había prometido con una de sus mejores amigas.
La vida no solo era buena, pensó Paula, sino también un excitante camino de rosas.
Con ese pensamiento en la cabeza, ejecutó unos pasos de baile acercándose a Sebastian, lo agarró por la solapa, se puso de puntillas y le dio un sonoro beso.
—¡Uau! —exclamó él sonrojándose un poco.
—Oye, tú —Macarena, con sueño en los ojos y la mata de pelo rojizo destacando en la penumbra, se apoyó en la jamba de la puerta—, ¿intentas pasar el rato con mi chico?
—Ojalá. Te lo robaría, pero lo has hechizado y vampirizado.
—Tú lo has dicho.
—Bueno —Sebastian les sonrió azorado a ambas mujeres—, bonita manera de empezar el día. La reunión de profesores que me espera no será ni la mitad de agradable.
—Llámalos y diles que te encuentras mal —susurró Maca casi con un ronroneo—. Yo sí te daré algo agradable.
—Ja, ja... Ya. En fin. Adiós.
Paula, sin dejar de sonreír, lo vio alejarse con prisas hacia el coche.
—Caray, es monísimo.
—Sí lo es.
—Y mírate a ti: la Chica Feliz.
—La Chica Feliz y Prometida. ¿Quieres que te enseñe mi anillo otra vez?
—Oooh... —exclamó Paula con amabilidad cuando Maca movió los dedos—. Ahhh...— ¿Ibas a desayunar?
—Ese es el plan.
—Espera. —Maca se inclinó hacia un lado, agarró una chaqueta y luego cerró la puerta tras ella—. Solo he tomado un café, así que...
Las dos acompasaron la marcha y, de repente, Maca frunció el ceño.
—Esa taza es mía.
—¿Quieres que te la devuelva ahora?
—Ya sé por qué estoy alegre esta mañana de perros, y es por lo mismo por lo que no he tenido tiempo de desayunar. Se llama Duchémonos Juntos.
—La Chica Feliz también es la Bruja Chula.
— Y muy orgullosa de ello. ¿Por qué estás tan contenta? ¿Has metido a un hombre en casa?
—Por desgracia, no. Pero tengo programadas cinco consultas para hoy, y eso es una manera fantástica de empezar la semana, que se suma a la preciosa manera en que terminó la anterior, con la merienda de ayer. Esa boda fue una delicia, ¿verdad?
—Una pareja sexagenaria intercambiando los votos matrimoniales y celebrándolo con los hijos de él, los hijos de ella y los nietos. No solo fue una delicia, sino que creo que estas cosas dan seguridad. Era la segunda vez para los dos, y ahí los tienes, listos para repetir, deseando vivir juntos y en armonía. Saqué unas fotos fabulosas. En fin, me parece que a esos alocados jovenzuelos les va a ir bien.
—Hablando de jovenzuelos alocados, habrá que organizar lo de tus flores. Aunque pienses que falta mucho para diciembre —dijo Paula temblando—, pronto lo tendremos aquí, y eso ya lo sabes.
—Ni siquiera he decidido cómo van a ser las fotos de compromiso. No he mirado vestidos, ni he pensado en los colores.
—A mí me sientan bien los tonos gema —dijo Paula parpadeando repetidas veces.
—A ti te sienta bien una arpillera. ¿Y tú me llamas Bruja Chula?
Maca abrió la puerta y, como la señora Grady ya había regresado de sus vacaciones de invierno, se acordó de restregar los zapatos en el felpudo antes de entrar.
—Tan pronto como encuentre el vestido, haremos una puesta en común sobre lo demás.— Eres la primera de nosotras que se casa, la primera que celebrará su boda aquí.
—Sí. Será interesante ver cómo nos las arreglamos para organizar la boda y formar parte al mismo tiempo.
—Ya sabes que puedes contar con Carla para la logística. Si alguien es capaz de conseguir que todo vaya como una seda, esa es Carla.
Las dos amigas entraron en la cocina, y se vieron sumidas en el caos.
