viernes, 31 de marzo de 2017
CAPITULO 20 (CUARTA HISTORIA)
SE INTERPONÍA EN SU CAMINO. Difícilmente podía quejarse cuando Pedro lograba interponerse en su camino y ser útil al mismo tiempo; de todos modos... se interponía en su camino.
Cuando faltaba poco ya para terminar la velada, Paula no estaba segura de qué hacer con él o respecto a él. Disfruta y disfrútalo, ese había sido el consejo de sus amigas. Ahora bien, ¿cómo podía disfrutar de algo o de alguien que le hacía sentirse tan inquieta?
Se ordenó a sí misma concentrarse en su puesto, en su trabajo y en los detalles de la boda. Y lo logró, durante la mayor parte del tiempo. Cuando acompañaba a la salida a los invitados que se marchaban, se felicitó por haber evitado, tapado o negociado los escollos propios del acontecimiento tan especial de esa noche.
Y entonces su radar detectó al borracho del tío Henry.
—¡Preciosa! ¡Una boda preciosa, una chica preciosa!
—Gracias, señor...
—¡Preciosa! —El tío Henry envolvió a Paula en un abrazo etílico manoseándole el trasero.
Antes de que pudiera zafarse, Paula vio que Pedro se dirigía hacia ellos. Su primer pensamiento fue «oh, no». Solo le faltaba un caballero andante que se dedicara a pegar primero y a preguntar después.
—Señor...
—Eh, papi. —El tono manifiestamente alegre de Pedro iba acorde con la breve sonrisa que le iluminaba el rostro—. Será mejor que apartes esas manos. ¿Cómo vas a volver a casa? —Como el hombre no se tenía en pie, le resultó fácil separarlo de Paula—. ¿Tienes quien te lleve?
—Puedo conducir. —Henry se balanceó, sonrió y levantó un pulgar—. Al cien por cien.
—Creo que esta es la prueba de la alcoholemia. —Pedro se pasó el brazo de Henry por el cuello—. Oye, ¿y tus llaves? Dámelas.
—Ah...
—¡Eh, papá! —Un hombre bajó corriendo la escalera mirando de soslayo a Paula con aire de disculpa—. Lo siento, se alejó de mí. Vámonos, papá. Mamá y Anna vienen ahora. Mi esposa y yo lo acompañaremos a casa —explicó a Pedro
—Vale. Lo tengo. Te ayudaré a sacarlo.
—¡Una boda preciosa! —exclamó Henry mientras se lo llevaban—. Tengo que besar a la novia.
—Y a cualquier otra de las ciento veinte a las que ha intentado meter mano —comentó Maca—. Lo siento, venía hacia aquí y no he sido tan rápida como Pedro para impedir que te trataran como a una mujer objeto.
—He sobrevivido. —Paula soltó un bufido y tiró de la chaqueta para ajustársela.
—Em y Laura están ayudando a los rezagados a encontrar todo lo que han perdido. Jeronimo, Daniel y Sebastian están haciendo la inspección de seguridad en las zonas despejadas. Nos ha salido bien.
—Nos ha salido genial. Empezaré inspeccionando esta planta si tú quieres encargarte de ir por el otro lado.
—Me parece bien.
Paula entró en la sala y atravesó el salón principal hasta llegar al solárium. El personal contratado ya se había llevado las flores, el tul, las luces y las velas.
De momento todo estaba tranquilo, en penumbra, y en el ambiente reinaba el aroma nostálgico de las flores. Volverían a decorar el domingo por la mañana para celebrar un acto más íntimo, pero de momento…
—Henry ha caído como una roca en el asiento de atrás del Lexus de su hijo —dijo Pedro a su espalda.
Paula se giró y vio que Pedro se le acercaba entre las sombras. A pesar de que se movía con sigilo, la sala ya no le pareció tan tranquila.
—Qué bien. Gracias por tu ayuda.
—No ha sido nada. Pensaste que iba a dar un repaso a un pobre borracho por querer pellizcar un trasero bonito y prieto, ¿eh?
—Se me ha pasado por la cabeza.
—Que sepas para el futuro que dar un repaso a un pobre borracho es abusar. Si tengo que pegar a alguien, prefiero que merezca la pena.
Su voz sonaba natural, desenfadada. ¿Por qué, se preguntó Paula, esa atmósfera nostálgica y perfumada de flores de repente le parecía electrificada, de repente le parecía a flor de piel?
—Tomo nota.
—Además, como se trata de un trasero magnífico, es difícil echarle la culpa.
—Creía que lo que te gustaba eran las piernas.
—Muñeca, no hay ni un palmo de tu cuerpo que no sea de primera categoría, y lo sabes.
Paula ladeó la cabeza haciendo todo lo posible por que su tono de voz adoptara su misma naturalidad.
—Eso no me ha parecido un cumplido.
—No lo ha sido. Es un hecho. —Pedro se acercó a ella entre las sombras y Paula tuvo que obligarse a no dar un paso atrás —. ¿Qué soléis hacer después de algo así para relajaros?
—Depende. A veces, después de una ceremonia hacemos un informe de grupo. A veces cada cual se dedica a lo suyo para… Espera —dijo ella al encontrarse entre sus brazos.
—Había pensado que podríamos probar otra manera de relajarnos.
Tomó sus labios con un arrebato de pasión que, más que una promesa, parecía una amenaza. Deslizó las manos por su cuerpo, las deslizó con pericia, hasta que unos estremecimientos, sí, unos peligrosos estremecimientos, sacudieron su piel, se le metieron bajo la piel.
Paula se dijo que tenía que apartarse, pero cuando esa pasión la abrasó por dentro, se lo cuestionó.
—Quiero ponerte las manos encima, Paula.
Su tono ya no era desenfadado ni natural. Esa era la inquietud que había notado bajo la calma. Pedro separó su boca de la boca de ella y le rozó la mandíbula con los dientes.
—Esto también lo sabes.
—Pero no significa que...
—Déjame. —Pedro deslizó una mano entre los dos para desabrocharle los botones de la chaqueta.
—Tengo que...
—Déjame —repitió él acariciándole el pecho con los pulgares.
Paula se quedó sin aliento, la pasión se convirtió en dolor y el dolor en necesidad, pura e instintiva.
—Ahora no puedo. No voy a acostarme contigo cuando...
—No te he pedido que te acuestes conmigo. Solo quiero tocarte. —Y mientras la tocaba le observó el rostro, le observó el rostro hasta que sus labios volvieron a encontrarse, con fuego, exigentes.
—Sal conmigo mañana.
—Yo... sí. No. —¿Por qué le costaba tanto pensar?—. Tengo un acto.
—La próxima noche que estés libre. —Pedro le recorrió los muslos con la mano, hacia abajo y hacia arriba hasta que las piernas le temblaron—. ¿Cuándo será eso?
¿Cómo iba a articular una respuesta racional cuando él estaba socavando su cuerpo?
—Creo... el martes.
—Te recogeré a las siete. Di que sí.
—Sí. Está bien, sí.
—Será mejor que me vaya.
—Sí.
Pedro sonrió, y cuando la atrajo hacia sí de un tirón, Paula pensó «Oh, Dios», y sucumbió de nuevo.
—Buenas noches.
Ella asintió en silencio mientras Pedro salía por la puerta del solárium.
Y entonces hizo algo que nunca había hecho después de un acto. Se sentó a solas en la oscuridad procurando controlarse mientras sus socias cargaban con el peso del trabajo.
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Ayyyyy qué lindoooo!!!! Me encanta cómo la esta conquistando jaja
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