sábado, 1 de abril de 2017

CAPITULO 21 (CUARTA HISTORIA)




Como parte de su rutina, Paula pasó el domingo por la noche, después de la boda, dedicada al papeleo de Votos, de la casa y de sus asuntos personales. Eliminó correos, mensajes de texto, mensajes de voz, repasó sus agendas (la personal y la del trabajo) para las dos semanas siguientes, revisó los horarios de sus socias e hizo todos los cambios y rectificaciones necesarios.


Volvió a comprobar la lista de recados que tenía que hacer a la mañana siguiente.


No consideraba que eso fuera un trabajo. Había convertido en una costumbre, una costumbre estricta, empezar cada lunes partiendo de cero.


Satisfecha, abrió el archivo del proyecto de libro con el que estaba jugueteando e hizo algunos retoques. Casi estaba listo, pensó, para enseñarlo a sus socias, recoger sus comentarios, discutir en serio los pasos a seguir.


A las once ya estaba en la cama con un libro.


A las once y diez estaba mirando el techo y pensando en marcar una nueva entrada en su agenda.


Mar, 19.00: Pedro.


¿Por qué había dicho que sí de esa manera? Sabía perfectamente por qué había dicho que sí; era ridículo planteárselo. Se había sentido sexualmente confusa, excitada e «interesada». De nada servía fingir lo contrario.


Tan confusa, excitada e interesada que ni siquiera le había preguntado adónde planeaba ir, qué planeaba hacer.


¿Cómo iba a vestirse, por el amor de Dios? ¿Cómo iba a prepararse sin tener la más mínima idea? ¿Había pensado llevarla a cenar, a ver una película, una obra de teatro o directamente a un motel?


¿Y por qué tendrían que ir a un motel cuando los dos tenían casa propia?


¿Y por qué no podía dejar de “pensar” y ponerse a leer el maldito libro?


Si lo llamaba, se enteraría. Pero no quería llamarlo. 


Cualquier hombre normal habría dicho: “Te recojo a las siete, iremos a cenar”. Y ella habría “sabido” a qué atenerse.


Era absurdo arreglarse cuando seguramente iría a buscarla en moto. Ni siquiera sabía si tenía coche.


¿Por qué no sabía eso?


Podía preguntárselo a Daniel. Se sentiría como una imbécil preguntándoselo a Daniel. Se sentía estúpida pensando que podía preguntárselo a Daniel.


Se sentía estúpida.


Había dejado que le pusiera las manos encima, estaba pensando evidentemente en dejar que volviera a hacerlo, y más cosas, y ni siquiera sabía si tenía coche. O cómo vivía, o lo que hacía en su tiempo libre, salvo que jugaba al póquer la noche en que se reunía con su hermano y sus amigos.


—Podría conducir yo —murmuró—. Podría insistir en que fuéramos en mi coche, y entonces...


Cuando sonó el teléfono en la mesita de noche lo tomó encantada de quitarse de la cabeza sus locuras personales y llenársela con las preocupaciones de una novia.


—Hola, Emily. ¿Qué puedo hacer por ti?


El lunes por la mañana, vestida con una chaqueta color ladrillo y unos pantalones negros, con unos tacones no demasiado altos para dedicarse a sus recados y lo bastante elegantes para acudir a sus citas, Paula cargó con la bolsa de la tintorería en dirección a la escalera.


—Espera, te ayudaré. —Acercándose desde el ala que ocupaba, Daniel cambió de mano su maletín para tomar la bolsa—. ¿Tintorería? Si te dejo la bolsa en el coche, 
¿llevarás la mía también?


—Vale, pero date prisa —comentó Paula señalando el reloj—. Tengo que cumplir el horario.


—Menuda novedad. —Daniel dejó la bolsa y el maletín en el suelo—.Vuelvo en dos minutos. No bajes eso.


—De paso trae también la de Laura —le dijo Paula en voz alta para que le oyera.


—Entonces dame cinco minutos.


Paula iba a recoger su bolsa, pero se encogió de hombros y tomó el maletín de Dani. En ese momento Emma salió de la sala.


—Eh, hola. He venido por el café de la señora Grady y, ya que estoy aquí, he pensado que pasaría a ver cómo están las flores de casa. ¿Sales?


—Voy a hacer los recados del lunes, luego tengo una reunión en la tienda de novias, etcétera.


—Tintorería—dijo Emma gesticulando—. ¿Puedes llevarte mi bolsa?


—Si la traes rápido.


—Vuelvo ya —afirmó Emma echando a correr. Paula consultó el reloj y volvió sobre sus pasos para recoger la ropa de la semana de la señora Grady.


Cuando la estaba cargando en el coche, apareció Daniel con dos bolsas más.


—Iré a recoger toda la ropa cuando esté lista —le dijo—. Aunque a lo mejor tendré que alquilar una camioneta.


—Todavía no hemos terminado. Emma ha ido a buscar la suya.


Daniel metió las bolsas dentro del coche.


—Con lo que les llevas, podrían venir a recogerla y luego traerla.


—Sí, pero de todos modos paso por allí. —Paula respiró hondo—. Llega el otoño. Se huele en el ambiente. Pronto caerán las hojas. —Estúpida, estúpida, pensó, aunque no pudo reprimirse—. Supongo que cuando cambie el tiempo, Pedro tendrá que guardar la moto.


—Supongo que sí. Tiene un Corvette, un clásico que ha restaurado. Muy elegante. No se lo deja a nadie. Y además tiene una camioneta. —Daniel la acribilló con la mirada—. ¿Preocupada por el transporte?


—No especialmente. Eso son muchos vehículos para una sola persona.


—Se dedica a eso. Compra coches clásicos en las subastas y los restaura de arriba abajo, como las casas. Parece que hay un buen mercado para estas cosas si se hacen bien. —Daniel le tiró de la coleta—. A lo mejor te enseñará a recomponer un motor.


—Una habilidad muy útil, estoy segura, pero no lo creo. —Paula desvió la mirada hacia Emma y Sebastian, que se acercaban cargando con sus respectivas bolsas para la tintorería—. Quizá sí nos iría bien esa camioneta.


—De camino me he tropezado con Maca —dijo Emma resoplando—. Llevamos la carga entera.


—¿Estás segura de que vas a poder con todo? —preguntó Sebastian a Paula.


¿No era siempre así?, pensó ella, aunque se limitó a señalar hacia el coche.


—Metedlo dentro. —Y se aseguró de que estuvieran bien etiquetadas por el otro lado.


—Puedo ir a recogerlo... —empezó a decir Sebastian.


—Daniel se encargará de eso. Será el jueves —dijo Paula a su hermano—. A partir de las dos. No lo olvides. Reunión completa sobre la boda Foster-Ginnero —dijo a Emma dando la vuelta al coche—. A las cinco en punto.


—Todo controlado. Gracias, Paula.


Paula se marchó. Sabía que Daniel y Sebastian no tardarían en salir, que Jeronimo se había marchado temprano a una reunión de obra, que Emma se pondría enseguida a clasificar la entrega de flores de esa mañana y que Maca trabajaría por la mañana con sus fotos… así que dedicaría la tarde a una sesión en el estudio y Laura pasaría el día haciendo pasteles para el acto contratado del miércoles por la noche.


Un día completo para todas, musitó. Tal como a ella le gustaba.


En primer lugar dejó la ropa en la tintorería, no sin haber etiquetado antes cada una de las bolsas personalmente.


A continuación fue despachando sistemáticamente la lista punto por punto. Ir al banco, a la papelería, a comprar material para la oficina, a donde fuera necesario para sustituir el género que se había visto obligada a utilizar durante los actos de la semana anterior. Añadió a la provisión para emergencias que guardaba en casa varios regalos para los invitados, unos regalos de agradecimiento, otros más para la anfitriona, y lo metió todo cuidadosamente en el coche.


A continuación se detuvo para hacer unas llamadas y responder a los mensajes de texto de sus clientas.


Se hizo la manicura semanal y llegó a la reunión con quince minutos de antelación.


Le encantaba la tienda de novias, la dulce y femenina fragancia del ambiente, los resplandecientes escaparates, la caída y el brillo de los vestidos blancos de ceremonia.


Había creaciones elegantes y arriesgadas para las damas, una preciosa selección para las madres de las novias o los novios, y todo ello dispuesto con arte entre bellos y lujosos espacios donde tomar asiento, con unos vestidores espaciosos y provistos de distintos espejos.


—Paula —La propietaria de la tienda salió de detrás del mostrador—. Estamos preparadas para recibir a tu clienta. En el primer vestidor. Champán y pastelitos para la novia, su madre y sus dos amigas. Hemos separado cuatro vestidos para la primera prueba. Dijiste que fueran de color marfil, elaborados, con falda larga, vuelo y muchos brillos.


—Así es nuestra chica. No le va la elegancia simple y tiene el tipo que se requiere para llevar un vestido importante. Mónica, como me sobra un ratito, me gustaría buscar algo que le fuera bien a Laura.


Mónica dio unas palmadas.


—Estaba esperando que me dijeras eso.


—Más moderno, pero con un cierto glamour años treinta. Quizá con una falda larga que arrastre un poco. Suelto, pero ajustado en la cintura. —Paula señaló el vestido que había en el escaparate de al lado—. No así exactamente, pero la idea va por ahí.


—Yo también dispongo de unos minutos. Vamos a inspeccionar.


Nada podía compararse, en opinión de Paula, al placer de contemplar vestidos de novia. Estudiar las líneas, los tonos, los detalles. Imaginar el conjunto. Y como Mónica tenía un ojo y una profesionalidad que ella respetaba, los diez minutos de que disponía fueron muy satisfactorios.


—Esto es más o menos lo que quiero decir. —Paula tomó un vestido y lo examinó desde el escote hasta el dobladillo—. Pero quiero que el cuerpo tenga más personalidad. 
Laura tiene el pecho pequeño. Por otro lado, está bien torneada, o sea que supongo que preferirá ir sin tirantes, o bien con un tirante muy fino, sobre todo teniendo en cuenta que su boda será en verano. Además, me gustaría un toque elegante y divertido en la espalda.


—¡Espera! Nos queda uno así en la trastienda. La clienta cambió de idea. No habría debido, en mi opinión. Creo que esto podría ser lo que andas buscando. Vayamos a echarle un vistazo.


Mónica y Paula fueron a la trastienda, donde otros fantásticos vestidos de boda esperaban que una futura novia los aceptara o rechazara.


Se fijó en él antes de que Mónica lo cogiera. Paula vio a Laura.


—¡Eso es! Oh, sí, exactamente eso. —Lo examinó por arriba, por abajo, por delante, por detrás, observando todos y cada uno de los detalles y los adornos—. Mónica, este está pensado para Laura. Has vuelto a conseguirlo.


—Yo diría más bien «hemos». Este es fuera de serie.


—También lo es Laura. Estaba escrito. ¿Puedo llevármelo a casa para ver si le gusta?


—No tienes ni que pedirlo. Diré que te lo envuelvan.


—Muchas gracias. Haré una llamada rápida antes de que llegue nuestra novia.


—Hay tiempo. Si llegan antes, nos encargaremos de que se sientan cómodas.


Paula sacó el móvil mientras Mónica salía de la trastienda.


—¿Señora G.? He encontrado el vestido de boda de Laura. ¿Puede hacer los preparativos para esta noche? Lo es. Es absolutamente perfecto. Intentaré encontrar el tocado ya que estoy aquí. Tendrá que ser después de la reunión de las cinco. Gracias, señora Grady. Estaré en casa dentro de un par de horas.


Se metió el teléfono en el bolsillo y, después de soltar un último suspiro frente al vestido, salió para reunirse con su clienta.


Si mirar vestidos de boda era un placer, ayudar a una novia ansiosa a encontrar el suyo podía conllevar un gran peligro o una gran felicidad.


Hubo de todo un poco con Emily.


—No quiero parecerme a las demás. —Emily rozó con las palmas las volátiles capas de tul.


—Ninguna novia se parece a otra —le dijo Paula.


Los cuatro vestidos seleccionados habían sido rechazados tras probárselos, al igual que otra media docena más.


Y descorcharon la segunda botella de champán.


El problema de todo comité seleccionador, reflexionó Paula, era que no solía ser capaz de ponerse de acuerdo en nada, casi por principios. Lo que le gustaba a la novia no satisfacía a la madre. Lo que le gustaba a la madre desagradaba a alguna de las amigas.


—Os diré lo que vamos a hacer. ¿Por qué no os tomáis un descanso? Nosotras nos llevaremos todo esto y vosotras os tomáis unos pastelitos y un poco más de champán. Os despejará la mente. Dadme cinco minutos.


Paula pensó que había dado con lo que buscaba y salió del vestidor para hacer corrillo con Mónica.


—Necesitaríamos una sobrefalda de tul, siempre y cuando debajo haya mucho volumen y muchos brillos. Sigamos con el torso ajustado y ciñámonos a los brillos. A Emily no le va eso de ir sin tirantes o con el escote típico. He visto uno con un cuello halter de un tul muy delicado. Llevaba un motivo plateado, como si fuera una joya, entre los pechos, y creo que una media cola ribeteada en encaje.