Mientras la equitativa Maureen Grady trabajaba junto al fuego, con movimientos eficaces y expresión plácida, Carla y Laura caminaban arriba y abajo discutiendo.
—Hay que hacerlo —insistió Carla.
—Y una mierda, y una mierda.
—Laura, esto es un negocio, y en los negocios hay que servir al cliente.
—Deja que te diga lo que serviría yo a esta clienta.
—Basta ya. —Carla, con su abundante melena color castaño recogida en una cola, iba vestida con el clásico traje de chaqueta azul oscuro que destinaba para las entrevistas con los clientes. Sus ojos, de un color parecido, echaban chispas de la impaciencia—. Mira, he hecho una lista con todo lo que ella ha elegido, el número de invitados, sus colores, la selección de flores. Ni siquiera tienes que hablar con ella. Yo haré de puente entre las dos.
—Y ahora te diré lo que puedes hacer con tu lista.
—La novia...
—La novia es una borde. La novia es imbécil, una niña mimada y malcriada que dejó muy claro hace un año que ni necesitaba ni quería mis servicios personales. Que me muerda a mí si le apetece, porque lo que es a mis pasteles, a esos no les va a hincar el diente, aunque ahora se haya dado cuenta de que cometió una estupidez.
Vestida con el pantalón del pijama y la camiseta sin mangas de algodón con los que había dormido, con el cabello todavía despeinado de la noche, Laura se dejó caer en
una silla de la mesita del rincón donde desayunaban.
—Tienes que calmarte —dijo Carla agachándose para recoger una carpeta. Probablemente Laura la habría tirado al suelo, adivinó Paula—. Todo lo que necesitas está aquí. —Dejó la carpeta sobre la mesa—. Ya le he asegurado a la novia que nos encargaremos de todo, así que...
—Así que tú diseñas y horneas un pastel de boda de cuatro pisos entre hoy y el sábado, más el pastel del novio y una selección de postres. Para doscientas personas. Y lo haces
sin tiempo de prepararlo bien, con tres celebraciones más durante el fin de semana y otra por la noche dentro de tres días. —Con una expresión de rebeldía pintada en el rostro,
Laura cogió la carpeta y la dejó caer deliberadamente al suelo.
—Ahora estás comportándote como una cría.
—Perfecto. Soy una cría.
—Chicas, vuestras amiguitas han venido a jugar —canturreó la señora Grady con un tono de voz muy dulce y la mirada risueña.
—Ah, me parece que mi madre me llama —dijo Paula intentando batirse en retirada.
—¡No, no te vayas! —exclamó Laura dando un salto—. ¡Escucha esto! El enlace de los Folk y Harrigan. El sábado por la noche. Estoy segura de que recuerdas que la novia
rechazó que Glaseados de Votos se ocupara del pastel o de los postres, que se rió de mí y de mi propuesta e insistió en que su prima, una chef de repostería de Nueva York que ha
estudiado en París y diseña pasteles para actos muy especiales, se ocupara de los postres. ¿Recuerdas lo que me dijo?
—Esto... —Paula se desplazó porque Laura apuntaba con el dedo justo a su corazón—. Las palabras exactas, no.
—Bien, pues yo sí. Dijo que estaba segura (y lo dijo con esa sonrisilla socarrona) de que yo era capaz de ocuparme de la
mayoría de los banquetes, pero que ella quería lo mejor de lo mejor para su boda. Me lo soltó a la cara.
—Y fue muy maleducada, sin duda — terció Carla.
—No he terminado todavía —protestó Laura entre dientes—. Ahora, a las quinientas, se descuelga diciendo que su
brillante prima se ha fugado con uno de sus clientes. Gran escándalo, porque el cliente de marras conoció a la brillante prima cuando le encargó que diseñara un pastel para su propia fiesta de compromiso. Ahora están desaparecidos en combate y la novia quiere que me meta en faena para salvarle el día.
—Que es a lo que nos dedicamos. Laura...
—No estoy hablando contigo —espetó la joven amenazando primero a Carla con un dedo y señalando luego a Maca y a Paula—. Hablo con ellas.
—¿Qué? ¿Habías dicho algo? —preguntó Maca sonriendo de oreja a oreja—. Lo siento, debe de haberme entrado agua en los oídos al ducharme. No oigo nada.
—Cobarde. ¿Pau?
—Ah...
—¡El desayuno! Todas a sentarse. —La señora Grady trazó un círculo en el aire—. Tortilla de claras sobre una tostada de pan integral. Sentaos, sentaos. Comed.
—No comeré hasta que...
—Sentémonos. —Paula, interrumpiendo la parrafada de Laura que se les avecinaba, adoptó un tono conciliador—. Dame un minuto para pensar. Sentémonos todas y... Oh, señora Grady, esto tiene una pinta increíble. —Cogió dos platos a modo de escudo, se dirigió al rincón donde estaba la mesa y se acomodó en una silla—. No hay que olvidar que somos un equipo.
—A ti no te han insultado y no te han colgado ningún marrón.
—En realidad, sí. O me lo colgaron, mejor dicho. A Whitney Folk podemos ponerle la coletilla «zilla» y llamarla Noviazilla. Podría contarte las pesadillas que esa mujer me provoca, pero esa historia la dejo para otro día.
—Yo tengo más cosas que contar — terció Maca.
—Veo que has recuperado el oído — musitó Laura.
—Es grosera, exigente, malcriada, complicada y desagradable —siguió explicando Paula—. Por lo general, cuando planificamos una ceremonia, sin olvidar los problemas que pueden surgir y lo extrañas que son algunas parejas, me gusta pensar que estamos ayudándoles a vivir un día que marcará el comienzo del «y fueron felices y comieron perdices». Pero con esta en concreto me sorprendería que llegaran a los dos años. Esa mujer fue muy grosera contigo, y no creo que te dedicara una sonrisilla
socarrona, más bien creo que te sonrió con desprecio. No me gusta.
Complacida por las muestras de apoyo, Laura miró con aires de suficiencia a Carla y empezó a comer.
—Dicho lo cual, comprendamos que somos un equipo, y las clientas, incluso las malas pécoras que se las dan de marquesas, tienen que quedar contentas. Y aunque son
dos buenas razones —dijo Paula capeando la mirada de rabia de Laura—, hay algo mejor aún. Vas a demostrarle a ese culo plano, grosero y desdeñoso, lo que sabe hacer una
brillante chef de repostería, y bajo presión.
—Carla ya ha intentado este argumento conmigo.
—Oh. —Paula cortó un trocito de tortilla—. Vale, pero así están las cosas.
—Podría machacar a su prima robahombres con mis pasteles.
—No lo dudo. Personalmente, creo que la novia tendría que arrastrarse a tus pies, al menos un poquito.
—Me gusta la idea —consideró Laura —, y que pida clemencia.
—Podría mirar de arreglar eso —dijo Carla tomando su taza de café—. También le dije que si aceptábamos de una manera tan imprevista, le cargaríamos un importe adicional. Añadí el veinticinco por ciento. Se agarró a ello como a un clavo ardiendo, y de hecho soltó unas lágrimas de agradecimiento.
Los ojos azules de Laura resplandecieron con una nueva luz.
—¿Lloró?
Carla inclinó la cabeza y arqueó una ceja en dirección a Laura.
—¿Y si es así?
—Me reconforta mucho saberlo, pero aun así, tendrá que aceptar lo que yo le diga, y además tendrá que gustarle mi propuesta.
—Por descontado.
—Comunicadme vuestra decisión... cuando os hayáis decidido —dijo Paula—. Yo trabajaré en las flores y la decoración de la mesa. —Y entonces le dedicó una sonrisa compasiva a Carla—. ¿A qué hora te llamó para contarte todo esto?
—A las tres y veinte de la mañana.
Laura se acercó a Carla para darle una palmadita en la espalda.
—Lo siento.
—Es mi parte del convenio. Saldremos de esta. Siempre lo conseguimos.
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