martes, 4 de abril de 2017

CAPITULO 30 (CUARTA HISTORIA)





Una desapacible tarde de octubre en que las nubes cruzaban el cielo y las hojas de colores se arremolinaban en el prado perseguidas por el viento, Paula convocó una reunión a mediodía


Para animar la sesión encendió la chimenea, ya que en la librería siempre había crepitado el fuego, o el rescoldo de sus brasas, en los fríos días de otoño. Cuando las llamas prendieron, se acercó a una ventana y contempló la extensión del prado, los temblorosos árboles y las aguas grisáceas y onduladas del estanque.


No solía preguntarse hacia dónde la llevaba la vida. Más que nada se concentraba en los detalles, los planes, los imprevistos, las necesidades, los deseos y las fantasías de los demás. Quizá fueran los contrastes de ese día, los árboles aún brillantes recortándose contra un cielo tenue y lúgubre. Las hojas derramándose en danzas y giros mientras los crisantemos y los ásteres florecían con testarudez.


Todo parecía prepararse para el cambio, pero ¿se preparaba ella? El cambio consistía en ganar y perder, en renunciar a algo por alcanzar metas nuevas o distintas. Y ella, admitió, valoraba la rutina, la tradición, la repetición incluso.


La rutina equivalía a seguridad, certeza, estabilidad. 


Mientras que lo desconocido a menudo crecía en arenas movedizas.


Y esa manera de pensar, decidió, era tan lúgubre como el cielo. El mundo se abría ante ella, se recordó a sí misma, no se cerraba. Nunca había sido cobarde, nunca había tenido miedo de adentrarse en terrenos pantanosos.


La vida cambiaba, y así debía ser. Sus tres amigas íntimas iban a casarse, a empezar una nueva etapa de su vida. Un día, imaginó, los niños se arremolinarían ahí como esas hojas de colores en el prado. Así era como debían ser las cosas.


Ese era el destino de una casa.


Su negocio se expandía. Y si tras la reunión se ponían de acuerdo, volvería a expandirse hacia ámbitos nuevos e inexplorados.


Luego estaba Pedro, y eso, tuvo que admitir, era lo que le provocaba esa sensación de nervios e inquietud. Sin duda representaba un cambio. Aunque aún no había decidido si ese hombre se había introducido en su vida con cautela, con astucia, o bien había abierto de una patada unas puertas que ella creía prudentemente cerradas.


La mayor parte de las veces, pensó, parecía una combinación de ambas cosas.


Entrara como entrase, Paula todavía no sabía qué esperar de él. Un amante atento, y también exigente y salvaje, un compañero divertido, y también alguien que la acribillaba a preguntas que la obligaban a buscar respuestas imposibles de prever. El hombre que se arriesgaba, el hijo devoto, el chico malo, el empresario astuto.


Pedro tenía todas esas facetas y Paula sentía que apenas había arañado la superficie.


Valoraba su innata curiosidad y la habilidad que poseía para extraer información, conocer historias y establecer relaciones.


Terminaba, como había llegado a deducir, enterándose de muchas cosas sobre los demás.


Y daba rabia lo celoso que era con su vida privada.


Casi todo lo que sabía de su vida provenía de otras fuentes. 


Sabía eludir el tema cada vez que ella le hacía una pregunta sobre su infancia o los años que vivió en California, incluso de la época en que se recuperó del accidente que lo había hecho volver a casa.


Si su relación hubiera sido superficial, la reticencia no le importaría. Pero no era así, pensó Paula, y por eso le importaba. Importaba porque ella había superado el interés, caído en la atracción, despertado a la lujuria, tropezado con el afecto, y ahora se deslizaba fuera de control hacia el amor.


Y no acababa de estar muy contenta.


Empezaban a caer unas finas gotas de lluvia aisladas cuando Laura entró con una gran bandeja.


—Si vamos a celebrar una reunión a esta hora del día, más vale que comamos. —Lanzó una mirada atenta a Paula mientras dejaba la bandeja—. Pareces pensativa y nerviosa.


—Puede que solo tenga hambre.


—Eso podemos arreglarlo. Tenemos unos bocadillos monísimos para chicas, con fruta de temporada, palitos de apio y zanahoria y chips de patata, además de petit fours.


—Con eso basta.


—Es bonito —dijo Laura picoteando una chip—. La chimenea encendida una tarde lluviosa. Y muy bonito también no tener que estar de pie durante un rato. —Optó por el té y se sentó—. ¿Qué pasa?


—Nada.


—¿Nada en el sentido de nada o nada en el sentido problemas?


—Más bien lo segundo.


—Entonces necesito un bocadillo.


Maca y Emma entraron cuando Laura se servía un plato.


—Creo que para las flores de ojal elegiremos esas y las combinaremos con los lirios de agua de color mango —comentó Maca obviamente siguiendo el hilo de una conversación—. Y luego... no sé, que los lirios salten a la vista en los ramos y en los arreglos. Todo combinado, pero que salten a la vista.


—Exacto.


—Creo que esto es lo que más me gusta. Estoy consultando con la florista de mi boda —dijo a Paula y a Laura—. Es una mujer brillante.


—Sin duda. ¡Oh, qué bocadillos tan monos!


—Yo también soy una mujer brillante —le recordó Laura—. Si aun sigues en tu papel de florista, Em, he estado pensando en decantarme por colores modernos. Naranja sherbert.


—No me hagas ir de color frambuesa. —Maca se pasó la mano por sus pelirrojos cabellos.


—Podría obligarte, pero además de ser brillante, también soy buena. Estaba pensando en un color limón. Las tres quedaríais muy bien vestidas con un amarillo muy pálido. Quizá en chifón. Quizá esté un poco trillado. Chifón limón, boda de verano, pero…


—Está bien. Será perfecto trabajar con un limón pálido —aventuró Emma—. Le añadiré trazas de un azul atrevido, unas notas verde menta. Suavidad en el conjunto, pero con exuberancia, con inesperadas presencias de colores más intensos.


—Quiero hacer vuestras fotos de compromiso la semana que viene—dijo Maca a Laura.


—Todavía no hemos decidido exactamente lo que queremos.


—Yo sí. —Maca mordió un palito de zanahoria—. En la cocina.


De repente, Laura se puso de mal humor.


—Hablando de cosas trilladas...


Maca la apuntó con la zanahoria.


—En la encimera habrá montones de maravillosos pasteles, pastelitos, galletas... y tú y Daniel delante. Quiero que él se siente en un taburete y que tú lleves puestos el delantal y el gorro de repostera.


El mal humor de Laura iba empeorando por momentos.


—¡Qué glamurosa voy a estar!


—Cuando termine contigo, mujer de poca fe, vas a estar sexy, adorable, pícara y única.


—Maca acertó cuando me propuso hacer las nuestras en el jardín —aclaró Emma—. Jeronimo y yo salimos guapísimos, y apasionados.


—Eso también fue brillante por mi parte, pero ayudó mucho el que los dos ya sois guapísimos y apasionados. —Maca se dejó caer en su asiento—. ¿Qué es todo esto? —preguntó a Paula arqueando las cejas al ver que su amiga sonreía—. ¿Y a qué viene esto?


—Es divertido, es muy divertido oíros hablar de bodas. De vuestros planes de boda. Maca, he pedido a Mónica y a Susan de la tienda de novias que me sustituyan para que yo pueda quedarme en el banquillo, por decirlo de algún modo, el día de tu boda. Son listas, tienen experiencia y son muy capaces. Así si surge algo durante la ceremonia que haya que resolver, no tendré que disculparme y salir corriendo.


—Buenísima idea.


—Y eso nos convierte a las cuatro en cuatro mujeres brillantes. Además nos ayudarán con los invitados cuando nosotras estemos en la suite de la novia. Emma, sé que tienes un equipo, pero...


—Opino lo mismo que tú —la interrumpió Emma—. Tampoco estaré disponible para ocuparme de los espacios y no podré echar mano de Sebastian, Daniel o Jeronimo. Hay dos floristas que trabajarán conmigo en un par de eventos próximos. Si son tan buenas como creo, colaborarán con mi equipo habitual en la boda de Maca. Necesitaremos más profesionales con experiencia para la boda de los Seaman en abril... y para la mía y la de Laura.


—Bien. ¿Qué opinas tú, Laura?


—Lo mismo de lo mismo. He pedido a Charles, el pastelero jefe del restaurante Willows, si puede combinárselo para trabajar conmigo en la boda de Maca. Ya os había dicho que es un genio. Está encantado. Tendré que conseguir que le den un poco de tiempo, pero sé cómo manejar a Julio —añadió Laura refiriéndose al temperamental cocinero jefe del restaurante.


