domingo, 19 de febrero de 2017

CAPITULO 2 (SEGUNDA HISTORIA)





Siempre lo conseguían, pensó Paula mientras hidrataba los arreglos florales de su sala de estar. Y confiaba en que así sería siempre. Echó un vistazo a una fotografía que conservaba en un sencillo marco blanco en la que se veía a tres niñas jugando al «día de la boda» en un jardín, en verano. Ella fue la novia ese día y llevó el ramo de hierbas y flores silvestres, y también el velo de encaje.


Además, se había sentido tan encantada e ilusionada como sus amigas cuando la mariposa azul se posó sobre un diente de león que había en su ramo.


Maca también estaba allí, por supuesto.


Tras la cámara, captando el momento. Era un auténtico milagro que hubieran podido convertir su juego preferido de la infancia en un próspero negocio.


Los dientes de león habían quedado atrás, pensó mientras ahuecaba las almohadas.


¿Cuántas veces habría visto la misma mirada, encantada y estupefacta, en el rostro de una novia al ofrecerle el ramo que había hecho para ella? Para ella especialmente.


Esperaba que la reunión que iba a comenzar terminase en boda a la primavera siguiente, y que esa misma mirada atónita se dibujara en el rostro de la novia.


Dispuso sus carpetas, álbumes y libros y fue al espejo a comprobar cómo le quedaban el pelo, el maquillaje y la caída del traje pantalón que se había puesto.


La imagen era una prioridad en Votos, pensó.


Sonó el teléfono y, apartándose del espejo, fue a contestar la llamada.


—Centros Florales de Votos —respondió con un tono alegre—. Sí, hola, Roseanne. Claro que me acuerdo de ti. La boda es en octubre, ¿verdad? No, no es demasiado pronto para tomar estas decisiones.


Mientras hablaba, Paula cogió una libreta de su escritorio y la abrió.


—Podemos concertar una cita para la semana que viene, si te va bien. ¿Puedes traer una foto de tu vestido? Fantástico. Si has elegido los vestidos de las damas o los colores... ajá. Te ayudaré con todo eso. ¿Qué te parece el lunes próximo a las dos?


Anotó la cita en su agenda y levantó la vista al oír el sonido de un coche que aparcaba.


Una clienta al teléfono y otra acercándose a la puerta.


¡Adoraba la primavera!


Paula le mostró a la última clienta del día su exposición de arreglos y ramos de seda, así como diversas muestras, que tenía preparadas en varias mesas y estantes.


—Hice esto cuando me enviaste por correo la foto de tu vestido y me diste una idea aproximada de cuáles eran tus flores y colores preferidos. Ya sé que me dijiste que preferías un ramo espectacular y en cascada, pero... —De un estante, Paula cogió un ramo de rosas y lirios unidos entre sí con una cinta blanca y entrelazada de perlas—. Quería que vieras esto antes de que tomaras una decisión en firme.


—Es precioso, y además son mis flores preferidas; pero no me parece... cómo lo diría... bastante grande.


—Dado el corte de tu vestido, la falda tubular y la hermosa pedrería del cuerpo, este ramo más moderno te quedaría espectacular. Pero quiero que elijas exactamente lo que
quieres, Miranda. Esta otra muestra se parece bastante a lo que tienes en mente.


Paula tomó un arreglo en cascada del estante.


—¡Oh, es como un jardín!


—Sí. Deja que te muestre un par de fotos —propuso Paula abriendo sobre el mostrador una carpeta de la que sacó dos
fotografías.


—¡Es mi vestido! Con los ramos.


—Mi socia Maca es un hacha con el Photoshop. Con estas fotos te harás una idea de cómo combinan estos dos estilos con tu vestido. No hay que precipitarse. Es tu día, y cada uno de los detalles tiene que ser exactamente como desees.


—Pero tienes razón, ¿no? —Miranda examinó los dos retratos—. El grande... es como si tapara el vestido; el otro, en cambio, le va como anillo al dedo. Es elegante sin dejar de ser romántico. Porque es romántico, ¿verdad?


—Creo que sí. Los lirios, con un matiz rosado que contrasta con las rosas blancas, y unos toques de verde pálido. La cinta blanca colgando, el destello de las perlas... A mí me
parece, si a ti te gusta, que podríamos reservar los lirios para tus damas, quizá atados con una cinta rosa.


—Creo... —Miranda acercó el ramo de muestra a un antiguo espejo de cuerpo entero que había en un rincón. Su sonrisa se abrió como una flor al estudiar su reflejo—. Parece
que lo hayan montado unos duendecillos laboriosos. Y me encanta.


Paula anotó la composición en su libreta.— Me alegro. Trabajaremos con esa idea y montaremos los ramos en espiral. Pondré jarrones transparentes en la mesa de presidencia, así los ramos no solo se mantendrán frescos, sino que servirán como decorado durante la recepción. Veamos, para el ramo que tendrás que lanzar, se me ha ocurrido que sea solo de rosas blancas, un poco más pequeño que este. —Paula cogió otra muestra diferente—. Y que vaya atado con unas cintas de color rosa y blanco.


—Eso sería perfecto. ¡Está resultando mucho más fácil de lo que imaginaba!


Complacida, Paula seguía anotando en su libreta.


—Las flores son importantes, pero también tendrían que ser divertidas. No hay que precipitarse, recuérdalo. Después de todo lo que me has dicho, entiendo que el tono de la boda tendría que ser un romanticismo moderno.


—Sí, eso es exactamente lo que busco.


—Tu sobrina, la niña que llevará las flores, tiene cinco años, ¿verdad?


—Los cumplió el mes pasado. Está nerviosísima por tener que esparcir pétalos de rosa por el pasillo central.


—Ya lo imagino. —Paula tachó la idea de la almohadilla perfumada de su lista mental —. Podríamos usar este cesto tan elegante, forrarlo de satén blanco y entrelazarlo con rosas de pitiminí, y también ponerle unas cintas rosadas y blancas que cuelguen. Iría lleno de pétalos rosados y blancos. Podríamos hacer una diadema para la niña, con rosas de pitiminí rosadas y blancas. En función del vestido, y de tus gustos, podría ser un diseño sencillo o podríamos pasarle unas cintas que le colgaran por detrás.


—Pongamos cintas, sin duda. Es muy coqueta. Estará encantada. —Miranda tomó la diadema de muestra que Paula le ofreció—. Oh, Paula, ¡es como una pequeña corona! Digna de una princesa.


—Exacto. —Cuando Miranda se la puso en la cabeza, Paula rió—. Una niña presumida de cinco años se sentirá como en el cielo con ella. Y tú serás su tía favorita durante toda la vida.


—Estará preciosa. Sí, sí a todo. El cesto, la diadema, las cintas, las rosas, los colores...


—Magnífico. Me lo estás poniendo muy fácil. Ahora tenemos que ocuparnos de las madres y las abuelas. Podríamos hacer unos ramilletes, de los que se llevan en la muñeca o
como un broche, con rosas, lirios o combinando ambas flores a la vez. Pero...


Sonriendo, Miranda dejó a un lado la diadema.


—Cada vez que dices «pero» acaba resultando fantástico. Dime, ¿pero qué?


—Creo que podríamos modernizar el clásico porta ramilletes.


—No tengo ni idea de lo que es.


—Es un ramo pequeño, como este, que va en un recipiente diminuto para que las flores se mantengan frescas. Pondremos unos soportes en las mesas, en el lugar donde ellas se sienten, y eso también vestirá sus mesas un poco más que las del resto de los invitados. Usaremos lirios y rosas, en miniatura, pero podríamos invertir los colores. Rosas de color rosa y lirios blancos, con un toque de verde pálido. O si eso no combina con sus vestidos, flores blancas para todas. Y el porta ramilletes que sea pequeño, no muy sofisticado. Me decantaría por uno parecido a este, de plata, muy simple, sin decoraciones. Podríamos grabar en él la fecha de la boda, vuestros nombres o los nombres de ellas.


—Es como si fueran a tener sus propios ramos. Como el mío, pero en miniatura. Oh, mi madre estará...


Al ver que a Miranda se le ponían los ojos llorosos, Paula le alcanzó la caja de pañuelos de papel que siempre tenía a mano.


—Gracias. Esto es lo que quiero. Aunque tengo que pensar en el monograma y me gustaría hablarlo con Brian.


—Tienes todo el tiempo del mundo.


—Pero quiero eso. Y con colores invertidos, creo, porque así será como si los ramos les pertenecieran más. Voy a sentarme un rato.


Paula la acompañó al rincón donde había unas butacas y dejó la caja de pañuelos cerca de Miranda.


—Quedará precioso.


—Ya lo sé. Lo veo. Es como si lo viera, y ni siquiera hemos empezado con los arreglos y los centros de mesa, por no hablar del resto. Pero puedo verlo. Tengo que contarte una
cosa.


—Dime.


—Mi hermana... mi dama de honor, ¿sabes?, nos presionó mucho para que contratáramos a Felfoot. Siempre ha sido el lugar por excelencia de Greenwich, y es precioso.


—Es una maravilla, y el trabajo que hacen es soberbio.


—Pero Brian y yo nos enamoramos de este lugar, de su aspecto, del ambiente, del modo en que trabajáis las cuatro. Era justo lo que queríamos. Cada vez que vengo, o que me reúno con alguna de vosotras, me doy cuenta de que estábamos en lo cierto. Tendremos una boda increíble. Lo siento — dijo Miranda secándose los ojos una vez más.


—No lo sientas. —Paula cogió un pañuelo para ella—. Para mí es un halago, y nada me hace más feliz que tener a una novia sentada junto a mí llorando de felicidad. ¿Qué tal si nos tomamos una copa de champán para calmarnos un poco antes de pasar a las flores de ojal?


—¿Lo dices en serio? Paula, si no estuviera locamente enamorada de Brian, te pediría que te casaras conmigo.


Soltando una carcajada, Paula se levantó.


—Ahora mismo vuelvo.




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