miércoles, 5 de abril de 2017
CAPITULO 35 (CUARTA HISTORIA)
Mientras Pedro seguía de pie en la cuneta rememorando la sangre y el dolor, Paula sonreía en una habitación llena de mujeres que charlaban y reían cuando ya faltaba poco para terminar la fiesta de los regalos de Maca.
—Hemos hecho un buen trabajo. —Emma cogió a Paula de la cintura.
—Hemos hecho un trabajo buenísimo. Maca está feliz.
—No quería decirlo antes para no tentar a la suerte, pero he estado preocupada hasta el último minuto por si Lourdes se enteraba y se presentaba por sorpresa.
—No eras la única. La ventaja de que viva en Nueva York es que no se entera de muchas cosas y, además, anda muy ocupada con su nuevo marido rico.
—Ojalá dure... —rogó Emma en voz alta—. La velada ha sido fantástica... y no hemos tenido a Lourdes rondando por aquí. Todas lo han pasado de fábula.
—Ya lo sé. Mira a Silvia. Todavía tiene esa luminosidad propia de las recién casadas, y fíjate cómo habla con tu hermana...
—El embarazo le sienta muy bien a Celia, ¿no crees?
—Desde luego. Solo por cómo juntan sus cabezas, me parece que Silvia ya empieza a preguntarse cómo le sentaría eso a ella. Creo que relevaré a Laura como fotógrafa.
—No.
—No veo por qué tiene que...
—Paula, ya hemos hablado de esto —dijo Emma volviéndose hacia ella—. Votamos a Laura porque yo me distraigo demasiado y termino hablando con todo el mundo, y tú... bueno, tú tardas muchísimo buscando el encuadre perfecto o como quieras llamarlo... y al final apenas haces fotos.
—Pero las que hago son buenísimas.
—Excepcionales, pero queremos fotos menos excepcionales pero más numerosas.
Paula suspiró aceptando la derrota. Le gustaba mucho hacer fotografías.
—Si no hay más remedio... Creo que deberíamos mezclarnos con las demás. No tardarán en marcharse. —Paula sacó el teléfono del bolsillo cuando este empezó a vibrar—. Es un mensaje de Dani.
—Querrá saber si está todo despejado y puede volver a casa con Jeronimo y Sebastian.
—No. Dice que ha habido un accidente importante en la carretera del norte, en la vertiente sur del parque. Han cortado el tráfico y hacen retroceder a la gente. Dice que se lo digamos a las que tenían pensado tomar ese camino y que ellos volverán en un par de horas.
—Espero que nadie haya resultado herido —apuntó Emma, y sonrió cuando su madre le hizo una señal desde el otro extremo de la sala—. Correré la voz.
Como en todas las buenas fiestas, se saltaron el horario programado, hubo muchas rezagadas y las anfitrionas terminaron agotadas de tanta felicidad.
—Ahora me apetece tomar champán. —Paula cogió una botella y llenó las copas—. Siéntese, señora Grady.
—Creo que voy a hacerte caso. —La señora Grady se dejó caer en una silla, se quitó los zapatos de vestir y estiró las piernas—. Llénala hasta arriba.
Obediente, Paula llenó las copas hasta el borde mientras Laura cortaba unas porciones de lo que quedaba de un pastel de tres pisos de altura, hecho con crema de mantequilla recubierta con pétalos de chocolate con formas curiosas.
—¡Caray! ¡Mirad qué regalos! ¡Son fabulosos! —Maca miraba embobada la mesa en la que Paula había colocado con gran cuidado los regalos para que los abriera—. Es como si me hubiera tocado un pequeño y exquisito centro comercial. ¿He dado las gracias a todas?
—Infinidad de veces. ¿Cuánto champán te has bebido ya, colega? —le preguntó Laura.
—Litros, porque en mi propia fiesta se me permite terminar un poco borracha. ¡Hemos celebrado mi fiesta de los regalos! —Cogió el trozo de pastel que le ofrecía Laura y también un pétalo de chocolate con los dedos—. Oh, mmm... ¿Te he dicho que me encanta mi pastel?
—Sí, cariño. —Laura se inclinó hacia ella y le dio un beso en la coronilla.
—¿Y también que me ha encantado todo, absolutamente todo? Estoy tan contenta de haberlo celebrado aquí, en las estancias de la familia... Me he sentido más en casa, ¿sabéis? Y la decoración era una maravilla. Em, las flores.
Uau. Tenías toda la razón cuando dijiste que era mejor llenarlo todo de pequeños arreglos florales y poner esas flores naranja... ¿cómo se llaman?
—Son cañas de las indias, y las otras, zinnias.
—Sí, esas, con los tonos púrpura para hacer juego con el chocolate de Laura, las cintas verde claro y todo lo demás.
—Hay que confiar en la florista. Tuviste un detalle muy bonito regalando flores a las hermanas y a la madre de Sebastian al despedirte de ellas.
