miércoles, 5 de abril de 2017

CAPITULO 36 (CUARTA HISTORIA)




—No nos peleamos. —Paula se acercaba al tercer kilómetro subida a la cinta del gimnasio—. Estamos en un impasse.


—A mí me parece que eso ha sido una pelea —dijo Laura.


—Una pelea es cuando discutes, gritas o dices cosas inconvenientes. Esto no ha sido una pelea.


—El se fue. Tú estás como loca. Eso son los síntomas de una pelea.


—Vale, como quieras —le espetó Paula—. Nos peleamos hasta que llegamos a un impasse.


—Fue un imbécil.


—Al menos en eso sí estamos completamente de acuerdo.


—Fue un imbécil —prosiguió Laura— por presentarse a medianoche cuando algo le preocupaba si no tenía intención de contártelo. Y más imbécil aún por irse cuando se lo pediste, porque cualquiera que te conozca sabe que esperabas que se pusiera a discutir hasta que diera su brazo a torcer y terminara contándote lo que le preocupaba.


Asintiendo, Paula cogió su botellín de agua y bebió.


—Aunque no te conoce desde hace tanto como yo, por lo que es posible que interpretara ese «vete a casa» como un «vete a casa».


Un amago de llanto le atenazó el pecho. Paula se esforzó en controlarlo, como también se esforzó por llegar al kilómetro siguiente.


—No puedo estar con alguien que no quiere hablar conmigo, que es incapaz de tener una relación íntima conmigo que no sea física.


—No, no puedes. Pero la intimidad, la de verdad, les cuesta más a unos que a otros. No estoy defendiéndolo —añadió Laura—. Opino y saco conclusiones. Actúo como lo harías tú, ya que tú estás demasiado alterada para hacerlo.


—Soy una pesada. Lo siento —dijo ella en el acto, y se apeó de la cinta—. Perdona. No he dormido bien y me siento muy mal conmigo misma.


—No pasa nada. Solo eres pesada a veces.


Riéndose a duras penas, Paula cogió una toalla.


—Sí. Sé que soy pesada. —Hundiendo la cara en la toalla, se frotó con ella y se quedó inmóvil al notar el abrazo de Laura—. No quiero llorar porque es estúpido llorar por algo así. Prefiero ser pesada que imbécil.


—No eres ninguna de las dos cosas y sabes que te lo diría si lo fueras.


—Cuento contigo —dijo Paula recuperando el aliento y apartándose la toalla de la cara.


—Estás cabreada, irritada, triste y muy, muy cansada. Tómate unas horas libres y descansa un poco. Yo me ocuparé de lo que sea y si no puedo, daré un toque a Emma y a Maca.


—Quizá me tome una hora. Iré a dar una vuelta para despejarme un poco.


—Lo que te apetezca. Dame el teléfono.


—Oh, pero...


—Hablo en serio, Paula, dame el teléfono. —Con los ojos entornados, Laura le indicó con el dedo que se lo entregara—. De lo contrario pensaré que Pedro no es el único con problemas de confianza.


—Eso es injusto —murmuró Paula desenganchándose el teléfono de la cintura.


No se molestó en cambiarse, solo se puso una parka con capucha y se subió la cremallera. El aire, frío y cortante tras la reciente lluvia de la tarde, le sentó bien. Los árboles desnudos elevaban sus sombríos brazos hacia un cielo de un azul tan luminoso que lamentó no haber cogido las gafas de sol. La hierba, endurecida por la escarcha nocturna, crujía bajo sus pies.


El otoño, pensó, con su colorido, sus destellos y su aroma a humo estaba a punto de acabar y el invierno avanzaba con sigilo deseando ocupar su puesto.


Faltaba solo un mes para la boda de Maca. Y todavía quedaban muchas cosas por hacer, muchos detalles, muchos puntos por cotejar. Quizá era positivo que Pedro y ella hubieran dado ese paso atrás. Necesitaba concentrarse en la boda más importante de todas las que Votos había organizado hasta entonces.


Solo Dios sabía la cantidad de temas por resolver de los demás actos, y eso sin contar el gran espectáculo de los Seaman en primavera, que requería una atención constante.


Todavía tenía que ultimar los innumerables preparativos de la boda de Emma, y de la de Laura, y organizado todo.


Luego estaba la propuesta del libro. Con los cambios y los añadidos que habían incorporado sus socias, se había convertido en un proyecto sólido, listo para entregar. Había llegado el momento de enviarlo al agente, pensó.