—Ya sé cuál es. —Mónica asintió con un mohín—. Puede que tengas razón. Diré que nos lo traigan con... otros dos que puedan encajar. Tengo uno con una falda recogida tan enorme que debajo podría esconderse todo un ejército.


—Excelente. Uno de los problemas es que la madre quiere el blanco novia.


—La madre se equivoca. Con su tono de piel, Emily necesita la calidez del marfil. Se dará cuenta cuando encontremos el vestido adecuado.


Diez minutos después Paula ayudaba a abrochar la espalda del vestido de novia.


—Que nadie diga una palabra. —Sonrió al hablar, pero la orden era firme—. Ni un solo comentario hasta que Emily se vuelva y juzgue por sí misma. Dejemos que por esta vez sea ella la primera en expresar sus pensamientos y sus impresiones.


—Me parece bien. Me encanta la falda. —Emily sonrió con nerviosismo a Paula—. El encaje, el tul, la seda, el estampado de las flores y las cuentas. Pero había pensado en algo con más volumen, no sé si me explico.


—Espera a ver el efecto final. Ahora. La espalda es fabulosa, por cierto. Bien, respira hondo, date la vuelta y mírate en los espejos.


—Muy bien, allá vamos.


Emily se volvió y Paula pensó: bingo. Reconoció el asombro, la mirada de emotiva satisfacción, la conciencia y el cambio de lenguaje corporal de la novia cuando esta se enderezó con la cabeza alta.


—¡Oh, oh, miradme! Mirad esto. —Rozó con los dedos el flamante torso—. Me encanta el estilo halter, lo delicado que es, no como los tirantes.


—No podrás llevar un collar —comentó una de sus amigas.


—Pero piensa en los pendientes que este vestido admite —intervino Paula rápidamente—. Desde las dormilonas más sutiles hasta unos pendientes larguísimos. Y si de tocado llevas una tiara que vaya a juego con el maravilloso recamado en broche del cuerpo, resplandecerás desde lejos.


Basándose en su experiencia, Paula observó la reacción de la madre y sonrió.


—¿Qué le parece, señora Kessler?


—Creo que... es... Oh, Emmy.


Paula repartió pañuelos.


El tocado y los retoques llevaron una milésima parte del tiempo que habían dedicado a la elección. A petición de la novia, Paula se quedó para proponer los vestidos de ceremonia destinados al cortejo nupcial mientras aquella se sometía a la primera prueba.


Paula ajustó su horario y complació a las dos amigas, que sumaban un tercio de las damas de la novia, cuando se inclinó por unos elegantes vestidos sin mangas del color rojo a juego con las rosas que había elegido la novia.


Se despidió de su muy satisfecha clienta y se llevó de la tienda lo que esperaba que fuera el vestido de novia de su amiga.


—Paula Chaves.


Paula desvió la mirada y titubeó ligeramente.


—Señora Alfonso. ¿Cómo está?


—Muy bien. —Una suave brisa alborotaba el rebelde pelo anaranjado de Catalina Alfonso cuando esta se bajó las gafas de montura verde con un dedo—. ¿Comprando un vestido?


—No, en realidad se lo llevo a una amiga mía para ver si le gusta. Laura McBane. Creo que la conoce.


—Trajo el coche al taller para que Pedro le hiciera la puesta a punto. Parece una buena chica. Se casa con tu hermano, ¿verdad?


—Sí, el próximo verano.


—Las otras dos con quienes trabajas también se casan.


—Sí, Maca este diciembre, y Emma en primavera.


—Sales con mi hijo, ¿verdad?


La conexión directa entre las bodas y Pedro volvió a desconcertarla.


—Hemos salido a cenar, pero... sí, supongo que sí.


—Me apetece un café. Nos vemos ahí dentro. —Cata señaló una de las cafeterías que había en la calle principal.


—Ah, gracias, pero en realidad tengo que...


—Tendrías que ser capaz de dedicar diez minutos a tomar un café cuando alguien te lo pide.


Paula reconoció que acababan de darle una lección de modos.


—Claro. Dejaré esto en el coche.


—¿Necesitas que te eche una mano?


—No, no, gracias. Ya puedo yo.


—Nos vemos dentro entonces.


¿De qué va esto ahora?, pensó Paula. Por otro lado, era ridículo ponerse nerviosa por tomar una taza de café con una mujer tan agradable solo porque esta mujer fuera la madre de un hombre que era su...


Fuera lo que fuese Pedro para ella.


Metió el vestido en el coche, cerró con llave y consultó el reloj. Disponía de unos veinte minutos. ¿Qué podía pasar durante los veinte minutos que durara el café?