—Ahora serán de mi familia. —Maca volvió a sonreír mirándolas a todas—. Tengo una familia increíble. Vosotras, chicas, sois las mejores y tengo muchísima suerte de teneros. A todas, qué suerte la mía... y además estoy saltando de alegría porque mi madre no ha venido.
Maca respiró hondo.
—Uy, me parece que he tomado demasiado champán.
—Estás en tu derecho. —Emma fue a sentarse junto a Maca y le acarició el brazo—. Vienen buenos tiempos, y la fiesta ha sido genial, muy alegre. Eso es lo único en lo que tienes que pensar.
—Tienes razón. Solo estaba soltando todas las cursilerías y los chismorreos antes de la boda. Ese día no quiero estar llorosa ni nerviosa. Pues eso. Señora Grady, usted es la única madre que necesito, y siempre ha estado a mi lado.
—Yo también he tomado más burbujas de la cuenta. No me hagas llorar ahora. —La señora Grady suspiró—. Oh, en fin... Eres una pelirroja flacucha y con mucha labia... Te quise desde el primer momento en que apareciste por la puerta con tus andares de criaturita.
—Ay... —Maca se levantó y se abalanzó hacia la señora Grady para darle un abrazo de oso—. Muy bien, ahora tú, Laura.
—Ajá.
Maca rió con sorna al notar la reacción de su amiga.
—Eres un hueso duro de roer cuando lo necesito y una amiga contra viento y marea. Si me porto como una imbécil me lo dices, pero nunca me lo tienes en cuenta.
—Bien resumido. —Laura rió y se dejó abrazar por Maca.
—Emma. Siempre tendiéndome la mano, ofreciéndome un hombro sobre el que llorar. Sabes ver el arco iris en plena tormenta, y eso me ha servido para capear muchas tempestades.
—Te deseo todos los arcos iris del mundo, cariño. —Emma dio un fuerte abrazo a Maca.
—Y Paula —Maca se secó las mejillas—. Ni una sola vez en toda mi vida me has fallado. A ninguna de nosotras. Eres quien nos ha dado una familia, un hogar, quien nos ha abierto el camino para que nos dedicáramos a esto y para que fuéramos lo que somos.
—Maca. —Paula se levantó y le puso las manos en las mejillas, todavía con rastros de lágrimas—. Vosotras también me habéis dado una familia, y un hogar.
—Sí. Pero todo empezó gracias a ti. —Con un suspiro, Maca abrazó a Paula y apoyó la cabeza en su hombro—. Sé que estoy un poco borracha, pero desearía que todo el mundo pudiera sentirse tan feliz, tan querido y tan... bien como me siento yo en este momento.
—Después de esto, creo que al menos lo hemos logrado. Por algo se empieza.
A medianoche todo el mundo ya estaba metido en la cama, y los restos de la fiesta recogidos. Todavía un poco acelerada por el éxito, sintiéndose sentimental por las dulces palabras de una Maca algo borracha, Paula recorrió la casa inspeccionándola por última vez.
Mi hogar, pensó. Nuestro hogar, como había dicho Maca. No solo lo que le había sido legado por las generaciones anteriores, aunque esa hubiera sido la base, sino el que ellas habían construido. Como sus padres habían hecho también, añadiendo su toque personal, su vida propia.
La gente siempre se referiría a la casa como la finca de los Chaves, pensó, pero las personas que vivían en ella sabían que era mucho más que eso.
Quizá algún día podría compartirla, construir su vida en ella, con el hombre al que amara.
Esa idea, pensó, era lo que alimentaba sus sueños, sus objetivos y sus ambiciones. Amar, ser amada, compartir, hacer de ese amor y ese compañerismo algo fuerte y duradero.
Podía triunfar sin eso. Podía estar satisfecha sin eso. Sin embargo, se conocía demasiado bien para no reconocer que nunca se sentiría completa, nunca se sentiría lo suficientemente feliz sin ese compañero sentimental.
Creía en el poder y la fuerza del amor, en las promesas hechas, en la solidez del compromiso. Las bodas eran una manera de celebrarlo, un espectáculo plagado de símbolos y tradiciones. Sin embargo, lo que importaba de verdad eran los votos, las promesas, los lazos emocionales que se creaban entre dos personas que creían que su relación duraría toda la vida.
Y acababa de comprender, estaba intentando aceptar, que Pedro era el compañero que ella quería para hacerle esas promesas, para dedicarle toda la vida.
Aun así, reflexionó, vivir en pareja significaba compartir, depositar en el otro una confianza absoluta y ser consciente de ello. Y en él todavía había recodos, fragmentos de sí mismo que mantenía en la sombra e incluso apartaba de su mirada.
¿Cómo podía funcionar aquello, para cualquiera de los dos, si una parte de él permanecía encerrada bajo llave?
Inquieta, arregló un cojín del sofá. Quizá pedía, quizá esperaba demasiado, y quizá demasiado pronto. Sin embargo, Pedro no era el único que quería saber cómo funcionaban las cosas y el porqué.