—Creo que eso ya está resuelto —le respondió Paula—. Tendremos que convocar algunas reuniones para montar la estrategia y los colaboradores nuevos necesitarán una visita guiada a los espacios destinados a la ceremonia, un cursillo in situ para que sepan cómo trabajamos. Maca, he empezado con el horario de tu boda.


—Mi horario... —repitió Maca sonriendo—. Paula ha empezado con mi horario.


—Es distinto a lo habitual, porque se trata de ti y de nosotras. Solucionaremos los problemas que puedan surgir con la distribución del tiempo durante el ensayo, del cual también os quería hablar. La cena de ensayo...


—Probablemente reservaremos en Willows, pero...


Los ojos de Paula se encontraron con los de Maca. Interpretando su mirada, Paula sonrió.


—Eso esperaba.


—¡Ay, sí! —Habiendo comprendido el juego de miradas, Emma aplaudió de alegría—. Hagámoslo aquí. Es perfecto.


—Es perfecto —coincidió Laura—. A pesar del trabajo extra y de la limpieza, es lo mejor.


—¿Decidido?


Maca se inclinó sobre la mesa y, cogiendo la mano de Paula, le dio un apretón.


—Decidido.


—Otro asunto nuevo. Es un poco extraño. Me llamó Katrina Stevens. A modo de recordatorio, fue una de nuestras primeras novias; rubia, alta como una torre y de risa poderosa. Creo que una de sus damas fue la primera que practicó sexo con un testigo del novio en la suite de la novia.


—¡Ah, sí! —Maca levantó la mano—. Ella medía más de un metro ochenta y llevaba un pelo pincho que le hacía parecer un metro más alta. El novio debía de medir un poco más que ella. Parecían dos dioses nórdicos.


—El pastel fue Palacio de plata, de seis pisos —recordó Laura.


—Rosas blancas, lirios color berenjena —confirmó Emma.


—Mica y ella se divorcian.


—Nada dura para siempre. En cualquier caso es una pena —añadió Laura—. Hacían una pareja impresionante.


—Por lo que parece, y siempre según Katrina, a él le gustaba bastante impresionar a los demás, y cuando ella lo pilló impresionando a una de sus clientas, lo puso de patitas en la calle. Hubo un estira y afloja, una separación, una reconciliación, otra separación... y ahora ella ya da por concluida la historia. El divorcio será efectivo a finales de febrero. Katrina quiere dar una fiesta para celebrar su divorcio. Aquí.


—¿Dar una fiesta de divorcio? —Emma esbozó un puchero—. No me parece muy normal.


—No creo que soplen buenos vientos entre Mica y ella, pero noté en su voz que estaba contenta y llena de energía. Se le ha metido en la cabeza que quiere inaugurar lo que llama su nueva vida y celebrarlo aquí... con estilo.


Paula tomó el botellín de agua que siempre tenía a mano.


—Le expliqué que no nos dedicamos a estas cosas, pero se le ha metido la idea entre ceja y ceja. Está decidida y quiere reservarnos un día entero durante los meses de temporada baja, descontando la locura del día de los Enamorados. Me ha parecido que debía plantearos la propuesta.


—¿Cómo vamos a clasificar una acto como este en la página web? —musitó Maca.


—A mí me parece que el divorcio tendría que ponerte triste o volverte loca. —Emma frunció el ceño concentrada en su taza de té—. Entiendo que salgas, que te emborraches con las amigas, pero esto me parece mezquino.


—Engañar a tu mujer es más mezquino aún —aclaró Laura.


—Sin duda, pero... —Emma se estremeció mostrando su desagrado—. Y nada menos que aquí, donde se casaron.


—Quizá no dice mucho a mi favor, pero confieso que me gusta su manera de pensar. —Laura se encogió de hombros y dio un mordisco a un palito de zanahoria—. Es como si ella hubiera cerrado un círculo y, en lugar de maldecir o lamentarse, porque ya habrá hecho ambas cosas seguramente, celebrase el momento señalado con comida, bebida, flores, música y amigos. No me gustaría que nos dedicáramos a esta clase de actos habitualmente, pero puedo comprenderlo tratándose de una antigua clienta.


—Quizá tendríamos que ofrecer un paquete —propuso Maca cogiendo un bocadillo—. Organizamos su boda, organizaremos su divorcio. Celebrarlo con un diez por ciento de descuento.


—¿Han tenido hijos? —preguntó Emma.


—No.


Emma hizo un gesto de asentimiento a Paula.


—Bueno, menos mal, supongo. No has dicho qué opinas tú.