Lo cierto era que no tenía tiempo para las relaciones.


En otro momento de su vida, quizá, pero no entonces. Y lo que esperaba y exigía también era una relación plena, una auténtica unión espiritual de confianza absoluta.


Como sus padres.


No podía, y no se permitiría, enamorarse de un hombre que no quisiera eso mismo. Por mucho que le doliera en ese momento darse cuenta y aceptarlo, más le dolería en el futuro si lo negaba.


—Eh, Paula.


Paula se sobresaltó interrumpiendo su discurso interno y vio a Sebastian dirigiéndose hacia ella con el maletín en la mano.


—Sebastian. He perdido la noción del tiempo. Te vas a trabajar.


—Sí, ¿va todo bien?


—Sí. Solo... vale más que entre en casa y vuelva al trabajo.


Sebastian la cogió de la mano.


—¿Qué pasa?


—Nada. De verdad. Anoche no dormí bien y... —Estaba haciendo exactamente lo mismo que había hecho Pedro: cerrarse en banda y encerrarse en sí misma—. Creo que Pedro y yo lo dejamos anoche.


—Si eso es cierto, lo sentiré mucho. ¿Quieres explicarme por qué?


—Supongo que no tenemos demasiado en común, no vemos las cosas de la misma manera. O no queremos lo mismo. —Su mano se había curvado en un puño húmedo, e intentó relajarla—. Sebastian, en realidad no estoy segura. No entiendo a este hombre.


—¿Quieres entenderlo?


—Siempre quiero entenderlo todo, por eso creo que esto no saldrá bien.


Sebastian dejó el maletín en el suelo, le pasó el brazo por los hombros y se puso a caminar junto a ella.


—Tienes que ir a trabajar.


—Hay tiempo. Cuando Maca y yo tuvimos problemas, cuando sentía que no la entendía, tú me ayudaste. Me aclaraste varias cosas sobre ella y yo necesitaba eso. Quizá pueda hacer lo mismo por ti ahora.


—No me deja acercarme a él, Sebastian. Ha cerrado muchas puertas. Cada vez que le pregunto por sus malas experiencias (y las malas experiencias son un factor que determina quiénes somos), dice que eso no importa, que pasó hace mucho tiempo, o cambia de tema.


—No habla demasiado de sí mismo. Creo que tienes razón en lo de cerrar puertas. También pienso que hay gente que las cierra para abrir otras nuevas, que piensa que no podrá abrir esas otras si no cierra las del pasado.


—Eso lo entiendo, de verdad. Hasta cierto punto. Pero ¿cómo vas a estar con alguien o creer que puedes estar con alguien que no deja que conozcas su pasado, que no comparte sus problemas o sus malos momentos contigo y que no se deja ayudar?


—Por lo poco que ha contado y lo mucho que me ha contado mi madre, de pequeño sufrió varios golpes muy duros. Emocionalmente, cuando perdió a su padre, y físicamente, por culpa de sus tíos. Los profesores hemos de tratar con chicos que han pasado por estas experiencias o que las están pasando. En la mayoría de los casos la confianza requiere tiempo y mucho trabajo.


—Es decir, que tendría que darle más tiempo, tener paciencia y trabajarlo más.


—Algo de eso te tocará hacer —dijo Sebastian acariciándole el brazo mientras seguían paseando—. Por su parte, yo diría que está loco por ti y que todavía no sabe cómo gestionar eso. Tú quieres, necesitas y mereces saberlo todo de él, y él cree que tendrías que fijarte en él tal como es ahora, que con eso basta.


—Es un buen análisis. —Paula suspiró y, agradecida, se apoyó en él—. No sé si con eso me entran ganas de seguir adelante o de salir corriendo, pero es un buen análisis.


—Apuesto a que él tampoco durmió bien anoche.


—Espero que no. —El comentario la ayudó a sonreír, y con esa sonrisa se volvió para darle un abrazo—. Gracias, Sebastian. Pase lo que pase, me has ayudado mucho. —Y luego se soltó—. Ve a la escuela.


—Te iría bien echar una siesta.


—Sebastian, ¿con quién crees que estás hablando?


—Tenía que intentarlo. —Sebastian le dio un beso en la mejilla y se dirigió a su coche. Estuvo a punto de tropezar con el maletín, pero se acordó a tiempo.


—Maca... —Paula respiró hondo y giró sobre sus pasos para volver a entrar en casa—. Tienes una suerte de mil demonios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario