martes, 4 de abril de 2017

CAPITULO 32 (CUARTA HISTORIA)




—EN EL LAVADERO. —Con el pijama puesto, repantigada en el sofá de la sala familiar, Maca miraba el techo—. Paula Chaves, de los Chaves de Connecticut, como una salvaje en el lavadero.


—Éramos como animales.


—Ahora está fardando —comentó Laurs, y dio un mordisco a la pizza.


—Y me gusta.


—Deja que te felicite, pero si quieres que te diga la verdad, me encanta que te lleve a cenar a casa de su madre. —Emma llenó las copas de vino—. Y que te sientas rarísima por todo esto.


—Puede ser interesante.


—A mí me gustaría que alguien me dijera si Pedro sabe arreglar electrodomésticos pequeños. Una de mis batidoras hace el tonto.


Paula miró a Laura.


—Pregúntaselo. Parece que le gusta arreglar cosas. Eso me recuerda que le pidió a Sebastian que le diera clases a ese chico. ¿Cuándo empezó todo eso?


—El mes pasado —le dijo Maca—. Sebastian dice que Glen está progresando mucho. Le ha dado a leer Carrie.


Emma tragó saliva.


—¿Te refieres a esa Carrie que termina bañada en sangre de cerdo durante el baile de graduación?


—Sebastian descubrió que a Glen le gusta el cine de terror y que ha visto la película un montón de veces, por eso pensó que le gustaría leer el libro. Y funciona.


—¡Qué listo! —comentó Paula—. Es una buena manera de enseñar que se puede leer por diversión, que no solo se lee por trabajo o por estudios.


—Sí. Sebastian... es buenísimo, ¿sabéis? —Maca dulcificó su expresión con una sonrisa—. Es paciente, reflexivo, y amable por naturaleza sin ser un pelmazo. Creo que algunas personas, como él, tienen la suerte de terminar dedicándose a aquello para lo que nacieron. Y los demás nos beneficiamos de eso.


—Como nosotras. Yo creo firmemente que nosotras nos dedicamos a aquello para lo que nacimos —añadió Emma—. Por eso somos más que una empresa... de la misma manera que la enseñanza es algo más que un empleo para Sebastian. Hacemos felices a la gente, pero una de las razones que lo justifican, más allá del «¡eh, qué buenas somos!», es que nos hace felices a nosotras.


—Por nosotras. —Laura alzó su copa—. Felices, apasionadas, sexualmente satisfechas... y superbuenas.


—Voy a entromparme por eso —dijo Maca.


Paula correspondió al brindis y bebió. En ese momento sonó su teléfono.


—Oh, vaya, saldré un rato para ser feliz. Ahora mismo vuelvo.


—A ver —dijo Maca en el instante en que ella hubo abandonado la sala— ¿Qué pensamos de todo esto?


—Creo que la química que hay entre los dos está fuera de toda discusión —respondió Laura—. Y que los dos están colgados emocionalmente el uno del otro. Un hombre del carácter y la actitud de Pedro no se complica la vida invitando a una mujer a cenar a casa de su madre a menos que le importe.


—Porque cuando mamá es importante, y la madre de Pedro lo es para él, eso es dar un paso adelante. —Maca asintió—. Si él no hubiera querido dar ese paso, habría encontrado la manera de pararle los pies.


—Me encanta que esté nervioso —terció Emma—, porque sí, es importante. Estas dos mujeres le importan. Creo que Pedro es un hombre que se enfrenta a las cosas directamente. Lo digo por la manera en que planteó a Daniel que estaba interesado en Paula. Por la manera en que sacó el tema de la posición y el dinero hablando con Paula tan pronto como empezaron a tener relaciones. Es de los que ponen las cartas sobre la mesa y empiezan a repartir. 
También es un defecto. Por eso creo que deben de ser pocas las cosas que le pongan nervioso.


—Yo lo que veo —intervino Maca pensando si tomaba o no un poco más de pizza— es a dos personas fuertes, que confían en sí mismas, que creen que pueden arreglarlo todo y que no solo intentan comprender lo vulnerable que uno se siente cuando está enamorado, sino los riesgos y los resultados potenciales que eso conlleva. En resumen, creo que son perfectos el uno para el otro.


—¡Sí! Yo también. —Emma miró hacia la puerta—. Pero todavía no ha llegado el momento de decírselo a Paula. Ella aún no ha llegado a ese punto.


—Él tampoco —comentó Laura—. Me pregunto quién de los dos será el primero en llegar.



***

Pedro recogió el bote con ambas manos. La última carta lo había obsequiado con un precioso full (de reinas y ochos) que hizo morder el polvo al as de Jeronimo.


—Esta noche tienes una flor en el culo, Alfonso.


Pedro amontonó sus fichas y le vino a la memoria Paula, el lavadero y las bragas rasgadas de encaje blanco que guardaba en el bolsillo posterior de sus téjanos.


Colega, pensó, si tú supieras...


—Hoy la suerte me acompaña —dijo sonriendo antes de dar un trago a su cerveza.


—Podrías pasarnos un poco a los demás. —Rod, uno de los habituales de las noches de póquer, frunció el ceño al hacer la siguiente apuesta—. Esta noche no levanto cabeza.


—No te preocupes. La siguiente mano te dejará limpio. Así podrás dedicarte a vernos jugar.


—Eres un cabrón, Chaves.


—En el póquer no hay compasión que valga.


Pedro hizo su apuesta. Lo que le pasa a Daniel, pensó, es que es implacable en la mesa de juego. Probablemente era igual en los juzgados, aunque Pedro no lo había visto nunca trabajar. Tras la fachada, en cambio, rugía un motor completamente distinto.


La noche de póquer se remontaba a los tiempos en que Daniel y Jeronimo habían estado juntos en Yale, y Dani había procurado que la tradición se mantuviera. La mayoría de los hombres que participaban llevaban años jugando entre ellos. Sebastian y él eran los nuevos. Sebastian había entrado básicamente por mediación de Maca, aunque conociera a Daniel desde hacía muchos años.


En cuanto a él... No estaba muy seguro de cómo habían ido las cosas, salvo que había congeniado muy bien con Daniel.


El motor que movía a ese hombre, al margen del póquer y las leyes, era tradicionalista, generoso, leal y fieramente protector de la gente que le importaba.


Paula era importante. No estaba seguro de cómo reaccionaría Daniel, ni Paula, al hecho de que esa mujer había llegado a importarle más de lo que nunca habría imaginado. ¿Cómo iba a especular sobre sus sentimientos cuando ni siquiera conocía los suyos?


Estudió el flop, sus cartas, calculó las posibilidades y vio la apuesta mientras la conversación fluía alrededor. Bravatas, un poco de trabajo y chistes malos.


Cuando Sebastian descubrió la siguiente carta, Pedro volvió a hacer sus cálculos y vio que sus posibilidades menguaban. 


Entonces Daniel aumentó la apuesta y él se plantó.


Tal como lo veía, el póquer y la vida tenían mucho en común: jugabas las cartas que te repartían, calculabas las probabilidades y aceptabas la apuesta o no. Y cuando las cartas eran malas, te echabas un farol si el bote lo valía, y si tenías pelotas.


Si no, había que esperar a la mano siguiente.


Dedujo que su manera de resolver la partida había sido muy acertada, sabia como la vida misma. Ahora tenía que estudiar muy bien sus cartas y calcular las probabilidades con Paula. Valía la pena apostar por ella.


Frank, otro habitual, tiró sus cartas.


—Dinos, Daniel, ¿cuándo estará listo el palacio para tíos?


—Habla con el arquitecto.


Jeronimo vio la apuesta de Daniel.


—Hemos pedido los permisos. Si las cosas van bien, nos quedaremos con el dinero que inviertas en el palacio antes de marzo o abril como muy tarde. —Jeronimo paseó la mirada por la sala de juegos de Daniel—. Echaré de menos este lugar.


—Será extraño —añadió Rod—. Nuestra noche de póquer con mujeres justo... —Y señaló con el pulgar al techo.


—Si solo fueran mujeres... —aclaró Frank—. Esposas, una vez que estos tres y tú os liéis la manta a la cabeza. Uau, el año que viene por estas fechas todos atados. Excepto tú —dijo a Pedro.


—Alguien tiene que defender el castillo.


—Pues cuidado dónde pones los pies, no vayas a caer barranco abajo. —Rod le sonrió con un cigarro entre los dientes—. Sales con Paula. La última que queda del cuarteto de Daniel.


Pedro echó un vistazo a Daniel, pero la cara de póquer de su amigo permaneció inalterable y la mirada que este le dirigió fue de absoluta frialdad.


—Mi equilibrio es bueno.


Frank soltó una risa socarrona.


—Como quieras, tío, pero a ver qué pasa cuando estés colgado del borde del barranco y las manos te empiecen a resbalar.


—Le irá bien haber actuado como doble en películas de acción —añadió Jeronimo—. Seguro que sabe caer.


Pedro tomó otro sorbo de cerveza. Sí, sabía caer. Pero también sabía lo que podía pasar si el aterrizaje no salía como habías planeado.







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