—He tenido la misma reacción que todas vosotras, en distintos grados. —Paula levantó las manos al cielo y luego las dejó caer —. Mi primer instinto fue decir que no. Pero luego, a medida que ella iba hablando, yo iba entendiendo su razonamiento y el motivo de que quisiera celebrar una fiesta. Entonces dejé de lado mi instinto y mis reacciones y contemplé la situación con frialdad. Esto es un negocio, me dije, y no es asunto nuestro el que una clienta quiera contratarnos para celebrar el fin de un mal matrimonio.


—¿Votas sí? —preguntó Maca.


—Voto sí porque me dijo que quería celebrar este comienzo dando una fiesta aquí, porque eso le recordaría que su otro comienzo había empezado de una manera muy bella, lleno de amor y esperanza. Que eso la ayudaría a recordar que no había cometido un error. Las cosas cambian y ahora que ella va a empezar de nuevo, está absolutamente segura de que seguirá creyendo en el amor y en la esperanza. Me convenció.


—Es de admirar lo echada para adelante que es esta mujer —comentó Maca.


—Voto como Paula, y además voto que si vuelve a surgir algo así, valoremos caso por caso. —Laura paseó la mirada alrededor de la mesa—. Esto es un negocio, sí, pero si lo único que quiere la clienta es machacar a su ex, aunque este lo merezca, no creo que este sea el lugar indicado.


—Hecho —dijo Paula instantáneamente—. Si me hubiera dado esa impresión, me la habría quitado de encima.


—Vale —asintió Maca—. Caso por caso.


—Estoy de acuerdo —decidió Emma—, porque me parece que esta mujer ha cerrado una puerta para que se le abran otras. De todos modos, me he puesto triste.


—Pasemos a otro asunto que espero que os anime. He terminado de dar forma al proyecto del libro.


—¿De verdad? —Emma ahogó una exclamación—. No sé si sentir alegría o miedo.


—Os pasaré por correo electrónico el archivo completo. Quiero vuestras críticas, retoques, sugerencias, broncas, quejas y sarcasmos. Y en lo que tenga que ver con la parte del proyecto en la que intervenís, redoblad esfuerzos. Como ha pasado con este acto, en este proyecto hemos de estar todas de acuerdo, sentirnos satisfechas. Lo hemos de querer todas.


—Tengo que decir que todas lo queremos. —Laura volvió a pasear la mirada alrededor de la mesa buscando aprobación—. Lo que pasa es que pisamos terreno desconocido. Y a veces al pisar una se hunde.


—Yo también he estado pensando mucho en terrenos desconocidos. —Paula frunció el ceño concentrando la mirada en su botellín de agua—. A cada nuevo paso, un nuevo riesgo. Me gustaría creer que somos lo bastante fuertes y listas para arriesgarnos a dar esos pasos que nos adentran en un terreno desco-nocido.


—Bien, si lo planteas así... —Laura soltó el aire—. ¿Qué podemos perder, aparte del ego, si la fastidiamos?


—Yo elijo ser optimistas y pensar que no vamos a fastidiarla —decidió Emma—. Me muero de ganas de ver lo que has preparado, Paula.


—Creo sinceramente que tiene potencial. Maca, he incluido algunas fotos de nuestros archivos que demuestran tu profesionalidad y otras que reflejan la profesionalidad de Emma y de Laura. Se muestra de una manera gráfica lo que hacemos.


—Yo me sitúo entre el ego mancillado de Laura y el optimismo de Emma. Y desde ese punto de vista me apetece ver el montaje.


—Bien. Cuando todas lo hayáis examinado, cuando estéis listas, lo discutiremos. Ya hablaremos luego de cuándo, si es que nos decidimos, lo enviamos al agente. Repito, si todas estamos de acuerdo. —Paula suspiró hondo—. Y eso es todo.


—Me gustaría que Sebastian le echara un vistazo. Como profesor de literatura —añadió Maca—. Y aspirante a novelista.


—Por supuesto. También puede revisar la edición, hacer retoques y lo que le parezca. Eso es todo lo que quería decir. ¿Alguien quiere hablar de otra cosa aprovechando que estamos reunidas?


Emma se apresuró a levantar la mano.


—Yo sí. Quiero enterarme de lo que está pasando entre Pedro y tú. De lo que está pasando de verdad, en detalle.


—Secundo la moción —dijo Laura.


—Y conmigo, la moción es unánime. —Maca se inclinó sobre la mesa—. Vamos, Pau, suéltalo ya.




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