Vio el destello de unos faros reflejándose en el cristal y frunció el ceño. Se acercó a la ventana, reconoció el coche de Pedro y, encantada porque sintió como si le hubiera invocado, fue a abrir la puerta principal.
—Es tarde —dijo él subiendo los escalones del porche y pasándose los dedos por el cabello mojado.
—No pasa nada. Entra. Hace frío y mucha humedad.
—He visto las luces encendidas y he imaginado que estarías levantada.
—Has imaginado bien. —Algo le pasa, observó Paula mientras escrutaba su rostro y reconocía la tensión en él—. Acabamos de recoger.
—Bien. Bien. ¿Qué tal ha ido... esa cosa?
—Ha sido fantástico.
Pedro no hizo ademán de tocarla o besarla. Paula se acercó a él y le rozó los labios con un beso en señal de consuelo y bienvenida.
—Desde el principio hasta el final.
—Bien.
Pedro se paseaba por el vestíbulo, claramente inquieto,
Dime qué te pasa, pensó Paula. Veía la barrera que los distanciaba y odiaba tener que derribarla.
—Pedro...
—¿Tienes una cerveza?
—Claro. —Dale un poco de tiempo, se dijo guiándolo hacia la cocina—. Imagino que la noche ha sido larga. ¿Has terminado lo que querías hacer?
—No. En su mayor parte sí, pero surgió algo.
Paula sacó una cerveza y fue a buscar una jarra.
—Con la botella me basta. —Pedro abrió el tapón pero no bebió.
¿Cómo era posible que no supiera manejar la situación, a él, cuando siempre había sabido hacer eso?
—¿Te apetece comer algo? Quedan unas sobras de la fiesta o bien lo que la señora G....
—No. Estoy bien, gracias.
No es verdad, pensó ella mientras él se paseaba por la cocina, no estás bien.
Basta, decidió. Basta ya.
—Dime qué te pasa.
—Tenía cosas que hacer. Y cuando he terminado, no me apetecía volver a casa y he pensado que a lo mejor todavía estarías levantada. Lo estabas. —Cogió la cerveza pero, después de un sorbo, volvió a dejarla en la encimera—. Y ya que estás despierta, a lo mejor puedo convencerte para que te acuestes conmigo.
El enfado y la decepción se combinaron de una manera incómoda con el resentimiento.
—Si hubiera imaginado que venías en busca de sexo y cerveza, a lo mejor me habrías encontrado disponible. Pero no es así, así que no puedes convencerme para que me acueste contigo.
—Valía la pena intentarlo. Me marcho.
Y la rabia fue el último ingrediente de la combinación. Los ojos de Paula estaban en ascuas cuando él hizo el gesto de marcharse.
—¿Crees que puedes venir aquí, llamar a la puerta y luego dar media vuelta y marcharte porque no has conseguido imponer tus condiciones?
Su rostro permaneció inalterable... neutro, pensó Paula, e imaginó que pondría esa misma cara jugando al póquer.
—No recuerdo haber impuesto ninguna condición. Estoy de mal humor, o sea que me voy a casa. Así los dos podremos echar unas horas de sueño.
—Sí, claro, me parece perfecto, sobre todo ahora que me has cabreado y me he puesto triste.
Pedro se detuvo y se pasó la mano por el pelo.
—Lo siento. No era el plan. Debería haber ido directamente a casa.
—Puede que sí, ya que pareces creer que nuestra relación no incluye que confíes en mí o me muestres tus sentimientos.
La neutralidad desapareció de su rostro con la velocidad del rayo y dio paso al enfado.
—Eso es mentira.
—No me digas que es mentira cuando es evidente. Ya conoces la salida —añadió ella pasando junto a él.
Pedro la agarró del brazo y notó una gelidez que le quemó en los dedos.
—Mira, he tenido una mala noche, eso es todo. Mala noche, mal humor. No debería haber venido aquí con eso.
—Tienes toda la razón. —Paula se zafó de su mano—. Llévate eso a casa.
Paula se alejó airada y vació la cerveza en el fregadero.
Cuando se volvió, estaba sola. Notó una punzada en el corazón.
—Bien... —farfulló, y aclaró con delicadeza la botella—. Muy bien. De acuerdo. Esto no va conmigo.
Se imaginó lanzando la botella contra la pared y oyendo el ruido de los cristales rotos. Aunque esto otro tampoco va conmigo, admitió, y tiró el envase en el cubo del reciclaje.
Apagó las luces, comprobó las cerraduras y recorrió la casa hasta subir la escalera que conducía al ala que ocupaba.
Se desvistió en el dormitorio, guardó los zapatos, colgó la ropa en los colgadores correspondientes y se puso el pijama más viejo y también al que más cariño tenía.
Siguió la rutina de acostarse, paso a paso.
Y en la cama, enfadada y triste, pasó desvelada toda la noche.
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