Entró en la cafetería y se dirigió a la mesa de la señora Alfonso, qué ya estaba hablando con la camarera.


—Aquí hacen unos pasteles muy buenos. He pedido uno de manzana.


—Para mí un café solo, gracias —dijo Paula sentándose delante de la madre de Pedro—. ¿Tiene el día libre?


—La tarde. Tenía que resolver unos asuntos. —Cata se apoyó en el respaldo—. Mi hijo tiene buen ojo para las mujeres guapas, pero no es estúpido.


—Ah... Me alegro de eso.


—Vi que a ti te echaba el ojo la primera vez que apareciste en el taller. Le llevó mucho tiempo decidirse, por eso digo que no es estúpido. Está claro que tú tampoco lo eres.


Paula se quedó pensativa.


—No se me ocurre qué decir, salvo que no, no lo soy.


—Lo que ocurre es que eres de una clase muy diferente a la que estamos acostumbrados.


—No estoy segura de a qué se refiere.


—A ver si voy a pensar que eres estúpida. Eres una Chaves, con el nombre, la posición y la fortuna de los Chaves. No saques a relucir tu orgullo —la advirtió Catalina cuando la camarera les trajo el pastel y el café—. No he terminado. Actúas como una Chaves, y con eso quiero decir que actúas como se espera de tu educación. Tus padres eran buenas personas que no hacían alarde de ese nombre, de su posición o de su dinero. Que no se lo restregaban a nadie por la cara. Trabajé en algunas de las fiestas que daban cuando eras pequeña. En mi opinión, puedes ver cómo es una persona fijándote en cómo trata a sus empleados.


Perpleja, Pauls añadió crema de leche a su café.


—Tu hermano también me gusta, aunque ni él ni sus amigos me dejen participar en sus partidas de póquer solo porque soy una mujer.


Al oír la carcajada de Paula, Cata sonrió y Paula reconoció a Pedro.


—Si lo pregunta, le diré que Daniel y yo somos conscientes de eso y que valoramos los privilegios con los que nacimos.


—De eso ya me he dado cuenta. No estás precisamente mano sobre mano, ¿eh? Sabes trabajar y construir algo por ti misma, para ti y para los que vengan detrás de ti. Bravo por tus padres y por ti también.


—Eso que ha dicho es precioso.


—Precioso o no, es como lo veo. Si Pedro te ha echado el ojo, ha sido por ti. No por lo que tiene que ver contigo: el nombre, la posición o el dinero. —Cata enarcó una ceja al detectar un destello momentáneo en sus ojos—. Ahora acabas de contestar la única pregunta que tenía que hacerte. Ya sabes lo que mi hijo pretende, o sea que podía haberme ahorrado el sermón. Bien, ha llegado el momento de disfrutar del pastel.


—Señora Alfonso...


—Creo que después de esto puedes llamarme Cata. O mami Alfonso, si lo prefieres.


—Si pensara que Pedro había echado el ojo a las ventajas de ser una Alfonso, yo...


—Le habrías dado el pasaporte. Yo tampoco soy estúpida.


—¿Os dedicáis siempre a interrumpir a los demás en mitad de una frase?


—Terrible costumbre. —Cata volvió a sonreír—. ¿Te apetece un trozo de pastel? Está de muerte.


Paula iba a rechazar, pero tomó el otro tenedor que había dejado la camarera y pinchó un trocito.


—Tienes razón. Está de muerte.


—Odio equivocarme. Pedro lo pasó muy mal de pequeño —prosiguió Cata—. En parte por mi culpa y quizá por eso odio equivocarme. Pero en parte también por cómo nos vinieron dadas. Ahora bien, no se hundió por eso. Creo que usó eso mismo para convertirse en alguien, para demostrar algo. Tiene defectos, y soy la primera en darme cuenta, pero es un buen chico. Supongo que podría ser peor, y supongo que no podría ser mejor.


Paula no pudo evitar sonreír.


—A ti también te quiere. Y eso se nota. Es una de las cosas que encuentro más atractivas de él.


—Nunca me ha decepcionado, eso tengo que decirlo. Ni una sola vez, jamás. Un domingo al mes nos reunimos en casa para cenar. Ven la próxima vez. Le diré a Pedro que quede contigo.


—Yo... Me gustaría mucho.


—No soy Maureen Grady en la cocina, pero no te envenenaré. Toma un poco más de pastel.


Paula volvió a empuñar el tenedor y comió otro trozo de pastel.






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